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miércoles, 25 de julio de 2012


 

Antonio Negri

0. ¿Reinventar la democracia? se preguntan los ciudadanos cada vez más firmemente, particularmente en países donde la democracia parece estar en peligro: en Hungría, por ejemplo, donde hoy nos encontramos, este temor está en el tope de cada pensamiento. ¿Pero de qué democracia hablamos? Spinoza distinguía la “democracia absoluta” (así la llamaba) de la democracia como forma de gobierno que se conectaba a la aristocracia y a la monarquía. Democracia absoluta, es decir, una “democracia de la multiplicidad”, no reducible a aquellas formas de poder que siempre la definen como “uno”. No por casualidad Bodin afirmaba, desde su punto de vista, que todas las formas de gobierno son monárquicas, porque cada gobierno –para ser tal- sólo puede ser gobierno del uno. Afirmación que es falsa –como es falsa la entera tradición moderna que concibe el poder como una totalidad y una trascendentalidad, desde Hobbes a Hegel, desde Rousseau a Schmitt-. No existe contrato, ni siquiera una autoridad, preventivo, necesario para formar la sociedad y su orden. Al contrario, como ya precisamente Spinoza intuía, la sociedad política nace del deseo de la multitud: un deseo singular que se esfuerza –conatus- de ser constructivo y eficaz, un deseo colectivo –cupiditas- que media los intereses en lucha y los afectos y las costumbres en dirección de un conjunto institucional, y finalmente una imaginación que construye un común en el cual la razón y deseo se unen –amor. Hay una corriente de pensamiento integral que atraviesa la modernidad (Maquiavelo, Spinoza, Marx), que asevera esta verdad.



1. Quien ha vivido la posguerra conoce las luchas obreras en el fordismo –pero puede también fácilmente recordar las luchas obreras del período precedente (esto es, antes de la afirmación del keynesianismo): del sovietismo, de la ideología de los consejos, etc. En Hungría se tiene presente cómo esta propuesta política obrera ha sido central y activa en la construcción de un modelo de democracia obrera, tanto en 1918 como, sobre todo, en 1956. Aquí podemos reconocer la relación entre la composición técnica del proletariado (entendamos por eso la relación que la clase obrera tiene con las máquinas, el condicionamiento que allí subsiste y las tensiones que de tal modo impone el sistema industrial) y su composición política: esta relación fue fundamental para determinar las formas de organización que el proletariado se dio. En la base de los consejos obreros de fábrica, que extendieron su propuesta y su poder por toda la sociedad política, estaba entonces (recuerden los episodios húngaros) la clase proletaria profesional y la producción de la “gran industria” marxiana. Desde Luxemburgo a Gramsci, de los “consejalistas” de los años veinte a los revolucionarios de los años de la segunda posguerra, este modelo de autogestión obrera de las fábricas y de la sociedad repite su encanto que continuamente vuelve a emerger en las luchas.



2. En la segunda posguerra se afirma la “democracia social”. La constitución italiana, en su primer artículo, afirma que la república se funda en el trabajo. Dejemos de lado la hipocresía de los constituyentes: asumamos la intención ideológica. Con eso se quería simplemente reinventar lo “público”, remotivar el Estado, socialdemocratizar el capital. Ya ha pasado más de un siglo de Bismarck y de la Tercera República Francesa, desde que el Estado social se plasmara en la historia política. Keynes y Beveridge lo han consagrado en torno a la Segunda Guerra Mundial. El “obrero masa” del taylorismo y del fordismo se vuelve así central en esta sociedad. Nuevas temporalidades son constituidas en el interior de los procesos maquínicos del fordismo: es la temporalidad, ya devenida del toda explícita, de la “jornada de trabajo” clásica (tres por ocho/veinticuatro: sueño, trabajo, familia). La planificación soviética y la “ideología del plan” occidental se entrecruzan. Parecería que la edad de oro hubiese regresado, dicen los patrones y los socialdemócratas, que el progreso y las Luces triunfarán. Pero es tiempo de crisis, de una crisis que se vuelve más grande, más fuerte y sobre todo más peligrosa de cuanto el capitalismo ha conocido jamás. Queriendo democratizar al capital, queriendo calificar de manera reformista a la fuerza de trabajo (capital variable) y, en consecuencia, en una proporción dinámicamente proporcional al capital constante, la governance capitalista falla. La subjetividad de clase supera lo que los capitalistas están dispuestos a conceder. Los obreros comienzan a apropiarse de la temporalidad, sustrayéndola de la medida capitalista, en lo que dinámicamente transformable ella se muestra. El tiempo obrero está ahora out of joint. La crisis se define como una situación en la cual una acumulación de requerimientos, por otra parte legítimos, devienen imposibles de satisfacer. En consecuencia, Huntington y la Trilateral capitalista (USA, Japón, Europa) de los primeros años setenta, advierten que hay que romper la temporalidad valorizante que liga la producción a las necesidades sociales, a la reproducción de la clase obrera (educación, salud, vivienda, etc.). Es entonces que comienza a configurarse una nueva reforma: no se trata más simplemente de valorizar el trabajo de la fábrica sino sobre todo de valorizar el “trabajo social”, las relaciones sociales, de sacar provecho (beneficio) de la constitución común de la sociedad y de la fuerza de trabajo; en definitiva, de poner en juego la valorización dentro de la inconmensurabilidad del “patrón” temporal, del standard productivo, conquistado por la lucha del obrero masa.



3. Dentro de la crisis de los años setenta la “composición técnica” de la fuerza de trabajo se modifica, por tanto, profundamente. Como habíamos ya indicado, el capital extiende los procesos de valorización a la sociedad entera. Para ello insiste en la transformación, lenta pero continua, del trabajo material en trabajo inmaterial. Además desarrolla las condiciones para que el “trabajo cognitivo” devenga hegemónico al interior de los procesos productivos. En segundo lugar, pone en producción el tejido “biopolítico” de la sociedad. Para este fin, desarrolla la explotación externalizando el trabajo de la fábrica, precarizándolo, subsumiéndolo en su difusión social y captando la cooperación. Estos dos procesos (cognitivización del trabajo y su socialización) constituyen el gran pasaje al que hemos, reciente y definitivamente, asistido. Aquí es la misma producción de subjetividad obrera la que es requerida por el capital como base esencial de valorización. En este punto es redundante subrayar de qué manera radical la temporalidad, los standard temporales del trabajo, fueron modificados por esta mutación: si la vida es puesta a trabajar, la temporalidad no es más una medida sino la envoltura líquida en la cual los trabajadores producen. He aquí entonces que la “financiarización” se pone como único horizonte de captación y de medida del trabajo social en este nuevo modo de producir. Si las finanzas (y sólo ellas) construyen e imponen la medida del trabajo social, si ellas invisten la vida y la forma de vida, y la configuran dentro de la medida monetaria, es claro que “beneficio” y “salario” ahora se dan en la forma de “renta” o de “ingreso”. Y es también claro (para quien quiera ver) que, operando de este modo, las finanzas invaden la esfera de la regulación pública de la sociedad más de lo que nunca, en la historia del capitalismo, había ocurrido. Se trata de la progresiva patrimonialización en forma privada de lo público, del “dominio” público, así como de la capacidad de regulación. El “Estado de bienestar”, el Welfare State, es privatizado, la soberanía es patrimonializada, en la medida que de manera total la vida de los ciudadanos es puesta a producir. Hasta la paradoja final, donde la estructura del Welfare (escuela, salud, reproducción demográfica, etc.) y de la cooperación social (comunicación, cultura, transporte, etc.) devienen el campo de acumulación/valorización del capital.



4. El capital, de hecho, como cada institución política (porque el capital es una institución política, como Marx estableció, tras la huella del concepto de poder elaborado por Maquiavelo y por Spinoza, y que Foucault confirmó), es una relación –en cuanto el poder es el resultado de una “acción sobre la acción de otro”, de un control contra una resistencia, de la acción del capital fijo contra la clase obrera y/o el proletariado. Por lo tanto, si a cada acción corresponde una reacción y si en el capitalismo socializado el capital se presenta como “biopoder”, la resistencia proletaria es biopolítica y juega, en la confrontación, el potencial irreducible de la “excedencia” cognoscitiva y cooperativa –desplegándolo en términos constituyentes. Esta serie de afirmaciones deben ser evidentemente desarrolladas; y no es aquí el lugar para definirlas (pero en la tradición del pensamiento operaísta, estos conceptos ya fueron muchas veces construidos y demostrados en la práctica). Sin embargo, debe añadirse que, siempre desde un punto de vista fenomenológico, el potencial de resistencia muestra una (aunque relativa, pero) constante “autonomía”. El saber, de hecho, no es construido y/o producido unilateralmente por el capital en los sujetos cognitivos, en el trabajo inmaterial –ellos autónomamente (en la mayor parte de los casos) se forman autónomamente- y cuanto más cognitiva y precarizada es la fuerza de trabajo, tanto más ella puede (y tal vez sabe) presentarse como “independiente”. Notamos entonces simplemente que el dato de la nueva composición técnica del proletariado cognitivo puede comportar una nueva potencialidad política. No he dicho que ella se realice –pero si esto ocurriera, la fractura que la fuerza de trabajo cognitiva determina por el solo hecho de no ser construida en la anormalidad, en la escasez, en la necesidad del control capitalista (como ocurría en la sociedad industrial) sino de formarse autónomamente- en autonomía, con potencia excedente (como siempre es la inteligencia) hasta estructurarse independientemente –podría determinar la definitiva ruptura del Uno, del poder capitalista. En este caso, la pulsión hacia la pluralidad se daría de manera irresistible en el enfrentamiento a un capitalismo –descubierto “biopoder”- que tiende sistemáticamente a constituirse como unidad. Reparemos, sin embargo, ahora en las nuevas figuras de la explotación. Si se nos permite aquí calificar cuatro: el hombre endeudado, el hombre mediatizado, el hombre asegurado, el hombre representado. En cada uno de estos casos nos encontramos frente a una forma de control capitalista que al mismo tiempo determina nuevas condiciones de lucha y de composición política. El hombre endeudado está inmerso en una jaula monetaria que condiciona cada aspecto de su operatividad social. Está predeterminado a una suerte de esclavitud que le condiciona su vida entera. Pero es al interior de esta opresión que ellos descubren la necesaria conjunción de su actividad con la de los otros. Es un sentido de justicia, es la indignación por una medida irracional que les es impuesta, que aparece como lo opuesto del endeudamiento: estar endeudado es ser retenido de manera subordinada y servil dentro de una jaula monetaria –que es también, sin embargo, el territorio de la “cooperación” productiva. En el gesto de la indignación y de la solidaridad, el hombre endeudado puede pues rescatarse y, consigo mismo, liberar también a otro. El hombre mediatizado es el que está sometido a la alienación permanente en la comunicación –omnipresente en su vida y en la producción. Como mona a la que se hace reaccionar a los estímulos de la atención y del control mediático. Pero también, en este caso, existe una posibilidad de rebelión que está en la subversión de la estructura misma de la sujeción. Es la libertad de la conciencia, de la invención y –en el modo de producir cognitivo- de la excedencia del saber que aquí se expresa. El hombre asegurado es aquél sometido al miedo del otro: el modo capitalista de producción debe producir un universo hobbesiano para obligar a cada trabajador a reconocerse como sujeto a un control que, trascendiéndolo, lo tranquiliza. Apenas se rebela, debe ser reconducido del miedo a la “servidumbre voluntaria”. Destruir el miedo deviene aquí la base misma de la libertad y de la construcción social en la relación entre productores. El hombre representado es, finalmente, a quien le es sustraída la posibilidad de expresarse políticamente, es decir, de expresar su propia voluntad y su conciencia de relación social, de dirigirla “hacia la felicidad”. La “representación política” hoy, o sea la democracia representativa misma, es un instrumento de dominio formado y sujetado por el dinero, por la riqueza, por el 1% contra el 99%. La representación política fue reducida a patrimonio del capital. Rebelarse contra esta sumisión representativa al dinero del poderoso y a la medida de la riqueza, significa descubrir que libertad, igualdad y solidaridad viven en un terreno “común” que es aquel de la vida construida por los trabajadores, por aquellos que producen y que quieren ser, precisamente, libres e iguales.



5. Dentro de este encuadre, volvemos a considerar nuestro tema: nueva temporalidad de los movimientos y democracia radical. Observando los movimientos del 2011 se puede notar cómo ellos desarrollaron una temporalidad específica. Quien siguió la historia de los movimientos sociales y políticos en Occidente de la segunda posguerra y sobre todo después del ’68, notó, sin embargo, cómo ellos nacieron frecuentemente (casi siempre) en forma reactiva, siguiendo pues a los eventos y/o accidentes históricos imprevistos. El desarrollo de estos movimientos se produjo sobre el ritmo de respuesta a las decisiones del poder. Los movimientos del poder casi siempre han anticipado a la de los movimientos democráticos. Contrariamente, los movimientos del 2011 muestran una acentuada independencia y autonomía en la gestión de su propio desarrollo, en la gradación de su potencia constituyente. Estos movimientos muestran características nuevas, tanto en la definición de la temporalidad como en la determinación de la propia espacialidad. Surge la hipótesis que “una ontología dinámica del ser social” puede aquí proponerse en forma original y radical.



6. Tiempo autónomo. Cuando por ejemplo se insiste sobre la temporalidad larga y expansiva de la “primavera árabe” podría parecer que se introduce subrepticiamente una concepción del tiempo diferente a la aceleración insurreccional de los eventos que normalmente definen el inicio de cada lucha. Pero no es así: el proceso de decisión en asambleas abiertas, horizontales, que caracterizan todos los “campamentos” del 2011, es también muy lento. Por tanto ¿deberían el tiempo lento y la larga duración de los procesos institucionales ser aquí privilegiados por sobre los eventos insurreccionales como Tocqueville había sugerido? No lo creemos. Aquello que es interesante y nuevo en estas luchas no es la lentitud o velocidad, sino más bien la autonomía política con la cual se gestiona la propia temporalidad. Eso señala una enorme diferencia de los ritmos rígidos o histéricos de los movimientos alter-globales, que siguieron a los meetings de los summit gubernamentales al inicio de este siglo. Por el contrario, en el ciclo de luchas del 2011, velocidad, lentitud, profunda intensidad y aceleración superficial fueron combinadas y mezcladas. En cada momento el tiempo es arrancado a la programación impuesta por presiones externas y por períodos electorales, y establece más bien su propio calendario y su ritmo de desarrollo. Esta noción de temporalidad autónoma ayuda a aclarar porqué nosotros pretendemos que estos movimientos se presenten como alternativas. Una alternativa de hecho no es una acción, una propuesta o bien un discurso simplemente opuesto al programa del poder, sino más bien es un nuevo dispositivo, radicado sobre un punto de vista asimétrico. Este punto de vista está en otra parte. Su autonomía hace coherente los ritmos de una temporalidad propia y, en esta perspectiva, produce nueva subjetividad, lucha y principio constituyente.

Las determinaciones temporales de una acción constituyente fluctúan entre lentitud y velocidad en relación también a otros factores. Lo más importante es cuando cada acción constituyente puede ser contagiosa, o mejor, epidémica. Exigir libertad frente a un poder dictatorial, por ejemplo, introduce y difunde la idea de una igual distribución de la riqueza, como ocurrió en Túnez y Egipto; poner el deseo de la democracia contra las estructuras tradicionales de la representación política conlleva también la necesidad de participación de trasparencia, como España, protestar contra las desigualdades creadas por el control financiero conduce también a exigir una organización democrática del común y el libre acceso al mismo, como en los Estados Unidos, y así sucesivamente. Las temporalidades son veloces o lentas, a medida de la intensidad viral de comunicación de las ideas y de los deseos que, en cada caso, instituyen síntesis singulares. No se trata, evidentemente, de la “autonomía de lo político”, en sentido schmittiano, aquí, las decisiones constituyentes de los campamentos se forman a través de la compleja construcción y negociación de conocimientos. No hay ningún leader o Comité central que decida. El método deviene esencial, como lo es el discurso programático: los indignados españoles y los ocupantes de Wall Street combinan en su discurso y sus acciones la crítica a las formas políticas representativas y la protesta contra la desigualdad social y el dominio financiero.



7. Una ontología plural de lo político. Las luchas del 2011 ocurrieron en lugares muy diversos y sus protagonistas tienen formas de vida muy diferentes: ¿Por qué, entonces, nosotros consideramos estas luchas como parte de un mismo ciclo? Es primeramente evidente que estas luchas se enfrentan a un mismo enemigo, caracterizado por su poder sobre la deuda, el medio, los regímenes de seguridad y el sistema corrupto de la representación política. Sin embargo, el primer punto por subrayar es que las prácticas, las estrategias y los objetivos, aunque diferentes, fueron capaces de conectarse y de combinar diversas luchas plurales en un proyecto singular, de crear un terreno común. Lo que une puede ser inicialmente lingüístico, cooperativo y basado en la network. Pero este lenguaje común se extiende rápido a través de procesos decisionales horizontales. Eso requiere una autonomía temporal. Eso comienza frecuentemente en una pequeña comunidad o en grupos de vecinos (en Tel Aviv los indignados israelíes reproducían el espíritu y la forma política de la tradición kibbutz). Estos movimientos trataron de encontrar soporte e inspiración en los modelos federalistas. Pequeños grupos y comunidades se unieron entre sí y crearon proyectos comunes sin renunciar a las propias diferencias: el federalismo constituye así un motor de recomposición. Ciertamente, bien pocos elementos de la historia del Estado y de la soberanía federalista permanecen aquí, más bien hay un residuo de las pasiones y de la inteligencia de una lógica federal de asociación. No es de extrañar, por otro lado, que muchas de las armas desarrolladas contra estos movimientos son animadas con el propósito de romper las conexiones de estas lógicas federalistas. El extremismo religioso sirve frecuentemente para dividir los movimientos en los países árabes, formas de represión vengativa y racista fueron usadas para dividir a los insurrectos en Gran Bretaña y Norteamérica, en España y otros lugares de Europa, las provocaciones policiales empujan a las protestas no violentas hacia la violencia, de modo de crear divisiones. Y, sin embargo, la política está ganando aquí, a través de estos movimientos, una ontología plural. Un verdadero pluralismo de las luchas emerge de tradiciones diferentes y expresa diferentes objetivos combinados en una lógica federativa y cooperativa –con el fin de crear un modelo de democracia constituyente en la cual las diferencias son capaces de interactuar y de construir nuevas instituciones –como quería Spinoza, desde abajo pero con gran potencia efectiva. Contra el capital global, contra la dictadura de las finanzas, contra los biopoderes que destruyen la tierra, y para un acceso libre a la misma y a la autogestión del común. La próxima etapa de los movimientos consistirá entonces no sólo en el vivir nuevas relaciones humanas, sino en participar desde abajo hacia la construcción de nuevas instituciones. Si hasta aquí hemos construido la “política de la pluralidad”, ahora debemos poner en acción la “máquina ontológica” de la pluralidad misma. Una ontología plural de lo político fue puesta en acción, desde 2011 hasta hoy, del encuentro y de la recomposición de subjetividad militante.

Pero ¿por qué les cuento estas cosas a ustedes, amigos y compañeros húngaros –que en otros tiempos inventaron estas formas de lucha y que en el acontecer ciertamente la reconstruyeron en la búsqueda de la libertad y de la igualdad? Para decirlo con Georgy Lukacs, porque la democracia es siempre una subversión del tiempo.


Conferencia presentada en Budapest, Institut Français, 25 mayo de 2012.
Traducido por Andrea Torrano (Arg.) para UniNomade-LA, revisiones de César Altamira (Arg.)
http://uninomade-la.blogspot.com.ar/

miércoles, 18 de julio de 2012


Los conflictos del trabajo bajo  el nuevo capitalismo-Un estudio de caso.

Introducción

                A la luz de las últimas luchas desarrolladas por los trabajadores de la salud en la ciudad de Córdoba nos proponemos elaborar una crítica de las luchas reales. Crítica que reconoce la necesidad de historización, periodización e identificación de las nuevas formas que adoptan los antagonismos y conflictos. Esto exige dejar de lado al esencialismo ahistórico, al discurso sobre el trabajo carente de referencia a la actualidad, así como al intento de resucitar las identidades, la exaltación de la esfera privada y de toda esfera pública como únicos espacios posibles para el ejercicio de las prácticas sin tiempo y lugar. No se trata de invalidar bajo esta lectura las luchas pasadas, sino cuestionar aquella tendencia que busca reducir las del presente a simple reproducción de un pasado que ya no existe. El desafío que se nos presenta es el de retomar y avanzar en el trabajo de la crítica y en el de la práctica, es decir en el análisis del hoy y en la voluntad de cambio, en el de la lucha y en el de la subjetivación. 

                ¿Cuál es el marco general del que partimos? Nos encontramos frente a un proceso histórico de radical transformación que, iniciado a mediados de la década de los 70´s, se profundiza en el último cuarto de siglo pasado sin cesar de manifestarse en esta primera década del nuevo siglo XXI. Transformación que tiene su cuerpo principal en aquello que Robert Castel denominara la metamorfosis de la sociedad salarial y que hoy, frente a las evidencias empíricas, puede designarse como la crisis irreversible del capitalismo industrial fordista. Esta crisis ocurre en los países centrales capitalistas como en los de la periferia. Se trata de un proceso que ha subvertido radicalmente el orden económico y simbólico de la modernidad industrial y que ha tenido como efecto colateral importante el estallido del trabajo que, como institución social, garantizara en el siglo pasado la integración entre individuo y sociedad. Sobre esta base debemos ser capaces de construir y definir un horizonte inédito político y social. Tiempo de transición radical, de incertidumbres estructurales, de desorientación y de plenas ambivalencias. Mutaciones que, como tales, no son reconocidas por aquellos sectores enrolados en lo que pudiera llamarse izquierda, ya que sus análisis se limitan a abordar dichos cambios como simples efectos de equivocadas políticas neoliberales y cuya superación requeriría de un viraje de política económica con fuerte participación estatal. Esta lectura que es compartida por la izquierda tradicional ortodoxa y por el propio gobierno kirchnerista. Importa en estos momentos no la identificación de las fuerzas de izquierda o de derecha, sino comprender, en este caso, el juego de las fuerzas antagónicas, de sus correlaciones, del entrelazamiento de sus tendencias, de la marcha dificultosa del proceso, de su ritmo y direccionalidades. Estamos en presencia de un nuevo proceso de “acumulación originaria” asentado en la transformación post industrial de un trabajo que ha devenido cada vez más trabajo cognitivo. Se trata de la explotación del general intellect entendido como aquella fuerza de trabajo cognitiva que complementando a la clase obrera fordista en la producción de plusvalor, es explotada hoy en toda la extensión del terreno social. Fuerza de trabajo cuya privatización y organización social se asienta en la utilización de las Nuevas Tecnologías. Es el propio proceso productivo capitalista el que se ha modificado: a la producción en la fábrica se le superpone la organización postfordista de la explotación del general intellect sobre el conjunto de la sociedad y la captación del plusvalor socialmente producido mediante mecanismos financieros.

El trabajo se divide en tres partes. La primera da cuenta del marco teórico del nuevo capitalismo global; la segunda incorpora los cambios producidos en el capitalismo argentino hasta ahora, en consonancia con el capitalismo contemporáneo; la tercera un estudio de caso, alusivo a las ultimas luchas que se desarrollaran en el sector de la salud en la ciudad de Córdoba referenciadas en los cambios nacionales producidos en esa esfera.

   A- Marco Teórico, nuevo capitalismo

                La expansión del neoliberalismo, como expresión de la sociedad postfordista, es coincidente con la financiarización de la economía, por un lado, y con una precarización generalizada y estructural, del otro, que toman cuerpo hoy a través de una crisis sistémica de proporciones globales, generadora de desigualdades cada vez más profundas a nivel económico, social y de clase. Mientras se derrumban todas la vallas propias del modelo dicotómico fordista -producción-reproducción, producción-consumo, tiempo de vida-tiempo de trabajo, trabajo productivo-trabajo improductivo, trabajo manual-trabajo intelectual-, y asentada en una subjetividad emergente, base del trabajo de nuevo tipo, adquieren importancia preponderante la diferencia y la precariedad.[1] Diferencia relativa al trabajo autónomo de múltiples subjetividades que, lentamente, reemplazan a la figura del trabajador asalariado. Precariedad que se alimenta de la proliferación de las contrataciones individuales que se multiplican reemplazando a las convenciones colectivas de trabajo, conocida fortaleza de los sindicatos. Ambas, precariedad y diferencia, encuentran su fuente principal en la proliferación del trabajo autónomo, cuyas modulaciones impregnan las principales características del trabajo postfordista[2]: a- un mayor contenido relacional y lingüístico; b- un tiempo de trabajo que se extiende asociado al trabajo en casa y que tiende a coincidir con el tiempo de vida; c-una sustantiva modificación de la retribución: ahora se retribuye una prestación por lo que el pago se realiza a futuro. Ya no se habla de remuneración al trabajo sino de pago por un servicio prestado independientemente del trabajo desarrollado. En el sistema de producción fordista la salarización representaba siempre la forma a través de la cual el trabajador podía disponer de un salario mínimo,  a través de la que accedía a la ciudadanía directa y, con ello, a la reproducción de la fuerza de trabajo. Hoy el contrato del trabajador autónomo elimina ambas prerrogativas.  A partir de ahora ya no será más obligación del patrón ni del Estado garantizar la subsistencia de la fuerza de trabajo. El principio de subsistencia es reemplazado por la precariedad y el riesgo existencial. La explotación directa del asalariado, "compensada" en la sociedad fordista por la garantía de subsistencia, es reemplazada por un trabajo autónomo formalmente desprovisto de toda relación de subordinación, pero de hecho subalterno, y mediado  por la condición de precariedad y riesgo existencial[3] estrechamente conexo a quien gestiona el ciclo productivo. d- simultáneamente, en el mismo momento en que el trabajador autónomo se presenta de manera individual ofreciendo sus servicios en un ámbito de contratación individual  la capacidad para vender la fuerza de trabajo manual y/o intelectual pasa a depender fuertemente de su profesionalidad. Si el trabajador asalariado se caracterizaba por una suerte de despersonalización  frente a una producción standardizada, el trabajador autónomo debe por el contrario tender a la diferenciación a través de una profesionalidad que se convierte así en un atributo de la persona. Esta profesionalidad y la permanente necesidad de estar actualizado con los últimos  conocimientos y saberes, resultan ser requisitos básicos del trabajo autónomo ya que constituyen la base de la remuneración por sus servicios. La especialización exclusiva, el hecho de que sus servicios no se encuentren lo suficientemente difundidos es la base que mantiene competitivo al trabajo autónomo y que le permite gozar de una cierta autonomía en correspondencia con el grado absoluto de su saber y de su moderado conocimiento. Por ello si bien la identidad profesional define al trabajo autónomo, no lo independiza de la incertidumbre de la contratación individual, ni de la precariedad ni de la heterodirección. Hoy en día la difusión del trabajo autónomo, de las tecnologías de las comunicaciones, la necesidad de una formación profesional más difusa, han modificado radicalmente aquella estructura jerárquica profesional, propia del fordismo, produciendo una redefinición entre trabajo manual y trabajo intelectual.

                Frente al desmantelamiento del Estado de Bienestar y la consiguiente desvalorización/eliminación de las funciones del estado relacionadas con la regulación social, es decir aquellas referidas a la provisión directa de los servicios sociales y a las garantías del derecho a la subsistencia, asistimos, contrariamente, a la necesidad de asistencia por parte de aquellos en situación de pobreza, que muchas veces ya no encuentra respuesta directa en la asistencia pública y que es cubierta por formas de asistencia privada estimuladas por el principio de la subsidariedad, es decir que la asistencia proviene de la entidad territorial administrativa más próxima a la comunidad. Se produce de esa manera una multiplicación y generalización de formas espurias de prestación laboral que operan sin tener reconocimiento del mercado.[4]

El crecimiento del trabajo autónomo y el proceso de autonomización que lo acompaña conducen a la introducción de una doble dimensión del tiempo de trabajo. El tiempo de la elaboración y el de la ejecución del proyecto. La flexibilidad en este caso debe ser entendida como la modulación del tiempo y del espacio de la actividad, de la remuneración y de la inversión subjetiva, como fuentes de nuevas formas de sometimiento y de riesgo asistencial aunque también como inéditas formas de emancipación y libertad.[5]  Se reconocen, sin embargo,  numerosas figuras de trabajadores de servicios de salud con falta total de autonomía provocada por las condiciones de chantaje, de precariedad generalizada, con cambios de roles y funciones que los vuelven fuertemente dependientes y frágiles. Desde el punto de vista del comando del capital, el disciplinamiento del trabajador cognitivo es el principal  objetivo del proceso al que estamos asistiendo. Sin embargo, también aquellos trabajadores que aún gozan de los convenios colectivos de trabajo ven amenazados los derechos conquistados, cuando las cláusulas de seguridad se reemplazan por otras que alientan la precarización laboral.

En tiempos biopolíticos los conflictos adquieren características diferentes. Las luchas son diferentes a las del fordismo. Interviene de manera preponderante la propia subjetividad de los trabajadores. Aquel conjunto de modalidades perceptivas y afectivas (deseos, miedos) que influyen en los sujetos activos y circunstancias culturales y sociales que modelan, organizando y creando, los estilos de movilización de afectos, sentimientos etc. Así como la dimensión bioeconómica se propone la subsunción completa de  los elementos vitales corpóreos, intelectuales, emotivos del sujeto, de igual manera, la resistencia  coloca en el campo de lucha los mismos elementos. La dimensión conflictiva deviene claramente interna al cuerpo y a la vida. El conflicto es percibido de manera individual, subjetiva, acompañando la unión y coexistencia lograda entre el trabajo y el trabajador. En el modelo antropogenético la forma del sabotaje se traslada al propio cuerpo del trabajador, produciéndose internamente la tensión entre la posibilidad de autodeterminación del sujeto y su obligación a someterse a los imperativos de la estructura del poder.

La ideología de la flexibilización, como horizonte simbólico del sujeto, así como las medidas para disminuir pragmáticamente su capacidad individual puede ser revertida mediante la renovada capacidad de hacerse evidentes, de narrar y de significar la propia experiencia. Resulta difícil trazar una línea divisoria entre nuestro cuerpo privado biológico y el cuerpo político, de la misma forma que resulta difícil  establecer hoy fronteras entre el campo privado y el público. La lucha biopolítica asociada a la precariedad, expresada en la dificultad y en el sufrimiento, deviene ahora más que antes una forma de revuelta radical, totalizante, general porque debe soportar y oponerse a una gramática laboralista mucho más determinante para el sujeto que en épocas precedentes.

En épocas de ausencia de representación los sujetos son proclives a hacer de sí mismos su propia representación. Se trata de experiencias únicas de luchas que tras su dinámica ensanchan las fronteras que los clásicos códigos laborales intentan encorsetar. Niveles de conciencia múltiples y discontinuos que no impiden márgenes de autodeterminación. Se recoge así la inspiración foucaultiana para la que a pesar de los vínculos disciplinantes de la bioeconomía se mantiene siempre la posibilidad ilusoria de alcanzar el grado de autonomía que permita resistir. No son pocos los micro conflictos invisibilizados en los que la resistencia al capital y a su sometimiento adquieren características novedosas. Ante este tipo de luchas los sindicatos, en complicidad con el comando del capital, han intentado ocultarlos cuando no desprestigiarlos ante su evidencia.          

              A partir del nuevo escenario postfordista  la actividad laboral de una parte creciente de la población ha dejado de tener que ver con la ejecución pasiva y heterodirecta de una operación organizada según dictados de la organización científica del trabajo, para concentrarse, cada vez más, en la creación y tratamiento del imaginario, de la información y del conocimiento; envuelta ahora en relaciones de servicios ligada al desarrollo de inéditas redes productivas y de cooperación asociadas a  nuevos productos y nuevos mercados. Dicho de otra manera, "la importancia de la actividad productiva rutinaria y del trabajo material que consiste en la transformación de la materia prima a través de la ayuda de instrumentos y de máquinas, igualmente materiales, disminuye a expensas de un nuevo paradigma del trabajo contemporáneamente más intelectual, inmaterial y relacional".[6] Superada la hegemonía productiva del modelo fordista, sólo la innovación, la creatividad, la actividad original e ingeniosa, encastradas y estimuladas desde la subjetividad del trabajo, pueden, de hecho, agregar la cuota de plusvalor necesaria para la reproducción del sistema que, en el marco de la globalización del mercado, resulta cada vez más difícil de crear.

El eje central en torno al que se produce la metamorfosis del capitalismo del nuevo milenio es el conocimiento y la vida, dos aspectos inescindibles, interdependientes, como dos caras de la misma moneda. Hablar del conocimiento y las declinaciones que puede asumir significa hablar de producción inmaterial, así definida no porque se contraponga a la producción material fordista, sino porque se funda y se nutre del lenguaje, como elemento constituyente en todo el proceso económico.  Dicho de otra manera, si bien la forma y modalidad de la producción es inmaterial, su producto es enteramente material. El giro lingüístico que adopta la acumulación capitalista se manifiesta en la metamorfosis que sufre la relación capital-trabajo y encuentra su aplicación material en la estructura en red que asume la producción. Se trata de una estructura que requiere cooperación, comunicación y control social (autocontrol). Significa reconocer que en el biocapitalismo la acumulación subsume no solo el espacio físico y virtual, sino el relacional, (debido precisamente a su carácter comunicativo y cooperativo)  que se encuentra en la base de la naturaleza social del ser humano. Así la vida de los individuos deviene la dimensión espacio temporal de la acumulación y la acumulación es acumulación bioeconómica.[7] La productividad del cuerpo y el valor afectivo resultan absolutamente centrales para  la producción y  se manifiestan en tres aspectos centrales del trabajo inmaterial en el capitalismo cognitivo: a- el trabajo comunicacional asociado a la producción industrial cada vez más ligado a las redes de información; b- el trabajo relativo a la interacción de la producción simbólica para la resolución de los problemas, c- el trabajo de producción y manipulación de los afectos y de los imaginarios. Aspecto este último que adquiere notable importancia por su focalización en la productividad de los cuerpos, estrechamente ligado a la producción biopolítica. El nuevo cuerpo biopolítico deviene estructura a partir de reconocer la fuerza vital que lo anima y deviene lenguaje en la medida que anima a una multitud de singularidades ligadas a una relación dinámica.

Estamos en presencia del llamado trabajo de cuidado, forma también del llamado trabajo afectivo  (care work) que, al desbordar los límites de la estructura familiar, se visibiliza volviéndose una actividad remunerada y profesional. Es lo que algunos han llamado la feminización del trabajo: acompañantes, enfermeras de domicilio, personal especializado en el cuidado de ancianos y de niños, cuidadoras, etc.

Podemos decir que la relación capital trabajo adquiere un carácter móvil  que puede ser subjetivo u objetivo. [8] El espacio móvil subjetivo depende del carácter de la prestación laboral, según se refiera a una actividad directa en la producción, en la reproducción o en el consumo. Es decir, según prevalezca la utilización del cuerpo, del cerebro o de los afectos. Por su parte la movilidad objetiva en la relación capital-trabajo se relaciona con los flujos de mercancías y personas asociados al lugar y tiempo de la producción. El trabajo resulta móvil en la medida que no está circunscripto a un lugar predeterminado -la fábrica en el fordismo- ni a una modalidad de trabajo prescripto como lo era con la organización científica del trabajo. La fortaleza del general intellect deviene precisamente de esta movilidad del trabajo, como resultado de una cooperación social que recompone los diversos flujos productivos. El concepto de multitud, asentado también en este carácter móvil del trabajo, da cuenta de la complejidad de una fuerza de trabajo que no puede ser reducida a un bloque unitario ni a un stock homogéneo.[9]

En el capitalismo cognitivo la relación móvil capital-trabajo viene acompañada por el predominio de la contratación individual.  Una contratación individual asentada en la importancia que el trabajo en el capitalismo contemporáneo asigna al aspecto relacional, afectivo y comunicacional. Se sigue, por tanto, que la intrínseca movilidad del trabajo deriva en precariedad subjetiva del trabajo. 

                Si bien el trabajo aún se presenta en gran medida al interior de la empresa, contemporáneamente también tiende a organizarse por fuera de la ella.  Una primera consecuencia de esta afirmación es que las fronteras laborales, anteriormente circunscriptas a los muros fabriles, se han vuelto permeables, hasta incorporar directamente, sin ninguna mediación, los espacios de vida y reproducción social que en el pasado marcaban una clara frontera con el trabajo productivo fabril. Mientras el trabajo necesario se reducía al mínimo impulsado por el proceso de automatización, el capital forzó el aumento de productividad para una mayor valorización, violentando la relación salarial,  apropiándose de una serie de actividades  allende la relación salarial, y aumentando el volumen del trabajo extra salarial, extra contractual, permitiendo así un continuo incremento de la productividad comprimiendo el trabajo vivo social. Se trata de una práctica laboral de nuevo tipo, permeada por un nuevo tipo de poder del capital sobre el trabajo, consustancial y coherente con el nuevo tipo de capitalismo flexible donde, superado el disciplinamiento y la subordinación del sujeto productivo a un esquema operativo previamente ordenado y estandarizado, ahora demodée, la subjetividad productiva se enfrenta con la posibilidad de estimular, formar y controlar ilusorios espacios de libertad, en cuyo interior los comportamientos productivos pudieran plasmarse de acuerdo con las exigencias de una continua y preponderante innovación del proceso y del producto. Imaginaria libertad regulada en el espacio que vincula  y dirige las acciones hacia una finalidad dictada por la lógica del mercado y la acumulación capitalista.  Avanzar en este contexto en el análisis del poder significa reconocer la existencia de un poder que se expresa en el plano de la biopolítica de la sociedad contemporánea, donde las relaciones de poder ya no pueden ser explicadas en los términos dicotómicos soberano-súbdito, dentro-fuera de la ley; el gobierno de la vida, el gobierno bipolítico es un poder que contrasta con la generalidad y la abstracción de las leyes.[10] El gobierno biopolítico exige técnicas personalizadas, multiplicidad de gestiones a través de un incesante trabajo de penetración en el cuerpo, en las biografías y en las conciencias y simultáneamente potencia la individualización de una originalidad productiva. Ahora, la norma, que se refiere a la propia vida (norma biopolítica), se expresa como  excepcional, extrajurídica y flexible, en la medida que la flexibilidad y la imprevisibilidad hacen al carácter del objeto-vida. El biopoder es entonces un poder que produce un poco de vida también al potenciar el empoderamiento del trabajo, y que no se expresa necesariamente como un poder restrictivo, disciplinar en el sentido tradicional del término. Se trata de un poder que gobierna a la vida a través del sometimiento a un saber-poder económico, la bioeconomía, que moldea la gramática de la subjetividad y de sus legítimas aspiraciones sociales.

B- El capitalismo contemporáneo en Argentina.

Nuestro país no ha permanecido al margen de los cambios apuntados. Basta incorporar algunos datos relevantes al respecto. A pesar de las altas tasas de crecimiento del PBI en los últimos nueve años y del declamado "proceso de reindustrialización" alcanzado en la post convertibilidad,es decir el gobierno kirchnerista, la participación en el PBI de los diferentes sectores de la economía no muestran diferencias significativas con el período pre convertibilidad como se observa en la Tabla siguiente[11]. 



Participacion % PBI a precios constantes
1995
2003
2010
Industria
17,21
16,39
16
Construcción
5,12
4,41
5,67
Comercio
15,96
14,6
15,74



Vemos también que durante el kirchnerismo, luego del bienio 2003-2005 donde la producción de bienes, que había descendido fuertemente  con la crisis del 2001, lidera la recuperación, será la producción de servicios la que retomará el liderazgo del crecimiento que es indicativo de la permanencia de una modalidad de acumulación iniciada durante los 90´s.[12]

Crecimiento PBI
2003
2004
2005
2006
2007
2008
Producción Bienes[13]
14,5
10,5
9,5
8,8
7,9
2,9
Producción Servicios
4,2
6,8
8,4
8,1
8,7
8,2
PIB
10,5
9
9,2
8,5
8,7
6,8



Se verifica que en el  período 2003-2010 la Producción de Bienes crece a una tasa anual acumulativa del 6,6 %, distribuida según los siguientes porcentajes entre los sectores que la integran; notar la importante ponderación del sector de la construcción:[14]

SECTOR PRODUCTOR DE BIENES
CRECIMIENTO ANUAL ACUMULATIVO  % 2003-2010
Manufactura
7 %
Construcción
11,3 %
Agropecuaria
3,9 %
Pesca y Minería
1 %
Otros Servicios
6,8 %
Total
6,6 %



Esta dinámica de crecimiento es compatible con el comportamiento registrado en la evolución de los asalariados totales por sectores económicos en el periodo comprendido entre los años 1995 y 2010. Quienes más crecieron fueron los sectores ligados a los servicios, hoteles, comercio y restaurantes, casi un 50 % entre puntas, seguidos por la administración pública, y la construcción, reservándose el menor dinamismo para el sector manufacturero, levemente superior al verificado.[15]

Evolucion Asalariados
1995
1997
1999
2000
2001
2003
2005
2007
2009
2010
Manufacturera
100
100,5
92,3
88
80
82
100
112
102
105
Construcción
100
140
143
121
99
90
130
150
140
135
Comercio y Rest.
100
108
114
121
112
118
130
150
147
150
Administrac.Púb.
100
111
118
105
105
108
112
120
140
140



Dada la distribución de la fuerza de trabajo entre sectores de la economía se observa que mientras en 1996 el sector industrial incorporaba al 32 % del total de la población empleada en 2008 se había reducido al 21 %, y en 2010 ese porcentaje alcanzaba al 18 % con volúmenes de producción industrial mucho mayores a los producidos 15 años atrás. El salto de la producción industrial en ese período alcanzó al 70 %, indicativo de los aumentos de productividad alcanzados y de la tasa de explotación obtenida en igual período. Se observa también un aumento importante en el  empleo alcanzado en los sectores de comercio y  servicios quienes emplean casi un 90 % más de fuerza de trabajo comparado con el magro 30% de aumento de la industria. En el período de la postconvertibilidad 2002-2009 el aumento del número de trabajadores ligados al comercio y servicios fue mayor que el aumento registrado en la industria.  

Distribución Empleo Privado Registrado %
1996
2008
Incremento
2002/2009
Industria
32
21
30%
+ 30%
Comercio
19
24
90%
+ 610%
Servicios
49
55
90%
+ 47%



En el año 2010 se advertía  la siguiente distribución del empleo en la economía.[16]

Distribución Empleo Privado
2010
Sector Industrial
14,18
Sector Construcción
6,64
Sector Comercio
18,71
Sector Público
10,64



El empleo manufacturero crece en la post convertibilidad - del 2002 al 2008- a una tasa del 7,5 % mientras que para la misma época el sector servicios lo hacía a una del 7,3 % (5% en la época de la convertibilidad). Se debe destacar que el incremento del número de ocupados crece a un ritmo mayor en el período 2002-2006 que en el período 2007-2010, donde se observa un menor ritmo de crecimiento, indicativo de los cambios alcanzados en la elasticidad  empleo/PIB.[17] 

En síntesis, si se toman los periodos pre y post convertibilidad  se observa una disminución en el porcentaje del empleo  perteneciente a la industria a expensas de los aumentos observados en los sectores de comercio y servicios, ampliándose la brecha de empleabilidad de cada uno de estos sectores, fenómeno indicativo de la continuidad y profundización del régimen de acumulación iniciado en los 90´s.  Es decir, en el gobierno kirchnerista no hubo cambios en el modelo productivo o en la estructura productiva  sino, más bien, absorción de mano de obra nueva y consolidación de una estructura productiva. Nos referimos acá a los 2,7 millones nuevos puestos de trabajo generados durante 2002-2006. En el período 2002-2006 la construcción fue responsable del 19,3 % de la generación de empleo, el comercio del 18,7 %, las actividades empresariales, inmobiliarias y de alquiler del  17 %, la industria manufacturera del 15,6 % y los servicios comunitarios, sociales, personales del 12,8 %.[18]  Es posible observar que las actividades que aparecen como más dinámicas en términos de creación de empleos coinciden con las ramas que se comportan también más dinámicamente a nivel país: Servicios Financieros, Sociales, Inmobiliarias, Construcción, Manufacturas.

Un dato relevante muestra que entre 1993 y 2006 el sector que tiene mayor incidencia en la creación del empleo es el de enseñanza, servicios sociales y de salud, con 756.000 puestos de trabajo, provocando un aumento del  46,3 % de empleos en el sector y una participación del 23,5 % en el empleo total generado del período. Las actividades inmobiliarias y de alquiler le sigue con 600.000 puestos de trabajo, 84,34 % mayor de empleo en el sector y 18,5 % de incidencia en el empleo total; la construcción asociado al boom que la acompañó con 433.000 puestos nuevos, un 46,53 % de aumento de empleos en el sector y con un 13,4 % de responsabilidad en el empleo total del período. En el mismo período la industria manufacturera generó 41000 puestos de trabajo con una incidencia de 2 % más de empleos y un aporte del 1,3 % sobre el total. Las actividades de servicios comunitarios, sociales y personales con un 30% y 14,3 % respectivamente.[19] La escasa participación del sector manufacturero en la generación de empleo se asienta también en que aproximadamente el 60 % de la producción industrial tiene componentes importados. Entre 1993 y 2006 el sector industrial creó menos de 43.000 puestos de trabajo[20], lo que da una idea del nivel de globalización alcanzado por el sector manufacturero argentino en esos años.

  En el proceso de recuperación de la crisis del 2009, el empleo público jugó un papel importante. Los asalariados en ese sector en el 1º trimestre del 2010 superaban en un 14 % al de igual época del 2008, duplicando, con relación al sector privado, la cantidad de puestos de trabajo generados en este período.[21] Se observa también que el ritmo de la creación de empleos fue disminuyendo con el avance del proceso de la post convertibilidad. En el año 2003 se crearon el 48,7 % de los empleos totales, 1.450.000. En los cuatro primeros años se concentró el 71,4 % del total de nuevos empleos generados hasta fines del 2011, 4.185.000. Si en el período 2003-2006 el promedio de empleos generados fue de 747.000 en el periodo 2007-2011 llegó a 239.000.[22]  

Por lo demás, entre 1991 y 2001 se observa una mejora en el perfil  educativo de los asalariados en general con un incremento de participación de los trabajadores con nivel educativo alto  (estudios superiores y/o universitarios), en consonancia con una fuerza de trabajo más acorde a un capitalismo cognitivo.[23]

Podemos concluir, a partir de la distribución del empleo en el período 2003-2010, que nos encontramos frente a la profundización de un proceso estructural, propio del nuevo capitalismo, donde resulta infructuoso atribuir al kirchnerismo déficit en sus políticas económicas de apuesta a la "reindustrialización nacional". Es decir, más allá de los intentos oficiales por pretender reposicionar a la industria en el lugar que tuviera en la década de los 70´s, y del autoconvencimiento que se expresa en la "historia oficial", acerca de la reindustrialización, la inclusión social y la recuperación de la soberanía estatal, asistimos, como signo de época, a un proceso de acumulación de capital de nuevo tipo con continuidades y discontinuidades marcadas con el régimen precedente. Continuidad en tanto nos movemos aún en el marco de las relaciones capitalistas de producción; discontinuidad porque la naturaleza del proceso de acumulación tiende a dejar atrás la producción material de tipo fordista-taylorista, mientras crece la producción basada en el conocimiento. Donde las relaciones económico industriales fordistas han sido reemplazadas por otras cuyo objeto de intercambio, acumulación y valorización se asienta en las facultades vitales de los seres humanos. Donde el poder del capital se transforma en biopoder  y donde la sociedad disciplinaria se transforma en la sociedad del control. En esa perspectiva el capital y su biopolítica intentan ordenar la vida de los seres humanos mediante nuevos dispositivos de coerción y de control que presuponen el paso a la subsunción total de la vida por el capital. Donde el proceso de valorización ya no se funda sobre la existencia de una actividad laboral singular, homogénea, definida de manera unívoca, sino  que reconoce ahora un fuerte contenido de naturaleza afectiva y cognitiva, el desarrollo de un trabajo interdependiente, donde la subjetividad, es decir la vida misma de los individuos, se constituye en la base real del proceso de valorización.  Este es el contexto general del capitalismo contemporáneo, que modela el caso argentino donde la producción adquiere nuevas modalidades y la explotación nuevas formas. En este proceso de fuerte subjetivación de la fuerza de trabajo, el capital demanda a la fuerza de trabajo cada vez más iniciativa, autonomía, disciplina, autocontrol, involucramiento, responsabilidad y lealtad hacia la empresa.

Tercerización-Trabajo autónomo.

Durante la época de la convertibilidad, auge del neoliberalismo, se asiste a un importante proceso de tercerización y subcontratación encarado por las empresas de mayores dimensiones, provocando que muchas tareas que anteriormente se realizaban en el interior de las unidades productivas pasaran a realizarse en otros ámbitos. Cobran también importancia las consultoras, la tercerización, la “externalización” de los trabajos y el trabajo autónomo. A finales de los 90´s Sergio Bologna[24] había acuñado la categoría “trabajador autónomo de segunda generación” para dar cuenta de las nuevas subjetividades laborales que iban más allá de la típica figura del asalariado fordista, al incorporar nuevos tipos de contrato que rompían con la dicotomía trabajador dependiente-independiente. El trabajador autónomo de primera generación, propio de la época fordista, estaba relacionado con  las actividades artesanales  y/o de prestación de servicios para el consumo, corazón de aquella pequeña burguesía sometida a los conflictos de fábrica. La principal preocupación de Bologna en aquella época era la de comprender y analizar la nueva cadena de comando del capital en momentos en que la centralidad de la fábrica se debilitaba y comenzaba a expandirse en el terreno social. El trabajo autónomo de segunda generación se convertía en una actividad funcional a la nueva empresa al adoptar un nuevo modelo organizativo acorde a una estructura en red. El conflicto capital-trabajo adquiría una nueva forma mientras comenzaba un proceso de fragmentación del propio trabajo y de su subjetividad, acorde a la reestructuración e informatización del aparato productivo. Del trabajo dependiente, sindicalizado, con representación y homogéneo se pasa al trabajo autónomo formalmente independiente dirigido y controlado fuera de toda norma y regla sindical. Los trabajadores por cuenta propia alcanzaban en 2010 el 22 % de la fuerza de trabajo empleada, valores no muy diferentes a los de 1987 que totalizaban casi un 20 %.[25]

Tipo de trabajador-2010
Porcentajes
Trabajador marginal
       12
Cuenta propista
       22
Asalariado calificado
       52,5
Pequeños patrones
         2,2
Clases servicios
       11,3



Se observa que los trabajadores por cuenta propia alcanzaban casi al 35% de la fuerza de trabajo, si se suman los propiamente cuentapropistas y los trabajadores marginales. Según los sectores de la economía, los tipos de trabajadores se distribuían en:[26]



Tipo de Trabajador
Sector publico
Sector Formal
Sector informal
Cuenta Propistas
16
30
54
Asalariados calificados
20
36
44



En 2010 uno de cada tres trabajadores del sector formal era trabajador por cuenta propia. Esta proporción es también la de los asalariados calificados, lo que indica el peso del trabajo autónomo en el sector formal de la economía. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el sector cuentapropista es muy heterogéneo. Así, para la misma época, el sector profesional representa el 11 % del total; un 76 % corresponde a oficios, asociados a posiciones ocupacionales calificadas, y un 13 % a trabajos de subsistencia.[27]

El proceso de tercerización anotado promovió el crecimiento de las empresas de trabajo temporario ETT o de servicios eventuales ESE, para cubrir tareas temporarias ante picos eventuales de trabajo así como el desarrollo de tareas permanentes, propias de la actividad normal de las empresas, apoyado en el proceso de externalización de los trabajos. Se estableció así una relación salarial triangular que disminuyó el poder individual de la contratación individual frente a su verdadero empleador, que era en realidad la ETT, una de las formas de precarización del empleo.

Si incorporamos el dato de que sólo el 28 % de la fuerza de trabajo está sindicalizada, para las que las modalidades de trabajo se rigen por convenciones colectivas de trabajo, se concluye que el trabajo autónomo se perfila como una modalidad de trabajo permanente y en ascenso en el capitalismo contemporáneo de nuestro país. Las últimas revueltas populares son indicativas de la presencia de un nuevo sujeto político en las calles. Todo indica que, en consonancia con lo que ocurre a nivel global,  desde Seattle en adelante, nos encontramos frente a un nuevo sujeto político, formas de subjetividad política que al renovarse proponen nuevos escenarios de confrontación, de articulación y de intervención absolutamente novedosos. 

Precarización clásica-Nueva precarización.

Tradicionalmente la precarización laboral se ha asociado a: 1) el empleo que no reúne las condiciones de estabilidad, seguridad y protección adecuadas; es decir duración y permanencia de los contratos de trabajo, trabajo a tiempo determinado, así como a diferentes tipos de protección. 2) la informalidad, es decir a las condiciones de trabajo agravadas por diferentes características en las unidades de trabajo. 3) el trabajo en “negro” o trabajo no registrado. En este caso se trata de una desprotección extrema, ya que los trabajadores en “negro” no están cubiertos por la legislación laboral, pudiendo incluso carecer de los aportes a la seguridad social. Se trata de la forma clásica más grave de precarización del trabajo.

Si bien históricamente la precarización laboral  ha buscado disminuir los costos laborales, en el capitalismo contemporáneo la precarización adquiere un contenido y un justificativo diferente, acorde a la modalidad de empleo/trabajo englobada bajo el calificativo de trabajo cognitivo. En este sentido la precarización ha ampliado sus fronteras Incorporando, en este caso,  a empleados en relación de dependencia no inscriptos legalmente, ni cubiertos por la seguridad social y sin aportes jubilatorios.

El fenómeno de la precarización fragmenta el colectivo de trabajo y dificulta la construcción de pertenencias en la medida que cada categoría de trabajadores precarios se rige por normativas diferentes. Según Cynthia Polak la precariedad laboral puede ser definida "como una inserción endeble de los asalariados en el sistema productivo"; se trata de trabajos intermitentes, temporarios a tiempo parcial, sin garantías de estabilidad, ni preaviso e indemnización en caso de despido. La informalidad es diferente de la precariedad ya que la precariedad puede ser propia de trabajos formales o de trabajos informales.

 Hasta hace poco era usual que los trabajadores precarios tuvieran baja calificación profesional, tratándose muchas veces de quienes se encontraban al final de su vida activa, de inmigrantes, de mujeres, de jefes de hogar etc. En estos días, la precariedad es propia del sector de los servicios privados más que del sector de la producción de bienes y se encuentra asociada a una demanda de trabajo del tipo de contratos a plazo fijo o de tiempo parcial, impactando también sobre los ritmos de vida familiar. Ante el trabajo precario el asalariado recurre al multiempleo o pluriempleo aceptando más trabajo precario o contratos por actividad (trabajando sucesivamente para varios empleadores) o a los ofrecidos por las ESE o la ETT.  Ya no se trata de la precariedad asociada al trabajo. O a una precarización ligada a las condiciones laborales.  En el capitalismo contemporáneo al prevalecer el individualismo contractual la precariedad se transforma en precariedad existencial. En el posfordismo, debido a la configuración que adopta la relación trabajo/vida, la precariedad  ya no es un estado que se encuentra exclusivamente en el ámbito laboral, sino que se ha extendido a toda la vida, y no como un estado pasajero o provisional, sino como una forma constante «de incertidumbre permanente que afecta a la inmensa mayoría de la población, ya sea de forma patente o latente (como una amenaza).[28] Por ello es que la precariedad es condición estructural interna de la relación capital-trabajo; es subjetiva ya que se relaciona de manera directa con la percepción del individuo; y es finalmente existencial porque está presente en todas las actividades del individuo. También es generalizada en la medida que toda relación laboral puede rápidamente volverse inestable y efectivamente precaria.[29] Se trata de una precariedad asociada a un mundo laboral que aparece cada vez más fragmentado no sólo desde el punto de vista jurídico sino también desde lo cualitativo-subjetivo. El trabajador industrial ha cedido su lugar a una multitud de figuras atípicas, precarias, dependientes, para subordinadas,[30] autónomas cuya capacidad organizativa y representativa está más vinculada al predominio de la contratación individual. La clásica estructura sindical fordista se ha mostrado incapaz de adaptarse a los nuevos cambios.  Los intentos de recuperar esta capacidad, fundada en la estrategia de concertación, han mostrado sus límites, mientras se ha desnaturalizado el rol del sindicato para representar los intereses de los trabajadores en las instituciones de control y sometido frente a los intereses empresariales, hoy bajo el paraguas de la compatibilidad económica dictada por la nueva jerarquía internacional.

                La precariedad hoy en día significa escasez, debilidad e intermitencia de los ingresos, de los derechos, de los proyectos, de las expectativas de vida, etcétera, pero también: «acumulación de múltiples saberes, conocimientos y capacidades a través de experiencias laborales y vitales en permanente construcción y, sobre todo, aspectos ambivalentes como movilidad y flexibilidad que se derivan de la contratación individual.

Se puede asimismo conocer la importancia del empleo precario en la década neoliberal a partir de su incidencia en los cambios en el número de empleos. En efecto, el cuadro siguiente revela el importante crecimiento de la precarización laboral en ese período. [31]



Nº Asalariados 1991-2001
Cambio Total
No Precarios
Precarios
Manufactura
-32 %
-28,5 %
- 3,5 %
Construcción
       -9,9%
-15,3%
5,4%
Comercio
21,5%
5,6%
15,9%
Transporte y Svcios Conexos
38,9%
-
38,9%
Svcios Financieros e Inmobi.
26,7%
19,6%
7,1%
Administ. Pública
27,4%
4,0%
23,4%
Enseñanza, Svcios Soc.
Svcio Doméstico
Otros
23,2%
28,3%
1,9%
15,1%
-1,1%
3,5%
8,1%
29,4%
-1,6%
Total
8,9 %
-24%
11,3%



                A nivel global, si en 1991 el porcentaje de asalariados precarios era superior al 30 %, en 2001 esa cifra llegará al 38 %, un 25 % más en los 10 años subsiguientes. [32] Esta tendencia se mantendrá durante el gobierno kirchnerista, donde, a pesar de la generación de nuevos puestos de trabajo -cerca de cuatro millones,-la precariedad sobre el total del empleo se muestra elevada.

Trabajo no registrado [33]
2003
2005
2007
Serv. Com, Personal, Svcio Domest
75,8
74,6
65,6
Agricultura-Ganadería
69,3
63,2
60,9
Construcción
68,4
63,4
57,6
Hotel-Restaurante
53,2
50,2
49,6
Transporte
53,8
49,9
48,2
Comercio
51,7
46,7
44,6
Total
40,8
39,4
36,5
Minas y Canteras
33,4
30,2
32,4
Manufactura
34,9
33,1
30,5
Inmobiliaria
26,8
23,3
19,5
Pesca
17,4
17,5
19,1
Enseñanza, Svcio Social, Salud
11,6
12
11,1
Intermediación Financiera
8,7
9,3
9,8



El comportamiento del trabajo precario no registró un patrón diferente al de la década del 90. Si se toma la industria manufacturera en el primer semestre del 2010, los trabajadores precarizados eran el 30 % de los empleados, siendo un 6 % más que en 1995. En el periodo post convertibilidad el crecimiento del trabajo precario siguió al crecimiento del empleo total hasta fines del 2006. En el sector de la construcción el fenómeno de la precariedad se agudiza: si en 1995 los precarios eran el 55 % de los trabajadores totales del sector, en 2010 llegaron al 62 %.  Por su parte en la rama del comercio, si en 1995 los precarios eran el 55 % del total, ese porcentaje se mantiene en 2010. Un comportamiento similar se registra en el sector de la administración pública. El conjunto de los sectores mencionados, manufactura, construcción, comercio y administración pública alcanzaron al 50 % del empleo total en 2010.  

Durante los años siguientes a la convertibilidad la creación de empleo asalariado estuvo sostenida por la creación de empleos no registrados. Si en la década de los 90`s la proporción del empleo asalariado no registrado o en “negro” era el 34 %, en la década del nuevo milenio esa proporción creció al 42%. En Argentina el proceso de precarización se agrava  dado que muchas veces el salario devengado se encuentra por debajo del Salario Mínimo Vital y Móvil  (SMVM). Así en el área del trabajo no registrado los salarios eran el 70 % de los salarios formales y en blanco; por lo que en numerosas ocasiones los trabajadores precarizados lo eran en virtud del reducido salario percibido, como fue el caso del Plan social Argentina Trabaja. Veamos. En la segunda mitad del 2009 el gobierno kirchnerista creó el Programa social Argentina Trabaja como manera de promocionar la inclusión social a través de la "generación de puestos de trabajo genuinos con igualdad de oportunidades". Se promovieron las cooperativas de trabajo entre los desocupados para la realización de trabajos de infraestructura a cambio de ingresos monetarios. Ingresos que al mantenerse constantes hasta mayo de 2012, representaron un importante deterioro del poder adquisitivo ante tasas inflacionarias anuales del orden del 20 al 25 %. Los aumentos de mayo del 2012 no solo no alcanzaron a cubrir el deterioro inflacionario, sino que fueron selectivos: solo se otorgaron a las cooperativas “amigas” de los intendentes del conurbano, generando resistencia y movilizaciones.[34] En este contexto, la política social del kirchnerismo, lejos de combatir y erradicar la precarización, muchas veces la profundiza y extiende.

Finalmente, en el cuarto trimestre del año 2011 la fuerza laboral precarizada que llegaba al 53 %, se componía de la siguiente manera: un 35% respondía a la modalidad precaria; el 18 % restante a la modalidad precaria por ingresos (salarios por debajo de salario mínimo, vital y móvil –SMVM-). En el año de mayor crecimiento del empleo, 2003, 1.500.000 nuevos empleos - 40% del total de los empleos generados en el kirchnerismo-, el 74,5 % fueron precarios sobre el total ocupado y 85 % sobre el total de asalariados. 

Si se comparan el período neoliberal y la época kirchnerista  no se observan cambios sustantivos en lo referido a los porcentajes de precarización del trabajo. Todo indica que la precarización laboral, antes que presentarse como un fenómeno pasajero asociado a determinadas políticas gubernamentales, se manifiesta como una característica estructural, propia de un capitalismo de nuevo tipo que comenzara a desarrollarse en nuestro país a mediados de la década de los 70´s para consolidarse en el nuevo milenio.    



C- Estudio de caso: las luchas en el sector salud en Córdoba.

 El sistema de salud en Argentina

El sector de la salud no escapó al proceso de privatización impulsado por las políticas neoliberales de los 90`s. Las condiciones políticas que garantizaron la viabilidad de estas transformaciones se asentaron en los efectos desmovilizadores que tuvo en la sociedad civil el Terror de Estado ejercido durante la última dictadura militar (que dejó un saldo de 30.000 desaparecidos) y el Terror Económico de la hiperinflación de 1989. En este contexto fue posible que el comando del capital financiero pudiera fijar con facilidad los aspectos sustantivos de las políticas del Estado bajo condiciones de gobierno democrático, mientras el partido gobernante, el peronismo- de origen y tradición populista y con fuerte raigambre en el sindicalismo sobreviviente a la dictadura-, garantizaba el consenso y la gobernabilidad.[35] El actual sistema de salud en la Argentina está constituido, luego de la reforma de los años 90`s, por tres grandes actores: 1-las Obras sociales,  surgidas en 1970, basadas en el principio de la solidaridad grupal, pertenecientes a los sindicatos, que cubren a los afiliados sindicales con las reformas que se mencionan más abajo; 2- la medicina privada prepaga, que naciera en el proceso de mercantilización de la salud, en los años 90`s; 3- el sistema de salud estatal cubierto a nivel de hospitales nacionales, provinciales y municipales. Por otra parte el sector salud es un área que convocó, y convoca, intereses y actores de envergadura con una población predominantemente urbana, con hábitos de utilización de servicios médicos y alto nivel de consumo de medicamentos lo que ha configurado de por sí un mercado importante dentro del sector servicios para prestadores tradicionales, confederaciones profesionales y de clínicas y sanatorios, e industria químico farmacéutica.

La principal estrategia de reforma del Sistema de salud fue la desregulación de las Obras Sociales. En los supuestos formulados por los reformadores, la puesta en marcha de un proceso de libre elección (principio de la soberanía del consumidor) por parte de los beneficiarios de esas entidades –hasta ese momento cautivos de la institución administrada por el sindicato correspondiente a la actividad laboral del agente–, estimularía a estas organizaciones a mejorar la calidad de su cobertura y llevaría en el mediano plazo a la concentración de los afiliados en un número menor de obras sociales. De los tres sectores, las Obras Sociales han sido un actor de peso en las decisiones del sector. Ya desde sus orígenes comenzaron a contratar masivamente los servicios en el sector privado, constituyéndose en las principales promotoras de su desarrollo. Se estima que, desde su creación, las Obras Sociales habrían girado al sector privado una suma equivalente a 10 veces la deuda externa argentina, lo que habla de la estrecha relación entre el desarrollo de la salud privada y los aportes de los afiliados sindicales. Una de las estrategias de penetración en el mercado de la seguridad social adoptadas por las empresas de medicina prepaga fue la realización de acuerdos con algunas obras sociales a partir de los cuales éstas les transfirieron las contribuciones obligatorias de sus beneficiarios. Las empresas prepagas administran esas contribuciones en las mismas condiciones que las primas pagadas por sus afiliados, incorporando a los beneficiarios de las obras sociales a diferentes planes conforme sus niveles de aporte y su disposición a realizar pagos extra. Este mecanismo, que se difundió a partir de 1997, destruyó el sistema de subsidios cruzados entre beneficiarios con diferentes niveles de ingreso en el interior de la misma obra social. Aquellos con mayor capacidad de pago suscribieron los planes ofrecidos por la prepaga, mientras el resto recibe un plan acorde a sus niveles de ingreso, con la consiguiente reducción de las dimensiones del pool de riesgo. La decisión de desregular el sistema de obras sociales y la fallida propuesta de incorporar, como entidades receptoras de contribuciones de seguridad social, a las empresas de medicina prepaga también indujeron nuevas estrategias en diferentes actores del sistema, transformando paulatinamente el escenario político sectorial.

La reforma del sistema de salud agudizó la brecha entre ricos y pobres, al consolidar un sistema de salud que ya de por sí arrastraba diferencias sustantivas. Así se observa que hasta fines de la convertibilidad la evolución del gasto solidario (sector público más el de Obras sociales) no había acompañado el ritmo de crecimiento de la riqueza. Tendencia a la inequidad que se manifestó también en la inflación en el área de salud, muy superior al incremento del costo de vida durante la convertibilidad. Basta recordar que los servicios de salud figuran entre los 10 rubros que tuvieron mayor inflación desde la aplicación del plan de Convertibilidad (1991) hasta su finalización (2001). Mientras la moneda permanecía estable, el encarecimiento de los servicios de salud fue del 110,2%.[36] Durante todo este tiempo la masa de capitales que recaudara el sistema de Obras Sociales concitó la entrada de nuevos actores. Si en los 80 el mercado médico cedió ante los mercados farmacéuticos y clínico-sanatoriales, esta distribución se alteró por la entrada de bancos y aseguradoras, cuyo interés estriba en la captación de fondos sociales para transferirlos al mercado financiero de capitales, siguiendo la misma lógica de las privatización de las jubilaciones. La desregulación de las obras sociales, estuvo acompañada por una disposición que las obligaba a  pagar los servicios que sus beneficiarios demandaran en los hospitales del subsistema público; disposición que se completó con la creación de la figura del Hospital de Autogestión. La norma autorizaba a los hospitales que se inscribieran en el respectivo registro a complementar sus ingresos cobrando los servicios a las personas con capacidad de pago y con fondos originados en las contrataciones con empresas de seguro privado de salud, mutuales y obras sociales.[37] Se planteó reservar la gratuidad de la atención para personas sin cobertura social ni posibilidad de pago (indigentes). Además de brindar a los hospitales la posibilidad de poseer personería jurídica con el fin de lograr autarquía financiera. Este proceso recibió para su operatividad, préstamos internacionales. Los ingresos extrapresupuestarios así percibidos serían administrados directamente por el hospital de autogestión. Mientras se creaba una estructura de incentivos basada en el reconocimiento de la productividad y eficiencia del personal. Al mismo tiempo se establecía la descentralización de la administración de estos hospitales y la integración de redes de servicios. Por esta medida el Estado Nacional terminó de delegar en las instancias provinciales y municipales la administración y gestión de los servicios de salud, sin que se previera una asignación diferencial de recursos para esa área.

La situación de crisis fiscal a nivel nacional y de los  gobiernos provinciales fue la excusa para desfinanciar el área de la salud que empeoró sustantivamente con la crisis del 2001. La reducción de salarios del personal estatal decidido por razones de déficit fiscal, generó malestar entre los trabajadores del subsistema público, fuertemente sindicalizados. También se generalizaron las denuncias de falta de insumos en los hospitales, que vieron aumentada su demanda con la incorporación de grupos poblacionales que anteriormente acudían a lo servicios privados. En algunas provincias la agenda de la reforma incluyó, en la segunda mitad de los ‘90, la propuesta de creación de seguros provinciales de salud.[38] En la mayor parte de los casos, el mecanismo financiador se otorgaba sobre la base de la ampliación de las obras sociales provinciales, que  cubrían al personal ocupado en los organismos del Estado. Ese tipo de estrategia hubiera significado la cobertura de una fracción importante de la población provincial (personal del Estado, afiliados voluntarios e indigentes) en una sola caja y, de tener éxito, podría haber estimulado una federalización de la cobertura de las obras sociales. Hasta aquí, a grandes rasgos, las reformas introducidas en el sector salud.

El conflicto del sector salud en Córdoba

A finales de setiembre del 2011 los trabajadores de la salud nucleados en la Unión de Trabajadores de la Salud, delegados afiliados a la Asociación Trabajadores del Estado-Central de Trabajadores Argentinos (ATE-CTA) y el  Sindicato de Empleados Públicos (SEP) de la provincia de Córdoba solicitaron al gobierno de la provincia aumento salarial, rechazado por las autoridades, quienes adujeron que el aumento acordado anteriormente lo había sido para el periodo anual en curso. De todos los agrupamientos de trabajadores, solamente el SEP estaba en condiciones de negociar de acuerdo a las normas laborales establecidas en tanto institución reconocida para firmar la Convención Colectiva de Trabajo. La Unión de Trabajadores de la Salud formada por activistas y empleados del área de la salud pública se había constituido como oposición al gremio del SEP en el año 2005, a raíz de otro conflicto salarial dejado igualmente de lado por el sindicato oficialista. Similar origen tuvieron los delegados de ATE-CTA alineados con la CTA nacional, organización general de trabajadores nacional, plural, basada en afiliaciones individuales y opositora al gobierno kirchnerista. En esa ocasión se formó también, gracias a la conjunción de ambos nucleamientos,  el movimiento de autoconvocados que le proporcionó horizontalidad y democracia a la lucha de esa época. Las nuevas formas de empleo (muchas de ellas vinculadas a la externalización y a la deslocalización, a la extensión del trabajo autónomo y de los contratos por obra o servicio, a la estructura empresarial descentralizada y miniaturizada o a la multiplicación incesante de las variaciones en los tipos de contrato) provocó la disolución del lugar de negociación, volviendo el momento contractual indeterminable, mientras el sistema de derechos y obligaciones se definía en el andar, dificultando enormemente la formulación de esta gramática. En ese contexto el convenio colectivo de trabajo, para quienes lo tienen incluso sectorizado, se volvía una anécdota que chocaba una y otra vez con la racionalidad de la actividad.

Sin embargo, se trataba ahora de un conflicto que excedía largamente el problema salarial, relacionado con un importante deterioro de los servicios de salud pública, sumado a una política errática del gobierno y a la complacencia con las políticas oficiales del SEP reacio a atender el reclamo de los trabajadores del área.  La distancia que tomó el SEP con el conflicto generó una rápida movilización de las bases, mientras se conformaban múltiples colectivos de trabajadores quienes tendrían todo el peso de la lucha. Así se construyó la Asamblea Interhospitalaria que nucleó, en el momento de mayor tensión, a 26 hospitales públicos. La Asamblea Interhospitalaria, integrada por trabajadores de los Hospitales San Roque, Rawson, Hospital de Niños y Maternidad Provincial, unificó su accionar con la UTS  y ATE desplazando a la representación oficial  del SEP. Exigió, además de las reformas salariales, mayores recursos humanos, suministros y equipamientos, así como formar parte de la mesa de diálogo con las autoridades provinciales. El inicio de las medidas también generó la ruptura de un grupo de médicos de la UTS que deciden conformar “Médicos Unidos” (anestesistas y obstetras). Con el conflicto en desarrollo pero estancado por la negativa gubernamental, las demandas se limitaron y simplificaron (aunque pocas veces lograron unificarse) bajo el pedido de reapertura de la mesa de negociación salarial, el reclamo de una mejora en los haberes cercana a los $5600 (tomando como referencia la canasta para una familia tipo que publica la CTA), y la extensión de la figura de “recurso humano crítico” a todos los sectores de la salud provincial.[39]

La privatización de la salud pública, impulsada con fuerza durante la época del menemismo, sumado a la negativa oficial de invertir en el área de salud, había deteriorado el sector a expensas del sector privado. Así, mientras la medicina privada en Córdoba poseía 22 equipos de resonancia magnética, el sector público contaba para la época del conflicto sólo con 2. Mientras en el sector privado existían más de 65 equipos de tomografía computada, en el público, apenas 6. Por otra parte si en el sector privado se computaban 44 centros de atención de hemodiálisis, en el sector público alcanzaba sólo a 1. Similar situación se vivía en radioterapia: en el sector privado había 5 centros de atención, mientras que en el público sólo 1.[40]

El abandono de la salud pública por el gobierno condujo a dejar de lado la ley de equipos de salud (permitiendo la elección de los jefes de servicio sin concursos y con fuerte sesgo político), el llamado a concurso para la cobertura de cargos full time para los médicos así como la permanente postergación de los concursos para cubrir los diferentes puestos laborales, política que alimentó el descontento laboral. A fines del año 2007 el gobernador Schiaretti, en el comienzo de su mandato, había dejado de lado el Programa de Salud Familiar[41] por falta de presupuesto; simultáneamente el deterioro de la prestación pública de saluda generaba una importante transferencia de usuarios hacia el sector privado. Este fenómeno se agudizó ya que cerca del 40 % de la población en Córdoba carecía, para la época, de obra social. El fin del Programa de Salud Familiar impactó profundamente en los sectores más desprotegidos de la población, fundamentalmente aquella alejada del Gran Córdoba, y, en particular, la de los habitantes de los departamentos del norte de la provincia. El programa había tenido logros importantísimos respecto de la reducción de la mortalidad materna e infantil, en el cuidado de la mujer embarazada y de los niños durante sus primeros años de vida. El fin del programa afectó a especialistas de distintas disciplinas, no sólo a médicos, involucrando a una población más amplia que la de los “barrios ciudades”[42]. El centro de salud no sólo era un espacio para la atención sanitaria, era mucho más que eso. En ellos se albergaba parte de la memoria del barrio, de la historia de la gente y de cómo fueron los traslados territoriales, ya que se trata de profesionales que venían trabajando con los habitantes del barrio cuando estos vivían a la vera del canal o del río. Los enfermeros, trabajadores sociales, médicos, etc., la mayoría de ellos con magros salarios y en negro, a pesar de su alta calificación,  no sólo eran quienes podían ofrecer un panorama sanitario: también narraban verdaderas crónicas personalizadas de las migraciones internas, muchos de ellos conocían a los vecinos desde que vivían en las villas. Los mismos vecinos que debían rastrear para hacer el seguimiento 'casa por casa' dada la frecuencia y naturalidad con la que quienes viven en los “barrios ciudades” se cambian de vivienda. Así una enfermera podía -por caso- explicar porqué se rompieron los lazos solidarios entre vecinos, reconocer a los referentes sociales y pelear porque se fomentaran los micro emprendimientos para los habitantes de lugar. Todo eso, a pesar de que en muchos casos, la impotencia propia de la gente aislada hiciera foco en los centros de salud, como si esas estructuras representaran el Estado que los puso allí. Todavía resuenan las palabras de  una de las psicólogas del Programa de Salud Familiar que  graficaba la situación de este modo “Pobres y marginados junto con (profesionales) precarizados, ¡qué combinación!”. Toda una verdad en el capitalismo contemporáneo.[43]

Estábamos frente a la generalización de un modelo de relación laboral dúctil e hiperflexible, que al situar en el cuerpo y en sus limitaciones el centro del análisis, y por tanto asemejarse más a la experiencia laboral femenina, situaba sus límites en las fronteras que todo cuerpo material, psíquica y afectivamente era capaz de construir en el proceso de confrontación en curso. Se trataba, por tanto, de límites específicos y diferentes de un sujeto a otro; límites que marcaban el umbral, espacial y temporal, más allá de los cuales las interacciones con los demás y con las otras fuerzas se vuelven insostenibles. Por lo tanto, son estos límites los que garantizaban también la duración del  conflicto particular en curso. Dicho de otra manera, en un momento en que la precariedad generalizada pero experimentada cotidianamente en primera persona se  trasforma  en un elemento estructural de capitalismo contemporáneo, nuestros cuerpos se constituyen en el primer campo de batalla.

Estamos en presencia de un nuevo ciclo de luchas cualitativamente diferente a los ciclos de luchas obreras anteriores. Las nuevas luchas se construyen sobre una coordinación transversal de la acción reivindicativa política, están envueltas por instancias democráticas que las atraviesan, son expresión de una manifiesta voluntad de organización desde la base que expresa la radicalidad de una igualdad reconocida. Las nuevas luchas cuestionan la vieja relación dialéctica que establecían en el antagonismo con el capital, en la medida que se desarrollaban dentro y con las reglas de la organización capitalista del trabajo; al interior y contra el modo de producción. Hoy las luchas se sitúan por fuera del modo de producción y contra él.  En ese marco, la autonomía es ahora un presupuesto, no un fin. En épocas de producción biopolítica es posible comprender empíricamente cómo los procesos sociales, sea que se trate de construcción de respuesta o de alternativa, no se encuentran ya ceñidos a los antagonismos entre patrones y obreros, sino más bien a procesos de constitución de subjetividades, a alternativas de organización independiente de los trabajadores, donde la identificación de los antagonismos parece estar referenciada más en la identificación de los movimientos y en el significado y  contenido de los nuevos poderes constituyentes. Las características transversales de los ciclos de lucha presentes y su desarrollo fluctúan entre momentos de agudos conflictos y otros de largos procesos de sedimentación ontológica de los resultados organizativos alcanzados. Estas singularidades que resisten incorporan la producción de subjetividad como invención de sí, sujeto que resiste en las propias mallas del poder (Foucault)



El conflicto se inició en el Hospital Rawson, especializado en enfermedades infecciosas, debido que el gobierno decidió re categorizarlo como institución polivalente[44], fruto de la aplicación de leyes de “emergencia provincial”. La polivalencia modificaba de hecho el tipo de actividades que se realizaba, provocando la pérdida de ciertos beneficios para el personal tales como la doble licencia anual por trabajo de riesgo (enfermedades infecciosas) y la existencia de un plus salarial. Es decir, una suerte de precarización laboral encubierta e intensificación del trabajo.

 Asistíamos a la implementación de procesos que promovían la dislocación de los tiempos y los espacios del trabajo (en los horarios flexibles, en los de tiempo parcial)  cuyos efectos sobre las unidades de convivencia y las redes de cuidados repercutían lesionando los lazos afectivos con los mismos pacientes.  Se trataba de la incorporación de cualidades imperceptibles, inherentes a la fuerza de trabajo, difícilmente estimables, retribuibles o asimilables en términos de su calificación y, por lo tanto, dificultosamente desagregables en unidades de trabajo simple, a las que correspondería un determinado valor (la atención personalizada, las capacidades comunicativas, la empatía, la buena presencia, etc). Fenómenos nuevos que vuelven casi imposible cuantificar el valor de la fuerza de trabajo dedicado al cuidado, al care work, o también llamado trabajo afectivo. Provocando una mayor explotación de la fuerza de trabajo al estallar la medida del valor de la fuerza de trabajo.

Vulnerabilidad, invisibilidad, disponibilidad permanente y flexibilidad, todas cualidades históricamente asociadas a los roles femeninos y a la vida privada, son los que caracterizan las actividades de los trabajadores de la salud, donde el componente afectivo, relacional y de cuidado juega un rol central en la actividad específica desarrollada. Es lo que se conoce también como devenir mujer del trabajo, como las nuevas dimensiones polivalentes y cualitativas del trabajo. Aunque esta calificación no implica una correspondencia de relaciones formales, ni semejanza, imitación o generalización de las condiciones laborales sufridas por las mujeres como entidad molar, sino, más bien, la idea de transitar un camino hacia nuevas formas de trabajo molecular.

El conflicto rápidamente derivó en movilizaciones, marchas, cortes de calles, algunos de ellos masivos [45], y donde la dirección de las luchas se asentó en la Asamblea Interhospitalaria, la UTS y los delegados de ATE.  El SEP, a pesar de ser el sindicato oficialmente reconocido para intervenir, se vio rápidamente desplazado por los activistas y delegados quienes reclamaban sentarse en la mesa de negociaciones. A pesar que el gobierno reconocía solo al SEP como interlocutor este se vió más desprestigiado aún porque su secretario General, que integraba la lista de candidatos oficiales a la Legislatura provincial en las elecciones de octubre de ese año, asumió  una posición vacilante y de manifiesta inoperancia. En ese contexto los trabajadores de la salud se debatían para conseguir el apoyo de la sociedad ante la casi segura "institucionalización" de su secretario general.  Práctica por lo demás extendida a nivel del sindicalismo cordobés.[46] Finalmente el conflicto terminó en los primeros meses del año 2012, cuando se alcanzó un acuerdo salarial aunque diferenciado con la totalidad de los sectores involucrados, médicos, anestesistas, obstetras, enfermeros y turneros.

Con el pasaje del capitalismo fordista al capitalismo cognitivo la relación social anteriormente unificada en la relación capitalista tiende a trasladarse y convertirse: de la relación entre fuerza de trabajo y máquina, entre capital variable y capital constante, como relación capitalista única, a la relación mente-cuerpo, cerebro-corazón, por un lado, -o sea devenir enteramente al interior del ser humano-, mientras el capital se presenta como externo. El uno se ha dividido en dos. Sin embargo, lejos de ser el capital el que se humaniza, es la vida de los individuos con sus múltiples singularidades  y diferencias la que intenta ser colonizada por el capital. En ese contexto la productividad del cuerpo y los afectos serán absolutamente centrales en los nuevos espacios comunicacionales, relacionales y afectivos para la determinación del valor. Si el biopoder es  poder  y comando sobre la vida de quien detenta el poder económico e institucional, la biopolítica como dimensión propia del trabajo contemporáneo puede ser asumida en clave antagónica con relación al capital. Política de la vida entendida como poder constituyente que produce subjetividad alternativa al biopoder.     

La lectura del postfordismo, con la precariedad y la flexibilidad a cuestas, alimenta la idea de una geografía de la derrota ante el embate del capital, mientras proyecta ingenuamente en el horizonte la idea de una vuelta al fordismo. Y conjuntamente con esta idea nostálgica de extrañamiento, proyecta la posibilidad  de reequilibrar la situación, ya mediante regulaciones estatales, ya mediante medidas legislativas  que doten de un mayor poder a la mano pública. En ese contexto resulta difícil sustraerse a la tentación de devolverle al estado todo el peso de la carga para equilibrar la situación de un trabajo a la intemperie. Simultáneamente resulta cada vez menos probable que la sociedad postfordista pueda alcanzar ajustes mediante el instrumento de la reivindicación sindical. Los sindicatos se limitan aún a defender a sus afiliados que pertenecen en su gran mayoría bien al empleo público, bien a las grandes empresas. Sin duda que no disponemos de respuesta ante la pregunta ¿qué hacer entonces?  Sí somos conscientes de la necesidad de librarnos de aquellos esquemas mentales propios del fordismo y dejar de reproducirlos hasta la saciedad como una letanía, práctica común de la izquierda y del propio gobierno. En ese aspecto son coincidentes.        

César Altamira                                       Córdoba, 13 julio 2012.



[1] Per amore o per forza. Femminilizzazione del lavoro e biopolitiche del corpo. Cristina Morini. Ombre Corte-Uninomade 2010
[2] Crisis de la clase media y postfordismo. Sergio Bologna. Akal 2006 - Bioeconomía y Capitalismo cognitivo. Andrea Fumagalli. Traficantes de Sueños, 2010.
[3] La condizione precaria come paradigma biopolitico, Andrea Fumagalli en Lavoro in frantumi, F. Chicchi, E. Leonardi (comp). Ombre Corte-Uninomade 2011.
[4] Bioeconomía y capitalismo cognitivo op. cit.
[5] Crisis de las clases medias, op. cit
[6] La these du capitalisme cognitif. Une mise en perspectiva historique et teorique, Carlo Vercellone, en Les nouveaux horizons deu capitalisme. Pouvoirs, valeurs et temps, Colletis, Paulré, editeurs- Economica, Paris, 2008
[7] Bioeconomía y capitalismo .... Andrea Fumagalli, op. cit.
[8] La condizione precaria... op. cit. A. Fumagalli.
[9] ibidem.
[10] Scenari, resistenze e coalizioni del lavoro vivo nel capitalismo contemporaneo. F. Chicchi, Lavoro in frantumi, op. cit
[11] Ver La dinámca laboral argentina desde 1995 hasta la actualidad.¿Recuperación sin cambio estructural?. Monteforte-Pacifico-Jaccoud. IV Jornada de economía crítica Córdoba, Agosto 2011.
[12] La economía argentina de la postconvertibilidad en tiempos de crisis mundial. N. Arceo, M. González, N. Mendizábal, E. Basualdo. Cara o Ceca- Bs. As. 2010.
[13] La producción de Bienes incorpora a Manufacturas+Construcción+Agropecuario+Pesca+Minería
[14] Argentina, ¿nuevo modelo o viento de cola? M. Schorr Nueva Sociedad 237- En-Feb- 2012
[15] Monforte-Pacifico-Jaccoud ibidem.
[16] La evolución del empleo en la Argentina desde la crisis del tequila hasta la actualidad. ¿Cantidad vs calidad? A. Salvia, E. Donza 10º Congreso ASET.
[17] Ver El empleo en el periodo 2003-2011. Un recorrido por la post convertibilidad. Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas  IPYPP. Mayo 2012.
[18] Mercado de trabajo. Postconvertibilidad-Límites, avances y perspectivas. E. Volguein, D. Zorattini. 9ª Congreso ASET.
[19] Ibidem.
[20] Ibidem.
[21] El trabajo en la Argentina. Informe trimestral Nº 19- Invierno 2010 -CENDA.
[22] El empleo en el periodo 2003-2011…. Op. Cit - IPYYP
[23] Si Señor. Precarización y flexibilización laboral en la década de los noventas. N. Bonfiglio-A. Fernandez-6º Congreso ASET Agosto 2003
[24] Sergio Bologna, Crisis de la clase media y postfordismo Akal, 2006, Madrid.
[25] A. Salvia, De una sociedad de clases a una sociedad estamental? Estratificación económica laboral de la movilidad social en Argentina. Observatorio de la Deuda Social Argentina. UCA.
[26] Ibidem.
[27] Ibidem
[28] Precarias a la deriva. Traficantes de sueños, Madrid, 2005 
[29] La condizione precaria... A. Fumagalli, op. cit.
[30] La crisis de la clase media.... S. Bologna
[31] Heterogeneidades en los mercados de trabajo locales y políticas económicas. J. Lindenboim-M. Gonzalez en Trabajo desigualdad y territorio, las consecuencias del neoliberalismo.
[32] N. Bonfiglio, A. Fernandez, op. cit..
[33] El trabajo no registrado como modalidad límite de precariedad, .J. Neffa en La corrosión del trabajo, M. Busso y P. Perez compiladores Miño Dávila, CEIL-PIETTE Bs. As. 2009. 
[34] IPYPP. Informe del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas. CTA.
[35] El proceso de reforma del sector salud. A.Stolkiner, VIII Congreso ALAMES, La Habana, 2000
[36] Ibidem.
[37] Una década de reforma de la atención médica en Argentina. S. Belmartino- Revista Salud Colectiva, La Plata, Mayo-Agosto 2005.
[38] Ibidem. op. cit.
[39] La denominación de recurso humano critico y prioritario se incorporó en el Plan Nacional de la Enfermería (2008)  designando así a las enfermeras, cuyo número resultaba deficitario, otorgándoles becas para su carrera y cambios curriculares y formación. Se estimaba que debería haber un médico cada seis enfermeros y es al revés.  
[40] La Voz del Interior, 8-10-2011.
[41] El Programa de Salud Familiar buscaba cubrir la atención a la salud en zonas pobres de mayor riesgo y alta vulnerabilidad social, fortaleciendo el primer nivel de atención , mientras evitaba la llegada de pacientes a los Hospitales de Córdoba, Capital.
[42] Los “barrios ciudades”, conocidos como “ciudades modernas” remiten a zonas alejadas de los centros urbanos y que llevan la marca del estigma: el lugar donde viven los villeros. Espacios que reaseguran que las condiciones que favorecen la marginalidad se reproducirán y que ésta gente no se mezclará con otra.
[43] La Voz del interior, 31-03-2008.
[44] El conflicto del sector salud en Córdoba (set 2011-Feb. 2012)- Observatorio de conflictos en Córdoba. blog
[45] El 25-11-11 se produjeron 15 cortes simultáneos que inmovilizaron a la ciudad. Indymedia-Córdoba, 27-10-11, citado en Observatorio conflictos Córdoba. op. cit.
[46] El ex-secretario general de la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba UEPC, pasó sin escalas intermedias de Secretario general a Ministro de Educación; la ex-secretaria general del mismo sindicato pasó a ser la principal referente político del kirchnerismo en la provincia y ahora diputada nacional; el ex-secretario general del Sindicato metalmecánico SMATA paso también sin escalas del sindicato a Ministro de Trabajo de la Provincia.