¿Neoliberalismo vs neokeynesianismo? ¿O moneda del común?
“El búho de Minerva solo levanta vuelo en el crepúsculo”. Esta enigmática frase fue escrita en 1820 por Friedrich Hegel, en el prefacio de su obra Lineamientos de la Filosofía del Derecho. Mediante esta misteriosa máxima, el filósofo alemán quiso expresar que realmente solo se llega a entender una era o momento histórico una vez que ésta ha concluido. El búho de Minerva, diosa griega de la sabiduría y el entendimiento, solo trae su mensaje a los mortales cuando el día ha terminado, simbolizando que los eventos históricos y las causas que llevaron a ellos solo se vuelven transparentes al final, en una leída retrospectiva. La pandemia ha trastocado no solo las formas de vida y la economía a escala global, sino, de alguna manera también, nuestras categorías interpretativas. De ahí la urgencia y la dificultad de una reestructuración teórica convincente. Lo único que podemos definir claramente, sin embargo, es el alcance de la crisis de producción y consumo, que un intervencionismo estatal redescubierto abiertamente deficitario busca remediar mientras asistimos a la emergencia de una contradicción entre el trabajo de los cuidados y los afectos y la custodia de los beneficios industriales y comerciales llevados al límite de la negación. Sólo queda el estímulo a presagios ontológicos extraídos de un presente tumultuoso asentados en una materialidad viviente.
La situación presente: el devenir de la pandemia.
La Pandemia mundial ha empujado a los diferentes países del mundo a encontrar un equilibrio complejo entre poner un freno a la propagación del virus, recuperar la capacidad del sistema de salud pública, implementar las medidas de estabilización macroeconómica y sostener la sobrevivencia de las empresas en un contexto de abrupto descenso de los niveles de actividad. Independientemente de las maneras en que los países se comportan en una situación que no tiene precedentes ante lo que puede llamarse una economía del virus, se enfrentan a una Gran Interrupción que acelera las tendencias y provoca rupturas, al punto de agravar las condiciones de la crisis. Quizás podríamos indicar que este proceso de crisis pandémica se ha desarrollado de una manera más espectacular en los Estados Unidos y en Brasil, donde el virus ha causado desastres particularmente graves. ¿Es posible afirmar, siguiendo las herramientas metodológicas de la teoría de la regulación, que nos enfrentamos ante la crisis de un régimen de acumulación? Aunque sí decir que la crisis ha generado nuevas incertidumbres frente a las cuales las economías más desarrolladas no alcanzan a vislumbrar una salida cierta.
Los gobiernos de todo el mundo tuvieron que afrontar repentinamente una doble crisis gemela: la de una pandemia potencialmente mortal, que ponía, a su vez, sus economías en coma. Estos desafíos simultáneos se han impuesto en las más variadas sociedades en todo el mundo, como exigencia de una serie de actos de equilibrio sin precedentes, ante la “economía del virus”.
Sin embargo, la pandemia plantea un verdadero desafío al liderazgo político: velocidad de reacción para ralentizar la propagación del virus y fuerte competencia y productividad en su gestión. En efecto, el bloqueo económico ha privado a una significativa proporción de personas y empresas de ingresos adecuados mientras permanecen en casa ysdeben pagar sus impuestos y servicios. Este fenómeno, al estimular una verdadera amenaza existencial para muchos, ha requerido grandes cantidades de asistencia inmediata, incitando a los gobiernos a organizar sustitutos de ingresos bajo formas de pagos directos únicos, subsidios salariales y / o prestaciones por desempleo. Bien saben los economistas y gobiernos que esta asistencia provocará un impacto en la economía, aunque se trata de superar igualmente la amenaza de un efecto multiplicador negativo de las reducciones del gasto empresarial y su impacto sobre los ingresos que, a su vez, provocarían más recortes del gasto, etc. El peligro de tal reacción en cadena es que arrastre como una avalancha y, por lo tanto, se convierta en una espiral de “deuda-deflación” que involucre ventas forzadas de activos, acumulación masiva de efectivo, congelamiento de crédito, impagos de deuda y caída de precios. Es este escenario el que debe contrarrestarse con un gasto público adicional (mejorar, por ejemplo, la capacidad adicional de la salud pública) para compensar la contracción del gasto del sector privado.
El coronavirus, si bien se propaga fisiológicamente de un ser humano a otro, también invade los intersticios sociales y se nutre de los conflictos sociales. De ese modo, intensifica las tendencias de inestabilidad pre-pandémicas y, en ocasiones, también rompe con las prácticas y configuraciones institucionales de larga data. Desde un punto de vista sociológico, la pandemia es también una historia de aceleraciones y rupturas de tendencias.
Por un lado, los bloqueos generalizados en todo el planeta durante el 2020 aceleraron cambios a favor de la actividad on-line, el trabajo desde la casa, las compras on-line y las reuniones en grupos virtuales. Este impulso a la economía digital, colosal bendición para los gigantes tecnológicos que ya son dominantes, apresurará el declive a largo plazo de las formas organizativas tradicionales volviéndolas obsoletas, incluidas las tiendas minoristas, los centros comerciales, el espacio de oficinas, los viajes de negocios e incluso los eventos científicos, así como las clases presenciales a medida que se afianza el aprendizaje digital. En este contexto, el quinteto de Google, Apple, Amazon, Facebook y Microsoft, ha prosperado, sobre todo gracias al enfoque de libre mercado de Estados Unidos. En China, más propensa al control digital de su población, sus gigantes de Internet, como JD.com, Alibaba, Tencent y Baidu, deben trabajar en estrecha colaboración con el gobierno central, permitiendo que los teléfonos inteligentes de su población se conecten a una organización en línea, coordinada de manera centralizada y supervisando de manera estricta la actividad socioeconómica. Esta modalidad demostró ser una ventaja comparativa crucial en el establecimiento de un régimen eficaz de pruebas y rastreo de contactos con el que gestionar la pandemia. Por su parte, la Unión Europea, aunque carece de gigantes de Internet de cosecha propia, se esfuerza por desarrollar sus propias aplicaciones de rastreo de contactos, a menudo patrocinadas por el estado, al tiempo que implementa un enfoque regulatorio aparentemente más sensato y equilibrado para el Big Data como modelo para el resto del mundo. En fin, todas estas variantes no muestran más que las diferenciaciones de capitalismo para enfrentar la pandemia y sus consecuencias.
Sabemos que los bloqueos en todo el planeta han intensificado aún más la segmentación del mercado laboral, que ha sido una fuente de creciente desigualdad de ingresos durante las últimas tres décadas. En la casi totalidad de los países, el bloqueo dividió la fuerza laboral en tres niveles distintos. Un grupo privilegiado de profesionales, principalmente los denominados “trabajadores del conocimiento”, pasaron a trabajar en línea desde la casa y mantuvieron su salario completo. Los llamados trabajadores "esenciales", desde el personal hospitalario hasta los repartidores, pasando por los trabajadores de los comercios de comestibles, el personal del transporte público y otros productores necesarios de bienes (por ejemplo, alimentos) o servicios (por ejemplo, policía, reparto de correo), tenían que ir a trabajar todos los días, lo que fuera el riesgo de exposición al coronavirus, para que el resto de nosotros podamos seguir funcionando mientras estamos confinados en casa. El resto de la fuerza laboral simplemente dejó de trabajar o terminó trabajando mucho menos de lo que solía hacerlo, con una pérdida significativa de sus ingresos, que se extiende a la mayoría de los autónomos y propietarios de las pequeñas empresas. Hay una gran cantidad de trabajadores independientes, autónomos (en su mayoría jóvenes), trabajadores a tiempo parcial, trabajadores de la economía popular del conurbano, trabajadores ocasionales sin contrato y contratistas independientes, en su conjunto altamente vulnerables, a quienes se agregan los trabajadores migrantes en economías de mercados emergentes, para quienes el cierre reforzó de manera desastrosa la separación física entre sus oportunidades de empleo y la base de operaciones.
Uno de los grandes imponderables de la crisis que se desenvuelve actualmente es la posibilidad de que la inestabilidad financiera empeore gradualmente. Los niveles de deuda se están disparando en todas partes, tanto para las corporaciones que tienen que cubrir enormes brechas de flujo de efectivo, como para los gobiernos que terminan incurriendo en déficits mucho mayores. Aunque las tasas de interés se encuentran históricamente en niveles muy bajos a nivel global, los cargos por servicio de la deuda se volverán proporcionalmente más onerosos en el sector privado en relación con los ingresos que pueden mantenerse por debajo de los niveles pre-pandémicos durante bastante tiempo, ya que la omnipresencia del virus mina la confianza del público, al tiempo que requiere de precauciones que limitan la actividad. Por lo tanto, puede haber picos de incumplimiento de los préstamos que erosionen la salud de los bancos cuyos ingresos ya están deprimidos por una curva de rendimiento plana que se mueve gradualmente hacia un territorio de interés negativo.
Alternativas frente a la crisis pandémica.
¿Cuál es la situación en la que nos hallamos? El capitalismo vive desde hace ya largo tiempo -desde la crisis de Lemann Brother en 2008- una grave crisis sistémica provocada principalmente por la desenfrenada financiarización de la economía global y agravada, últimamente, por el lock down, producto de la pandemia. Frente a este panorama percibimos dos propuestas de salida diferentes y de extendida difusión pública. Por un lado, un progresismo latinoamericano que defiende la regulación del sistema financiero, la tributación de las transacciones en la bolsa, controles diversos en el mercado y el retorno del estado tras una perspectiva keynesiana. Por otro lado, apreciamos una configuración conservadora de derecha, que defiende el desmantelamiento del Estado regulador en favor de un modelo schumpeteriano asentado en el emprendedorismo (Estado del workfare), la autorregulación del mercado y, siguiendo las ideas de Hayek, la garantía de los derechos patrimoniales. Pero, simultáneamente, es posible hallar otra opción, acorde a las concepciones del obrerismo italiano, que escapa a estas valoraciones y plantea una disyuntiva acorde al nuevo tipo de capitalismo realmente existente, el capitalismo bio-cognitivo. Se trata de reflexionar sobre la posibilidad de construcción y pensar un circuito financiero alternativo que pueda romper la hegemonía y la gobernanza financiera que se ejerce en nuestras vidas todos los días e indica un cambio significativo en el terreno mismo en el que se desarrolla el conflicto social y político. No se trata, en los próximos tiempos, de luchar contra los "recortes" del gasto social, sino de orientar las luchas a un re direccionamiento de los recursos, estableciendo la forma en que se utilizarán. En este sentido la agenda política a diseñar no será la "resistencia", sino la batalla ofensiva por la reapropiación de partes significativas de la riqueza social.
Si la crisis financiera de 2008 desafió algunos de los pilares fundamentales de la ortodoxia económica, doce años más tarde, la pandemia Covid-19 ha puesto en el centro de la escena, como motivo de conversación pública, la naturaleza del dinero, de la moneda. En todo el mundo, la gente empieza a preguntarse de dónde vienen las copiosas cantidades, inexistentes hasta ese momento o negadas con vehemencia, según el dogma de la narrativa neoliberal predominante, apoyada en la ortodoxia.
La crisis sanitaria y económica que vivimos ha llevado a la revisión del paradigma neoliberal que guiara las políticas fiscales y monetarias en las últimas décadas. La inyección de liquidez sin precedentes promovida por los bancos centrales, combinada con las medidas tomadas por los gobiernos en los meses de la pandemia, señalan un cambio en la estrategia general de gestión de la crisis. Además, se trata de los mismos organismos que en los últimos años dictaron e impusieron la austeridad y la contención de la deuda pública, y que hoy exigen medidas diferentes. Basta pensar en las declaraciones de Kristina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional, que invocó "un nuevo Bretton Woods”. ¿Es posible afirmar de manera definitiva que estamos ante el fin de la hegemonía neoliberal?
En nuestro país se implementaron ayudas de emergencia -IFE y ATP- y diversas medidas para combatir la pandemia, que ampliaron el gasto público a niveles impensados, más allá de los recortes alcanzados durante el 2019. Según informes del BCRA, la emisión de moneda para financiar al Tesoro los gastos adicionales provocados por la pandemia alcanzó los 2 billones de pesos. El doble de todo el dinero que circulaba en el país a fines del 2019, necesario para solventar el déficit fiscal originado por los nuevos gastos. En el caso particular de Argentina el gobierno decretó una prolongada cuarentena que afectó de manera directa la producción, con ello la recaudación fiscal y, consiguientemente el déficit fiscal.[1]Al comienzo el exceso de pesos que no era aspirado por las Leliqs, se dirigía al sector externo; crecían las importaciones en medio de la recesión y volaba la compra de dólares, tanto de particulares como por parte de las empresas, para cancelar obligaciones de deuda en moneda extranjera, presionando sobre la tasa de cambio. Esta política especulativa fue recortada por diversas medidas gubernamentales como nuevas condiciones de cepo cambiario y control sobre las importaciones.
El aumento del gasto fiscal y la expansión monetaria, en el contexto en el que vivimos, se volvieron inevitables, incluso para los más acérrimos defensores del experimento neoliberal monetarista. Tal punto de inflexión no ocurre porque exista algún límite técnico al desempleo o al hambre y, superado ese límite se invierta la recomendación. Después de todo, para las personas que cayeron en la pobreza o para los miles de muertes prematuras y hospitalizaciones evitables causadas por el “techo de los gastos”, la austeridad fue una calamidad en sí misma. ¿Por qué ahora, en este escenario, ciertamente terrible, los ingresos provienen de inversiones públicas, si hasta entonces la austeridad era el camino?
Es cierto que el Estado capitalista existe para el mercado y siempre interviene a su favor. Sin embargo, las formas, justificaciones y medios de esta intervención se metamorfosean para mantener esta misma existencia. Así como la lógica keynesiana suplantó al laissez-faire después de la crisis de 1929, ahora hay una crisis tan aguda, que al profundizar la que ya estaba ocurriendo, el statu quo necesita un cambio de discurso.
Aunque debemos anotar que si bien durante el año pasado del COVID, el aislamiento social y el colapso del comercio internacional contrajeron la producción y el gasto, provocando que la producción, la inversión y el empleo en casi todas las economías del mundo se desplomaran, ocurrió lo contrario en los mercados de acciones y bonos de las principales economías. Los índices bursátiles de EEUU (y de otros países) terminaron 2020 en máximos históricos. Después del impacto inicial de la pandemia de COVID y los consiguientes cierres, cuando los índices bursátiles estadounidenses se desplomaron en un 40%, los mercados se recuperaron drásticamente y finalmente superaron los niveles pre-pandémicos.
Está claro por qué sucedió esto. Fue gracias a la inyección de dinero crediticio en las economías. En efecto, la Reserva Federal y otros bancos importantes inyectaron enormes cantidades de efectivo/crédito en el sistema bancario e incluso directamente en las empresas mediante la compra de bonos públicos a los bancos y de bonos de empresas; así como a través de préstamos COVID directos a las empresas respaldados por los gobiernos. El interés de estos créditos cayó hasta cero y con los denominados "activos seguros", como los bonos del Estado, el interés se volvió incluso negativo. Lo insólito era que los compradores de bonos estaban pagando intereses a los gobiernos por comprar sus certificados.
Gran parte de esta generosidad crediticia no se utilizó para mantener el salario y los contratos de las plantillas o para mantener las operaciones de las empresas. En cambio, los préstamos se utilizaron, dado su coste de casi cero para especular con activos financieros. Lo que se denomina "deuda marginal", mide el volumen de compras en bolsa que se realizaron con estos préstamos. El último nivel de deuda marginal había subido un 7,7% mes a mes y se encontraba en un nivel récord.[2]
La irrupción de nuevas ideas en tiempos de crisis, incluso las consideradas heréticas hasta ese momento, es un hecho recurrente. Con una simple búsqueda en Google Trend se puede dar cuenta como algunos autores, Keynes, Marx, el mismo Minsky, vuelven a estar de moda cuando todo sale mal. No es solo el pensamiento económico el que evoluciona a raíz de los hechos económicos, sino que la propia sociedad, las clases dominantes y sus representantes políticos, piden nuevas ideas en tiempos de crisis. Basta citar el plan que J. Biden anunciara pocos días atrás, el American Job Plan, con sus dos trillones de dólares a invertir en la economía estadounidense en los próximos ocho años.[3]
Por tanto, existe un doble canal a través del cual la realidad impacta en el mundo de las ideas. No sabemos cuánto va a prolongarse. No duró mucho en el pasado. Hoy, sin embargo, parece que algo se ha resquebrajado en la narrativa dominante, tanto en la forma en que se describe el mundo en los medios y en los debates públicos como en las herramientas teóricas que se utilizan para analizar los fenómenos económicos. Por supuesto, el hecho de que el paradigma del clásico liberalismo esté en crisis y no pueda volver a su antigua gloria no significa que pueda ser puesto permanentemente en el desván. Es más correcto definirlo como un paradigma del "liberalismo" que como el paradigma "neoliberal" en boga. Los anglosajones no tienen un término para distinguir el enfoque de libre comercio en la economía, del pensamiento liberal en su conjunto, lo cual es confuso. Además, el prefijo "neo" es importante porque lo distingue del liberalismo clásico que pretende ser una apología de las fuerzas espontáneas del libre mercado, mientras que el neoliberalismo se configura más como un ataque político al mundo del trabajo y al bienestar social, pero no así sobre el Estado, que pretende ser un defensor de los intereses de las grandes empresas y grupos bancarios.
Desde la crisis de Lemann Brother en 2008, la ortodoxia buscó, sin éxito y con apego, a fin de salvar la teoría, introducir nuevas premisas o cualquier hipótesis ad hoc que lograran encajar la realidad en los modelos de inflación e interés utilizados por los Bancos Centrales en todo el mundo. Si en la década de 1970, tales modelos se volvieron hegemónicos, no por su poder explicativo, sino por su conveniencia política, no se puede decir que el entorno sea tan favorable ahora. Es en este escenario donde la Teoría Monetaria Moderna (TMM), o la Modern Monetary Theory (MMT), se ha destacado en el ámbito académico y político. Basta recordar que durante la campaña de Bernie Sanders en los Estados Unidos en 2016, su asesor económico, que era un estudioso del tema, enfatizó que no hay posibilidad de un programa económico verdaderamente progresista sin pasar por la MMT. Desde entonces, el debate ha cobrado fuerza en el Congreso norteamericano, a través de la propuesta de un Green New Deal, promocionado por la representante de Nueva York en el Congreso, la demócrata Alexandria Ocasio Cortez[4]. Ya volveremos sobre ella.
Si se trata de razonar sobre la contingencia, resulta un buen ejercicio la comparativa entre las políticas impulsadas por el capital frente a la crisis capitalista del 2008-09 en sus tiempos posteriores y la actual crisis del COVID, para determinar los rasgos de continuidad y discontinuidad entre ambos períodos. Si partimos de la crisis de 2007/2008, ̶ o incluso antes, ya que es a partir de los años ochenta que los ejes del "capitalismo financiero", el "postfordismo" y la "globalización" se consolidaron y se establecieron históricamente ̶, es posible detectar los elementos de continuidad en el hecho de que, entonces como ahora, la crisis es dirigida por los bancos centrales y se asienta principalmente en la política monetaria. Sin embargo, anotamos una diferencia: en los años posteriores a 2008, los gobiernos aplicaron políticas de austeridad destinadas a hacer que la población pagara la crisis financiera, que tuvo en los bancos el actor principal, responsables del desembolso de una gran cantidad de préstamos ̶ que luego se volvieron inexigibles, incobrables ̶ que contribuyeron, de manera importante, a la creación de las burbujas, primero en Estados Unidos, con la crisis de las llamadas subprime, y luego en Europa con la crisis de la deuda soberana. En virtud de las políticas de austeridad, los bancos centrales tomaron medidas para evitar que el "estancamiento secular" se convirtiera en una depresión real, inyectando grandes cantidades de liquidez a través del quantitative easing, mecanismo de flexibilización cuantitativa.
El curso actual, en cambio, se caracteriza por dos particularidades: a la política activa de los bancos centrales, como "estimulante", se asocia una política fiscal de intervención pública, encaminada, en la emergencia, a contener los efectos más inmediatos de la crisis pandémica que afectó tanto a la oferta como a la demanda, con la adopción, por ejemplo, de medidas especiales de sostenimiento de la demanda a través de la ayuda directa a quienes han sufrido de manera inmediata la pérdida de sus ingresos, así como diversas modalidades de formas de apoyo empresarial y al empleo. Así, se pueden puntualizar la prohibición de los despidos por la pandemia y la doble indemnización exigida desde diciembre de 2019. Con estas políticas, se intentó, por un lado, mantener con vida a los negocios afectados por la drástica caída de la demanda, mediante contribuciones al pago de salarios (ATP), fianzas o préstamos subvencionados. Por otro, hacer frente a las necesidades más urgentes de las poblaciones afectadas por la falta del salario o empobrecimiento repentino, mediante diferentes formas de ingresos. Tal fue el caso del IFE en nuestro país. Es precisamente la combinación de políticas monetarias y fiscales lo que representa la discontinuidad en la continuidad. Aquí surge una gran pregunta: ¿esta discontinuidad lleva en sí el germen de novedosos elementos que en el futuro o en el mediano plazo, permitan la consolidación de un nuevo estado social? ¿Un nuevo welfare? O, por el contrario, se trata solo de medidas excepcionales de corto plazo destinadas a desaparecer.
Estamos hablando de un estado del bienestar que no solo prevea una redistribución de la riqueza, ̶ aunque no necesariamente equitativa, pero, al menos, menos inequitativa ̶, sino que también sea capaz de intervenir en el ciclo económico y en aquellos sectores necesarios para un crecimiento menos inestable de la sociedad.
Razonar sobre la continuidad y la discontinuidad significa, también, pensar en estos temas.
¿Se convertirán estas intervenciones en parte de un nuevo tipo de estado de bienestar? Aquel, basado en la memoria keynesiana o rooseveltiana, no solo fue funcional al equilibrio entre las clases en términos de redistribución de la riqueza, sino que propulsó el crecimiento capitalista a través de las clásicas inversiones en infraestructura (caminos, grandes obras de infraestructura, etc.). Hoy nos encontramos ante una realidad socio económica diferente. En efecto, el estado social tiene su razón de ser inmerso en la gran sociedad del cuidado, de la salud, en la que, junto al trabajo inmaterial que produce valor a través de las actividades cognitivas, hay actividades predominantemente antropogenéticas, de producción del hombre a través del hombre, dirigidas no tanto al objeto, sino al sujeto. Se trata de atender esta nueva realidad social.
Capital financiero y fuerza de trabajo cognitiva.
El fin del modelo fordista inauguró la era de la financiarización del capital, época en que el capital adoptó estrategias de extracción del valor (valorización del capital) colonizando la esfera de la circulación, el intercambio de mercancías y la reproducción de la fuerza de trabajo. El giro neoliberal, en un sentido preciso, no sólo puede interpretarse como un ataque al Estado de Bienestar, con políticas fiscales a favor del capital y de los altos ingresos, sino también como el comienzo de un proceso de producción de plusvalía a partir de la misma vida de la fuerza de trabajo. El obrero social es vida puesta a trabajar mediante la ofensiva contra la condición salarial echando mano a la flexibilidad y la precariedad.
Dicho de manera distinta, la financiarización es la otra cara de un capitalismo que extrae plusvalía de la sociedad, más allá de los confines de la fábrica, en la esfera de la circulación (hablamos hoy del consumidor también como productor de valor, el prosumer). En el capitalismo financiero, por un lado, no se invierte tanto en salarios ni en capital constante (máquinas), cuanto, en dispositivos de producción de riqueza, que son también dispositivos disciplinarios y de control sobre la vida de la fuerza de trabajo. Se trata de una nueva acumulación de capital donde el aumento de los beneficios, las ganancias, no exige pasar por la producción directa de mercancías, por los típicos lugares difundidos de valorización del capital. En esta acumulación de capital financiero, la deuda privada, además de los resultados financieros, desempeña un papel central en la creación de la demanda para el consumo. Precisamente, porque el beneficio se hace fuera del ámbito directo de la producción, la ganancia toma la forma del ingreso o rédito. Así el beneficio-rédito refleja la progresiva autonomización de la sociedad respecto a la relación directa entre capital y trabajo. La sociedad, la vida de la gente, se convierte en la tierra virgen a conquistar, a ser privatizada, como en el siglo XVII se privatizó la tierra con el cercamiento (los enclosures) y expropiación de las tierras que funcionaban como tierras (bienes) comunales. En el capitalismo financiero, los réditos, los ingresos son la expresión del valor de la producción de valor a partir de la vida misma. En otras palabras, las finanzas no son parasitarias, sino productoras de nuevas relaciones de explotación capitalista.
En esta transformación del beneficio en rédito, como análisis crítico del capitalismo contemporáneo, la sociedad se revela como conjunto de (bienes) comunes, de commons, es decir, de bienes relacionales, no competitivos y no exclusivos, de los que se apropia el capital a través del aumento de la deuda. En el capitalismo contemporáneo, la protección de los bienes comunes, sean la vivienda, los bienes relacionales, así como la cultura y la salud o la red de relaciones sociales de cooperación social y comunicativa, pasan por la sujeción a la deuda privada. La crisis de las hipotecas subprime, fue, en este sentido, ejemplar.
El conocimiento que permite innovar los procesos productivos, el "progreso técnico" que contribuye a incrementar la productividad laboral y estandarizar el consumo de bienes y servicios, no cae del cielo, no es externo al contexto en el que se produce el crecimiento económico. El conocimiento innovador es algo que se produce y que, por eso mismo, hay que pagarlo, remunerarlo. En otras palabras, el progreso técnico que genera la producción de conocimiento debe incorporarse como un costo. Este es el resultado de desarrollos teóricos producidos en el campo del análisis microeconómico de los factores de crecimiento. De hecho, las teorías del crecimiento endógeno han permitido superar la idea neoclásica de un conocimiento innovador, libre y externo al espacio de la acción humana, por lo demás, además gratis.[5]
La creciente importancia del trabajo cognitivo vivo frente a la ciencia incorporada en las máquinas fordistas da cuenta de los métodos de financiación de la innovación en los últimos años, del auge del "capitalismo de riesgo" en Estados Unidos y sus efectos contaminantes hacia el resto del mundo. En efecto, la revolución de la información permitió liberar enormes cantidades de capital invertidos a largo plazo en los rígidos sistemas de producción. La ciencia, por así decirlo, ha emigrado de los laboratorios, para incorporarse directamente a las actividades de los seres vivos, la ciencia incorporada al capital fijo de la máquina se ha transformado en ciencia invertida en el propio cuerpo de la fuerza de trabajo. Es esta "transposición" la que permite utilizar la categoría marxista del general intellect, hoy referida ya no al conocimiento acumulado en las fuerzas productivas del capital, como había previsto Marx en el desarrollo histórico del capitalismo industrial, sino en el cuerpo vivo de la fuerza de trabajo.
Conviene remarcar algunas observaciones sobre el capital financiero, como expresión del capitalismo cognitivo posfordista.
En primer lugar, la financiarización de los procesos económicos descritos no debe verse, desde una mirada fordista, como una perversión, como un simple fenómeno especulativo, moralmente condenable, o como simple extensión de las formas clásicas del capital financiero (al estilo Hilferding), sino como una verdadera innovación interna en el funcionamiento del capitalismo que, a su manera, expresa las características del nuevo período posfordista: fluidez e incertidumbre. Los mercados financieros son simultáneamente lo contrario y el equivalente de las nuevas condiciones de productividad laboral y producción de la innovación.[6]
En segundo lugar, lo que caracteriza al nuevo capital financiero es la fusión de todas las funciones del dinero[7]. Esta fusión cambia el papel y la importancia del sistema bancario, pero sobre todo autoriza la relación directa de todas las formas y usos del dinero. Cualquier cantidad de dinero puede transformarse en una inversión en acciones y bonos. Esta situación cambia los límites entre salarios y ganancias y, por lo tanto, la delimitación simple y mecánica entre clases sociales directamente opuestas en la distribución de la riqueza creada. La participación directa de los empleados en la inversión en los mercados de valores y bonos ya no es un fenómeno marginal, sino constitutivo de la nueva condición salarial. La tradicional distinción entre salario directo y salario socializado está en proceso de extinción. Un indicador es la difusión en una gran mayoría de países desarrollados de los sistemas de pensiones basados en la capitalización, funcionando algunas veces como una jubilación-pensión complementaria. Incluso, en nuestro sistema jubilatorio de reparto, se esconde este principio básico, propio de los sistemas jubilatorios privados. En efecto, el llamado FGS (Fondo de Garantía de Solidaridad) del Anses, herencia del sistema de jubilación privada anterior, incorpora valores, títulos, acciones de las más diversas compañías privadas nacionales y multinacionales, cuyos valores fluctúan conjuntamente con el valor de estas compañías sujetos a los avatares y especulaciones varias que pudieran hacerse con esos valores. Por ello, el salario socializado (o diferido) ahora circula por todo el mundo a través de la intermediación de los fondos de inversión y fondos de pensiones y, en ese contexto, el concepto mismo de "salario social o socializado" se vuelve inadecuado. El núcleo del debate sobre el destino de los sistemas de jubilación de la seguridad social no se refiere tanto a la oposición entre un sistema de distribución solidario o de reparto y un sistema individual de capitalización. La oposición debe ser entendida, más bien ahora, entre un salario socializado administrado a nivel nacional sin intervención alguna del privado, y una fracción del movimiento de capital invertido en todo el mundo.
Existe una consustancialidad irremediable entre lo que antes fueron dos esferas separadas, a saber, la economía real y la economía de las finanzas. C. Marazzi ya en su artículo La violencia de las finanzas argumentaba que las finanzas son sólo la otra cara de la moneda postfordista. La financiarización representa así "la forma de acumulación de capital simétrica a los nuevos procesos de producción de valor"[8]. La producción, la circulación y el consumo se configuran como una cadena de momentos cada vez más indestructibles: las finanzas impregnan ahora la circulación del capital de un extremo al otro; todo acto productivo y todo acto de consumo están directa o indirectamente ligados a las finanzas[9]. De ahí una consecuencia central del diagnóstico crítico de la fase actual del capitalismo, a saber, la creciente importancia de los procesos de crowdsourcing[10], de captar el valor producido fuera de los circuitos tradicionales de producción. Según el economista suizo, en los últimos treinta años se ha producido una auténtica revolución en los procesos de producción de plusvalía, que han traspasado las fronteras limitadas a la fábrica, para alcanzar, en particular a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el dominio de los afectos, de la sociabilidad, del lenguaje, en fin: de lo humano en su totalidad, dando lugar a una composición orgánica de capital adecuada a la era de la bioeconomía cognitiva.
Observamos como, de hecho, el valor se produce al exterior del clásico lugar donde se producía anteriormente, espacial y temporalmente, es decir, la fábrica. Estamos en presencia de una producción de tipo antropogenética: si anteriormente el capital fijo se asociaba a la máquina, hoy toma un carácter inmaterial, como en los algoritmos, y expresa la capacidad de extracción o, al menos, de captura del valor producido por la forma de vida, por el trabajo comunicativo, relacional y cognitivo que impregna la vida entera. Incorporamos ahora en nosotros mismos la fórmula, el saber, el lenguaje, la teoría y el modelo que en el pasado se encontraban en el capital fijo, en la máquina. De eso se trata precisamente la inteligencia colectiva, el general intellect, de la que nos habla Marx en los Grundrisse.
Reconocer la existencia de un nuevo tipo de capitalismo, un capitalismo bio-cognitivo, nos lleva a desestimar toda propuesta de recuperar modelos de welfare correspondientes a otros momentos y tiempos capitalistas que, por lo demás entraron en crisis, apostando por el contrario, a posibles salidas del impasse actual, postulando y articulando la necesidad de reformar los circuitos y sistemas monetarios desde abajo, es decir, proponiendo concretamente instituciones monetarias que permitan la reapropiación del tiempo de existencia y la elaboración de formas de vida - y de procesos de subjetivación - alejados de la lógica dominante. Marazzi mira con atención las intervenciones locales, enraizadas territorialmente, pero que tienen una dimensión intrínseca global: este es el caso de la renta universal garantizada, por supuesto, pero también de la constitución de formas complementarias de monedas, lo que llamará, aunque todavía no en este libro, la moneda del Común.[11]
Estas dos instancias, asociadas a un keynesianismo antropogénico orientado a apoyar la producción del hombre a través del hombre (educación, salud, protección social, servicios de atención, cultura, arte, investigación científica, etc.), podrían monetizar "actividades que, en muchos casos, ya se realizan de forma gratuita, o actividades cuyas externalidades positivas, particularmente en el entorno, no se traducen en un crecimiento inmediato del PIB según el clásico y obtuso análisis coste-beneficio [... privilegiando así] formas de retribución del trabajo directamente vinculado a la reproducción de la vida ". El devenir-renta de los beneficios -según la bella expresión de Carlo Vercellone [12]que Marazzi cita en numerosas ocasiones- opone un devenir-renta de los salarios (diferido o socializado), un reclamo político radicalmente anclado en una teoría a la altura del capitalismo actual.
Teoría Moderna Monetaria.
Durante los 30 años siguientes a la crisis del fordismo, desde el comienzo de la era neoliberal hasta la gran crisis financiera de 2008, las sociedades y los gobiernos occidentales fueron presos de una verdadera camisa de fuerza, aquella de la “disciplina fiscal” y la estricta moderación del gasto, según dictan las normas de la teoría hayekiana y monetarista de M. Friedman. Se afirmaba, y se repite hoy también, como un dogma absoluto, que las finanzas de los estados son como las familias: no se puede gastar más de lo que se recauda, de lo contrario, “los mercados” harán sentir todo su peso. En ese contexto los gobiernos deben hacer su “tarea” ajustando sus gastos a los ingresos fiscales. Incluso el actual gobierno peronista, en la voz de su ministro de economía estrella, M. Guzman, repite este mantra.
Cierto es también que este dogma fue rapidamente vulnerado. Cuando la crisis del 2008, en el momento que las instituciones bancarias más grandes de los EEUU estaban atravesadas por una crisis que las lanzaba a una potencial bancarrota, fue el gobierno de la FED quien las salvó gracias a una fenomenal emisión de dinero. En noviembre de 2018, si bien la tormenta había pasado, los ahorros estaban aún guardados y la recesión mundial capitalista golpeaba la puerta. Fue el momento en que los bancos centrales de EE. UU, de la Unión Europea, y Japón inundaron la economía mundial con la llamada quantitative easing.
Si bien la recesión mundial se detuvo, también es cierto que el capitalismo mundial no puede aún salir de un largo estancamiento. Aunque también debemos reconocer que la ruptura-crisis del paradigma neoliberal no implica naturalmente la salida del capitalismo o el renacimiento de viejas-nuevas formas de regulación, como la conocida socialdemócrata. Su aplicación exigiría la existencia de una serie de condiciones en términos del equilibrio de poder entre las clases sociales a nivel global y restricciones a la circulación de capital y mercancías, ausentes hoy, lo que nos conduce a desconfiar sobre toda alternativa inminente. A nivel teórico, esta crisis se traducirá en un mayor eclecticismo de los economistas, configurando una coexistencia de diferentes enfoques teóricos y metodológicos de la macroeconomía y la economía monetaria.
Ante esta persistencia hemos sido testigos, en los últimos años, de respuestas socio económicas emparentadas con el neokeynesianismo y apoyadas por sectores del laborismo inglés, a quienes luego se unirían miembros del ala más progresista del partido demócrata estadounidense. Es el caso de B. Sanders y la latina A. Ocasio-Cortez, todos ellos cercanos a la Teoría Moderna Monetaria. En 2015, el laborista británico Jeremy Corbyn, comenzó a hablar de flexibilización cuantitativa (quantitative easing) para las personas, de igual forma que habían generado el salvataje de los bancos.
La TMM, conocida también como teoría “neo-cartalista”, combina la concepción cartalista de dinero, con el enfoque poskeynesiano. Los cartalistas inspirados en Georg Friedrich Knapp[13], sostienen, al igual que Keynes, que el dinero debe ser previa o simultáneamente, unidad de cuenta antes que funcione como medio de intercambio. Lectura que está lejos de considerar al dinero como una solución espontánea a los problemas del trueque, solución para el intercambio. Y es el Estado quien instituye el dinero como unidad de cuenta, tras el cumplimiento de los contratos y las obligaciones contraídas. Esto es, el fiat money, dinero fiduciario, o el dinero de curso legal y forzoso emitido por el Estado, tiene valor, según la TMM, porque sirve para pagar impuestos. De otra forma, el Estado determina cuál dinero debe ser usado como unidad de cuenta. Por ello, para el cartalismo, la función de unidad de cuenta se asienta, fundamentalmente, bien en la confianza, bien en el poder del soberano para imponer su voluntad a la población. Bajo esta idea el dinero es una criatura estatal, donde la soberanía monetaria es un componente fundamental de la soberanía estatal. Sabido es que para Marx el dinero es analíticamente inconcebible, sin entender el intercambio de mercancías.
Según el cartalismo la preocupación por el déficit no tiene base racional, ya que el gasto puede ser financiado por la creación de moneda. En este contexto los impuestos no financian el gasto estatal (que ya se produjo), sino que generan la demanda de dinero. Y la emisión o colocación de bonos de deuda estatal no tiene por objeto el financiamiento del gasto, sino absorber las reservas excesivas de los bancos, a fin de regular la tasas de interés. Las deudas no constituyen una carga para el Estado ya que sus servicios siempre se pueden cumplir acreditando reservas bancarias. Los problemas surgen si el gobierno se endeuda en moneda extranjera.
Para la TMM la macroeconomía exitosa se sustenta en la demanda cuyo aumento, a su vez, estimula la ampliación de la producción disparando así un circulo virtuoso. Para la TMM, la inflación no encuentra su causa determinante en la emisión, sino que su procedencia se encuentra en aquellas situaciones económicas en que la demanda supera a la oferta de productos. Para sus partidarios, un déficit fiscal elevado, con relación al ahorro privado, solo puede ser inflacionario en la cercanía del pleno empleo. Mientras no se alcance esta situación el déficit fiscal asentado en la emisión monetaria, no será inflacionario.
En esta relación, la producción juega un rol pasivo. Por su parte la demanda puede sostenerse a los niveles deseados por el gobierno, ya que éste siempre podría inyectar dinero creado ex nihilo por el Estado. En esta dinámica la cadena causal comienza en la demanda -como factor activo-, cuyo incremento provoca un aumento de la producción -que juega un factor pasivo induciendo un círculo virtuoso mientras el estado genere el dinero necesario. Pero, en este caso, ¿esta dinámica no reproduce la ley de Say invertida ahora, donde es la demanda la que crea su propia oferta en un lapso relativamente corto de tiempo? Si esto fuera así alcanzaría con fomentar la demanda para que la producción se ponga en marcha. Peregrina idea sostenida por nuestros políticos y economistas kirchneristas, para quienes no resulta necesario esterilización alguna del dinero emitido como plantean nuestros cuantitativistas friedmanianos, para quienes el dinero emitido ex-nihilo por el BCRA es causal de futura inflación.
Sin embargo, ni la ley de Say, ni su inversa, son válidas bajo régimen de producción capitalista. Ya Marx en El Capital (tomo III) desestimó la ley de Say cuando el dinero, en cuanto medio de circulación, puede no transformarse nuevamente en dinero incrementado, por la simple posibilidad de que a las ventas no le sigan las compras.[14] Originándose así una crisis de sobreproducción, negando en los hechos la ley de Say.
Aquella noción keynesiana de que es la circulación monetaria, a lo largo de la historia, el factor decisivo para el incremento de la actividad es una pura ilusión que se basa en el supuesto que la circulación del dinero es la causa de la producción de mercancías. Por el contrario es la producción para el mercado el factor que produce la circulación del dinero.
El debate entre keynesianos, post-keynesianos y partidarios de la TMM se reduce a que los defensores de la TMM discuten con los keynesianos ortodoxos sobre si el gasto público puede crear el dinero para financiarlo; o si son necesarios impuestos y endeudamiento para crear el dinero que financie el gasto público. Trátese de los kaleckianos más ortodoxos (neo-keynesianismo radical), de los clásicos keynesianos o de los partidarios de la moderna teoria monetaria, todos ellos, asentados en una u otra variable, hacen de la demanda el motor de la economía.
Contrariamente a la visión keynesiana / poskeynesiana / TMM, la visión marxista plantea que la “demanda efectiva” (incluyendo los déficits públicos) no puede preceder a la producción. Siempre hay demanda en la sociedad para las necesidades humanas. Pero sólo puede ser satisfecha cuando los seres humanos trabajan para producir cosas y servicios a partir de la naturaleza. La producción precede a la demanda en ese sentido y el tiempo trabajado determina el valor de esa producción. Los beneficios son el resultado de la explotación del trabajo y esos beneficios son invertidos o consumidos por los capitalistas. Por lo tanto, la demanda sólo es 'efectiva' gracias a los ingresos que se han creado, y no viceversa.
Sin embargo, existe otra raíz teórica de la TMM que puede referenciarse en la llamada financiación funcional de Abba Lerner y Hyman Minsky.
En el otoño de 1934, en un famoso discurso de radio[15], John Maynard Keynes presentaba una división de los economistas en dos grupos antagónicos: aquellos que creían en la autorregulación de las economías de mercado y los que rechazaban esta idea. Nombrará ortodoxos a los primeros y "herejes" a los segundos. Sin duda, H. Minsky, quien falleciera en 1996, (1919-1996) perteneció a la tradición de los “herejes” ya que, como Keynes, no creía en la capacidad del capitalismo para autorregularse, posición que en la década de 1980, se había convertido nuevamente en una minoría. En efecto, tras el breve paréntesis keynesiano de los años de auge de la posguerra, el pensamiento ortodoxo volvería a expandirse de la mano de la teoría de las expectativas racionales reconfigurando toda la disciplina económica en torno a los “nuevos clásicos”. El mismo término "nuevos clásicos" captura este movimiento de regreso a los principios de la "escuela clásica" que Keynes se había esforzado por rectificar. En finanzas dominaba lo que los economistas llaman "el supuesto del mercado financiero eficiente", hipótesis que sostiene que la competencia financiera permite una óptima asignación de capital y que, por tanto, es importante propagar el principio a todos los sectores de actividad en todo el planeta. Según la doxa de la época, las sociedades del momento deberían estar encantadas de ver el surgimiento de mercados que condujeran a una mejor apreciación de riesgos, mientras se aumentaba significativamente la eficacia de la autorregulación competitiva. Esta convicción habría de jugar un papel central en el advenimiento y expansión del capitalismo neoliberal. Es posible observar, además, que incluso hoy, después de la dramática crisis de 2008, sigue existiendo entre los economistas una fuerte confianza en la capacidad de los mercados financieros para hacer un capitalismo más eficiente. Lo demuestra el hecho de que son pocos quienes, perteneciendo al campo ortodoxo, cuestionan su papel dominante.
En la atmósfera de los años 80, cuando estabilizar una economía inestable solamente era considerada en los estantes de alguna librería, H. Minsky aparece, por sus análisis, como un economista aislado. Contra la marea de los neoclásicos, defiende la idea de que el sistema financiero de una economía capitalista es inherentemente inestable. Minsky denominó este fenómeno la “hipótesis de la inestabilidad financiera”. Una posición tan reñida con las convicciones ortodoxas, que transmitir la hipótesis de la inestabilidad lo pondría durante mucho tiempo, hasta su muerte en 1996 e incluso después, al margen de la comunidad de economistas estadounidenses. Desde finales de la década de 1980, su obra, fuera de los círculos heterodoxos donde su reputación permanece intacta, es en gran parte ignorada. Ella cae, si no en el olvido, al menos en la indiferencia.
Entendemos que este pesimismo no tuvo éxito en un momento cuando el pensamiento neoclásico, en pleno renacimiento, estaba convencido de haber encontrado, gracias a la desregulación, la martingala que permitiera poner fin a las crisis bancarias y financieras del pasado. Frente a este optimismo ambiental, Minsky es visto como hombre de otra época, anclado al momento de la Gran Depresión de 1929. Según Minsky, una teoría económica sólo es aceptable si se muestra capaz de integrar la Gran Depresión, es decir, el hecho de que el capitalismo nutre en su interior fuerzas que pueden destruirlo. A sus ojos, el interés de la Teoría general de Keynes proviene precisamente del hecho que extrae todas las lecciones de este evento crucial. Es esta preocupación constante por un posible regreso de la Gran Depresión lo que hace que la mirada de Minsky sea tan singular, tan diferente a la de sus colegas neoclásicos.
En lo que a nosotros nos interesa, para Lerner y Minsky, el gobierno debe fijarse objetivos reales, por ejemplo, de pleno empleo y crecimiento cuando realiza sus actividades de gasto, en lugar de centrarse únicamente en la estabilidad de las finanzas públicas.
Finalmente es posible agregar que la TMM explica que la presencia de desempleo no se debe a fricciones en el mercado laboral. De hecho, se niega que exista un mercado laboral, porque la curva de oferta de trabajo se considera independiente de los salarios, por lo que es la demanda de productos la que determina la demanda de trabajadores, no al revés. Por tanto, el desempleo demuestra que los recursos del sistema están infrautilizados. En este caso, el Estado debe intervenir con políticas de gasto público para asegurar la absorción de la fuerza laboral desocupada. Al hacerlo, no está sujeto a la disponibilidad de recursos financieros y dinero, porque siempre están garantizados por el banco central actuando en concierto con el Tesoro.
Moneda del común. Commonfare e Ingreso social garantizado.
Se trata de reflexionar sobre la posibilidad de construcción de un circuito financiero alternativo que pueda romper la hegemonía y la gobernanza financiera que se ejerce sobre nuestras vidas todos los días. Parafraseando a Milan Kundera, la salida está en otra parte. No parece sostenible ni sustentable un proyecto de salida a la crisis del capitalismo agudizada por la pandemia apoyado en perspectivas de importantes recortes fiscales, ni tampoco repetir las viejas políticas kirchneristas de tipo cartalistas vecinas a la TMM, que por lo demás ya fracasaron en el 2014-2015.
El capitalismo se presenta como una economía monetaria de producción y explotación del trabajo. Por ello, las formas de regulación de la moneda, construidas alrededor del funcionamiento del dinero como capital, constituyen los pilares institucionales de la acumulación y reproducción de la escisión constitutiva de la sociedad capitalista: la relación capital-trabajo.
Por consiguiente, si se trata de pensar el común como fundamento de una formación social alternativa al capital, la cuestión del estatuto y del modo de regulación de la moneda resultan inevitables de soslayar, en la medida que la moneda es objeto de apropiación privada y forma de socialización de la actividad productiva de las personas. Se trata de superar no sólo la neutralidadde la moneda que nos remite a la teoría neoclásica, sino también aquella idea cartalista que considera la moneda únicamente como instrumento de intercambio, como instrumento que comporta la reglamentación de una deuda. Por el contrario, la moneda debe ser considerada como expresión de una relación social de producción, donde las actividades de trabajo no adquieren existencia social, sino mediante el intercambio de las mercancías.
Para definir el común debemos partir de la centralidad del trabajo, de los cambios del trabajo para llegar a las características de los productos, ya que su valor de uso y las necesidades que deben cumplir no tienen nada de natural: son el resultado histórico de las relaciones sociales que se establecen alrededor de las formas de organización de la producción y del consumo.
Definimos el común como el potencial de ampliación de la cooperación social que atiende al paradigma de la transformación de las fuerzas productivas y el protagonismo de nuevas formas de trabajo en el capitalismo contemporáneo, como una producción de conocimiento cada vez más socializada. En consecuencia, lo (el) común no queda relegado a aquellos bienes comunes naturales específicos como el agua, por ejemplo. Luchar para instituir un Welfare del Común (Commonfare) significa idear una política que supere la crisis actual y sea capaz de:
reapropiarse de los bienes primarios y públicos, materiales e inmateriales, que, en los últimos tiempos han sido objeto de amplios procesos de privatización, "enclosures" y financiarización; incorpora garantizar una renta básica incondicional como renta primaria, es decir, como remuneración de la vida productiva, en tanto instrumento de distribución y no de redistribución; idear circuitos financieros y crediticios alternativos en los que el dinero se convierta en un instrumento de lo 'común', en favor de prácticas de autogestión de la riqueza social, que hoy han sido expropiadas por los procesos de endeudamiento y por la especulación financiera.
Propuestas que presuponen la superación de facto de los fundamentos que sustentan la explotación en el biocapitalismo cognitivo: la propiedad privada y, en particular, la privatización a la que se somete el acceso al dinero y el chantaje de la necesidad como instrumento de control y gobernanza de mujeres y hombres, que se ven obligados a restringir las formas de su socialización dentro de relaciones laborales cada vez más individualizadas y precarias. Se trata de idear una alternativa aquí y ahora, como posible respuesta al permanente estado de crisis en que vivimos.
Es el modo de cooperación social del trabajo, su capacidad para organizarse de manera alternativa con relación a las lógicas del capital y el Estado, lo que determina en última instancia la propensión de una serie de bienes o de recursos a ser administrados según los principios del común. En ese contexto la capacidad de auto organización del trabajo dependerá de alcanzar un ingreso social garantizado que debilite la restricción monetaria de la relación salarial que, por su lado, condiciona la posibilidad de desarrollar formas de cooperación productiva alternativas al trabajo asalariado y exige nuevos mecanismos de regulación de la moneda. Concebir la idea de una moneda del común no se asienta en la utopía de la igualdad de los trabajos privados, sino en el cuestionamiento mismo de la restricción monetaria que a nivel social define, en el sentido de Marx, la subsunción formal de la fuerza de trabajo al capital y la norma de la relación salarial.
La creación monetaria bajo la forma de depósitos a disposición de los capitalistas, la emisión ex nihilo, consiste, de hecho, en antevalidar[16] una producción futura, a condición que se cierre
el circuito monetario que él mismo supone: que la plusvalía producida haya sido realizada. Sin duda la moneda ha sido creada ex nihilo, como equivalente de mercancías virtuales, pero no demuestra su existencia de equivalente general, más que a través de la venta efectiva de las mercancías producidas. Queda claro que el poder de control sobre la creación monetaria es el factor clave que otorga el poder sobre el trabajo y estructura las relaciones sociales, ya que no solo da lugar a la propiedad de los medios de producción, sino que resume este poder sin necesidad de pasar por la mediación formal de la propiedad de las cosas. Esta esencia del poder de la moneda encuentra su más rico y concreto desarrollo en la actual coyuntura histórica donde el poder de las finanzas corre a la par de la desmaterialización creciente de los medios de producción, encarnados cada vez más en el cuerpo vivo de la fuerza de trabajo, que, como verdadero oxímoron, designa al capital inmaterial o intelectual.
Que la creación ex nihilo de dinero está perfectamente presente en la teoría marxista, lo corrobora la teoría del circuito en Marx, por lo que para liberarse de una concepción metálica del dinero no resultaba necesaria la declaración de la inconvertilidad del dólar en agosto de 1971. La teoría del circuito es una prolongación de la aproximación, en términos de la economía monetaria a la producción. Su génesis se remonta a Karl Marx y hace de la moneda el primum movens de la producción capitalista de mercancías. Será el aporte de la teoría del circuito lo que permite remitir la relación capital-trabajo a la asimetría que opone a dos clases sociales en las condiciones de su acceso a la moneda. Por una parte, la clase de los capitalistas que, gracias a la propiedad de los medios de producción y el control de los mecanismos de la creación monetaria, puede acceder a la moneda independientemente de su trabajo y determinar tanto la magnitud como la orientación de la producción. Por otra los asalariados obligados a vender su fuerza de trabajo, subjetividad en acto, para quienes el dinero toma la forma inicial de salario.
El dinero ex nihilo (ya con Marx) es la forma recurrente de pago de la fuerza de trabajo comprada por el capital, en el sentido de que es la puesta de la fuerza de trabajo a trabajar - es decir, su transformación de capacidad de trabajo a trabajo vivo / subjetivo en acto - que permite que el dinero creado ex nihilo "se convierta en una mercancía", es decir, en equivalente general. Abordaje que nos aleja de aquella concepción, propia del marxismo ortodoxo, que asume el dinero como equivalente general. El tiempo que transcurre entre la puesta en funcionamiento de la fuerza de trabajo y el pago de los salarios es lo que decide este devenir-equivalente general del dinero creado "de la nada", es decir, sin dinero mercancía preexistente. Sin duda la moneda ha sido creada ex nihilo, como equivalente de mercancías virtuales, pero no demuestra su existencia de equivalente general, más que a través de la venta efectiva de las mercancías producidas.
El dinero ex nihilo es la forma que toma el valor en la relación entre capital y fuerza de trabajo, lo que significa, entre otras cosas, que, en Marx, el dinero es, en esencia, la forma de valor y no el equivalente general, como siempre ha reivindicado la ortodoxia marxista. El equivalente general es sólo "una" de las funciones del dinero, entre otras (medio de cambio, medida de valor, medio de pago, etc.), dentro de la forma universal valor.[17]
Sin embargo, el dinero es un cúmulo de funciones que, tomadas en conjunto, trabajan a la par para determinar la verdadera esencia del dinero, la de ser la forma de valor. Debemos evitar darle al dinero una definición estrictamente de mercado, es decir, el de ser el equivalente general de todas las mercancías, que prevaleciera durante tantos años en la ortodoxia marxista. También desempeña este papel, por supuesto, pero, además de esta función, está la de ser medio de pago (en el caso del dinero que compra fuerza de trabajo, "dinero como capital"). En este caso, el dinero creado ex nihilo compra fuerza de trabajo (es decir, funciona como capital), pero los bienes salarios que el trabajador comprará con su salario no existen mientras no se ponga a trabajar al trabajador. Esta idea de adelantamiento del dinero por parte del capitalista remite inmediatamente a la relación capital-trabajo y a la asimetría que los opone en las condiciones de acceso a la moneda, base, por lo demás de la teoría del circuito. Aunque se trata de una moneda endógena, en la medida que su creación depende de la realización de la plusvalía, la moneda bancaria es endógena al capital. La equivalencia entre el dinero creado-pagado como salario y los bienes-salarios se establece ex post, una vez realizado el trabajo. Este es el significado del devenir capital del dinero creado ex nihilo. Si, por hipótesis (políticas), este dinero no comandara trabajo vivo (subjetividad en acto), funcionará como dinero, como ingreso que compra bienes-salarios. Estos bienes salarios, sin embargo, reproducen una fuerza de trabajo relativamente autónoma, que se vuelve autónoma con respecto al capital.
En el fordismo, fue la reproducción de la fuerza de trabajo a través del salario lo que garantizó la continuidad del circuito capitalista, lo que equivale a decir que el salario se utilizó como patrón y medida de valor. El salario era el equivalente al oro en el régimen del "patrón oro"; servía como medida y punto de referencia del valor. Recién cuando los procesos de valorización comienzan a huir de las fronteras, primero nacional, luego fabril, que el salario (así como el salario social distribuido por el Estado de Bienestar) entra en crisis en su función de medida y patrón de valor. Es en este momento cuando realmente podemos hablar de una transición hacia una regulación bio-monetaria del circuito del capital: el dinero creado ex nihilo paga, cada vez menos, el salario de la fuerza de trabajo, y cada vez más, como salario del cuerpo de los trabajadores. Un cuerpo que ya no está disciplinado por el capital por la restricción de trabajar en el espacio de la fábrica, sino por la restricción de producir valor en todos los espacios de existencia.
La desestabilización de las garantías del welfare y la precarización creciente de las condiciones de remuneración y de empleo generan un formidable fortalecimiento de la restricción monetaria en la relación salarial. En el nuevo capitalismo, la dimensión monetaria de la relación de subordinación del trabajo al capital aparece ahora de una manera más indudable y decisiva, en la medida que el aumento de la dimensión cognitiva del trabajo permite que la cooperación productiva pueda organizarse de manera autónoma con relación a la dirección del capitalista. Todo indica que la restricción salarial en estos días toma la forma de la precarización laboral y el debilitamiento de las anteriores garantías del welfare. En este marco todo sucede como si al movimiento de autonomía de la cooperación del trabajo correspondiera un movimiento paralelo de autonomía del capital bajo una forma abstracta, eminentemente flexible y móvil del capital dinero. El poder del capital sobre la sociedad parece basarse, cada vez más, sobre el control de los mecanismos monetarios y financieros, sin poder desempeñar alguna función real necesaria en la organización del proceso de producción. Hoy la moneda, a través de la figura del capital por excelencia, el capital financiero, que personifica el poder del capital, “organiza y premia, separa y domina, capta y elimina el valor producido por los trabajadores, autónoma y comúnmente”.[18]
Acuñar la expresión "moneda del común" significará para Christian Marazzi, subrayar inmediatamente la importancia política del tema: la moneda común como la moneda que da expresión y reconoce lo que es común en la cooperación de la multitud, es decir la expropiación y la precarización, en un espacio político, social, demográfico determinado. La moneda común debe, por tanto, fundamentar ese "modelo económico antropogenético" diseñado para promover un keynesianismo de lo inmaterial centrado en la cultura, la socialidad, la educación, la investigación y la salud, bloqueando los procesos de expropiación y privatización. Debería otorgar un reconocimiento social y monetario a la "productividad de los lazos sociales y la cooperación" y colocar en el temario la cuestión del valor en la configuración capitalista actual, así como en su forma monetaria. El principal desafío a enfrentar por una moneda del común es la de ser una moneda endógena a la reproducción de la fuerza de trabajo, relajando la restricción monetaria de la relación salarial, al garantizar la validación social de la riqueza producida por las formas de producción y satisfacer las necesidades alternativas a las relaciones comerciales.
Son las instituciones financieras las que cubren y mistifican “lo común”. Éste ya no es más simplemente la fuerza de trabajo total de la sociedad en cuanto valor objetivo de las mercancías, sino un conjunto múltiple de actividades cooperativas, creativas y excedentes. Así, en el proyecto que emana de esta potencia, en el sujeto que la encarna, nace el deseo de meter mano en el nexo entre producción y finanzas, luchando contra el empobrecimiento de todos aquellos que, produciendo en cooperación social, son privados del producto común, principalmente de aquello (el welfare, el bienestar elemental) en el que se reproducen míseramente.[19] Si la moneda es siempre una relación social, una institución social, y si la creación de dinero ex-nihilo es inmediatamente medio de producción, entonces sus emisiones deberán subordinarse a las necesidades de las relaciones productivas comunes y las funciones sociales que se derivan de ellas. En ese sentido el ingreso social garantizado incondicional e independiente del empleo, parece simbolizar principalmente una nueva etapa de socialización de la economía. Se inscribe en un proyecto de sociedad y desmercantilización de la economía donde el fortalecimiento de los derechos colectivos relacionados con el sistema de protección social (pensiones, salud, seguro de desempleo) iría acompañado por el paso de un modelo de Welfare-State a un modelo de commonfare.[20]
César Altamira Bs. As. 30 abril 2021
[1] El dato del 3 trimestre del deficit fiscal del Tesoro nacional en el 2020 proyecta un 8,2% del PBI. Se trata de 2,3 billones de pesos financiados en un 88% por emisión monetaria en un país que, paradójicamente, no tiene moneda.
[2] Ver informe de M. Roberts https://thenextrecession.wordpress.com/2021/01/25/covid-and-fictitious-capital/.
[3] New York Times, 9-04-2021, entrevista a Deese Brian miembro del National Economic Council, The best explanation of Biden’s thinking, I’ve heard, https://www.nytimes.com/2021/04/09/opinion/ezra-klein-podcast-brian-deese.html?searchResultPosition=2
[4] https://www.npr.org/2019/07/17/742255158/this-economic-theory-could-be-used-to-pay-for-the-green-new-deal
[5] M. Aglietta, Macroeconomie financiere, La Decouverte, Paris, 1995, pag. 9.
[6] C. Marazzi, La violencia del capitalismo financiero, en AA. VV. La gran crisis de la economia global, Madrid, Traficantes de sueños, 2009 La tesis que aquí se ofrece es que la financiarización no es una desviación improductiva/parasitaria de porciones crecientes de plusvalor y de ahorros colectivos sino la forma de acumulación de la capital simétrica a los nuevos procesos de producción del valor.pág. 40.
[7] A. Orlean, Le pouvoir de la finance, Odile Jacob, Paris, 1999, pág 242.
[8] C. Marazzi, ibidem pág. 40.
[9] Ibidem Ha tenido lugar una transformación de los procesos de valorización por la cual éstos ya no circunscriben la extracción de valor a los lugares adscritos a la producción de bienes y servicios sino que la extienden más allá de los portones de las fábricas, entrando directamente en la esfera de circulación del capital. Pag. 40.
[10] Se trata de la puesta en valor de la multitud (crowd) y de sus formas de vida.
[11] C. Marazzi, Funzioni della moneta del comune, en E. Braga, A. Fumagalli, AAVV La moneta del comune. La sfida dell’intituzione finanziaria del comune. Alfabeta 2-Derive Approdi, Milano, 2009.
[12] C. Marazzi, Che cos’è il plusvalore?, Bellinzona, Casagrande, 2016. Pág. 21.
[13] G.F. Knapp, The state theory of money, London, Macmillan 1924. El libro apareció en 1905.
[14] K. Marx, El Capital, Libro III, Vol VIII, Siglo XXI, México, 1981, pág. 1069.
[15] Ver A. Orléan, Minsky l’hérétique, L’Economie Politique 2016/2 N* 70. Pag. 105.
[16] S. de Brunhoff, Estado y capital, Villalar, Madrid, 1978, pág. 63.
[17] A. Negri en Marx más allá de Marx, Akal, Madrid, 2001, habrá de remarcar esta cualidad del dinero …de presentarme inmediatamente la asquerosa cara de la relación social del valor […] No tengo necesidad de hundir las manos en el hegelianismo para descubrir la doble cara de la mercancía, del valor: el dinero tiene una sola cara, la del patrón. Pág. 36-37.
[18] A. Negri, A propósito de la constitución y el capital financiero, en C. Altamira (comp.) Política y subjetividad en tiempos de governance, Waldhuter, Bs. As. 2006, pág. 378.
[19] Ibídem, pág. 379.
[20] C. Vercellone, L. Baronian, Moneda del común e ingreso social garantizado, en C. Altamira ibídem, pág. 303.
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