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sábado, 8 de mayo de 2021

Nueva idea de ciudadanía social. Instituciones del común

 Ahora que los dos pilares sobre los que se construyó la ciudadanía del siglo XX, esto es la centralidad del trabajo, por un lado y el estado del bienestar, por otro, se encuentran, cuanto menos cuestionados, la necesidad de restablecer el discurso sobre la ciudadanía, -sustentado en el trabajo y su prolongación, el welfare en tiempos fordistas - parece encontrar su cauce en las luchas por los bienes comunes, es decir, en aquellas prácticas de reescritura "de abajo hacia arriba" de las relaciones entre las personas y las cosas que impugnan el modelo legal de propiedad pública y privada, y aspiran a colocar en otro plano la relación entre la comunidad y los bienes, así como entre la comunidad y las instituciones.

El objetivo es devolver un "destino socialmente orientado" a bienes que, si bien son productivos, han sido en muchos casos dejados de lado por sus propietarios.

 

Guernica, nuevas ocupaciones y la "lucha por el derecho a tener derechos"

 

En nuestro país los asentamientos producidos por ocupaciones territoriales configuran un vasto espectro desde los años 60, sea en tierras fiscales como en privadas. Se trata de un fenómeno acentuado desde 1983, acicateado, de manera concurrente, por varios factores: el impulso, a partir de los 70’s, de  sectores eclesiásticos radicalizados,  la obturación por la dictadura del histórico sistema de loteos, el desalojo de varias villas capitalinas sin proyecto alternativo de reemplazo y, finalmente la descomposición de la sociedad industrial construida desde los años 30. En este contexto, muchas ocupaciones[1] nacen para defender los derechos sociales o, para usar la jerga de los "movimientos", para producir welfare, bienestar desde abajo. Y en esta dinámica, ganan legitimidad tras la consigna de el derecho a tener derechos. Se trata de nuevas ocupaciones que  son potencialmente capaces de reactivar circuitos de producción de bienestar social, mediante actividades abiertas al nuevo barrio, recreando lazos de solidaridad horizontal y generando nuevas formas de riqueza, que quizas no sean percibidas e incorporadas en la medición del PIB, pero influyen sobre la calidad de vida de los residentes. No son sólo resultado de prácticas de ruptura con una legalidad percibida como extraña y hostil, sino que tienen como objetivo transformar, en vectores de cooperación social, a bienes materiales de valor, a recursos tangibles como la tierra. Debemos reconocer el peligro siempre presente de las distorsiones de estas prácticas, tras maniobras especulativas de estos bienes, así como desviaciones reales de dichas ocupaciones tras inversiones inmobiliarias del crimen organizado, vinculadas a operaciones de lavado de dinero - que salpican la historia de las tierras ocupadas-, a menudo en nombre de una asociación público-privada que sacrifica la utilidad social a nichos comerciales más o menos legales. Este fenómeno también cambia la percepción de la relación con el territorio y con las instituciones.

Estamos, de hecho, frente a una dimensión donde los impulsos anti-propiedad son patentes, ante un conflicto de dimensiones claramente visible, porque el objetivo es el retorno al uso común de lo que fuera capturado por dispositivos público-privados, como de membresía exclusiva. Vale la pena recordar que los movimientos ecologistas y eco-feministas han otorgado a lo común(commons) un nuevo sentido político.[2] Donde el cuerpo feminizado es un espacio en disputa. Algunas ecofeministas abordan el cuerpo como metáfora del territorio: éste, al igual que la tierra, es un espacio sembrado y explotado, un espacio habitado, un bien propio a defender desde el feminismo. Otras visiones nos aproximan al cuerpo no como una metáfora del territorio, sino como una extensión del mismo. La desmitificación eco feminista del hombre independiente y autónomo, centro de todo, proyecta a los seres humanos como vulnerables e interdependientes, y, simultáneamente, como espacio social que enfrenta y disputa el poder de quienes detentan la propiedad. 

Ya Silvia Federici[3] al analizar, en los inicios del capitalismo, la persecución a las brujas, en tanto mujeres autogobernadas que disponían de fuertes controles sobre la reproducción, estableció un intenso paralelismo entre estas cacerías y la necesidad de los cercamientos (enclosures) de las tierras comunales, practicados en tiempos coincidentes con el surgimiento del capitalismo (cuerpo-territorio). Tierras comunales que eran el sostén de economías de subsistencia y de la vida, donde las mujeres desplegaban su autonomía e intervenían en el acceso a la tierra y los conocimientos compartidos. Esta expropiación-desposesión de las tierras y bienes comunes de los campesinos, que Marx denominara acumulación originaria del capital, constituye el primer proceso de privatización de los medios de producción llevado a cabo por las lógicas del capital. No es de sorprender que la persecución a las brujas tuviera lugar al mismo tiempo que la expropiación de las tierras comunales. D. Harvey, al igual que otros numerosos académicos, sustenta la existencia de un proceso continuo de acumulación originaria, hoy, en los pliegues de lo que ha denominado acumulación por desposesión[4]. Se trata de la privatización de lo público o comunitario. Procesos que no son privativo de las regiones periféricas del capitalismo y territorios rurales pre capitalistas, sino que incorporan todos aquellos espacios urbanos, aún de las grandes metrópolis, capaces de generar ganancias al capital (renta urbana). 

En contraste con la producción industrial, el ciclo de producción biopolítica es cada vez más autónomo del capital, ya que sus esquemas de cooperación son generados en el proceso productivo mismo y cualquier imposición de comando plantea un obstáculo a la productividad. Mientras la fábrica industrial genera beneficios, en la medida que su productividad depende del esquema de cooperación y el comando capitalista, la metrópoli primariamente genera renta, único medio por el cual el capital puede capturar la riqueza creada autónomamente. A medida que la hegemonía de la producción biopolítica se consolida, el espacio de la producción económica y el espacio de la ciudad tienden a solaparse. Se trata de una producción generada de manera colectiva, donde los  cuerpos lo conforman los trabajadores y trabajadoras explotados por el capital, aunque también los cuerpos situados en los márgenes. 

La precariedad que caracteriza a la producción biopolítica provoca la exclusión social de los trabajadores, mientras permanecen en las estructuras y procesos de producción social. El habitante del conurbano de los barrios pobres, de los asentamientos urbanos, de los barrios populares, así como el de las favelas cariocas o el de las ciudades ocultas chilenas constituyen figuras emblemáticas de este sujeto precario que habita en las periferias pobres de las grandes metrópolis. Se trata de una precariedad que, ante la constante ruptura de las fronteras, conspira contra la posibilidad de construcción política de una vanguardia revolucionaria de masas como fuera la de los tiempos fordistas. En estos días los modos de resistencia y antagonismo proyectan la horizontalidad y la autonomía como perspectivas más viables. 

La metrópoli es hoy en día el lugar de la producción biopolítica, el espacio de lo común, donde la gente vive, comparte recursos, intercambia bienes e ideas. Lo común, base para la producción biopolítica, no se circunscribe tanto a lo “común natural”: la tierra, minerales, agua, y aire, sino a lo “común artificial”:  lenguajes, imágenes, conocimientos, afectos, códigos, hábitos y prácticas. Este común artificial funciona a través del territorio metropolitano y constituye la metrópoli. La metrópoli, entonces, está inserta y es integral al ciclo de producción biopolítica: es no sólo la base de la producción, sino que los resultados de la producción son, a su vez, nuevamente inscritos en la metrópoli, reconstituyendo y transformándola.  

Los bienes públicos están en peligro de extinción. Hoy el poder urbano se reproduce en la propiedad privada y la propiedad pública, atravesada esta última por recortes-amputaciones y privatizaciones. Lo que se presenta como público y de todos es, en verdad, un espejismo difuso, una moneda de trueque entre el mercado y el poder que pretende hacer negocio con nuestras ciudades. El derecho a la ciudad se planta como el reclamo sobre el común de la ciudad, en tanto espacio con distintas realidades, producido y reproducido por el conjunto de vecinos, sobre el que se exige participar y decidir sobre su entorno. Necesidad de construir escenarios urbanos comunes que pongan la vida en el centro.

El bien común urbano se presenta entonces, como un espacio de resistencia desde los márgenes. Un recurso urbano autoconstruido, autogobernado y autogestionado desde el común. Actúa como punto de fuga a las lógicas del capital, planteando alternativas que repiensen la ciudad y construyan otras maneras de habitarla desde los cuerpos desposeídos.

Las ocupaciones de tierra significan, por un lado, un profundo cuestionamiento al carácter absoluto del derecho de propiedad y, por otro lado, un intervencionismo sin precedentes de los movimientos, en un terreno hibridado con el reformismo, ya que las movilizaciones que condujeron a las ocupaciones son portadoras también de la necesidad de traducirse en una actividad legislativa real, destinada a redactar proyectos de ley sobre cuestiones como bienes comunes, derecho a la vivienda, incluso a la entrega de títulos de propiedad sobre los nuevos terrenos. 

Lo común debe ser entendido no sólo como un conjunto específico de bienes materiales, sino como el resultado de una producción-reproducción intencional y colectiva de bienes, incluso de deseos. Se trata de una relación social, que permite percibir-entender los particulares vínculos que se establecen en la diaria entre las personas, así como entre las personas y las cosas que ellas mismas producen; que ilumina, incluso, las luchas desde lugares frecuentemente sombríos. Tras esta idea es posible identificar los movimientos socio-ambientales, el entramado de las diversas luchas por el derecho a la vivienda, así como las luchas cotidianas protagonizadas mayoritariamente por mujeres. Estas transformaciones, muchas veces heterogéneas y multiformes, que emergen de la producción del común, tallan una impronta particular sobre la reproducción de la vida social, ampliando la propia resistencia al capital y sus diversas maneras de dominación, mientras cuestionan y debilitan su capacidad de reproducción. 

En su último libro, Judith Butler[5] al explorar las formas de resistencia de los inmigrantes que nacen íntimamente ligadas al miedo, redefine la parresia[6] fuera del marco del individualismo. 

Butler se pregunta sobre la relación que existe entre el concepto de Foucault del discurso valiente con la tentativa contemporánea de comprender las asambleas políticas. Butler asimila el discurso valiente de Foucault al tratamiento que éste le da a la parresia, y las asambleas, a aquellas formas espontáneas e informales de reunión con potencial democrático. [7]  ¿Es posible, se pregunta Butler, “entenderse también [ese discurso valiente] como una expresión colectiva”?[8] Ya Foucault[9], en numerosas ocasiones, había abordado la parresia como la intención, del sujeto que habla, por decir la verdad; con compromiso y franqueza, más allá de los riesgos que esta actitud supone, rescatando igualmente la situación de inferioridad que coloca al sujeto, respecto a aquel a quien la verdad afecta. En efecto, en sus lecciones en Berkeley en 1983 nos dice que “alguien que hace uso de la parresia y que merece ser considerado un parresiasta si y solo si, al decir la verdad, existe para él un riesgo, un peligro.[10] Esta actitud se enlaza con los comentarios de Foucault sobre la crítica como un ejercicio de virtud, donde la virtud que tiene en mente es la valentía. Debiendo existir una correspondencia entre la creencia de lo que se dice y la verdad de lo que se dice.  En otras palabras, quien habla cree sinceramente en lo que dice. Lo relevante en la parresia no es la verdad del discurso, sino el compromiso del sujeto con esta verdad, es decir, su sinceridad y lealtad y donde el parresiasta está dispuesto a pagar un costo, incluso con su vida. Efectivamente, para Foucault, quien habla asume un riesgo, en este caso frente al soberano, por el mero acto de hablar. Pero la parresia va más allá del acto de hablar exponiendo a quien habla ante un riesgo político. En este marco, Butler se pregunta si el discurso valiente forma parte de los movimientos de resistencia de hoy en día. Y aquí es donde Butler extiende a los movimientos el acto individual calificado de parresiático por Foucault. 

¿Cuál es el lugar y sentido de la valentía en el discurso? O, más aún, si la valentía es el acto de sobreponerse al miedo, ¿qué es lo que se teme? Pregunta que nos conduce al poder, ¿qué nos ocurrirá si hablamos? “Cuando nos pronunciamos contra una forma de poder, digamos el poder del estado, podemos conocer de sobra las consecuencias legales que tal vez le sigan y hablar, aún así, con ese miedo”[11] El miedo, en el discurso, no excluye a la valentía; no hay contradicción, sino ambivalencia. ¿Cuál es la institución que atiza ese miedo?: la ley o sistema legal que posterga o rehúsa procesar las demandas. Butler concluirá planteando que no necesariamente la expresión política se apoya, en sentido estricto, en el discurso, sino que las específicas modalidades de la expresión política pueden adoptar forma de movimiento y gesto poniendo en primer plano al cuerpo como escenario de contienda política.[12]

Butler redefinirá la parresia fuera del marco del individualismo, al discutir en la práctica política de los inmigrantes, su parresiacomo la ocasión para la solidaridad y para la resistencia. Sentimientos que nacen íntimamente ligados al miedo que convive con la valentía.  

La reflexión de Butler nos parece apropiada para abordar las últimas tomas de tierra, donde las poblaciones, ahora ya no de refugiados, sino en éxodo, padecen una injusticia sistemática. Miles de pobladores son privados de derechos, mientras están sujetos constantemente a la persecución e invisibilización. Viven al margen de la ley y el derecho, en tierra de nadie, donde toda normativa legal queda sometida, una y otra vez, a la dependencia y peso de la “seguridad” (se relaciona  al más vulnerable con la delincuencia, la vagancia) y el santo derecho de propiedad. Son los okupas del nuevo siglo, quienes alzan su voz, tras múltiples formas de resistencia junto a sus pares, reivindicando sus derechos, a menudo en colaboración solidaria con diferentes grupos de activistas. Precisamente, “el derecho a tener derechos” -en expresión de Arendt- no depende de ninguna declaración individual, sino que cobra el sentido de resistencia en estas formas okupas. Entonces, afirma Butler, se articula un discurso plural, por parte de los que exodan y de los que trabajan en solidaridad con ellos, que reclama leyes nuevas que desafíen las violentas y degradantes formas del poder legal, una violencia legal que los arroja a una intemperie indefinida. Así, Butler ilustra una valentía -alejada de toda ética de la virtud- que nace de la solidaridad, aquella que alumbra del actuar de común acuerdo. Una valentía que es antecedente y efecto de las relaciones de solidaridad. 

Sobre quienes ponen el cuerpo y alzan su voz para “tener derechos” pende la proyección descalificadora de “amenaza a la seguridad” y a la sociedad.  Por ello, actúan con cierto temor. Alzando su voz contra la injusticia, saben que, por haber participado en la conversación pública, es posible que reciban una injusticia aún mayor. Es por eso que el discurso, en tales circunstancias, será siempre temeroso. No se trata de hablar sin miedo, sino, de mostrar valentía política. Valentía y temor muestran la ambivalencia de este comportamiento social. Levantar la voz asumiendo el riesgo, antes que ser cómplices del silencio. Resistencia, en definitiva. Y en ese acto el poder asociado a la resistencia se coloca, en abierto desafío y por fuera del marco del poder estatal, manifestándose como un opuesto de manera autónoma. La nuta vida actúa ahora, no ya en el sentido agambiano, sino como forma de actividad política, modo de resistencia política. Se trata de una resistencia que se muestra fuera del estado, aunque sujeta a los poderes de seguridad y policía. 

En ese marco, lo que se observa es la disparidad de demandas, entre lo que se ha dado en llamar el movimiento obrero organizado, -es decir aquel obrero sindicalizado, asociado al trabajo formal y dependiente-, de aquellas sostenidas por los campamentos de refugiados sociales montados en las periferias urbanas que, en nombre de los excluidos, demandan compensaciones y derechos que los coloquen en un pie de igualdad con la situación más privilegiada en que se hallan los trabajadores formales. Se trata de un programa de acción, novedoso y contradictorio para el nacionalismo popular, que disputa con los sindicatos, no solo la movilización y protagonismo social, sino que quiebra la antigua asociación entre protección social y trabajo sindicalizado.  Comporta toda una novedad, porque manifiesta la ruptura de la tradicional asociación entre la protección social y el trabajo en relación de dependencia, reclamo por una nueva ciudadanía social y clara manifestación de la quiebra de la sociedad salarial en nuestro país. 

 

Instituciones del comun  

 

El doble juego de pinzas generado, por un lado, por las transformaciones producidas en el proceso de producción que involucran procesos de creación de nuevas subjetividades y, por otra parte, las transformaciones operadas en el estado, crean condiciones para la creación de nuevas instituciones, aunque ya no aquellas clásicas ligadas al estado, lo público o lo privado, sino en todo caso instituciones del común. En efecto, el estado de nuestros días no solo presenta desarticulación y fragmentación, sino que muchas áreas estatales están directamente comprometidas con la lógica del capital, penetradas por criterios empresariales. Basta recordar la lentitud, dilación y hechos de corrupción producidos en las primeras compras que realizara Desarrollo Social, al estallar la pandemia, y la disparidad de criterios oficiales adoptados desde el estado con relación a las tomas de tierra en Guernica y otros lugares. Por otro lado, la producción de nuevas subjetividades, al estimular el ascenso de diferentes y variados conflictos, materializan la necesidad de creación de nuevas instituciones basadas en prácticas políticas radicales, como expresión de las nuevas demandas de igualdad, libertad y democracia, capaces de expresar y consolidar un moderno "contrapoder". De ahí que la construcción de nuevas instituciones por aquellos que las producen y utilizan, a partir de determinadas prácticas políticas y experiencias de un accionar en común, se convierte en una cuestión teórica y política de primer orden, similar a lo que se conoce con el conocido concepto de contra poder. Queremos significar que su constitución y crecimiento pueden cotejarse, solamente eso, simbólicamente, con lo que en su momento se designaran como organismos de doble poder. Se sigue que la propia definición de institución necesita de una reformulación y mayor investigación. En ese camino, reconceptualizar la institución tras una perspectiva materialista, significa referirla a un universo donde "las personas, las cosas y las acciones del mundo no son el resultado de una predestinación sino de un punto de llegada perseguido".[13]

Igualmente, en el plano político, abordar los bienes comunes más allá de lo público y privado, significa pensar y aspirar a la creación de formas e instituciones de democracia participativa que va más allá de las políticas de privatización actuales, sin que ello signifique el retorno a la gestión tradicional de los recursos públicos desde el estado de manera vertical y paternalista. Significa también dejar atrás y superar aquella idea de la soberanía estatal como filtro necesario para la gestión y disfrute de los recursos por parte de la comunidad. En este sentido resulta de importancia confirmar, a pesar de la globalización, una política que busque revalidar el derecho a los bienes comunes. Esto es, aquellos bienes funcionales a la realización de los derechos fundamentales de todos y cada uno. Poner el énfasis sobre el común no significa el retorno de lo público frente a los quebrantos producidos por lo privado, sino, más bien, la existencia de una tensión alternativa en términos sociales, económicos e institucionales que vaya más allá de la contraposición público-privado. En términos políticos esta tensión, así como la aspiración a reapropiarse de lo común inherente a ella, encuentra una primera expresión en la exigencia de asegurar la participación de la comunidad en la gestión de los recursos materiales, como en el placer del conocimiento, lo que significa también recuperar lazos de solidaridad social actualmente debilitados y establecer otros nuevos. Moverse en una dirección exactamente opuesta a la seguida por el capitalismo globalizado. Todo ello, sustentado en la idea fuerte que los bienes comunes pertenecen originalmente a la comunidad, preservados y custodiados, muchas veces, por las comunidades de generación en generación, ya que son producto de una creación inevitablemente colectiva, reproducidos constantemente en el marco de una cooperación social que no quiere concesiones del poder público, sino que exige reconocimiento. Aspecto que no significa reconducir el discurso sobre los bienes comunes al mito del origen ni menos aún a una demonización de la modernidad.[14]

Quizas una de las formas para poder identificar donde están las instituciones -que asumen una lógica de cambio y se convierten en formas otras de gobierno, el autogobierno-, sea seguir el rastro de las diversas combinaciones producidas entre las relaciones de poder y las de resistencia, entre los dispositivos de sometimiento y las prácticas de subjetivación. En fin, entre los mecanismos que apuestan a las continuidades institucionales y aquellas experimentaciones que se plantean formas alternativas de poder. En ese camino bien podemos decir que las instituciones del común son aquellas que se sustentan en la cooperación social, el accionar en común y las prácticas auto-organizadas, sostenidas por subjetividades políticas múltiples, plurales y excedentarias, que convierte estas instituciones en instrumentos y espacios para re-imaginar un presente cargado de futuro. Como áreas de reapropiación de formas de vida expropiadas, expresión de un autogobierno colectivo y de formas de contrapoder, las instituciones del común - expansivas y productivas –, presionan por una repolitización para modificar las relaciones de poder existentes. Se trata de una proliferación institucional cuya dinámica constituyente incorpora variados ejemplos del pasado, la reapropiación democrática de algunas instituciones existentes, como las del estado bienestar, para un uso común que anexa la transformación de las propias herramientas de participación. 

En ese contexto, es el poder el que se ve reformulado, si recordamos su naturaleza ambivalente, esto es, aquella que existe entre quienes mandan y quienes resisten. Reformulación que no solo alcanza a su aspecto relacional, sino espacial e incluso transnacional. Incorpora la construcción de otro poder político como expresión de un autogobierno de los subordinados, de lo sujetos antagónicos. Sabemos que el objetivo esencial de las políticas de austeridad neoliberales ha sido desmantelar y privatizar las instituciones de bienestar volcándolas a los circuitos financieros y de valorización, manifestación de un conflicto de intereses de clase y de luchas intersectoriales. Por ello, de la misma forma que el capital persigue su propio desarrollo es posible hablar de una resistencia que va más allá, lindante al terreno de una ruptura, como alternativa hacia una verdadera transformación. Avanzar en una reflexión sobre las instituciones del común significa promover las bases de la definición de los rasgos fundamentales de un poder otro, no sólo independiente de aquel poder al que se enfrenta, sino como un espacio cualitativamente diferente. En este aspecto, la reflexión de los movimientos feministas frente al poder resulta particularmente paradigmática. Ya Hardt y Negri nos lo han recordado recientemente: “esas multitudes puedan componer sus fuerzas en contrapoderes efectivos y trazar el camino hacia una alternativa forma de organización social. Los movimientos sociales y políticos de hoy, en muchos aspectos, ya apuntan en esta dirección.”[15]

La historia de nuestra Latinoamérica abunda en ejemplos de formas de resistencia al poder de turno asentadas en la construcción de contrapoderes: desde las comunidades de esclavos en Brasil, Colombia, Perú organizadas tras instituciones independientes que amenazaban la continuidad del régimen esclavista, a la más variada resistencia indígena a la colonización española como fueron las insurrecciones de Tupac Amaru (Perú) o de Tupaj Katari (Bolivia), en el siglo XVIII, asentadas en poderosas organizaciones e instituciones del común[16] ¿Qué otra cosa, sino un poder colectivo, representa en nuestros días la miríada de movimientos que, al expresarse en los más diversos espacios sociales, desafían al poder constituido que cuestiona la legitimidad de su presencia? Movimientos que, disputando el derecho a la ciudad condicionan en su accionar el propio órgano administrativo gubernamental, mediados por procesos de auto-organización que bregan por instancias de autonomía real. Basta recordar la Guerra del agua y del gas, así como la defensa del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure) en Bolivia y las múltiples asambleas ciudadanas en nuestro país contra las explotaciones mineras en sus diversas variantes, conflictos surgidos todos ellos, al calor de la defensa y por la apropiación de los bienes comunes naturales. 

En el caso del zapatismo, desde comienzos de 1994, se fue prefigurando una construcción política y reconfiguración de las mentalidades existente en las comunidades, tras la consigna de la lucha por un “mundo donde quepan muchos mundos” que requirió imaginar otra vida digna posible, concretada en acciones diversas, desde los caracoles hasta las escuelas propias y municipios autónomos. Será en las escuelas zapatistas donde se sembró, en oposición a la individualización de la modernidad capitalista, la importancia de la relación de lo personal con la comunidad. Ecuador marcó un acontecimiento de visibilidad internacional cuando, conducido por la CONAIE, se produjeron levantamientos nacionales por el reconocimiento de los territorios de comunidades indígenas. Donde el territorio simboliza el control político de un colectivo indígena, el espacio geográfico de tierras a restituir, el hábitat, la biodiversidad y el conocimiento indígena sobre la naturaleza, así como la espacialidad socialmente construida.[17]  

De cualquier manera, debemos aclarar que toda eventual preeminencia de la lógica del común no significa, de hecho, la desaparición de las instituciones del estado del bienestar y sus garantías sino, en todo caso, la transformación de su modo de gestión mediante el desarrollo de mecanismos de democracia directa y coproducción que permitan la transición desde un modelo estatalista hacia un modelo de interés común. Nos encontramos ante el establecimiento de una nueva jerarquía entre lo común, lo privado y lo público. Este proceso no invalida la posibilidad de que las nuevas instituciones estén exentas de cualquier mecanismo de corrupción que las vuelque en interés del capital.[18]

 ¿Acaso no resulta estéril, frente a la declinación del estado de bienestar, continuar demandando la obligación de una prestación pública ante cualquier derecho social del ciudadano, y, por el contrario, más apropiado y adecuado, concebir los servicios públicos como producto de la cooperación social y, por lo tanto, pensar a los usuarios de los servicios como cogestores de los mismos servicios, en tanto "productores del común”? Hoy, por ejemplo, la practica social del cuidado, en especial de la salud pública que se ha expresado frente a la pandemia, ha dejado atrás toda prerrogativa neoliberal que la asigna al mercado y descansado sobre la cooperación y el trabajo en común de médicos, enfermeros, camilleros, terapistas, técnicos especialszados en la medicina, el propio personal de limpieza de los hospitales y centros de salud. ¿Acaso esta práctica desarrollada forjando un vínculo muy fuerte y particular entre sus miembros, no genera un común? De igual manera que aquella participación-cooperación social de la producción/reproducción y apropiación/reapropiación de la riqueza social producida, se realza hoy como disyuntiva frente al orden neoliberal. Necesitamos alternativizar con aquella idea generalizada, conciencia común, de que los servicios públicos siempre necesitan del estado. Desde sus estratos superiores, hasta aquello que muchas veces se suele denominar el estado desde abajo, como sinónimo de esa fantasía social que remata en el estado somos todos. Para ello se requiere que el común se organice, se exprese y oponga sabiamente, a las prácticas de gobierno. Los servicios públicos pueden así convertirse en espacios de disputa, un lugar de confrontación entre el estado y lo común

            

 

                  César Altamira                                                           Bs. As., octubre 2020.

 



[1] Las primeras tomas de tierras contemporáneas en nuestro país se produjeron en la Provincia de Buenos Aires, Quilmes y Almirante Brown, entre setiembre y noviembre de 1981, dando origen a la formación de seis barrios: La Paz, Santa Rosa de Lima, Santa Lucía, El Tala, San Martín y Monte de los Curas. En 1990, menos de una década después, había en todo el conurbano 109 asentamientos, habitados por unas 173.000 personas, de los cuales el 71% estaban en el conurbano Sur. En 1986, se produce en La Matanza una toma que dio lugar al barrio El Tambo, que, junto con los barrios Jose Luis Cabezas y 8 de Mayo (1998), dieron nacimiento a la organización Federación de Tierra y Vivienda (1999), -FTV-, de activa paricipación como organización piquetera durante el 2001. En estas dos grandes “tomas” de tierra tuvo destacada participación las Comunidades Eclesiásticas de Base (CEB). En 2010 se produce la toma del Indoamericano en Villa Soldati, Capital Federal.

[2] Para una perspectiva eco-feminista y la importancia de lo común en la economía de la vida de las mujeres ver M. Mies, V. Shiva Ecofeminism, Londres, Zed Books, 1993, (edición 2014). 

[3] S. Federici, Caliban y la bruja, Madrid, Traficantes de sueños, 2004. 

[4] D. Harvey, El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión, Socialist Register 2004, Bs. As. Clacso, 2005. 

[5] J. Butler, Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy, Madrid, Taurus, 2020. Ver en especial “Discurso valiente y resistencia”, Conferencia impartida en Hebbel am Ufer (Berlin) el 29 de abril de 2018. (ebook). 

[6] Se trata de un término griego que alude al hecho decirlo todo. Puede traducirse como hablar francocoraje de la verdad

[7] J. Butler, Discurso valiente y resistencia, op. cit. 

[8] J. Butler, Discurso valiente y resistencia, op. cit. 

[9] M. Foucault, El gobierno de sí y de los otros, Bs. As., FCE, 2009; El coraje de la verdad, Bs. As., FCE, 2010; Discurso y verdad, Bs. As. Siglo XXI, 2017.

[10] M. Foucault, Discurso y verdad, op. cit. Conferencia del 24 de octubre de 1983, pág. 82.

[11] J. Butler op. Cit. 

[12] Idem. 

[13] P. Napoli, Ritorno a instituere: per una concezione materialistica dell’istituzione, en F. Brancaccio, C.

Giorgi (comp.), Ai confini del diritto. Potere, istituzioni e soggettività, Roma, DeriveApprodi, 2018, p. 78.

[14] Para una taxonomía de los bienes comunes ver M. R. Marella, Introduzione en M.R. Marella, Oltre il pubblico e il privato (comp.) Verona, Ombre Corte, 2012, Introduzione, pags. 17-19. Se trata, para Marella,  de bienes materiales (agua medio ambiente), bienes intangibles (conocimiento), espacio urbano, instituciones de bien común como la salud, educación. 

[15] M. Hardt, T. Negri, Empire twenty years on, New Left Review, 120, Nov-diciembre, 2019, pág. 68 (sn).

[16] Como el sistema comunitarista de ayllus katarista en Bolivia. 

[17] V. M.Toledo, Utopía y naturaleza. El nuevo movimiento ecológico de los campesinos e indígenas de América Latina, Nueva Sociedad Nro 122,1992.

[18] M. Hardt, T. Negri, Commonwealth, Harvard University Press, Cambridge Massachusetts, 2009, pág. 159.

Latinoamérica, el Estado ante el COVID: Poulantzas, G. Linera, Zavaleta M. y la autonomía de lo político

 A- La autonomía de lo político en el obrerismo italiano.

 

La temática de la "autonomía de lo político" detonó en Italia, en el obrerismo italiano, durante los años setenta, como parte de un intenso debate registrado en su interior, que culminará con el fin de la revista Classe Operaia en 1967 y la partida de quien fuera uno de sus principales  teóricos hasta ese momento, Mario Tronti. En efecto, una de los grandes aportes de Mario Tronti, en la década de 1960 a la escuela italiana, fue demostrar la prioridad de las luchas obreras con respecto al desarrollo capitalista. “También nosotros hemos visto, primero, el desarrollo capitalista y después las luchas obreras. Es preciso transformar radicalmente el problema, cambiar el signo, recomenzar desde el principio: y el principio es la lucha de la clase obrera. Desde la perspectiva del capital socialmente desarrollado, el desarrollo capitalista se halla subordinado a las luchas obreras, viene tras ellas y a ellas debe hacer que correspondel mecanismo político de la propia producción".[1] En este célebre pasaje de Lenin en Inglaterra, publicado como editorial de M.Tronti, en el primer número de Classe Operaia (enero de 1964), está contenido el sentido y la novedad del obrerismo italiano de los años sesenta. Obrerismo que, para Tronti, comienza con el nacimiento de Quaderni Rossi y finaliza con la muerte de Classe Operaia.

Los Quaderni Rossi, fundados en 1961 por Raniero Panzieri, abordaron el análisis del desarrollo capitalista en la postguerra, identificando la "composición de clase" del ­capitalismo italiano en el obrero-masa, protagonista de la revuelta de Plaza Sta­­t­u­to. Mientras, se desarrolla, de la mano de Romano Alquati, la investigación, tras la encuesta de fábrica, en el corazón del proceso productivo, como conocimiento trans­formador. Al tiempo que R. Panzieri instala la idea que la cla­se obrera no se manifiesta partidaria del progreso, sino por la ruptura y la “construcción de una racionalidad radicalmente nueva y opuesta a la racionalidad capitalista”.

En 1964, con Classe Operaia, se consuma la revolución copernicana: en el principio es la lucha de la clase obrera. En otras palabras, sólo la lu­cha incesante entre obreros y capital explica los movimientos del capital. Por tanto, la clase obrera es el motor de su desarrollo, es la condición del capital. La clase obrera es el secreto del capitalismo. El sujeto es la cla­se obrera y no el pueblo; el lugar es la fábrica y no la sociedad civil. El rechazo del trabajo[2] acabará con la retórica del trabajo al tiempo que la ruptura con el togliattismo (PCI) es radical. Simultáneamente, se produce una ruptura con el tercermundis­mo, porque la cadena del capital no se romperá allí donde es más débil, sino donde la clase obrera es más fuerte. Allí donde más potente es el dominio del capital, allí se insinúa más profun­da­mente la amenaza obrera. Igualmente se alcanza otro viraje con respecto a la visión de la III Internacional: la clase obrera contiene en sí los elementos de la estrategia en la materialidad autónoma de su composición, mientras el partido tiene el rol táctico, la me­diación política. Tras esta lectura, la lucha por el salario se vuelve inmediatamente política: el salario será visto como un instrumento político de ataque y de redistribución radical de la riqueza so­cial.  

Según Tronti, la dinámica del antagonismo obrero masa-capital sigue aquel camino, donde los trabajadores demuestran su autonomía y antagonismo con los propietarios capitalistas en la revuelta, pero, cuando la huelga llega a su fin, los dos se fusionan de nuevo en uno. En este sentido, la dialéctica de Tronti es un movimiento de dos partes: las luchas de los trabajadores obligan al capital a reestructurarse; la reestructuración capitalista destruye las viejas condiciones para la organización de los trabajadores y plantea nuevas; las nuevas revueltas de trabajadores obligan al capital a reestructurarse nuevamente. Sin embargo, esta dialéctica de dos partes, mientras no se transforme en actividad revolucionaria, nunca rompe la relación interna con el capital. Se trata de una lectura dialéctica bañada en un total hegelianismo. Frente a esta lectura el obrerismo por llegar, aquel anclado ahora en el obrero social, se inclinará hacia un marxismo de la diferencia y antidialéctico, que desenmascara el universalismo bur­gués mientras se manifiesta aliado del pensamiento feminista en su revuelta contra el dominio patriarcal. Es­ci­sión y parcialidad, donde no hay Aufhebung alguna. Todo lo contrario, como destacara Carla Lonzi, en Escupamos sobre Hegel.[3]

Será el avance del capital en los 70’s sobre la figura obrera, lo que llevará a Tronti al descubrimiento teórico de la autonomía de lo político“Este  se produce dentro de la experiencia práctica del operaismo. Su desarrollo histórico e histórico-conceptual tendrá lugar sólo después, y con él, la conciencia de haber fracasado en el intento de alcanzar la síntesis del «dentro y contra». A veces pienso que en el fondo sólo logramos anticipar, en un intento subjetivo y colectivo modesto, una derrota más general que se iba a producir en el campo de las relaciones sociales y de las relaciones internacionales”.[4] Y más adelante afirma: “Las luchas obreras determinan el desarrollo capitalista. Pero si sobre esta determinación estructural no se abre subjetivamente un proceso revolucionario guiado y organizado que invierta precisamente la relación de fuerzas, el desarrollo capitalista utilizará esas mismas luchas obreras para sus propios fines”.[5]

Es indudable que a la sombra de la ofensiva del capital, -que para Tronti significó la derrota del obrerismo en su figura del obrero masa fabril-, el camino a tomar era otro. El pasaje al postfordismo significará el crepúsculo de la política, el declive definitivo de la clase obrera, donde 1968 representa la aceleración de la reestructuración capitalista. En los mismos años, Negri teorizaba sobre la figura del obrero social, nueva subjetividad antagónica fuera de la fábrica, que encerraba una, también, nueva potencialidad política. En la visión de Tronti, de hecho, la sociedad es la dimensión de la ideología burguesa, que neutraliza el conflicto y antagonismo. De ahí que para Tronti la política solo era posible en la fábrica, lugar donde se materializaba la concepción schmittiana amigo-enemigo. Más allá de reconocer la disolución de la fábrica en la sociedad, al reconocer la sociedad como un no lugar, para la clase obrera salir de la aporía a la que la obligó la relación económica fabril, - estar dentro y contra el capital-, es hacerse, apropiarse del estado. He aquí el giro trontiano de los 70’s de la autonomía de lo políticoEl objetivo es recrear un dualismo de poder efectivo; sin embargo, a gran escala, ya no en la fábrica, es decir, ya no en la relación de producción, ni menos aún en la sociedad, sino incluso entre sociedad y Estado. Para concluir, la autonomía de lo político es incluso una utopía, una vez tomada como un proyecto político directamente capitalista; es incluso la última de las ideologías burguesas; se vuelve factible, quizás, sólo como un reclamo de los obreros. El estado moderno no es, en este punto, otra cosa que la forma moderna de organización autónoma de la clase trabajadora.[6] La clase debe convertirse en un estado. Esta es la autonomía de lo político tal como como aparece nuevamente en El tiempo de la política (1980).[7]  El dentro/contra se transforma igualmente en dentro del Partido. Es su regreso, sin gloria, al PCI para imponer la hegemonía en el desarrollo capitalista.

 

No podría haber mayor distancia con la que Negri escribió en esos mismos años. Así, los conceptos de política que se derivan de ella son exactamente los opuestos; si bien para ambos el estado es el lugar del poder, para Tronti la política es esencialmente una batalla por el poder que se desarrolla a nivel de lo político, del estado. Para Negri, por el contrario, la política es la potencia inmanente a la dimensión social, que se opone al poder del Estado, cuya función capitalista - y por tanto partidista - es ahora plenamente manifiesta. Negri afirma entonces la autonomía obrera del Estado en tanto "empresa capitalista", forma de dominio y control del capital sobre la sociedad, sociedad que, por el contrario, se convierte progresivamente en el terreno de germinación de los nuevos antagonismos. En Proletarians and the state escribirá:  

“En este punto, toda operación transformista, cualquiera que sea, en el nivel de la "autonomía de lo político", choca con la irrealidad de esta categoría, su mera adaptación a la ideología y práctica mistificadoras del capital. Hoy en día, la utilización de las instituciones estatales por parte de los trabajadores es inconcebible: la tendencia hacia el poder dual solo puede resultar en una dictadura de clases”.[8]

Siguiendo a Negri, Obreros y capital puede leerse como un intento de perseguir la "historia interna de la clase obrera”, la historia de su progresiva subjetivación. La intuición trontiana indicaba el punto en que la subjetivación de la fuerza de trabajo había madurado hasta el punto que "la misma fuerza productiva se puede contar dos veces: una vez como fuerza que produce capital, otra como fuerza que rechaza producirlo; una vez dentro del capital, otra contra el capital. Cuando ambas son subjetivamente unificadas por la clase obrera se abre la vía de para la disolución del sistema capitalista, comienza el proceso práctico de la revolución”.[9]

Pero el paso de la economía industrial a la biopolítica modificará esta situación. Ante el debilitamiento del comando capitalista al interior fabril, el contraataque del capital desestructura y desmantela las fábricas, las deslocaliza, mientras externaliza la producción secundaria, disminuye la fuerza de trabajo empleada y reorganiza los territorios en términos productivos. Y este será el momento donde Tronti abandonará el obrerismo en fuerte oposición a la concepción de obrero social. Cuando la producción capitalista salta la barrera fabril y se instala en la sociedad, se desarrolla la producción inmaterial y la figura subjetiva obrera reúne ahora la fuerza de trabajo viva, el capital variable y su nueva relación como capital fijo en una sola figura. El uno se divide en dos nos dice Negri. Una fuerza de trabajo cada vez más autónoma y, en consecuencia, un capital que se vuelve cada vez más puro mando. Por tanto, la fuerza de trabajo ya no es capital variable, integrado dentro del cuerpo del capital, sino una fuerza separada y cada vez más de oposición. La vieja dialéctica de tres partes, que hacía una unidad de las dos subjetividades en conflicto, ya no funciona. La situación resultante se caracteriza por una doble producción de subjetividad, o más bien la producción de dos subjetividades opuestas y conflictivas que conviven en un mismo mundo social. Una potencia capitalista que pierde progresivamente su papel productivo, su capacidad para organizar la cooperación productiva y su capacidad para controlar los mecanismos sociales de reproducción de la fuerza de trabajo convive con una multitud de subjetividades productivas, con capacidades constituyentes necesarias para sostenerse autónomamente y crear un mundo nuevo. El trabajo biopolítico afirma cada vez más su autonomía. No solo se encuentra progresivamente en mejores condiciones de organizar la cooperación productiva y la autogestión de la producción social, sino que todos los mecanismos de mando capitalista que se le imponen disminuyen su productividad y generan antagonismos.

¿Es posible en este punto reintegrar a la clase trabajadora dentro del capital? Esta es la ilusión que promueve la socialdemocracia, y el reformismo político. La mediación está puesta en el estado.    

El esquema trontiano del trabajo fabril, “dentro y contra el capital”, para Negri, ya no puede funcionar, y mucho menos como requisito previo para la determinación de una subjetividad política, especialmente si se concibe con los criterios de la política moderna. El proceso de subjetivación que tuvo lugar en la fábrica determinó, de hecho, un sujeto homogéneo y uniforme: la clase obrera. El nuevo sujeto de Negri, en cambio, se constituye políticamente fuera de la fábrica y dentro de la sociedad capitalista como un espacio de producción donde se ponen en funcionamiento conocimientos y habilidades relacionales, ese Intelecto General (general intellect) en el que se centrará ahora la reflexión obrerista. La nueva subjetividad asume, pues, precisamente ese carácter "plural", "multiple" y "diferenciado" que para Tronti es el sello de lo social frente a lo político. Pero el criterio de lo político moderno para Negri se vuelve ahora ineficaz; la contraposición ya no resulta ser el criterio de subjetivación política de los trabajadores, sino, más bien, la separación.

El nuevo sujeto antagónico no tiene necesidad del enemigo de clase para definirse, no es en la contraposición donde se valora políticamente: se autovaloriza, es autónomo. El criterio del político moderno ya no puede ser una referencia para el uso obrero de la crisis, porque se trata ahora de una realidad económica y social que ahora es posfordista y posmoderna. Más bien, es el capital el que hace uso del "criterio político", el que necesita la dialéctica amigo-enemigo, que requiere de la negación que se elimina en la síntesis, de la crisis que se supera con el desarrollo. La práctica político-teórica de los nuevos antagonismos no es el derrocamiento desde dentro, sino su separación. “Se trata de dilucidar el progreso de la acumulación capitalista de forma radicalmente transformada. No hay posibilidad de hacerlo, sin embargo, si este concepto de transformación radical no se reduce a la separación. La relación capital es una relación de fuerza que tiende a la existencia separada e independiente de su enemigo: el proceso de autovalorización obrera, la dinámica del comunismo. El antagonismo no es ya una forma de la dialéctica: es su negación.[10] 
La autonomía y el antagonismo del poder constituyente de la nueva subjetividad se conjugan fuera de la dinámica binaria y, por tanto, fuera del vínculo constitutivo con el enemigo de clase. Práctica de separación.

Toda crisis es un comienzo, representa la ocasión y la oportunidad para superar el sistema capitalista. Para que se tome la salida señalada por la crisis, es necesario, al mismo tiempo, que un afuera, un otro lugar se determine aquí y ahora: Negri evita el problema - la identificación y determinación del lugar del conflicto - que llevó a Tronti buscar en el Estado la potencia del conflicto político que la fábrica y luego el partido habían perdido. Es en este pasaje, el del paso de la lógica del capital "dentro y contra" a la lógica del capital "contra y fuera" -donde se encuentra la brecha decisiva entre el pensamiento de la crisis y la autonomía del poder constituyente- donde se juega el desafío. Poder constituyente como dispositivo de emancipación fuera de la inmanencia capitalista, que brota y se desarrolla desde la cooperación y el común de una nueva fuerza de trabajo viva, múltiple y singular.

 

B- Poulantzas, la autonomía relativa y la vía democrática al socialismo.  

 

El llamado fin de ciclo de la ola rosada latinoamericana, para algunos del “populismo de alta intensidad”,[11] para otros el de tiempos hegemonizados por distintas versiones de revoluciones pasivas[12] ha impulsado a revisitar el debate sobre lo nacional popular y lo nacional estatal. La definición del Estado y la autonomía de lo político se enmarcan igualmente en el diálogo que se estableciera con la propuesta de E. Laclau y los post-marxistas en América Latina.  

En estos días la “autonomía de lo político” es concebida por muchos, como fuerza de rescate para la izquierda, tras la recuperación de argumentos, donde la toma de decisiones políticas puede y debe protegerse de toda presión económica. Los más inteligentes defensores contemporáneos la conciben como una forma de reivindicación y convalidación del pensamiento político progresista frente al dominio ideológico del neoliberalismo. No sólo como signo para contrarrestar las políticas económicas del neoliberalismo, -privatizaciones, desregulaciones, preferencias al endeudamiento-, sino también como manera de neutralizar la racionalidad económica que impone el neoliberalismo, tras un discurso público y político que quebranta todo razonamiento que no obedezca a la lógica del mercado. Apoyar la autonomía de lo político, en este contexto, es una forma de rechazar el dominio de la lógica del mercado para restaurar, en nuestro caso, la tradición nacional-popular del peronismo, mientras se impulsa el retorno de variadas formas de control estatal y público. Ante la globalización neoliberal, que ha erosionado los poderes de la soberanía, se impulsan mecanismos keynesianos o socialdemócratas, tentando reafirmar los poderes del Estado sobre la economía y frenar los poderes de las finanzas y las corporaciones. En este contexto, el poder político se presenta como un dominio autónomo de lo social, que puede discernir y representar la voluntad general de los ciudadanos, el pueblo. Nuestros populistas vernáculos sobreestiman la importancia del poder estatal y subestiman aquellas expresiones políticas que representan a los movimientos sociales, a pesar de decir expresarlos, y, muchas veces incorporar sus dirigentes al aparato burocrático estatal. El populismo nacional se caracteriza por una paradoja central: su constante declamar de estar al servicio del pueblo, se da de bruces con una toma de decisiones asociadas a una alta concentración política del poder aglutinada en una pequeña camarilla de políticos. En este sentido el kirchnerismo es un cabal representante del populismo nacional.

El reformismo y los diversos movimientos social-demócratas concibieron el aparato estatal de los regímenes parlamentarios como un sistema independiente, instrumento neutro susceptible de ser utilizado con igual efectividad y facilidad por las diversas fuerzas políticas, mientras promovían el camino de la victoria electoral, como condición necesaria, y muchas veces suficiente, para el tránsito pacífico y gradual hacia nuevas sociedades (¿socialismo?) 

El “retorno del Estado”, su autonomía relativa, tan cara a Poulantzas, se encuentra en la base de la autonomía de lo político, concepto que intenta terminar con aquella ortodoxia marxista que sostiene que la crítica de la economía política y la crítica de la política tienen la misma fuente. No ponemos en discusión la necesaria y obligatoria intervención del estado frente a la pandemia del CVD-19 que presenciamos globalmente, más allá del signo político del gobierno. Se trata de cuestionar la concepción política que esconde este retorno del estado como factótum que, más allá de la pandemia, viene a superar la crisis del neoliberalismo contemporáneo. 

 

En efecto, la autonomía relativa poulantziana tiene relación directa con la lectura que el griego elaborara sobre El Capital de Marx, al que menciona como un estudio casi exclusivamente económico, donde las categorías analizadas tienen incumbencia acotada a la economía[13]. Por ello será igualmente posible y necesario emprender un estudio de “lo político”, como objeto autónomo y específico de la ciencia, con el propósito de construir nuevos conceptos que permitan dilucidar sus márgenes y niveles. Razonamiento que explica la necesidad de Poulantzas en avanzar sobre aquellas categorías de contenido exclusivamente político: “hegemonía”, bloque de poder”, “clases dominantes y dirigentes”, de fuerte contenido gramsciano. Aunque debemos reconocer que la vía democrática al socialismo poulantziana, pondera una radicalización de la democracia representativa con prácticas de autogestión en la sociedad civil, buscando intervenir sobre las contradicciones posibles en las instituciones vigentes, mientras se presiona desde el exterior, sobre los aparatos de Estado. Recordemos que el Poulantzas de Estado, poder y socialismoadmitió, como alternativa política, la llamada vía democrática al socialismo,[14] ante la caída de las dictaduras europeas, - los coroneles griegos, el estado novo de Portugal y el franquismo español-, así como el ascenso de Allende en Chile.

La autonomía relativa del Estado remite a la separación particular entre dominación económica y dominación política en el capitalismo. 

En efecto, esta categoría supone que el poder económico que dispone la burguesía como clase dominante, no necesariamente le permite ejercer de manera directa la dominación política. Tiene que impregnar, hundirse en el terreno del Estado y subordinarse al mismo tiempo a su lógica y sus condiciones particulares.

La autonomía relativa del estado supone entones que la burguesía puede no dominar y controlar de manera directa el destino y los aparatos estatales. El establecimiento de esa autonomía, no obstante, sólo es posible si el Estado adquiere una unidad propia y una cohesión interna frente a

las clases dominantes. Dado que por sí sola la burguesía no sería capaz de superar sus contradicciones internas y lograr organizarse a nivel político, es el Estado el que tiene que cumplir esa función. Al respecto, el Estado tiene que organizar la unidad política de las clases dominantes, desorganizando al mismo tiempo a las clases dominadas. Esa función de (des)

organización el Estado la puede cumplir sólo en base a su propia unidad: en última instancia, es esa unidad la que impide la disolución del Estado en las luchas de fracciones dentro y más allá del bloque en el poder.

 

La problemática de la autonomía relativa del estado tiene una larga tradición, referida a una cuestión central de la teoría materialista del Estado, esto es, a la definición de su “carácter” capitalista. Dicho de otra manera, ¿cómo se expresan en el terreno del estado los intereses económicos y sociales? y ¿que grado de autonomía tiene el Estado frente a estos intereses? Las respectivas respuestas se ajustan a las variadas perspectivas teóricas. Aquella que hace alusión a la noción de la autonomía relativa, considera que el capitalismo se caracteriza por una separación entre Estado y sociedad, o entre dominación política y dominación económica.

La autonomía relativa sale, de esta manera, al cruce de aquellos que ven en el Estado una relación intrínseca y fundacional con el capital que obtura cualquier sueño y mistificación de autonomía. Poulantzas, tras su autonomía relativa, remite a un margen de maniobra propio del Estado capitalista, condicionado empero por las particularidades del modo de producción capitalista. 

El tema central de la investigación poulantziana fue dar cuenta de la función específica que adopta el estado capitalista. Tras ese objetivo, Poulantzas introduce la categoría de “autonomía relativa”. Se trata de abordar las diversas formas y grados de autonomía que las instituciones estatales adoptan en relación a la clase dominante o su fracción de clase, necesaria para organizar su hegemonía. Este nivel de autonomía debe diferenciarse completamente de aquellas otras formas posibles de autonomía relativa históricamente observables: aquella promovida a partir de una revolución “desde arriba”, como fue el caso del proceso de transición del feudalismo al capitalismo; o aquella otra que, debido a la existencia de un equilibrio entre fuerzas sociales permite al estado arbitrar entre ellas. 

En Poulantzas "la autonomía de lo político" no se presenta como el nexo dialéctico entre las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción (lectura vinculada a la ortodoxia marxista), sino más bien como un "tercer nivel", ubicado entre los otros dos. Por lo que en Poulantzas existe un nivel fundacional del Estado que no es el mundo marxista de las relaciones de producción, sino el fetiche de las relaciones de producción, de una recompuesta "sociedad civil" como imagen indeterminada de las relaciones de clase reales, expresadas acá en términos de representación.[15] Acá, en Poulantzas, la teoría gramsciana de la sociedad civil reaparece, súbitamente, de manera inesperada, como sustento de una teoría que pretende ser decididamente materialista, tras el despliegue de una "hegemonía", -clave sociológica para interpretar el funcionamiento de las estructuras del poder burgués-, hipostasiada y fijada en un terreno "objetivo", mientras que la dialéctica de la hegemonía se ofrece en términos de ideas y meras representaciones de intereses. Pero en este caso, la autonomía relativa, lejos de ser un punto de llegada del análisis, se presenta como presupuesto del razonamiento. Y aparece como el sello de la sociedad civil y no del estado. Como un aspecto fundacional del estado y no de calificación del ejercicio del poder del estado. Y la conclusión es que las luchas obreras no deben conducirse contra el estado, sino que deben mediarse en el ámbito de la sociedad civil. El fetiche se consuma: las luchas contra el trabajo asalariado y, a través de éste, contra el estado, se reemplazan por las luchas en el mundo de la distribución de las mercancías. Pero en este caso, donde la intervención del estado se expresa en el ámbito de la distribución, no deja de ser una simple mistificación suponer la separación de las esferas de la producción y la de la circulación. La base de la reproducción económica es la circulación del capital y la distribución de la renta no es más que un momento de la circulación del capital. Resulta imposible definir fases o momentos del proceso global, independientes del antagonismo primario. Por lo que todo intento de análisis del estado deberá retornar al proceso de producción. 

La temática poulantziana fue recuperada igualmente en momentos de fuerte disputa de las clases antagónicas, donde la autonomía relativa se conjugaba con los intentos de regulación de las relaciones contradictorias y de sustitución de la relación capital. Pero en este caso, el estado se asumía como representante colectivo del capital, admitiendo la voluntad de permanencia y del poder de explotación, del poder de mando capitalista

Debemos reconocer, sin embargo, que en su larga producción teórico-política, el tratamiento que Poulantzas otorgó al estado sufrió modificaciones asentadas en particulares preocupaciones e inquietudes. Así, el primer Poulantzas, el de Poder Político y clases sociales en el capitalismo contemporáneo admite una fuerte impronta estructuralista althusseriana, reconociendo una autonomía relativa entre las instancias o estructuras regionales de la economía, la política y la ideología. Donde la autonomía relativa remite a la separación particular entre dominación económica y política en el capitalismo: la burguesía como clase dominante dispone de poder económico; con ese poder, sin embargo, no puede ejercer de manera directa la dominación política y será el Estado el que tiene que cumplir esa función organizando la unidad política de las clases dominantes y desorganizando, al mismo tiempo, a las clases dominadas.[16]

Mientras que el de Estado poder y socialismo, escrito casi una década después, incorpora una lectura de estado, condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases materializadas en los aparatos de estado.[17] En Estado poder y socialismo[18], Poulantzas no parte de la concepción althusseriana de instancias estructurales, sino de la relación entre Estado y clases sociales, para comprenderlo y teorizarlo como relación social. La concepción relacional del Estado tiene como objetivo impedir una comprensión de lo económico y lo político como instancias o niveles autónomos, que se auto constituirían y se articularían siempre a posteriori y en forma de una mutua exterioridad. Ahora intenta localizar y fundamentar al Estado, su armazón material y su autonomía relativa en las relaciones de producción y en la división social del trabajo.[19]

 

C- Del Poulantzas estructuralista al Poulantzas clasista.

 

En realidad, el concepto de autonomía relativa del estado en Poulantzas presenta, según lo anotado, dos vertientes distintas: por un lado, un abordaje estructuralista (althuseriano) asentado en el particular lugar que la región política asume en la matriz (estructural) del modo de producción capitalista[20]; y otra que, basada en la lucha política de clases (con fuerte parentesco gramsciano), puede ser calificada como de coyuntural[21]. Pero este particular desarrollo de la autonomía relativa conducirá a Poulantzas a reemplazar su originaria interpretación estructuralista, por otra donde el origen de las causalidades está depositado en la lucha de clases. Si la reproducción del todo social impregnaba los espacios específicos mediante efectos igualmente estructurales, ahora los efectos estructurales son reemplazados por efectos específicos; tal el caso de los efectos específicos de las instituciones políticas en la lucha de clases. De esta manera emerge la idea de una visión de intereses políticos a largo plazo de la burguesía como resultado de las múltiples influencias gestadas en los diversos espacios políticos, reflejo de la lucha de clases, así como de las múltiples contradicciones inscriptas en el aparato mismo del estado.[22] Poco queda pues de una lectura estructuralista. 

La característica fundamental del modo de producción capitalista, separación del productor directo de sus medios de producción, determina, para Poulantzas, la autonomía de lo económico y lo político. Esta particular articulación se percibe en lo innecesario que se vuelve la coacción política o extraeconómica en el sistema de producción capitalista a diferencia de otros modos de producción. Dice Poulantzas: “... el proceso de reproducción ampliado, -Rosa Luxemburgo lo hacía observar con razón- está determinado principalmente por la razón económica de la producción de la plusvalía, aparecen las crisis económicas puras”.[23] Se ha conformado la característica distintiva del modo de producción capitalista: la autonomía de las regiones económica y política

 

Para Poulantzas pues, la matriz estructural del modo de producción capitalista se caracteriza por la autonomía relativa específica de las instancias económica y política. Lo económico no sólo es determinante -respondiendo a una concepción de teoría general del materialismo histórico- sino que también adquiere características de predominante en el modo de producción capitalista.

De cualquier manera, la autonomía de la economía y la política adquiere consecuencias teóricas: “... hace posible una teoría regional de la política -en sentido muy riguroso- de una instancia de ese modo, por ejemplo, del Estado capitalista; permite constituir lo político en objeto de ciencia autónoma y específica: Marx lo hizo ver, como es sabido, en El Capital a propósito de lo económico y de la ciencia económica.” “... esa autonomía legitima la ausencia, en la exposición discursiva relativa a una instancia del modo de producción capitalista, de las teorías relativas a sus otras instancias.”[24] Esta afirmación autoriza a Poulantzas a analizar el estado capitalista con escasa o casi nula atención al intervencionismo económico estatal.

Si la anatomía de la sociedad civil está “dada”, entonces las “formas políticas” pueden ser analizadas en su autonomía relativa. Esta autonomización de las “regiones” y la insistencia particular en la autonomía relativa de lo político refleja, sin duda, una particular preocupación poulantziana: oponerse a la concepción economicista y reduccionista que, tras una sobre-simplificación de las relaciones entre la economía y la política, veían la esfera política como simple reflejo de la económica.

Si en Poder político y … Poulantzas considera que el Estado puede ejercer la función organizativa basado en su propia unidad y cohesión interna frente a las clases sociales, en Estado, poder y … invierte ese razonamiento y la autonomía relativa del Estado será resultado de su materialidad heterogénea, atravesada por las contradicciones y luchas de clase: “Ahora bien, el establecimiento de la política del Estado en favor del bloque en el poder, el funcionamiento concreto de su autonomía relativa y su papel de organización, están orgánicamente ligados a esas fisuras, divisiones y contradicciones internas del Estado, que no pueden representar simples accidentes disfuncionales. El establecimiento de la política de estado debe ser considerado como el establecimiento de las contradicciones de clase inscritas en la estructura misma del estado (Estado-relación).”[25]

Ahora la autonomía relativa es resultado de los intereses contradictorios de clase que se expresan de manera mediada en la materialidad institucional del Estado:

“Esa autonomía […]  resultado de lo que sucede en el Estado. Se manifiesta concretamente [..] por las diversas medidas contradictorias que cada una de esas clases y fracciones […] consigue hacer adoptar por la política estatal, […] en favor de otras fracciones del bloque en el poder.”[26]

 

Poulantzas va a reducir el análisis de las relaciones objetivas a la relación entre las formas políticas y la sociedad civil, partiendo de un supuesto importante: la sociedad capitalista se caracteriza por la existencia de una relativa autonomía entre las instancias económicas y política lectura que le permitirá posteriormente hacer de cada una de estas instancias y de sus relaciones, objetos separados y específicos. Esta orientación inicial lo llevará a despreciar la naturaleza de esta separación y la relación entre los campos. Así, mientras acepta su separación, relega su unidad a una determinación en última instancia.

Su punto de partida, y aquí una diferencia sustancial con las concepciones “derivacionistas”[27], no son las categorías derivadas de la forma capital, sino las que proceden de la propia “región política”. Será precisamente este punto de partida el que impondrá posteriormente evidentes limitaciones al análisis poulantziano.

A pesar del significativo papel que Poulantzas asigna al espacio económico -ya que éste no sólo es determinante sino dominante bajo el capitalismo- su análisis conduce a una sobrepolitización de la lucha de clases y a una sobredominancia del nivel político general, tendencia por lo demás reconocida por el mismo autor. Así, la utilización de las categorías políticas en el análisis del estado en Poulantzas -el desarrollo de la categoría “autonomía relativa”- termina cuestionando su propio punto de partida: el rol determinante del espacio económico.

En relación a la constitución de la hegemonía burguesa, si bien Poulantzas acepta inicialmente que ésta no puede ser considerada como una propiedad del estado en tanto conjunto estructural y debe ser entendida más bien como producto de la práctica de clases[28], en otros momentos discute la hegemonía como el efecto necesario, objetivo y teológicamente determinado de la autonomía relativa del estado sin dejar de abordarla también como producto de las contingencias de la lucha política de clases. En ambos casos corresponde al nivel político el peso fundamental en la determinación de la hegemonía. Es posible detectar momentos en los que la fracción hegemónica se consolida con el accionar de determinadas formas de estado y/o régimen, que organiza la hegemonía desde su autonomía relativa, según los intereses de la fracción hegemónica[29]. Aunque también existen momentos donde la hegemonía es alcanzada a partir fundamentalmente de las practicas políticas e ideológicas de las diversas fracciones de la burguesía que hacen prevalecer el interés particular como el interés general al alcanzar un “equilibrio inestable de compromisos”. De esta forma la hegemonía bien puede estar relacionada con la determinación estructural de la dominación política de clase arraigada en la coordinación objetiva de la forma estado, bien con el campo de la posición política de clase vinculado así a las categorías de alianzas, estrategias etc.

De esta manera. términos y categorías que inicialmente para Poulantzas adquirieron connotaciones esencialmente estructuralistas, fueron mutando lentamente    en trabajos posteriores a medida que el estado era asumido como una relación social. Así, presuponiendo al estado “…como una relación, más exactamente, como la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases, tal como se expresa, siempre de forma específica, en el seno del Estado.” [30]“…no obstante, sigue siendo cierto que es la lucha de clases la que juega el papel principal y básico en la compleja relación entre luchas de clases y aparatos, y este es un punto decisivo a señalar, dados los errores de numerosos argumentos actuales sobre estas cuestiones.”[31] No hay en Poulantzas un análisis del desarrollo de la sociedad capitalista, de las cambiantes relaciones sociales-formas de estado, y del estado mismo. 

Su fracaso en problematizar acertadamente la naturaleza de la separación entre economía y política lo condujo a identificar la economía con las relaciones de producción y, a pesar de formulaciones en contrario, a una tendencia constante por identificar la lucha de clases con el reino de la política. Al separar la política del proceso de acumulación de capital se apartó de la principal fuente de cambio en la sociedad capitalista y del desarrollo de esas contradicciones a partir de las luchas obreras. En la medida que no existe en Poulantzas un análisis de las contradicciones del capitalismo, es decir de las relaciones de explotación capitalista, sus análisis no sobrepasan los niveles de la “descripción perceptiva”[32]. En la medida que no existe en Poulantzas un análisis sistemático de la relación entre el estado capitalista y su base, es decir la explotación capitalista de la clase obrera en el proceso de acumulación, tampoco existe un análisis de las restricciones y limitaciones que el proceso de acumulación impone al accionar del estado.     

Especial mención merecen los poulantzianos modernos quienes, siguiendo las concepciones de su maestro, al dejar de lado los análisis sociales basados en la conjunción de la acumulación de capital y lucha de clases, terminan llenando las categorías políticas gramsciano-poulantzianas (“bloque en el poder”, “hegemonía”, “clase dominante”, “clase dirigente”) con contenidos provenientes fundamentalmente del análisis político de la estructura de clases de un estado “dado”. Esta particular derivación los conduce a concebir la práctica política como una suerte de mandamiento de intervención política. La práctica social final esta imbuida de un pragmatismo político total, en tanto la prescripción anotada depende del contenido provisto por los análisis de las relaciones políticas de clase, y éste es a menudo extraído de la táctica y la experiencia política que el momento dicta. Como la relación con el espacio económico aparece siempre mediatizada por un “en última instancia” entonces se termina prestando una casi nula atención a la lucha de clases y su relación con la dinámica de acumulación de capital. El análisis se ha sobrepolitizado eludiendo así el estudio de la relación entre las formas políticas y las condiciones de acumulación de capital, disociando el concepto de crisis económica y crisis política.[33]

 

D- La versión latinoamericana de la autonomía de lo político.

 

Replantear el problema del Estado en términos adecuados a la lucha obrera y a la actual crisis capitalista significa, por tanto, replantear con fuerza el problema en términos de la crítica de la economía política y de fundación del análisis en el mundo de la producción. Toda intervención del estado ante la crisis, debe ser abordada como una condición para restablecer el dominio sobre los nexos del trabajo asalariado. 

En el tipo de crisis que estamos viviendo, en tiempos de capitalismo cognitivo, de autonomía de la fuerza de trabajo viva, los comportamientos del estado exigen profundizar el nexo entre capital global y estado y reforzar las reglas del poder de mando productivo. Todo comportamiento estatal se ve influenciado por esta autonomía de la fuerza de trabajo, incluso bajo una solución capitalista y reformista, proponiendo la fundación de un poder estatal que integre, de manera funcional al discurso de recuperación del desarrollo, a los variados sectores del trabajo. Queda claro que la inmanencia del capital no deja otra alternativa que la lucha por la extinción del estado. 

En la izquierda contemporánea, los argumentos sobre el "retorno del estado" y de la soberanía nacional han sido especialmente preponderantes en América Latina, donde los gobiernos progresistas llegaron al poder como parte de proyectos políticos para contrarrestar las políticas del neoliberalismo y el dominio de los mercados globales. Aunque debemos destacar que los éxitos temporales alcanzados por los gobiernos en la pelea con el neoliberalismo se debieron antes bien a las coaliciones continentales de estados y la interdependencia entre ellos, que a los esfuerzos individuales. En el actual contexto latinoamericano, debilitada la interdependencia interestatal, las posibilidades de construir un orden post neoliberal y ensayar políticas que contrarresten los efectos negativos de la globalización se vuelven lejanos.  

Sin embargo, a pesar de ello, el estado jugó un rol importante en el proceso de constitución y desarrollo de la marea rosa latinoamericana anclada en los gobiernos “progresistas”. El ejemplo boliviano parece ser el más adecuado donde bucear las posiciones teórico políticas más ricas y elaboradas, con relación a la lectura del estado y su papel e impacto sobre la coyuntura y construcción de nuevas alternativas políticas. 

Particular incidencia e importancia política alcanzaron en esta temática, las concepciones de A. Garcia Linera y L. Tapia, por ser el proceso latinoamericano boliviano el que más avanzó en una perspectiva de cambio. Ambos teóricos reconocen sus antecedentes en los escritos de René Zavaleta Mercado.[34] Todos ellos, bajo una fuerte influencia poulantziana de la autonomía de lo político y emparentados fuertemente con las concepciones gramscianas de bloque dominante, sociedad civil y estado. 

 

Zavaleta Mercado edifica su noción de autonomía de lo político buscando sortear todo determinismo económico, aunque, a diferencia de Poulantzas, se referenciará en la clásica distinción marxiana entre base-superestructura, relación donde ninguna parte tiene una primacía epistemológica, (se aleja de la clásica correspondencia con la base económica), y que se caracteriza además por una determinación mutua y simultánea.[35] De esta manera, se puede adscribir al Estado, una autonomía y una lógica propias, que ejercen una influencia sobre la economía, igual que esta última tiene efectos en el Estado. A partir de estas reflexiones, Zavaleta llega a una conclusión crucial para su comprensión de la autonomía relativa del Estado: “Es claro que no se solucionan los problemas diciendo que un costado depende del otro. Hay que definir las fases de determinación lineal de la infraestructura económica sobre lo superestructural y los momentos (que son netos cuando existen) de primacía de lo político. Esto no habla de una cuestión de leyes, sino de situaciones.” [36]

Para Zavaleta la relación entre economía y política no resulta una invariante, sino que fluctúa según fases históricas, donde se verifica tiempos de autonomía relativa del estado y otros donde se verifica su carácter instrumental. Al definir el estado latinoamericano, rescatará su carácter dependiente a partir de su integración sobordinada a la DIT (División Internacional del Trabajo) y al mercado mundial. El mérito de Zavaleta es el de buscar avanzar, más allá de las concepciones poulatzianas, al interior de las relaciones de producción existentes dentro de una formación social económica como la boliviana, con distintas relaciones de producción emergentes de una sociedad abigarrada.[37] Así, en este marco, planteará que todo análisis del Estado sugiere observar la forma de su relación con la sociedad civil, y “…habrá momentos en que la sociedad es más robusta y activa que el Estado, y otros donde el Estado parece preexistir y dominar sobre la sociedad, al menos durante períodos determinados, y sistemas donde hay una relación de conformidad o ajuste. Esa relación supone un movimiento, y por eso es tan absurdo hacer clasificaciones finales sobre ello. La cualidad estatal, no estatal o intermedia de una instancia, depende de su momento”.[38] La condición de 

Recogiendo toda la herencia gramsciana, Zavaleta sostendrá que la alteridad del Estado es la sociedad civil, al definir al sistema social como “el modo de entrecruzamiento entre la sociedad civil, las mediaciones y el momento político-estatal”. Esta concepción resultará central para sostener “que la sociedad más sana, desde el punto de vista capitalista, es aquella en que la burguesía ha podido implantar su hegemonía sin el recurso al Estado, como ocurrió en la Francia prerrevolucionaria. Por el contrario, el grado de autonomía societaria del acto hegemónico es casi un coeficiente del desarrollo estatal, porque el Estado debe intervenir más donde hay menos desarrollo de la sociedad civil”. Para concluir diciendo que, “… no hay duda de que el Estado mismo puede ser más instrumental, más burocrático-hegeliano o más popular-estructural. Lo decisivo en todo caso es retener el carácter móvil, cambiable y aleatorio de las instancias”. [39]

L. Tapia, sigue, en términos generales, el razonamiento de R. Zavaleta. En efecto, para él hay coyunturas históricas donde la dirección del estado se distancia respecto de las determinaciones estructurales y económicas, expresadas por la directa presencia de miembros de la clase dominante en los principales cargos públicos de dirección en el estado. Puede ocurrir que la situación de autonomía relativa implique, por un lado, que el estado responda a las restricciones que impone la reproducción ampliada de las estructuras capitalistas en consonancia con una organización estatal que responde a la división clasista en cada país. Pero, igualmente, es posible la existencia de procesos históricos, donde los miembros de la clase dominante del estado se vean desplazados y se establezca como burocracia política y cabeza de estado, a sujetos que provienen o bien de otras clases sociales o que llegan al estado a partir de su pertenencia a partidos, encarnando un tipo de racionalidad más general, con relación a la reproducción ampliada del capitalismo, que aquellas fuerzas políticas y sujetos que responden directamente a una fracción del capital. 

Si bien para Tapia cada modo de producción da lugar solamente a dos clases sociales, analizar la dimensión política, exige incorporar el concepto de bloque político dominante, como articulación de varios sujetos políticos con grupos clasistas que monopolizan el ejercicio del poder de estado. De esta manera, apoyado en la dicotomía economía-política, base/estructura-superestructura, Tapia sustentará la idea que es posible tener poder de clase sin tener poder estatal y también ejercer el poder estatal sin tener necesariamente poder de clase. Donde el poder del estado, asentado en la soberanía política, se asocia a la capacidad para imponer decisiones al conjunto sobre el destino de la sociedad. Aquí se condensa para Tapia el meollo de lo que se ha dado en llamar la autonomía relativa del estado.[40]  

Reclinado sobre la idea propuesta por René Zavaleta[41], la del momento o forma instrumental del estado, Tapia distinguirá tres formas de autonomía relativa del estado: el bonapartismo, aquella correspondiente a una burocracia que encarna el capitalista en general como representante de capital colectivo y cuando, producto de una fuerte recomposición política, fuerzas partidarias de trabajadores lleguan a gobernar el capitalismo. Esta última coincide con la principal situación de autonomía relativa, en la que se combina gobierno de partidos socialistas y obreros con racionalidad burocrática formal desarrollada.[42] Tapia remata su concepción afirmando que “El primer rasgo de configuración de una coyuntura de autonomía relativa del estado en Bolivia se relaciona con la llegada de un dirigente de origen campesino y comunitario a la cabeza del ejecutivo del país, cuya historia política tiene que ver con su condición de dirigente sindical de los productores de coca.”[43]

Finalmente, A. Garcia Linera. Fiel seguidor de Poulantzas, para este político boliviano “el estado es una estructura de relaciones políticas territorializadas[…] referidas a la

dominación y legitimación política. Esta relación-Estado siempre es un proceso histórico político en construcción, en movimiento, en flujo”.[44] “Es una relación social conflictiva que atraviesa al conjunto de toda la sociedad”[45] nos recuerda, siguiendo a Poulantzas. Garcia Linera plantea la posibilidad de formas distintas y cambiantes de la relación-estado en momentos de transición de una estructura de relaciones políticas de dominación y legitimación a otra, cuando “las jerarquías, los procedimientos y los hábitos de la relación-Estado pierden su anclaje estructural primordial”.[46]  Para agregar más adelante que el Estado contemporáneo es como un proceso de construcción histórica de dominación a partir de tres grandes monopolios: de la coerción, de la riqueza pública y de la legitimación política en el que cada uno de estos tres grandes monopolios a la vez ha sido producido por procesos articulados, por correlaciones

de fuerzas, de institucionalizaciones de esas correlaciones de fuerza y de legitimaciones políticas”.[47] Donde la crisis del estado comienza cuando “el acompañamiento moral de los dominados hacia las clases dominantes, se quiebra parcialmente, dando lugar, así, a un bloque

social políticamente disidente con capacidad de movilización y expansión territorial de esa disidencia convertida en irreductible.”[48] Iniciando lo que denomina un empate catastrófico, y la posibilidad de culminar en el punto de bifurcación a partir del cual la crisis de Estado, “es resuelta mediante una serie de hechos de fuerza que consolida duraderamente un nuevo sistema político con un nuevo bloque de poder y orden simbólico del poder estatal.[49]

No resulta difícil reconocer en estos escritos la fuerte coincidencia de Garcia Linera con la autonomía relativa del estadopoulantziana. Por otra parte, esta concepción de construcción de poder político se trabaja y vincula con la idea gramsciana de hegemonía y bloque de poder.[50] Al posicionar las luchas indígenas y populares en el campo de disputa por el Estado y por la hegemonía. Según estos planteamientos, disputar con éxito la hegemonía y tomar el poder estatal permitió alcanzar el óptimosocial soñado por Zavaleta, es decir, la construcción de un Estado integral reconciliado con la sociedad, su sociedad, de la cual sería la máxima expresión.

La estrategia política que desarrollara el MAS boliviano para alcanzar una potencial transición hacia un capitalismo andino se encuentra en total consonancia con aquella que Poulantzas defendería ya en los 70’s ante los nuevos escenarios políticos abiertos en Europa y América Latina: por un lado la caida de las dictaduras vigentes en algunos países europeos -la de los coroneles de Grecia, el Estado novo en Portugal y el franquismo en España-, la Primavera de Praga unos años antes y, por otro, el ascenso de Salvador Allende en Chile. Poulantazas ahora impulsaba la llamada vía democrática al socialismo. Poulantzas presentó esta estrategia en sus últimos escritos y, especialmente, en la conclusión política del citado Estado Poder y socialismo, como una estrategia distinta tanto de la socialdemócrata como de la leninista, contrastándola específicamente con la estrategia de doble poder. En este sentido, según Poulantzas, la más adecuada ya no era una estrategia que apuntara a la destrucción del Estado a través de la dualización del poder de Estado, sino una estrategia que combinara la transformación desde adentro del aparato de Estado mediante “la ampliación y la profundización de las instituciones de la democracia representativa y de las libertades” con “el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de focos autogestionarios”[51] por fuera de ese aparato de Estado. 

 

 

E- Comentarios finales.

 

En contraposición a estas ideas es posible reconocer la existencia de capacidades sociales y condiciones bajo las que la producción de lo común es capaz de resistir, contradecir, subvertir y/o desbordar las relaciones del capital y del Estado. De lo público y lo privado.

El regreso del estado en el marco de la actual globalización del capital no deja de ser una ilusión. Convalidar efectivamente al estado-nación hoy depende de restablecer la provisión de bienestar social, de la mejora sustantiva en la calidad de los servicios, la educación, la salud, la vivienda, los niveles de salarios y el potencial de movilidad social. Pero la crisis del reformismo social y político va de la mano de la crisis económica, y el estado-nación ha demostrado ser incapaz, por sí solo, de reconstruir las perspectivas de bienestar y desarrollo social. Más aún, incluso a pesar que los Estados-nación gasten generosamente en aparatos militares y de seguridad, estos rápidamente demuestran ser incapaces de proporcionar algo parecido a una seguridad real a sus ciudadanos. El resultado sobre mejoras y avances alcanzados por la sociedad en nuestro país, luego de casi doce años ininterrumpidos de intervencionismo estatal, resulta paradigmática en este sentido.  Más aún, debemos agregar la permanente y tozuda inclinación tercermundista por modificar, aún hoy, una correlación de fuerzas favorable al pueblo, sostenida por una alianza entre los sectores subalternos y una burguesía nacional potente, a consolidar, todo ello articulado por un estado nación fortalecido, que asegure la soberanía nacional. Este sigue siendo el proyecto nacional y popular kirchnerista-peronista de estos días cuando nuevamente se declama una sustitución de importaciones que fortalezca un desarrollo industrial autónomo y sostenible en el tiempo. Como si fuera posible escapar al paradigma de la nueva ineluctable lex-mercatoria global. 

 

Uno de los mayores errores atribuibles a la llamada ortodoxia marxista durante el siglo pasado fue la de haber promovido el espacio económico como el aspecto o momento fundamental. Como si los fenómenos políticos, jurídicos, sociales y culturales estuviesen incorporados o absorbidos por la economía. De esta manera se privilegió la infraestructura con relación a la superestructura, como lugar donde transcurren los epifenómenos.

Se trata de una lectura que deja de lado indudablemente esa excedencia propia de la relación capital, es decir la relación capital trabajo, que revela la existencia de dos polos: por un lado, el de la explotación capitalista, y por el otro el del trabajo vivo. Uno esencialmente injusto, el otro en permanente mutación cualitativa. El concepto de producción en Marx no puede ser reducido a lo económico, a fuerza de entrar a ocultar una multiplicidad de momentos que solo pueden ser incorporados bajo el paraguas de la producción de subjetividad. En el siglo XX el marxismo gramsciano intentó compensar o correr el foco de la ortodoxia económica por medio de la inversión de la relación estructura-superestructura. Así postuló que, en las sociedades civiles avanzadas o fordistas, era ahora lo político lo que se independizaba de lo económico, se hablaba de la autonomía de lo político. Lo político era el espacio con autonomía propia, el lugar donde se desarrollaría la batalla cultural e ideológica por la hegemonía. Sin embargo, se volvió a caer en un error simétrico al del economicismo. Ahora era la política la que tenía y construía leyes propias asentadas en una lógica específica de la política con relación a las demás dimensiones de la vida. La consecuencia política fue la separación paulatina de la producción de lo político, de la producción de subjetividad. Se neutralizaba así dos problemas: el irreducible momento en que chocan por un lado, la explotación/control y por otro, el trabajo vivo/la biopolítica. 

Se trata, fundamentalmente, de mantener viva la innovación y vitalidad que el filósofo de Treveris otorgara a las luchas obreras y de resistencia en los últimos 200 años. Si en el siglo XIX el economicismo fue el error fundamental de un marxismo construido en contra de Marx, en el siglo XX sería el hegemonismo politicista o politicismo hegemonista, el que contaminaría las teorías de la globalización, las mutaciones del trabajo y las posibilidades de recomposición de clase, con efectos catastróficos sobre las tentativas de recomposición de las izquierdas. Aunque, curiosamente, ambas lecturas, el economicismo y el politicismo, convivan hoy, en el capitalismo globalizado, bajo la pervasiva articulación del sistema financiero asentado en los modos contemporáneos de producción de subjetividad.

 

 

 

 

 

 

              César Altamira                                                  Bs. As., 30 noviembre 2020.



[1] M. Tronti Obreros y Capital, Madrid, Akal, 2001, pág. 93.

[2] Op. Cit. Págs. 244 y ss.

[3] C. Lonzi, Let’s spit on Hegel, en Rivolta Femminile, 1970. También, C. Lonzi, Escupamos sobre Hegel y otros escritos, Madrid, Traficantes de sueños, 2018. 

[4] M Tronti, Nosotros los obreristas, en La política contra la historia, Madrid, Traficantes de Sueños, pag. 356.

[5] Ibídem, pág. 359.

[6] M. Tronti, Sull’autonomia del Politico, Roma, Feltrinelli, 1977, pág. 20. (cursivas en original, acá subr.) Hay traducción al español: Sobre la autonomía de lo político, Bs. As., Prometeo, 2019.  

[7] M. Tronti, Il tempo della política (1980), en Il demone della política, (Antologia di scritti, 1958-2015), Bologna, Il Mulino, 2017, pág. 380. 

[8] A. Negri, Books for burning, Proletarians and the State, Toward a Discussion of Workers ' Autonomy and the Historic Compromise, London, Verso, 2005, pag. 147.

[9] M. Tronti, Obreros y … Ibídem, pág. 187.

[10] A. Negri, Marx más allá de Marx, Madrid, Akal, 2001, pág. 209. (subrayado en cursiva en original)

[11] M. Svampa, América Latina: de nuevas izquierdas a populismos de alta intensidad, en Revista Memoria, México, diciembre 2015.

[12] M. Modonesi, Fin de la hegemonía progresista y giro regresivo en América Latina, Revista Viento Sur, N* 142, octubre 2015.

[13] N. Poulantzas, Poder político y clases sociales en el estado capitalista, México, Siglo XXI, 1976: "El Capital contiene ...un tratamiento teórico sistemático de la región económica de ese modo de producción (capitalista)........ modo de producción que es especificado por una autonomía característica de sus instancias, que merecen un tratamiento científico particular, y porque lo económico detenta en ese modo, además de la determinación en última instancia, el papel predominante." "Así como no se encuentra en El Capital una teoría sistemática de la ideología en el modo de producción capitalista ... tampoco se encuentra una teoría de lo político.", pag. 14. 

[14] N. Poulantzas, Estado poder y socialismo, México, Siglo XXI, 1986, págs. 308 y ss.

[15] A. Negri, La forma estado, Madrid, Akal, 2003, pág. 307.

[16] Ibídem, pag. 375-376.

[17] N. Poulantzas, Estado poder… op. cit. Estado “como una relación, más exactamente como la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases, tal como se expresa, siempre de forma específica, en el seno del estado.” pág. 154.

[18] N. Poulantzas, Estado, poder y socialismo, op. cit. 

[19] Ibidem, pág. 53.

[20] Asentada fundamentalmente en la unidad institucionalizada del estado, instancia responsable de mantener la unidad de los diversos niveles del modo de producción capitalista. Ver N. Poulantzas, Poder político… op. cit.pag 332. 

 [21] "Por autonomía relativa de este tipo de estado entiendo aquí no  ya, directamente, la relación de sus estructuras con las relaciones de producción, sino la relación del estado con el campo de la lucha de clases, más particularmente su autonomía relativa respecto de las clases o fracciones del bloque en el poder y, por extensión, de sus aliados o apoyos". "Yo la empleo aqui en un sentido ... para designar un funcionamiento específico del estado capitalista". op. cit. pag 332.

 [22] N. Poulantzas, Estado, poder… op cit: "Una teoría del estado capitalista no puede construir su objeto  refiriéndose solamente a las relaciones de producción, sin que las luchas de clases en las formaciones sociales intervengan más que como simple factor de variación o de concretización de ese estado, tipo ideal, en cualquier estado concreto." pag. 147. "Representa (el estado) y organiza, en suma, el interés politico  a largo plazo del bloque en el poder, compuesto de varias fracciones de clase burguesas." pág. 152. "El Estado puede cumplir ese papel de organización y unificación de la burguesía y del bloque en el poder en la medida que posee una autonomía relativa  respecto a tal o cual fracción y componente de ese bloque" pag. 152.

[23] N. Poulantzas, Poder político…op. cit. pag. 30

[24] N. Poulantzas, Poder político y clases sociales, pag. 25.

[25] Ibídem, pág. 159. (sr original)

[26] Ibídem pág. 163.

22 Nos referimos a aquellas concepciones marxistas, surgidas a comienzos de los 70’s, para las que la “autonomía relativa” del estado, la separación y “particularización” del estado en relación a lo económico, sólo puede entenderse a partir de la estructura básica de las relaciones capitalistas de producción. Derivan el estado a partir de la lógica del capital. Ver Wolfgang Muller y Christel Neususs, "The ‘Welfare-State Illusion’ and the Contradiction between Wage Labour and Capital, en J. Holloway, S. Picciotto, State and Capital, London, Edward Arnold, 1978, pgs. 32-39.  

[28] ".... este concepto (hegemonía) tiene por campo la lucha política  de clases en una formación capitalista , y comprende, más  particularmente, las prácticas políticas de las clases dominantes en esas formaciones." N.Poulantzas, Poder Politico...  op. cit. pag. 169. 

[29] N. Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo XXI, 1974 "La correspondencia entre el estado .... y los intereses de la clase o fracción hegemónica, no se establece en términos simples de identificación  o de reducción del estado a esta fracción. Esta correspondencia se establece en términos de organización y de representación", pag 90; Estado, poder y socialismo, op.cit. pag 152: "(El estado) representa y organiza la clase o las clases dominantes, representa y organiza en suma el interés político a largo plazo del bloque en el poder  compuesto de varias fracciones de clase burguesa. Organización, pues, por medio del estado, de la unidad conflictiva de la alianza en el poder y del equilibrio inestable de los compromisos entre sus componentes, cosa que se realiza bajo la hegemonía y dirección, en ese bloque, de una de sus    clases o fracciones, la clase o fracción hegemónica."

[30] Op. Cit. Pág. 154 (sr en texto)

[31] N. Poulantzas, Las clases sociales… op. Cit. Pág. 18.

[32] J. Holloway, Sol Picciotto, op. cit. pag 7

[33] Resulta sugestivo anotar el parentesco existente entre los poulantzianos modernos y quienes también han intentado desarrollar una teoría especifica de la política, Offe y Habermas entre otros.   

[34] A. Garcia Linera, El Estado en transición, bloque de poder y punto de bifurcación en AAVV, El estado: campo de lucha, La Paz, Muela del Diablo, 2010, pags. 7-40. L. Tapia, El Estado en condiciones de abigarramiento, pags. 95-125, ídem AAVV. R. Zavaleta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivia, La Paz, Plural, 2008.

[35] R. Zavaleta Mercado, Las formaciones aparentes en Marx, en La autodeterminación de las masas, Bogotá, Clacso, 2009. Pags 77-120.

[36] R. Zavaleta Mercado, El estado en América Latina, en La autodeterminación… op. Cit. Pág. 326-327.

[37] Con el término de formación social abigarrada Zavaleta remite a la heterogeneidad de las estructuras productivas de la sociedad boliviana, asentada en la experiencia y legado colonial. Igualmente, a una dimensión política asentada en las diferentes estructuras de autoridad que determinan la vida política al lado de las instituciones de estatalidad: llámese propiedad latifundista patrimonialista, o formas comunitarias de gobierno indígena.

[38] Op. Cit. Pág. 333.

[39] Op. Cit. Pág. 334.

[40] L Tapia, La coyuntura de la autonomía relativa del estado, Muela del Diablo, La Paz, 2009, págs.15-16.

[41] R. Zavaleta M., El estado en América Latina  … op. Cit. Pág. 332.

[42] Ver L. Tapia op. Cit. Pág. 113.

[43] Op. Cit. Pág. 123.

[44] A. Garcia Linera, op. Cit. Pag.8.

[45] A. Garcia Linera, La potencia plebeya, Capitulo VIII, Crisis estatal y época de revolución, Bs. As. Clacso-Prometeo, 2008, pags. 331 y ss.

[46] A. Garcia Linera, Democracia, estado, nación, La Paz, 2013, El estado en transición, pag. 82.

[47] Ibídem, pág. 84.

[48] Ibidem, pág. 86.

[49] Ibidem, pág. 87.

[50] N. Poulantzas, Hegemonía y dominación en el estado moderno, México, PyP N* 48, 1986. 

[51] N. Poulantzas, Estado, poder y … op. Cit. Pág. 313-314, (sr. Original)