Fabián Darío Mosquera
Diario El Telégrafo, Ecuador.
En una espaciosa sala de la Universidad,
sentados apaciblemente, ambos aguardaban al mediodía del pasado miércoles el
inicio del diálogo, que comenzó pasando revista a una de las nociones
fundamentales en su trabajo compartido, la de “Multitud”. Recordábamos entonces
un evento histórico que contribuyó, parcialmente, a configurarla: la batalla de
Seattle, en que un amplísimo colectivo heterogéneo (campesinos, anarquistas,
sindicalistas, universitarios...) hizo colapsar -el 30 de noviembre de 1999-
una cumbre de la OMC.
Su idea de “Multitud”, al tratarse de “una
multiplicidad de singularidades” en que se respeta “la diferencia en la unidad”
y que genera una “hibridación virtuosa” (marcada por las migraciones, las
tecnologías de la comunicación, las diferencias socioculturales, de género,
etcétera) se desmarca de la categoría clásica de “masa” y la noción
abstractizante de “pueblo”... Pero a estas alturas, y luego de los tantos
comentarios que ha suscitado su teorización, ¿cuál es su postura sobre las potenciales
formas de liderazgo y articulación para concretar el proyecto multitudinario de
resistencia al capitalismo global (a ese “Imperio”, según han dicho, “sin
centro y sin afuera”)? Recordando que la “Multitud”, según su perspectiva,
plantea una operatividad sin liderazgos, cosa que ha recibido no pocas
críticas...
MH: Debemos recordar que la inspiración
para el desarrollo del concepto de “Multitud” no proviene solamente del
movimiento antiglobalización de Seattle, sino, por ejemplo, de los movimientos
latinoamericanos. Pensemos en el trabajo del grupo Comuna, en Bolivia, con su
lectura de la guerra del gas y del agua, que sembraba una referencia de
pluralidad en el sentido de formas diversas de trabajo, diferentes colectivos
étnicos, etcétera. Está, también, desde luego, la referencia tutelar de
Spinoza, pero lo que hicimos fue un abordaje a la naturaleza de varios
movimientos recientes, en muchos lugares...
De cualquier manera, la pregunta es
pertinente: hay que ver si los movimientos organizados en forma multitudinaria
son capaces no solamente de una protesta, de una energía destituyente del poder
actual, sino si se trata de una energía constituyente de otra forma social. Y
ante eso, claro, podemos dar una respuesta teórica; pero lo más importante sería
trabajar con los movimientos y ver qué están haciendo; suscitar un modo de
acercarse no solo a sus prácticas sino a la manera en que ellos mismos se
piensan, a la manera en que están teorizando.
Ahora, por otro lado, no veo el concepto de
“Multitud” como alternativo al de clase, sino un modo de pensar la clase hoy;
es decir, tomarla no como una realidad homogénea, sino reconocer su diversidad
interna como factor relevante. De allí que la perspectiva de René Zavaleta nos
llamara la atención en la medida en que, para él, en algún momento, fue una
lástima que la sociedad boliviana fuera tan “abigarrada”, que planteara una
forma multitudinaria de lucha, pues pensaba que hubiese resultado mejor una
forma social homogénea que pudiera luchar como clase. El grupo Comuna invierte
este “principio”, afirmando precisamente la lucha multitudinaria para una
sociedad abigarrada.
Ocurre lo mismo con el concepto de pueblo:
no hay oposición, si pensamos el pueblo desde la pluralidad. ¿Y de qué manera
se puede luchar como un pueblo multitudinario, que reconozca la diferencia en
su composición?... Mmm, quizás estamos hablando de una transformación bien
radical del populismo...
En cuanto a la cuestión del liderazgo, pues
va de la mano con una reconsideración profunda de la idea de democracia y de
genuina participación... Insisto en que se debe observar la experiencia de los
movimientos sin liderazgos visibles... Reflexionemos sobre 2011: las luchas en
Túnez, Egipto, Grecia, España e incluso Estados Unidos experimentan esta ausencia
de liderazgos centralizadores...
… Quisiera darle la vuelta a esa reflexión
desde la perspectiva de Rancière, quien plantea que obviamente la acción -dicho
en marxista- es la que incide en la “situación inmediata” de las colectividades
(menciona puntualmente una huelga de camioneros y una huelga de hambre de
inmigrantes árabes en Francia), pues así se sugieren los “otros mundos posibles
de la política”, pero que esos mundos, esos relatos, solo pueden sostenerse,
afianzarse, si pasan a través de lo que llama “la máquina de las
interpretaciones” en tanto “campo polémico”. ¿Cómo creen que está funcionando
hoy esa máquina de interpretaciones, ese campo polémico? ¿Qué abordaje crítico
-desde este punto de vista- resulta preciso para tratar aquellas irrupciones de
supuesta resistencia antisistémica recientes (los Indignados, Yo soy 123,
Occupy Wall Street, etcétera…)?
AN: Para dar una respuesta exhaustiva me
parece que debemos remitirnos al momento de la crisis, que a partir de 2008 se
vuelve general, y gira por supuesto alrededor de la deuda. Se forma entonces
una convención financiera y, por lo tanto, un acuerdo alrededor de los
mercados, que impone evidentemente el pago a todos los países endeudados. Esta
imposición capitalista incide sobre las formas de producción, abriendo también
nuevas formas de explotación. Por ejemplo, es claro que en América Latina el
dinero para pagar la deuda se encuentra en el extractivismo (agrario, minero y,
sobre todo, petrolero, aunque este es el más antiguo).
Todo eso determina, además, modificaciones
en la forma del Estado. Se cierra, en cierta medida, un período en el que los
movimientos influían más visiblemente en la agenda. En los países árabes, por
citar el caso, se pone en juego una profundización de la colonialidad ya
conocida... Pero en Europa el problema es mucho más sencillo: lo que está en
juego es el Estado de Bienestar; se plantea que el Estado tiene que ser
privatizado, y detrás de esto hay una verdadera patrimonialización de dicho
Estado y de los mercados. Los gobiernos se traducen, en este sentido, en puros
trámites de los mercados... ¡Aquí los populismos y otras cosas se los dejamos a
(Ernesto) Laclau!…
Es interesante entonces la referencia a
Rancière, pues es claro que él entendió -en términos seguramente
trascendentales- el paso “de la política a la policía”. Y es el momento en que
los movimientos tratan de recuperar la política, en un proceso alrededor de los
puntos críticos y fundamentales. Primero, lo económico: recuperar la
naturaleza, la vida... Y en términos políticos, la restitución de una forma de
democracia que se desmarque de las “versiones” actuales de representación,
absolutamente corruptas por el mercado.
... Pero cuando vemos que en Egipto se
vuelve a un gobierno militar, que el movimiento madrileño es disperso, que el
mexicano poco pudo hacer frente a un monstruoso aparataje electoral, ¿cuál es
el impasse -en términos de organización interna sobre todo- que no permite que
la opción multitudinaria termine de cuajar y tenga la efectividad que debería?
AN: …¡La historia pues! La determinación en
las relaciones de fuerza... estamos en una situación maquiavélica... ¡No
entiendo tu estupor!
MH: … Mi respuesta apresurada -y quizás que
no vale nada- es que hay que fortalecer la idea de una estrategia que se va
construyendo, que está en proceso...
En ese sentido, entonces, de toda esta
constelación de movimientos recientes, ¿cuál les parece el más interesante?
AN: Es indudable que el movimiento de los
Indignados es tremendamente interesante. Los españoles están generando cosas
valiosas -que se replican o tienen eco a nivel europeo, desde luego-; pensemos
en la huelga del 4 de noviembre, y el hecho de que, como colectivo, el español
posee el reconocimiento de la población. No se trata de un movimiento entre
tantos, sino de uno que compone. Son llamativas, además, en España, las formas
no clásicas de institucionalización que asumió una colectividad que lucha por temas
tan sensibles como el de las casas, las hipotecas y los desahucios
(organizaciones barriales autónomas, marcadas por la cooperación). Se trata de
la construcción de momentos alternativos en términos políticos, allí donde el
gobierno de Rajoy golpea.
Creo también que el movimiento Occupy ha
influido visiblemente en la agenda de la elección norteamericana...
MH: …Ha propiciado sobre todo un lenguaje
acerca de la pobreza y la riqueza... Pero compartimos tu preocupación, y en
nuestro último libro, “Declaración”, tocamos el tema: ¿cómo puede suscitarse un
proceso constituyente desde dentro de los movimientos?... Claro, no dejamos de
reconocer nunca que el camino recorrido por muchos de ellos es ya, de por sí,
muy valioso, y que hay características puntuales que deben destacarse...
AN: …Pensemos, por ejemplo, en lo que pasa
aquí, en Ecuador... tengo la impresión de que este llamado al Uno, a una suerte
de discurso único o aglutinador, el énfasis sobre el Estado, el líder, esta
sensación de que los movimientos no son prácticamente nada si no se acoplan a
este Uno, todo esto funciona como una suerte de censura del discurso político
en términos de movimientos... ¡El movimiento indígena, por citar un caso, es
una cosa enorme sin necesidad de ese Uno del Poder, y esta pluralidad hay que
entenderla!... Me parece ver aquí, a veces, desde el poder, una neutralización
de los significados y los significantes.
Circunscribiendo, entonces, el análisis a
América Latina, quisiera recordar que Michael Hardt expresó alguna vez que el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional era una “gran máquina de producción
de lenguaje” (algo de eso pudo ser incluso lo que molestó a Octavio Paz, quien
se quejaba, desde una suerte de conservadurismo ilustrado, del carácter
“performativo” del movimiento). ¿Qué tipo de lenguaje les parece que está
generando ahora la llamada “izquierda latinoamericana en el poder”? ¿El
chavismo, por ejemplo, para utilizar una referencia al uso luego de un sonado
proceso electoral?
AN: El lenguaje de Chávez es el viejo
lenguaje de la izquierda latinoamericana. Creo que no se ha dado cuenta de que
es apenas uno de los protagonistas de la modificación de la situación
venezolana, y se ha quedado prisionero de su propio lenguaje. Es indudable que
el discurso generado desde el kirchnerismo (el de Néstor) o desde Bolivia, es
mucho más abierto... o el de Uruguay... por no hablar del discurso agudo,
inteligente, del partido de Lula.
Es una paradoja, entonces, que el de Chávez
se haya vuelto una suerte de discurso del transformismo, en la medida en que si
consideramos aquel panorama donde la agenda política no está ya marcada por los
movimientos sino por un eje que vertebra desde mercados hasta gobiernos, el
lenguaje de Chávez termina por hacerle el juego a esta circunstancia, pues se
trata, el suyo, de un proyecto político que surgió para afianzarse y tomar
forma abiertamente desde las bases, desde abajo, y terminó cerrado, determinado
desde arriba, desde la élite de dicho proyecto...
MH: …Se debe considerar que hace diez años
las luchas y movimientos latinoamericanos inventaban un nuevo lenguaje para la
izquierda mundial. Hablo del anti- neoliberalismo, luego, de la Marcha de Mar
del Plata. Creo que hay una diferencia entre la invención de un lenguaje de los
movimientos hace diez años y la cosificación, o mejor dicho, la “esclerosis” de
ese mismo lenguaje hoy.
En su libro “Commonwealth” la noción de lo
“Común” constituye una “crítica de fondo al concepto mismo de propiedad”;
¿podrían ampliar esta idea? ¿Dónde encuentran, de manera concreta, la
“encarnación” de esa forma de comunidad?
AN: Sabemos que ya desde viejos códigos,
tanto orientales como occidentales, la propiedad está dividida entre pública y
privada. En cada caso lo que cambia es la titularidad. En las sociedades
liberales capitalistas la propiedad pública es funcional a la privada; y en los
regímenes socialistas, pues al contrario. Lo Común entonces es un concepto
diverso... En el Derecho Romano, por ejemplo, existe como posibilidad de acceso
universal, de uso libre que se somete no a un principio de propiedad sino de
administración.
Hoy, la producción, en el régimen del
capitalismo cognitivo y de la fuerza de trabajo cognitiva, se vuelve cada vez
más común. Basta pensar en las condiciones de producción de lenguajes que son
inevitablemente comunes (pues de lo contrario no serían lenguajes). Hablo,
obviamente, de códigos y valores comunicativos. Si quieres verlo de otra
manera, hoy, por ejemplo, la propiedad privada está sujeta a una lógica de los
servicios. Si para poseer debo a su vez ser poseído por el servicio de agua, de
luz, de sanidad, el mismo concepto de posesión se va vaciando en una sociedad
donde la producción se vuelve cada vez más común...
MH: …Pero hay otras fuentes, más allá de la
ley romana. Por mencionar una: el comunismo andino de Mariátegui. Recordemos
que en “Los siete ensayos” habla del libre acceso a la tierra, de la tierra
como un espacio sujeto a la administración de la comunidad. Entonces, resulta
interesante cotejar todas las fuentes y nociones de lo Común... Pero es una
referencia que toma fuerza en relación, sobre todo, con el capital inmaterial
que vemos cada vez más a menudo circulando: códices, lenguaje, ideas...
Valores simbólicos, “afectivos”... Señor
Hardt, usted ha dicho que es necesario reincorporar el término “amor” en el
vocabulario político. Ha expresado que el amor se redujo al espectro íntimo y
cualquier mención sobre él en relación con la cosa pública parece restarle
seriedad al debate político. Mencionó, sin embargo, momentos históricos en que
el amor tuvo una connotación política: San Pablo y sus cartas, por ejemplo.
Creo que resulta inevitable la mención de otro momento: la contracultura
sesentera (XX) sobre todo norteamericana, y europea en segunda instancia.
Muchos, de todas formas, optan apenas por hablar socarronamente de Lennon
cantando “All you need is love” o ver apenas puerilidad en Mayo del 68, ¿pero
no hay cosas que sacar en limpio de la experiencia de mediados del siglo pasado
-desde la noción de comunidad, la resistencia estudiantil o incluso las
indagaciones estéticas- para efectos de la agenda antisistémica actual? ¿Se
miran a sí mismos de esa manera, históricamente, los movimientos
norteamericanos?
MH: Bueno, hay muchos ejemplos, distintos
entre ellos. Debemos recordar, por citar uno, que Martin Luther King hablaba,
ya en los primeros años de la década del sesenta, de crear una “Beloved
Comunity”. Pero creo que sería más preciso pensar hoy, de manera puntual, en la
carta del “Che” -¿del 63?- sobre el nuevo hombre en el socialismo, en la que
dice que todo revolucionario verdadero debe basarse en un sentimiento de amor,
tomando en cuenta básicamente dos vertientes: amor al pueblo -como base de
todas las acciones revolucionarias-, pero también haciendo énfasis en un amor
que fue difícil para los revolucionarios, un amor íntimo, para la familia, para
los hijos... Y creo que es importante restituir en nuestro vocabulario de lucha
reivindicativa una idea del amor como vínculo de la acción política, más allá
del sentimentalismo con el que se lo ha contaminado... que es un
sentimentalismo que no tiene el “Che”, desde luego, ni Spinoza...
AN: ... Recordemos que la última parte de
la “Ética” de Spinoza está dedicada al amor intelectual como clave que
recompone la singularidad en la multitud. Diego Tatian es un profesor cordobés
que en Argentina ha trabajado mucho, desde hace ya algún tiempo, el concepto
del amor intelectual como el coágulo pacífico en el seno de la multitud.
... Pero el “Che” también habló del odio
“como factor de lucha”. Hoy, pocas tentativas de reivindicación que han optado
por la lucha armada cuentan con legitimidad moral (pienso en las guerrillas
colombianas); sin embargo, por otro lado podemos volver a Schmitt cuando
plantea que la política implica un punto antagónico de confrontación, de
fricción, casi insalvable -cuando de una verdadera transformación se trata-.
Hace ya bastante tiempo, en entrevista con este diario, Gianni Vattimo
comentaba que los gobiernos de varios países europeos habían redireccionado su
presupuesto de “seguridad”, ya no priorizando la compra de gran armamento
militar sino herramientas policiales antidisturbios y demás, como sabiendo que
la confrontación que se venía no sería con algún país vecino sino con
colectivos ciudadanos internos… Hemos hablado del amor como término político
importante, pero ¿qué tipo de atención hay que prestarle, desde esa óptica, a
la violencia? ¿Se puede? ¿Se debe?
AN: ¡¿Por qué tenemos nosotros que dar una
respuesta a eso?! ¡Son los movimientos los que dan la respuesta!... Nosotros
somos apenas portavoces, y ni siquiera esto… ¡Si algún aspecto de los
movimientos les molesta, pues tienen que hablar con ellos!
MH: Ah… es, sin duda, un tema difícil; pero
podría decir en primera instancia, y en términos abstractos, teóricos, que no
considero el amor y el odio como opuestos, y ciertamente tampoco el amor y la
violencia… El amor está atravesado de violencias, de rupturas, y la respuesta a
esta cuestión debe surgir de la práctica... Esto quiere decir que los
movimientos tienen que repensar cuáles son las fuerzas disponibles y adecuadas
en términos de los usos de la violencia…
AN: El cuestionamiento no es sobre la
violencia, sino sobre su legitimidad. Todo el discurso ha girado siempre sobre
ese aspecto, considerando que el Estado se arroga el monopolio de la violencia.
No se trata de “calificar” la violencia a secas, sino la necesidad de ella.
Para calificarla a secas (más, menos intensa, etcétera) tienes como catálogo todo
el infierno dantesco.
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