Entre los indignados y la
estabilización latinoamericana
Introducción:
El 15 de
febrero del 2003 cien millones de personas marcharon por las calles del mundo
por la paz, exigiendo que la guerra contra Irak no devastara de manera
permanente la fisonomía global. Movilización mundial, pensamiento ético que en
su movimiento rechazaba la violencia de la globalización capitalista y de la
guerra. Al día siguiente George Bush
declaró: ¨no necesito de los "focus group"" mientras comenzaban
los bombardeos sobre Bagdad. Los resultados son conocidos. Luego de ello el
movimiento global entró en un cono de sombras. Desde esa época, subterráneamente
se tejió un movimiento de perfil
diferente, mucho más potente, que iba a eclosionar primero, en las calles de
Túnez, prolongarse en El Cairo y aparecer de manera intempestiva en las plazas
y ciudades de España, Atenas, Londres, Wisconsin, Nueva York... Levantamientos
que no limitan su alcance a posiciones éticas o ideológicas, sino que están marcados
por la precariedad, la explotación, el empobrecimiento creciente, por la rabia y la indignación. Hasta pocos meses
atrás la quietud superficial parecía indicar que las sociedades veían a la
miseria y la devastación producida por la política neoliberal como fenómenos
naturales, inevitables, como lluvias del estío en estas geografías. Sin
embargo, desde fines del año pasado incontable número de trabajadores, formales
e informales, jóvenes, inmigrantes, jubilados, estudiantes, desempleados,
trabajadores precarizados, nuevos y viejos, se manifiestan por doquier contra
un capitalismo financiero que intenta hacer pagar a las sociedades su crisis.
Estamos
atravesados en estos dias por una proliferación global de afectos y creencias
en un nuevo mundo. Vibramos con las multitudes de plaza Tarhir, Syntagma, Sol y
Catalunya; nos alegra ver a jóvenes y no tan jóvenes desplazándose en las
calles de Roma y Londres, Santiago y Lisboa cuyos ojos irradian júbilo
ante las imágenes de Plaza Liberty y
Wisconsin; Oakland y Madison. Acontecimientos todos que tienen su raíz en largas
luchas que alcanzaron masa crítica en sucesivas movilizaciones. Asentadas en el
despojo ciudadano de una crisis que se transparenta en los jóvenes
precarizados, en los endeudados tras hipotecas imposibles de levantar, en lo
hackers y partidarios del software libre, en los anonymus y no les votes,
"democracia ya", en los inmigrantes empobrecidos, en los estudiantes
que resisten el endeudamiento para estudiar. La primavera árabe, el 15M, 15O,
Wisconsin y Oakland son todos hechos, luchas biopolíticas que en su dinámica
liberaron energías acumuladas durante largos años. Enlazadas con luchas
sindicales, movimientos de resistencia cultural, luchas por los derechos de la
mujer, oposición a las incumplidas políticas de Obama, al populismo de derecha
del Tea Party. Cuando parece que el movimiento se ha aplacado revive
intempestivamente con mas brío y fuerza que antes, abriéndose a más gente,
nuevas dimensiones y texturas políticas, más socialidad en un círculo virtuoso.
Ahí está Tarhir nuevamente sacudiendo los intentos de quienes ambicionan
practicar el más descarado gatopardismo. Tras una práctica inteligente que
controla los tiempos de lucha y economiza el enfrentamiento para potenciar su
actividad. Indiscutible astucia de la resistencia para exodar llevando consigo
las semillas de la subversión. Donde el proceso, lejos de disolver las
contradicciones y antagonismos, siguiendo la lógica desmovilizadora de los
partidos políticos, no sólo niega ese sueño abstracto sino que abre paso a
cambios y mutaciones concretas y reales. No son pocos quienes manifiestan una
casi enfermiza obsesión para codificar los levantamientos con la estética
discursiva de la izquierda, revelando con ello toda su incapacidad para
entender la mutación y la ruptura radical de lo que está en juego respecto de
lo conocido.
El biopoder
no consigue contener la fuerza vital de la multitud que avanza en tanto poder constituyente. Las luchas transversales
van conformando una nueva metrópoli , diferentes maneras de vivir y construir
la ciudad, a pesar de que todos los saberes y técnicas del poder han investido
las propias ciudades para someterlas y ordenarlas según los dictados del
capital. Los intentos de desfavelización de Rio nos alertan sobre estas
políticas. Aunque se trata de ir más allá de una definición de la metrópoli
como espacio articulado exclusivamente por la dimensión económica y/o
urbanística. Exceder las transformaciones que la recorren, ya no como nexos
productivos y de innovación, sino también en su entrecruzamiento con la
singularidad, o sea desde el proceso de subjetivación y de constitución del sí.
Es decir de las pasiones puestas en juego. Dicho de otra manera, como
localización espacial moderna y postmoderna del zoon politkon que tiene un
discurso, logos, y no solo voz, foné, emergente de los placeres y dolores.
En la era de
la subsunción real el antagonismo carece de un sujeto identitario, ha devenido conjunto
de subjetividades, de formas de vida, en la medida que su interior se encuentra
atravesado por múltiples proceso de singularización.
Pero, ¿de qué
se tratan entonces estos procesos constituyentes, estas tomas de plazas y
calles; proliferación de insurrecciones ciudadanas; nuevo ciclo de luchas que
recorre el mundo globalizado? Es la revuelta del trabajo vivo frente al comando
del capital, luchas de resistencia que nos informan que nunca como hasta ahora
el comunismo estuvo tan cerca. Si entendemos al comunismo como la doble
liberación del trabajo, en tanto potencia creadora frente al capital y de
nuestra independencia ante el trabajo asalariado que nos presiona y domina ante
la precarización que de hecho significa el desempleo. Luchas biopolíticas que
sin explicitarlo demandan el reconocimiento de una productividad social no
reconocida por el capital, por una renta social universal capaz de promover
liberación de espacios y de tiempos para ser llenados con vida como condición
de existencia. Conjuntos todos complejos que sintetizan lo que el italiano
Negri ha denominado hacer multitud. Construir el común.
No nos anima
ninguna teleología en este tránsito de edificación de contrapoderes que se
construyen alejados de toda forma partido, alineados con la crisis de
representatividad, mientras descartan toda invocación a la lucha armada, tan
cara a la generación de los 70´s. En su reemplazo, ante la crisis del clásico
paradigma político, las multitudes inventan subversivamente nuevas formas de
hacer política, actualizando los antagonismos existentes. Sin crear desde la
nada. Porque el antagonismo de nuestros días ya no admite la reducción de lo
múltiple a lo uno: la potencia del trabajo vivo busca denodadamente sustraerse
al control de lo uno. La praxis social ha puesto en crisis al moderno Leviathan
demoliendo a Hobbes y las categorías políticas de la modernidad. Asistimos a la
construcción de nuevas formas democráticas, no representativas que
desarrollándose en un plano de inmanencia, reconocen una multiplicidad de
singularidades en su seno, alejadas de toda sobre determinación de lo uno. Que
articulan realidades y procesos concretos trabajan de manera creativa en
órdenes institucionales de nuevo tipo y en composiciones del común buscando
satisfacer colectiva y democráticamente viejos y nuevas necesidades, viejos y
nuevos derechos.
La idea de la
crisis nos remite a aquellos momentos donde las formas del ser concebidas como
normales hasta ese momento se agrietan siendo reemplazadas por otras, en
algunos casos, completamente diferentes. Atravesamos épocas difíciles y
complejas, que deben servirnos, al menos, para sacudirnos las apatías y viejas
fascinaciones que aún arrastramos, a pesar de las innegables mutaciones
percibidas en el capitalismo. La crisis nos aguijonea inexorablemente, nos
impele a entrar en dimensiones
diferentes. Estimulando a examinar nuestras vidas, mientras cuestiona la
totalidad de nuestra relación con las estructuras económicas y laborales. Y,
quizás lo más importante, dejando de lado certezas aparentes, nos empuja a un
sustancial esfuerzo de crítica radical, donde la invención no puede estar
ausente. En definitiva nos obliga a re-pensar la transformación social.
Lo que
estamos viviendo es una crisis de nuevo tipo, que cuestiona básicamente la
figura de un capitalismo global que, emergiendo en agosto de 1971, a través de
la inconvertibilidad del dólar con el oro, inaugurando la etapa de los cambios
flexibles, se propusiera autonomizar el sistema monetario y financiero de las
luchas salariales del obrero.
Capitalismo cognitivo
El
capitalismo mundial entró desde hace ya algunas décadas en una etapa de
transformaciones históricas. No se trata meramente de la globalización
económica debida a la ampliación de los mercados, ni siquiera de cambios
atribuibles a las fuerzas productivas, y menos aun a la sustitución del mercado por el estado, lo que requeriría
del replanteo del nuevo papel que éste debiera jugar. No son pocos quienes
vieron en el consenso de Washington la promoción “neoliberal” de la
globalización, entendiendo como consecuencia de ello el retiro del estado, la
apertura de los mercados al proceso de globalización
económica así como el avance del capital financiero en desmedro del productivo
e industrial. El desempleo, la flexibilización y precarización laboral en esta
lectura serian parte del proceso de
desindustrialización con el consiguiente aumento de la economía informal y la
desocupación. Superar estos males exigiría así una vuelta atrás: menos mercado,
renovada protección comercial, industrialización para superar la precariedad y
la informalidad laboral y un estado capaz de jugar un rol activo y
preponderante en la definición de políticas.
Contrariamente
a esta perspectiva sostenemos que estamos en presencia de un capitalismo de
nuevo tipo en el que las transformaciones
estructurales acaecidas resultan de la desmaterialización de la producción así
como de la desterritorialización de los procesos productivos. Asimismo hemos entrado en una nueva etapa de control biopolítico,
en el que el capital como mando trasciende
largamente el viejo marco fabril resultando en un paisaje donde éste ha penetrado los intersticios de la vida
misma, desplegando de manera capilar nuevos y modernos dispositivos de control.
El biopoder avanza generando nuevos
espacios. Los cambios alcanzados vuelven obsoletas concepciones que abordan la
financiarización como un proceso de desviación improductiva y parasitaria frente a otros espacios los
verdaderamente productivos asentados en cuotas crecientes de plusvalor y/o de ahorros colectivos. Entendemos a la financiarización como la forma de acumulación simétrica o acorde a
la forma que asume hoy el capital frente al nuevo proceso de producción de
valor[1].
Por otra parte, cuando se dice que el mundo de las finanzas, fase última de la
abstracción capitalista del valor, ha devenido REAL, es decir que se trata de
un mundo donde vive el trabajo, incorpora en ello la explotación. Hoy la
producción no se realiza más solamente en el sistema productivo fabril, sino
que el capital cognitivo, el capital ligado al conocimiento, el capital
inmaterial que conforma el centro de la valorización opera en el terreno
social. Pero en este caso, ¿donde está la explotación, base de existencia del
capitalismo? La explotación se da en relación a un común. ¿Cuál es ese común?
Es la cooperación social construida sobre la base del general intellect. Y el
mercado financiero, en tanto extrae ganancias sobre la base de la adquisición
de know how y paquetes tecnológicos, bases de la valorización accionaria, es
decir sobre la base de la producción y circulación de los conocimientos que
valorizan el proceso, se convierte entonces en el lado simétrico (capital) de
la cooperación social (trabajo). ¿Qué es lo simétrico al mundo de las finanzas?
Es una totalidad, un conjunto de elementos sociales que se ponen en contacto el
uno con el otro. Se trata de un proceso de cooperación siempre renovado, una
construcción lingüística del mundo, una construcción simbólica que está dentro
de la producción, proceso de conjunto que conduce a que el valor (ahora
asentado en el conocimiento) es aquello que se produce en la medida que se pone
en contacto un trabajador con el otro, donde la comunicación que lo liga al
otro juega un papel fundamental. Se determina de esta manera una suerte de materialidad
(terreno) que es objeto de acumulación. Se trata del lenguaje, de la expresión,
de formas bajo las cuales nos ponemos en contacto el uno con el otro en la
medida que producimos. El capitalismo construyó el proceso de acumulación
originaria expropiando la propiedad común de la tierra (tierras comunales) los
llamados enclosures, lanzando al mercado
laboral a todos aquellos que de una forma u otra se encontraban ligados a la
tierra, gestando de esa manera los primeros proletarios. Fue la dinámica que asumió
la acumulación originaria del capital. En ese sentido, los enclosures remiten
al común, en nuestros días a la
cooperación social, y su expropiación, en la era postmoderna, adopta la forma
de los derechos de propiedad intelectual, base sobre la que se construye la
propiedad del capital en nuestros días. La cooperación social determinada a
nivel global se confunde con la tierra de los enclosures y los derechos de
propiedad deben ser concebidos en ese contexto como movimientos de los
enclosures. Proceso de expropiación y privatización similar al generado en los
comienzos del capitalismo con la desaparición de las tierras comunales. Se
trata de una cooperación que ya no puede ser determinada por la medida del
trabajo (¿cuál medida ante la crisis de la ley del valor?) ni tiempo
reglamentado por algún lenguaje estatal ya que nos encontramos en la fase de la
globalización. El capital busca desesperadamente poder controlar ese COMUN. Y
en este campo se deposita la crisis en tanto expresión también de la debilidad
y escasa capacidad que proyecta para poder controlar y encorsetar al trabajo
vivo.
Pensar la
globalidad o la globalización como turn
over de la modernidad, implica reconocer la crisis del estado nación en un
sentido muy diferente al de la globalización neoliberal. Un aspecto determinante de ella
es la crisis de soberanía. En
efecto, se disocian crecientemente las nociones de soberanía y
territorio y ello se expresa en la dificultad del mando global para hacer frente
a la dinámica de antagonismo desencadenada por nuevos sujetos productivos -para
algunos, la multitud- que adquiere dimensiones
globales. Es justamente este
proceso de enfrentamiento a nivel global el que en última instancia determina y vuelve porosa la demarcación
territorial de la forma estado. La
crisis entre soberanía y gobernanza, inquiere por el análisis de la forma estado. Es decir ¿cuál es la modalidad que adopta la forma
estado ante un mando global que es hoy, de carácter biopolítico?
Esta
creciente conflictividad global signada por el proceso migratorio y
movimientista ha determinado la autonomía de lo económico tras una
desregulación que busca imponerse a través de la financiarización mundial. El
capitalismo cognitivo constituye la base material sobre la que se asienta la
desregulación económica y su autonomía. Lex mercatoria cuya fuerza se vuelve
efectiva cuando se impulsan reformas que aseguran la primacía del mercado sobre
la constitución, sobre el poder constituyente.
La política
que desarrolla el capital frente a la crisis manifiesta el reconocimiento de la
subsunción de la sociedad en el capital, como
la transformación de las contradicciones - resistencias y rechazos- que
ella genera. En estas circunstancias, el estado fordista keynesiano, como
estado de la última etapa de la modernidad, lejos de consolidarse, se ve
sometido a una dinámica contradictoria y destructiva.
Cuando se
afirma que la guerra ya no es la prosecución de la política por otros medios,
según la definición de Clausewitz, sino que constituye la propia base la
política, se está afirmando que la política se ha transformado en una acción
policíaca y violenta, que la guerra ha
devenido una actividad interna de la política, organizándola y fundándola. Y
esto se ha producido porque la política ha devenido biopoder, control del
conjunto de la actividad humana y apropiación feroz ex closure.
Se trata
ahora del control político del conjunto de la vida, del desarrollo del
biopoder; la guerra no se reduce a
producir exterminio, aniquilación del
otro. Se ha transformado en productora de orden, un orden integrado global, sin exterior. Es
una guerra de policía. El proceso vuelve inmanente el discurso sobre la
gobernanza en la medida en que las fronteras se vuelven permeables a los flujos sociales. En ese
marco, la soberanía solo puede entenderse como jerarquía vertical que impone
poder, que disloca la configuración de la forma estado. La gobernanza global
expresa la reconfiguración de la forma estado y la transferencia de la
soberanía nacional -radicada anteriormente en los límites del estado nación-
hacia un no lugar.
La crisis
actual es una crisis sistémica del capitalismo cuya resolución implica una
transformación social capaz de redefinir de manera radical tanto las reglas de
distribución como las normas y finalidad
social de la producción. Expresa la contradicción estructural entre la lógica
de un capitalismo cognitivo y financiarizado por un lado, y las condiciones
sociales e institucionales subyacentes en la base del crecimiento de una
economía fundada en conocimiento e indispensable para la propia preservación
del equilibrio ecológico del planeta, por el otro.
Es posible afirmar que asistimos a
una creciente devenir renta del beneficio (devenir renta de la
ganancia), es decir a aumentos de los beneficios-ganancias producidos por la financiarización, de la
misma forma que hemos asistido a un aumento de los ingresos no salariales de
las familias por medio del endeudamiento privado, si lo pensamos ya través de
las tarjetas de crédito, ya a través de las deudas hipotecarias. Es posible
observar desde comienzos de los 80’s una ampliación de la brecha entre beneficio y acumulación, si entendemos por
acumulación la reinversión de las utilidades en el proceso productivo, sea en
maquinaria, sea en puestos de trabajo. En efecto, mientras la acumulación de
capital se detiene, permaneciendo en una zona de crecimiento plano, los
beneficios aumentan de manera constante. Esta brecha se entiende mejor si
aceptamos que: a- el crecimiento de los
beneficios se explica por el estancamiento de los salarios debido a la política
de flexibilización y del out sourcing (externalización de la producción y
deslocalización industrial) hacia los países emergentes de bajos salarios; b)
el surgimiento de una nueva estrategia del capital,- ante la crisis del
fordismo y como respuesta a la resistencia obrera-, de un nuevo modelo
productivo donde la producción de valor trasciende los muros de la fábrica
invadiendo la esfera del mercado y de la reproducción, poniendo literalmente la
vida misma a trabajar. En otras palabras estamos frente a un aumento de los
beneficios sin acumulación. (crisis y salida de la crisis)
Este fenómeno nos coloca frente a
una novedosa situación: son los mecanismos del proceso de acumulación los que
han sufrido sustanciales modificaciones, se han desmaterializado, permitiendo
al capital succionar plusvalor sin invertir masivamente en la clásica
maquinaria, aunque invirtiendo ahora en mecanismos de captación del valor
(trabajo gratuito) y plusvalor en la esfera de la circulación y reproducción de
la fuerza de trabajo. Hay quienes hoy
hablan del crowdsourcing es decir de
la puesta a trabajar de la multitud siendo el modelo que más puede asociarse a
esta producción el de google de
Windows, en la medida que este portal de
internet induce a trabajar a los propios consumidores. Son los mismos consumidores quienes, a partir
de la experimentación de los nuevos programas lanzados bajo prueba, generan las
correspondientes mejoras que serán luego incorporadas por Windows en su venta
comercial. En este capitalismo de nuevo
tipo, en este biocapitalismo naciente, en esta producción de valor por medio de
plusvalor (trabajo gratuito) reside la contradicción del nuevo capitalismo financiero.
Decimos financiero porque tiene necesidad de generar una renta para poder
vender y realizar todo el plusvalor producido. Y es un capitalismo de la renta
financiera porque, como en los albores del capitalismo agrario, extrae riqueza
por fuera del proceso directamente productivo. Bien podemos afirmar que si en
el capitalismo de la época de los fisiócratas la renta era la forma monetaria
de la explotación capitalista de la tierra, hoy la renta es la forma monetaria
de la explotación del bios, de la vida en su totalidad.
Una interpretación harto difundida
sobre la crisis, sea por los economistas keynesianos, sea por los marxistas
clásicos reside en que el capitalismo de corte neoliberal habría impreso a la
marcha de la economía una creciente financiarización ahondando la separación
entre economía financiera y economía real. Bajo el supuesto que la primera,
calificada como perversa, habría terminado por devorar a la segunda, asumida
como tendencialmente buena. A esta
interpretación oponemos la idea que en el capitalismo financiero de mercado las
finanzas y la economía real no admiten más distinciones. En el biocapitalismo
las finanzas son consustanciales a la economía real por lo que para comprender
la lógica del capitalismo de nuestros días debemos superar esta concepción
dicotómica entre economía real y economía financiera. Basta recordar para ello que fueron las
propias empresas de la así llamada economía real las que realizaron las
inversiones a comienzos de los 80’s abriendo las puertas a la financiarización
buscando en la bolsa el aumento de los beneficios. No es posible apelar a la distinción entre
beneficio industrial y beneficio financiero para dar cuenta de la dinámica de
la economía de los últimos treinta años. La crítica a una teoría de la crisis
asentada en la separación entre economía real y economía financiera no tiene
nada de apologética; no se trata de acomodarse al nuevo capitalismo de la
renta, sino en todo caso de explicitar, hacer visible las nuevas
contradicciones que acosan al capitalismo del modernismo tardío, particularmente
aquella contradicción entre proceso de
explotación y bios, la vida; contradicción explosiva donde a la explotación de
la vida en todas sus formas de manifestación se oponen todas las formas de
cooperación social, de afectividad y de sentimiento que resisten a la
explotación. Al interior de este nuevo
tipo de capitalismo financiero las luchas de resistencia adquieren una nueva
modalidad; son luchas por la reapropiación del tiempo de la existencia humana, muchas
de estas luchas marcadas por el éxodo
con relación al comando del capital. Es en ese sentido es que la reivindicación
de un ingreso de ciudadanía no condicionado a ninguna contraprestación adquiere
particular importancia política. Ingreso que significa desde el punto de vista
del capital el reconocimiento que la vida misma es la que pone ahora a trabajar
el capital.
La pregunta que nos hacemos es si
es suficiente la inyección de trillones de dólares por parte de los Bancos
Centrales para la superación de la
crisis. En esta fase de la crisis hay definitivamente un problema en relación a
la reactivación de la demanda que permita a las empresas aumentar su
producción. Es cierto que las tasas de interés son bajas pero los bancos
tampoco quieren correr el riesgo de prestar a las empresas aún enfermas; por lo
que prefieren invertir en los mercados bursátiles toda la liquidez que los
bancos centrales han hecho afluir hacia el sistema bancario. Las compañías intentan
limpiar sus fondos mediante el acceso a
mercados de bonos donde compiten con los estados fuertemente endeudados
urgidos por recurrir al mercado accionario para cubrir sus déficits. Mientras
tanto las empresas recortan sus gastos disminuyendo sus costes laborales, sus
inversiones en R & I y el propio trabajo cognitivo subcontratándolo en los
países emergentes. Se necesitarán años, los analistas hablan de siete a ocho
años, para retomar el potencial de crecimiento pre crisis. Mientras tanto
asistiremos a una sucesión de burbujas especulativas, desde las referidas a las
materias primas hasta las de las hipotecas comerciales, incluida las burbujas
de la deuda. De hecho los estados a fin de evitar la explosión de estas
burbujas están adquiriendo títulos tóxicos, fenómeno que a su vez se convierte
en potencial fuente de crisis de la deuda pública.
¿Nuevo
New Deal?
No fueron
pocos los observadores que apostaron al revival de un nuevo New Deal ante el
derrumbe de un modelo de crecimiento basado en la ampliación del mercado
financiero y las políticas neoliberales. En el camino de este razonamiento, el
capital estaría obligado, en su propio interés, a fomentar y alcanzar un nuevo
compromiso capital-trabajo capaz de conciliar los intereses de un capitalismo
cognitivo y una economía del conocimiento y que resolviera los desequilibrios
inherentes a la distribución del ingreso, la insuficiencia de la demanda y la
inestabilidad de las finanzas. Sin embargo, el escepticismo que nos invadiera
con relación a este pronóstico se confirmó con la evolución de la crisis. La
esperanza de las políticas keynesianas se detuvieron en el umbral cuando una
serie de medidas de emergencia promovieron la socialización de las pérdidas del
capital evitando una espiral deflacionista similar a la de 1929.
No hay nuevo New Deal, en la medida que el regreso de la política
intervencionista del estado promueve las
políticas neoliberales del desmantelamiento de los sistemas de bienestar
social, privatización de los servicios públicos y precarización de la fuerza de
trabajo. La transformación de la deuda privada en deuda pública como manera de
evitar el colapso del sistema de crédito e intento de reactivación de la
economía, dinamizará una nueva y violenta ola de especulativa de los mercados
financieros y las justificaciones para imponer políticas de austeridad y
drásticos recortes en el gasto público. Extorsionando con el colapso del
sistema de crédito, luego de haber obtenido formidables concesiones
incondicionales de los gobiernos, el capital financiero retoma como rehén
nuevamente a la sociedad bajo las amenazas de un nuevo diluvio universal,
apoyado en la impunidad otorgada por los gobiernos, provocando una nueva
aceleración del proceso de expropiación del común y ampliación del mercado
parasitario. Lectura profundamente miope que conducirá en el corto plazo a
potenciar la crisis, en la medida que desestructura las condiciones
socio-económicas básicas que aseguran el desarrollo de una economía fundada en
el conocimiento.
Porque no se
trata solamente del desmantelamiento del estado de bienestar en los países
centrales. Recuérdese que en las actuales condiciones el welfare se expresa en una relación diferente con el sistema
productivo respecto a como lo era en el capitalismo industrial. Nos referimos
con ello a aquellas inversiones sociales relativas a servicios sociales y en la
producción colectiva del hombre por el hombre, salud, educación, formación
permanente, investigación pública que aseguran al mismo tiempo satisfacer las
necesidades esenciales de un economía fundada en el conocimiento y en un modelo
de desarrollo ecológicamente sustentable. Nos encontramos ante una etapa de la
crisis caracterizada por aumento del desempleo ante una sucesión de las
políticas de austeridad que replantean conflictos sociales cada vez más agudos
y condiciones de una profunda inestabilidad política. Grecia, España e Italia
nos lo confirman.
En el debate socio económico
actual, dos son las concepciones del welfare que atraen la atención de los
estudiosos y de los políticos: por un lado el workfare y, como alternativa, el welfare estatal de derivación keynesiana.
El
workfare -utilizado por numerosos gobiernos latinoamericanos, -en especial
el gobierno kirchnerista a través de los diferentes Planes Trabajar, de
Familia, etc- es una forma acotada del welfare (bienestar), no universal, direccionada sólo a
quien está en condiciones de entregar una contraprestación (poder pagarlo con
trabajo); se incorpora generalmente como instrumento de asistencia temporal a
la espera del reintegro pleno al mercado de trabajo. Estructurado alrededor de
la idea de proporcionar asistencia ante condiciones en las que no es posible,
otorga el acceso a derechos que sólo la prestación laboral está en condiciones
de proporcionar. La idea de workfare es complementaria a la de la privatización de gran parte de los
servicios sociales, en otro momento propios del estado de bienestar, como la salud,
la educación y la seguridad social; se
trata de un proyecto que encuentra su fundamento en el principio de
subsidiariedad, que establece que el estado-gobierno interviene sólo cuando
no se alcanzan a cumplir de manera satisfactoria los objetivos gubernamentales
propuestos a nivel regional, local o nacional. En la práctica este principio se
extiende sólo cuando el sector privado no interviene o no alcanza a proveer
condiciones de empleo. En Argentina, particularmente el conurbano bonaerense es
el ejemplo de ello. El workfare , como dijimos, tiene como objetivo
inmediato y parcial sólo aquellos que se encuentran fuera del mercado laboral,
desempleados y jubilados con mínimos sociales y distingue entre políticas
sociales y políticas laborales. La idea que sustenta al workfare sigue siendo
de inspiración puramente fordista a la que se le agrega un marco liberal, el
modelo anglosajón: incentivos y mínimo social.
El
welfare público o keynesiano es exactamente lo contrario. En este caso el Estado se hace cargo, bajo un molde universalista, garantizando
a todos los ciudadanos (con exclusión algunas veces de los inmigrantes) de los
servicios sociales básicos como la salud, la educación, y la seguridad social
durante la vida de los ciudadanos, desde la cuna hasta la tumba, según la
famosa definición de Beveridge en la postguerra. Por lo tanto no hay lugar para
la intervención privada.
La crisis
actual es la crisis del control biopolítico, es la crisis de la governance
y señala la inestabilidad estructural sistémica. La actual crisis financiera
demuestra que no es posible una governance institucional del proceso
de acumulación y distribución fundado en las finanzas. Los intentos de governance
ex post que se han puesto en juego en los últimos meses no van a incidir de
manera sustantiva sobre la crisis. Y no lo pueden hacer si se considera que la
Banca de Reglamentación Internacional estima que el monto de los derivados
existentes es del orden de los 556 trillones de dólares, cerca del 11% del PBI
mundial. En el curso del último año estos valores se han reducido en un 40 %
destruyendo liquidez por un valor de 200 trillones de U$S. Los asientos tóxicos
circulan según una modalidad viral y es imposible saber donde se anidan.
La crisis de
la governance
no es una crisis técnica sino política. Ya hemos visto como para que el
mercado financiero pueda soportar fases de expansión y crecimiento real es la
propia base financiera la que debe crecer constantemente. Dicho de otra manera,
es necesario que la cuota de riqueza canalizada hacia los mercados financieros
crezca constantemente. Esto significa un aumento continuo de la relación deuda
y crédito ya por el aumento del número de personas endeudadas (extensión del
mercado financiero) ya por la construcción de nuevos instrumentos
financieros que se nutren del comercio
financiero ya existente. (intensidad del mercado financiero). Los derivados son
un clásico ejemplo de esta segunda alternativa.
Cualquiera sea el camino la expansión del mercado financiero se realiza
ya con aumento del endeudamiento ya a través del aumento de la actividad especulativa
y del riesgo correspondiente. Se trata de una dinámica intrínseca al propio
mercado financiero. Hablar de exceso de especulación, no tiene sentido alguno.
Y el resultado final es insostenible cuando el endeudamiento es creciente e
incorpora a la población con tendencia a insolventarse. La crisis que se expresó en la insolvencia de
los préstamos inmobiliarios hace a la contradicción básica del capitalismo
cognitivo: la irreconciliable desigual distribución del rédito ante la
necesidad de ampliar la base financiera y continuar el proceso de acumulación.
Biopolítica y
luchas en Latinoamérica
Desde
la década de los 90´s las luchas latinoamericanas han sido protagonizadas por
nuevos actores sociales. Múltiples figuras, diversas entre sí, indígenas,
campesinos, precarios e informales urbanos y de las periferias de las grandes
ciudades, inmigrantes precarios y
pobres, trabajadores informales
tercerizados, estudiantes endeudados y con trabajos precarios, pequeños
comerciantes etc. que han reemplazado a los obreros industriales, y
simultáneamente adoptado modalidades y comportamientos diferentes a los
desempeñados por el viejo movimiento obrero. Simultaneo a la modificación de
los espacios de lucha (de la fábrica a la ciudad o metrópoli), los movimientos
han construido nuevos registros políticos estableciendo economías para producir
parte de los valores de uso que necesitan. Incluimos en esta perspectiva además
de las fábricas recuperadas y los talleres productivos de alimentos, la
producción de servicios vinculados a la salud, la educación, la cultura, el
ocio, y una infinidad de iniciativas colectivas. Espacios de producción y
reproducción de la vida cotidiana que han ganado centralidad como nunca antes;
en algunos casos a la sombra de la defensa del medio ambiente y/o provisión y
gestión de elementos vitales para la existencia misma, como el agua. Se trata
de iniciativas que, surgidas al calor de los últimos ciclos de lucha, persisten
tozudamente arraigadas en territorios de pobreza, en espacios que resisten el
despojo. Pero, ¿qué tipo de construcción social es ésta? ¿Son anticipaciones alternativas y resistentes al
capitalismo de nuevo tipo, intentos de construcción de un común por parte de
las comunidades indígenas, de las vecindades, de las poblaciones asentadas en
los barrios y periferias de las grandes ciudades? Estamos frente al uso de
códigos y jergas a veces incomprensibles, intraducibles, propias de una
cotidianeidad precaria y acostumbrados a la represión y a la muerte. Han sido y
son luchas biopolíticas de resistencia a la precariedad ontológica, existencial
que atraviesa la vida de todos ellos. Pero entonces, ¿no son todos éstos,
intentos de construcción de un común en los márgenes de la
precariedad que proyecta nuevas sugestiones y nuevos conceptos?
La
construcción de este espacio de autonomía movimientista es una potencialidad
real. Si bien las experiencias y despliegues propios de cada movimiento no
pueden generalizarse, sí es posible hablar de efectos acumulativos de fuerzas y
experiencias de transmisión de uno a otro movimiento, como si formaran parte de
una red de movimientos sociales. Por lo demás, no son pocas las veces que los partidos
políticos pretenden asumir la representación de los movimientos, buscando usar
esta representación en función de sus propios objetivos. De ahí que, en su
dinámica confrontativa, los movimientos están expuestos siempre a una
expropiación de sus voluntades, que en algunos casos puede adoptar la forma de
su estatalización, y en otros su integración a procesos de mediaciones, de
diálogo y de negociación con el estado. Cuando ello ocurre, pierden su libertad
cayendo en una subordinación que tiende a homogeneizarlos y a generalizar sus
prácticas. Queda claro que la huella singular de los movimientos, su ámbito de
experiencia colectiva no admite ser reducida a la representación. Ya que el
acontecer de los propios movimientos sociales, la excedencia de su estallido y
desplazamiento, la modalidad subversiva que adoptan se encuentra en permanente
contradicción con las formas de dominación y de representación. Debemos
rescatar su virtualidad inmanente, la manifestación de los imaginarios
colectivos, la circulación de los saberes. Por lo demás los movimientos
sociales son manifestaciones concretas de fuerzas sociales desencadenadas;
construcciones moleculares del poder constituyente de la multitud que
privilegia la auto referencia que los liga a la fuerza y al poder de la propia
multitud.
Sin
duda que no resulta fácil dar cuenta de un común sustentado en las diferencias.
Aún escuchamos voces convocándonos a defender aquella ética del trabajo, ahora
en retirada y fragmentada, melancólica y reaccionaria que se sintetiza en: vivir
para trabajar, mientras se propone alcanzar un trabajo cuya modalidad ya no
existe. Estamos en presencia de un trabajo múltiple que se expresa en variados
espacios: desde el desarrollado por los obreros industriales automotrices que
defienden sus salarios contra las rentas capitalistas; el de los campesinos
pobres e indígenas que pelean por sus tierras ante el avance de la frontera
agrícola impulsada por la sojización y los agronegocios; aquel trabajo de
quienes demandan tierra para sus viviendas resistiendo en las ciudades en
condiciones precarias; en fin el trabajo precarizado asociado a los múltiples
servicios que se ofrecen por doquier. Luchas todas, bioluchas que se
desarrollan en el terreno de la bioproducción combinando cultura y naturaleza,
tiempo de vida y tiempo de trabajo. Debemos mencionar las primeras luchas
latinoamericanas, luchas por la defensa y construcción de un común que fuera más allá de la dicotomía
público-privado. Nos referimos a las luchas por el agua de Bolivia en ocasión
del conflicto desatado en la ciudad de El Alto contra la privatización del agua
en octubre del 2003 y que terminara con la recisión del contrato de la empresa
Aguas del Illimani. Luchas locales antes que nacionales y que fueron conducidas
por los vecinos de la zona. El perfil más elaborado de las juntas de vecinos se
logró en la guerra del agua y en la guerra del gas, cuando los vecinos y los
barrios de Cochabamba y el Alto se vieron involucrados en las luchas sociales.
Los procesos privatizadores de la globalización habían empujado a contingentes
urbanos a la pauperización, forzados a la proletarización generalizada,
afectando directamente sus intereses al afligir sus condiciones de reproducción
social.
No
cabe dudas que desde la sublevación zapatista de 1994 comenzaron a respirarse
nuevos tiempos políticos en AL sin que por ello deba entenderse un
continuo lineal entre aquel acontecimiento
y la multiplicidad de nuevas experiencias políticas a nivel de gobierno
que le sucedieron en Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador, Paraguay, Venezuela,
incluso Chile con el gobierno de la Concertación, aunque con mayores
limitaciones. Experiencias heterogéneas,
cada una con contradicciones y límites propios, con diversas concepciones de
política económicas y con formas particulares de entender la relación entre gobierno y movimientos sociales que
testimoniaban el final del Consenso de Washington.
Dinámica
de confrontación gestadas al compás de procesos insurreccionales: México 1994,
Venezuela 1989, Argentina 2001, Bolivia 2003 y 2004 heterogéneos en su
composición política y técnica. Poco tienen que ver el contenido y perfil
político de la lucha de los zapatistas, indígenas bolivianos o ecuatorianos con
la de los Movimientos de DDHH que en el Cono Sur fueron vanguardia en el
proceso de democratización denunciando la continuidad de las políticas dictatoriales
y neoliberales; la movilización de los
obreros del ABC paulista con la de los piqueteros argentinos; las respuestas
políticas de las barriadas caraqueñas con la de las favelas cariocas. La
heterogeneidad de estas luchas y movimientos da cuenta de la riqueza de
comportamiento y de práctica de
insubordinación social que crece en los 80’s y 90’s en AL para extenderse
aunque con menor intensidad en el primer decenio del nuevo siglo. La crisis de
las políticas neoliberales debe buscarse
en la confrontación con estos movimientos, que
abrieron su potencialidad de
innovación ante las expectativas que las nuevas experiencias de gobierno
proyectaban para construir nuevas formas de relación con los movimientos y de
recalificación de la democracia.
En
numerosos casos se trató de sectores sociales con amplia base rural;
comunidades locales con organización flexible y con estructuras internas laxas;
basados principalmente en la autoridad moral de sus dirigentes tradicionales y
sus voceros, así como en la producción de consensos colectivos sobre objetivos
específicos. En algún momento de la movilización, los contingentes en lucha
presentaron propuestas legislativas sobre importantes temas específicos de la
problemática de cada país (ley indígena, ley de agua, ley de hidrocarburos,
reglamentos conexos con estas últimas). El
rasgo común fue la defensa de los recursos naturales entendidos como
patrimonio colectivo, tanto de la nación como de las comunidades, y el derecho
primigenio de ambos a decidir sobre su patrimonio en los respectivos ámbitos;
es decir, la voluntad de combinar la soberanía nacional y la autonomía comunal
o local como lugares complementarios e inseparables del derecho y el poder de
decisión.
La
impronta del componente campesino e indígena ha tenido una particular
influencia en este proceso. La
significación política de la insurgencia campesina e indígena se advierte por la
repercusión sobre las estructuras de poder
así como en los dispositivos y agenciamientos políticos del estado. Las
consecuencias políticas más importantes del
proceso resultan en los gobiernos
de Evo y Correa como producto directo del enfrentamiento. Pero, repetimos,
debemos saber leer el peligro que significa que la insubordinación, luego de
haber puesto en jaque al mismo sistema de dominación, de haber llevado a estado
de suspensión el ejercicio del dominio general del estado e instituciones
gobernantes, se detiene o se interrumpe una vez alcanzado alguno de los
principales objetivos que detonaron la acción colectiva. Mientras, los
conglomerados que fueron capaces de generar la situación de crisis tienden a
volver a su normalidad. En el caso ecuatoriano si bien se ha avanzado en la
instalación de una Asamblea Constituyente, es prematuro diagnosticar sobre su
futura evolución.
La
Asamblea Constituyente boliviana merece una mención aparte. En el imaginario de los pueblos indígenas y
originarios se concibió como el
instrumento por excelencia para el inicio de un proceso radical de
descolonización. Sin embargo, en tanto Asamblea constituyente como tal, si bien
debió conformarse como instrumento del poder constituyente originario es decir
de la movilización, acción y práctica transformadora de las redes comunitarias
y organizativas que atravesaron el proceso boliviano, su limitada convocatoria
(al dejar de lado las autonomías y el poder constituido) provocó su
debilitamiento antes de su nacimiento. Bolivia, al igual que otras naciones
latinoamericanas es portadora de una democracia inmadura, relativamente joven,
cuyo principal obstáculo reside en la posibilidad cierta de que el poder
constituyente –asentado en los movimientos indigenistas- sea forzado a
detenerse y a ser excluido de la propia constitución, bloqueando así su
potencia de transformación, una vez alcanzada ella. Se trataría, en este caso,
una vez más, de aquellos intentos
históricos de suspensión impuestos desde afuera, que terminan congelando el
proceso de transformación social tras el surgimiento de un tipo de estado que
deja al poder constituyente debilitado, exhausto.
Cuando
podía llegar a su fin el ciclo del poder constituido, cuando podía instalarse
una nueva forma de diseño de estado, y de sociedad, el antiguo estado,
supuestamente destruido, pugna por instalar un nuevo diagrama de control
desviando la potencia social hacia el reforzamiento de las instituciones anacrónicas.
A pesar de ello puede decirse que el
nuevo mapa institucional es una combinación de formas liberales, indígenas y
populares, en el sentido del Estado de bienestar. Lo que no deja de ser un
avance. Algunos lo llaman estado plurinacional. La gran novedad es que la
constitución no puede ser vista como un elemento de la regulación social sino
en todo caso como producto del
antagonismo social. Bolivia está ante el peligro de la sustracción de la potencialidad
del poder constituyente y su congelamiento en letra fría de la constitución. Y
es que la importancia de la revolución boliviana en curso reside en haber
sabido reinventar el común bajo la forma de la gestión política democrática de
los bienes comunes, nos referimos al agua y al gas (energía). Al extender y
reconocer los derechos económicos, políticos y sociales del conjunto de los habitantes la
transformación boliviana se ha dado en el marco del reconocimiento del crisol
de razas y culturas que conforman la nación andina. Nunca como hasta ahora en
Bolivia –y potencialmente en Ecuador- la temática del poder constituyente, del
proceso constituyente y del rol que en ese proceso juega la relación entre los
movimientos y el poder estatal, ha devenido central. Es la relación intrínseca,
interior, entre el poder constituyente y los movimientos sociales, múltiples y
populares la que modula y modela la lucha por las transformaciones sociales en
los países andinos. Este es el elemento novedoso, sustantivo, primordial que
debe rescatarse. Lo relevante de este devenir es el cuestionamiento a la idea
moderna del fin del poder constituyente cuando se pone en marcha la propia
constitución. Este es el meollo de la reacción en Bolivia. Todo lo demás es
negociable. Bolivia resulta ser el paradigma de la experiencia constituyente.
Expresión, no solo en AL sino globalmente, de la indetenible crisis de la modernidad y de sus teorizaciones,
provocada, en la contingencia actual, por la crisis del capitalismo global.
Cierto es que
la lucha continúa, aunque debemos reconocer que los niveles de
virulencia han disminuido y el ángulo de confrontación se ha modificado y todo parece indicar que hemos entrado
en una etapa de estabilización política en la dinámica de relación gobierno-movimientos.
El devenir latinoamericano da señales
poco alentadoras: un proceso boliviano jaqueado, de contradictorio
desarrollo en los últimos tiempos; uno brasileño sin mayores avances y con
ostensibles dificultades de Roussef para profundizar su relación con los
movimientos; un Correa cuestionado por importantes sectores del campesinado
ecuatoriano; uno venezolano, que luego de la innovación de sus planes sociales
ha dado muestras de una creciente burocratización, a lo que se suma la
enfermedad del propio Chávez proyectando numerosas dudas sobre su devenir. Sólo
Chile luego del cambio de gobierno entrega un horizonte de luchas dinamizado
por la resistencia de los estudiantes universitarios y secundarios quebrando la
fisonomía estabilizante.
A
ello se suma el renacer de un desarrollismo que, de la mano de una
intelligentia autotitulada progresista, intenta presentarse como alternativa
real de crecimiento e integración social, revival desnaturalizado del
compromiso keynesiano ensayado durante los 70’s y 80’s en diversos países
latinoamericanos. Hoy resultan evidentes
las limitaciones de esta política: son tiempos en los que el trabajo asalariado
industrial encuentra dificultades para
constituirse en la vía privilegiada de acceso a la ciudadanía política y
social; donde el estado nacional tropieza con escollos estructurales para cumplir las funciones de
estado benefactor y sometido a la
desestructuración por las políticas neoliberales donde las fronteras
nacionales se ven perforadas por la globalización y la agudización de la
crisis.
Nuestro problema es dimensionar la potencialidad
excedente de los movimientos de estos días, cuando todo parece indicar que el
ciclo latinoamericano ha terminado. Inscripto en esas potencialidades, ¿cuál es
el resto de estos conglomerados humanos
para la acción colectiva, para darse forma,
articular y organizarse, así como para
proyectarse políticamente midiendo
límites y alcances estratégicos? Y esta tarea la debemos llevar a cabo
en medio de una resaca heredada de términos que han sido vaciados de sentido,
que han perdido los significados antes atribuidos y que siguen siendo arma
teórica favorita de una izquierda anecrosada: revolución, socialismo,
izquierda, etc.
Dos
fueron los proyectos integradores pensados para impulsar el MERCOSUR: el banco del Sur y el Gasoducto
del Sur. Ambos han entrado en un cono de sombra. La paralización del proyecto
del Banco del Sur responde más a la rivalidad
y competencia no resuelta entre Venezuela, Brasil y Argentina que a la
existencia de obstáculos reales. Más allá de los escollos que significa la
continuidad del BANDES brasileño y del
que Itamaraty no está dispuesto a desprenderse. Con relación al Gasoducto del
sur, éste parece haber entrado en desgracia frente a las inconsistencias técnicas asociadas a su
construcción. Por su parte Brasil sigue liderando políticamente el Mercosur
mediante una geopolítica articulada
alrededor del impulso del bloque Sur-Sur, las alianzas con la China, India y
Sudáfrica y los acuerdos comerciales con el grupo de los 20 (OMC). Con relación
al Banco del Sur la predisposición mayor de los gobiernos coincidió con la
ruptura de K con el FMI y el entierro del ALCA luego de la cumbre de Mar del
Plata. Luego de ello el proceso de mayor independencia y la apuesta a una
interdependencia se habrían debilitado, o al menos entrado en un impasse.
Ecuador impulsa el CAN (Comunidad Andina de Naciones) junto con Perú, Colombia
y Bolivia.
La
vieja izquierda latinoamericana sigue
viendo al Mercosur como una propuesta expansionista de las multilatinas: las
multinacionales latinoamericanas, como un espacio de disciplinamiento de
Venezuela por Brasil y Argentina (acuerdo con Israel luego del apoyo de
Venezuela a los Palestinos), partidaria
finalmente del ALBA como alternativa por su propuesta de nacionalización de los
recursos naturales y estatización de las empresas privadas estratégicas. En ese
cuadro no acierta a salir de los marcos del análisis de la dependencia en un
mundo globalizado.
¿No
deberíamos pensar en el impulso de un proceso de instalación del tema
energético y alimenticio como elemento potenciador y disparador nuevamente del
proceso de integración latinoamericana (gas boliviano, petróleo venezolano,
ecuatoriano y ahora brasileño conjuntamente con materias primas alimenticias
argentinas) ante el localismo de los movimientos y la atonía de los
gobiernos?
César
Altamira
10 de diciembre de 2011