Kirchnerismo como crisis de la
gubermentalidad desarrollista.
Es la pérdida de
una ilusión: la apuesta política kirchnerista para la construcción de un capitalismo en serio y la consolidación
de una burguesía nacional. Desarrollo
autónomo diríamos. El estallido del 2001, como manifestación de la crisis del
neoliberalismo capitalista, fue leída por el kirchnerismo, -y por la izquierda
en general- como el fin de una política que privilegió la transnacionalización
de la economía, la preponderancia del capital financiero y la desregulación de
la economía mediante el retiro del
estado, mientras se alentaban las privatizaciones. Todo ello confluyó, siempre
según esta lectura, en la desindustrialización, la desarticulación del estado,
el desempleo masivo y la valorización financiera como antítesis de la
valorización industrial. Se trataba de desandar el camino y del feliz retorno a
las gloriosas épocas pasadas, incluso a la del fifty-fifty. Esta lectura, sostenida por los think tank peronistas (como numerosos integrantes de Carta
Abierta), se corresponde con la aspiración política kirchnerista, repetidamente
pronunciada ante la sociedad. El estado aparece como el demiurgo de toda
política emancipatoria. No es de extrañar que el extravío del empeño hubiera
derivado en estos días en desencanto popular incluso en mañosas
interpretaciones (Carta Abierta 16), al calor de la agudización de las
contradicciones y los desequilibrios del régimen de acumulación en marcha desde
2003.
A pesar de las
importantes tasas de crecimiento el kirchnerismo tropezó con los límites
históricos de un capitalismo dependiente, expresado últimamente en la crisis
devaluatoria, la industrialización limitada y finalmente, una distribución regresiva.
Más allá de la globalización manifiesta, de la dilución de las fronteras entre
centro y periferia impuesta por la globalización capitalista, -favelización de
Manhattan y hallazgos de nuevos Palm Beach en Buenos Aires o Santiago de Chile,
de la inexistencia de un afuera y un adentro-, los tiempos que corren en
nuestro país son un reflejo dramático de las limitaciones de un capitalismo
dependiente en superar barreras y alcanzar un crecimiento que incorpore a los
sectores postergados, supere la precarización laboral y avance hacia el buen vivir. Crisis de un capitalismo
dependiente que no remite solamente a sus connotaciones económicas, sino que
exige incorporar espacios de resistencia construidos frente al biopoder del
capital.
Encandilado por
las renta extraordinaria proveniente del sector agrario que parecían eternizar el
crecimiento, el kirchnerismo acentuó la inserción mundial dependiente,
exacerbando el perfil extractivista-exportador bajo control transnacional
(ratificado en el Plan estratégico agroalimentario y agroindustrial PEAA 2020), al tiempo que profundizó la
subordinación regional a la política de Itamaratí.
Todo indica que no
se trata solamente del agotamiento del período kirchnerista. Es más que ello.
Nos encontramos con el final de ciclo de acumulación capitalista que durante un
largo período se expresó en el imaginario social de las clases dominantes y en los de abajo como la ilusión de
crecimiento indefinido y mejoramiento social a condición de mantener en caja algunas variables económico-sociales
y potenciar el consumo. El desarrollismo del Siglo XXI se muestra, como lo
fuera anteriormente durante los 60-70’s, incapaz de superar la dependencia y
asegurar el bienestar social al conjunto de la sociedad. Con ello se derrumba también la ilusión de
que el estado y la soberanía nacional conformarían el baluarte principal para
salir de la globalización neoliberal de los 90’s. La discusión que se abre
entonces es otra. ¿Que capitalismo es posible construir en estas geografías en
la época de la fase rentista del capital? O en otros términos, ¿cuál es la alternativa
al capitalismo?
La pregunta a
responder adquiere otra densidad. Quizás la duda deba extenderse a otras
geografías latinoamericanas, Brasil, Bolivia y Venezuela.
En nuestro país
debemos agregar dos elementos más: 1- la extrema transnacionalización de la
economía que potencia la propensión a repatriar dividendos a expensas de la
inversión, y cuyo peso se vio acrecentado en la década kirchnerista y 2- las importantes
rentas extraordinarias que bloquean la redistribución del ingreso e inversión.
No cabe duda que han
adquirido peso la renta diferencial de la tierra -sea esta agraria o minera-,
los derivativos financieros, los fideicomisos inmobiliarios -como puerta de
entrada a la vivienda-, la financiarización de los mercados mundiales de commodities y hasta la financiación y
endeudamiento necesario para el acceso al consumo, incluso de los de abajo a través de la
proliferación de las tarjetas de crédito y/o créditos propiamente dichos.
Etapa del
capitalismo donde el trabajo explotado trasciende las fronteras fabriles,
convirtiendo las metrópolis en terrenos doblemente importantes: como nuevos
espacios fabriles, campo de valorización y explotación del trabajo cognitivo y
relacional, explotación del común
como cooperación, del general intellect, de la propia vida;
verdadera apropiación-extracción de la cooperación social, de la misma manera
que el capital se apropia de los recursos naturales. Pero también espacio
urbano, lugar de extracción por excelencia de la renta inmobiliaria, potenciada
por una gentrificación igualmente desposesiva de la cooperación urbana
construida.
Esta nueva era
modifica el comportamiento del capital y los antagonismos de clase, así como la
base de la propia crisis, en la medida que el capital no puede controlar ese común, encorsetar el trabajo vivo,
subordinar aquella subjetividad social
que sufre esta política. Y donde la precariedad aparece como el arma señalada
para controlar y domesticar la nueva fuerza de trabajo, frente al peligro que
significa su mayor autonomía y prescindencia del propio capital para la
producción.
Vida precaria que no
es una simple “falla” de las políticas laborales kirchneristas, dado que casi el 50 % de la población se
encuentra en situación de precariedad laboral. Se trata, en todo caso, de la
incapacidad del actual sistema capitalista para garantizar un compromiso social
estable entre la valorización apoyada en la cooperación, y la distribución de
la riqueza, para mejorar las condiciones de vida de la sociedad. La
privatización de los servicios sociales que inició el menemismo y que en otra
época brindó el estado de bienestar, con excepción de la seguridad social,
mantiene toda su vitalidad. Alcanzar una aceptable asistencia médica, una buena
educación y tener acceso a la vivienda exigen, hoy, pagos individuales de los
contribuyentes. No se trata de remontar la situación a épocas pasadas del
estado de bienestar, sino de reconocer los cambios producidos en la naturaleza
del trabajo que fuerzan a entender que el trabajo productivo ha adquirido
nuevas formas. Cuando la vida es puesta a trabajar, cuando el tiempo de vida y
de trabajo se confunden, ¿cuál es el valor de la fuerza de trabajo?; ¿cuál el
precio de la fuerza de trabajo?, ¿cuál el salario? ¿Cuál la frontera entre trabajo productivo e
improductivo? Si la cooperación forma parte del trabajo en red, cognitivo,
relacional, de nuevo tipo y productivo, ¿porque el capital no reconoce y
remunera ese tipo de actividad laboral? Un salto político de este tipo nos
proyectaría hacia un escenario diferente, de nuevo tipo que permitiría la
construcción de un nuevo pacto capaz de liberar las potencialidades
sociales productivas ocultas en las
múltiples singularidades. Nuevo pacto democrático que supere aquella lectura de
emancipación asentada en la autonomía política estatal, para depositarla en la
riqueza y autonomía de la nueva fuerza de trabajo como sujeto político de la
historia. Son variadas las políticas alternativas que permitirían salir de la
crisis y ensayar formas del buen vivir.
¿Consumo como motor del
crecimiento?
Cierto es que a este tropiezo estructural del
kirchnerismo, debemos agregar graves errores de política económica expresados
en la crisis energética, la crisis del transporte público combinada con el
particular impulso al sector automotriz así como la crisis habitacional.
Sin modificación
de la matriz productiva y asentado el
crecimiento industrial fundamentalmente en el sector automotriz, la restricción
externa no tardaría en llegar, a pesar de los términos de intercambio comercial
altamente favorables. En una economía globalizada, de acuerdo a una nueva
División Internacional del Trabajo que modificó la matriz productiva
mundializada, toda apuesta a la producción fronteras adentro de los componentes
producidos globalmente (en este caso autopartes) exige de profundos cambios
productivos y maduración, sostenidos por fuertes inversiones, bajo normas de
calidad con moderna maquinaria y valorización educacional de la fuerza de trabajo.
Este desafío sólo es concebible mediante políticas de inversión a largo plazo muy
alejadas de las urgencias kirchneristas por generar una rápida sustitución de
importaciones en autopartes que alivie la restricción externa.
Convencido que el
consumo es el motor de toda economía capitalista, el kirchnerismo apostó a su
fortalecimiento, aún en coyunturas políticas adversas. Desde los subsidios a
las tarifas de los servicios públicos para favorecer el consumo de los de abajo, a la Asignación Universal
por Hijo, pasando por la incorporación al régimen jubilatorio de un millón y
medio de nuevos jubilados (amas de casa) y la flexibilización de las
regulaciones del BCRA, -medida por lo demás progresista, para convertirlo en
medio de financiamiento para el estado-, las bajas tasas de interés y la
persistente negativa a reconocer una inflación en aumento que lo presionaba
para adoptar políticas de ajuste. En fin, un cúmulo de decisiones políticas,
todas ellas con un solo objetivo, el consumo. Esa lectura ingenua acerca del capitalismo
asentado en el consumo lleva a la creencia de evitar sus crisis mediante el aumento
del consumo. Ya en el siglo pasado las tesis de los populistas rusos como Tugan
Baronowski fueron rebatidas por Lenin. No debemos agregar más.
Sin embargo,
debemos reconocerle al kirchnerismo su insistencia en mantener estas políticas,
incluso hoy en día, a pesar de la aplicación de medidas ortodoxas de ajuste. Más
allá de la bonanza de los precios de los productos primarios internacionales, intentó
en su discurso reducir la pobreza, el desempleo y las desigualdades. Simultáneamente
desestimó toda crítica opositora, mientras
falseaba los índices económicos para ocultar los verdaderos grados de
pobreza e indigencia social alcanzados durante su gestión.
Muchas de estas
medidas tuvieron su contrapartida regresiva. La política de subsidios favoreció
también al capital engrosando sus ganancias; la flexibilización de las
regulaciones del BCRA contribuyeron al perfil de pagador serial del gobierno kirchnerista,
las bajas tasas de interés fueron igualmente aprovechadas por las clases
pudientes, el fortalecimiento del Anses con la derogación de las jubilaciones
privadas, dio pie a que el gobierno financiara sus gastos corrientes con la
recaudación previsional, mientras la gran mayoría de los jubilados son pobres
por dichos ingresos. Más aún, en el caso del Anses, a pesar de la vuelta al sistema de jubilación
de reparto administrado por el estado, se mantiene la lógica de subordinación a
los mercados financieros; por un lado el estado, a través del Anses, ha
financiado grandes obras de infraestructura eléctrica donde las ganancias
corren para el capital privado asumiendo los riesgos de todo financiamiento
privado; por la otra mantiene como activos gran cantidad de acciones de las
grandes empresas privadas atando la jubilación futura a las decisiones
empresariales en dichas empresas.
Sin modificación
en la estructura impositiva que gravara al capital financiero, sin aumentar la
presión sobre los sectores monopólicos de la economía, el déficit fiscal se sostuvo vía Anses o Banco Central. En
estas condiciones el gobierno está obligado hoy a recurrir a financiamiento
externo y desandar su objetivo de desendeudamiento externo dejando el control
del capital que fugó en los últimos dos años cerca de 20000 millones de U$S y
apostó a la especulación con divisas. No todo es vigilia la de los ojos
abiertos dice Macedonio Fernandez.
Simultáneamente se
exacerbó la disputa por la distribución del ingreso ante una inflación que
refleja la disputa entre la persecución de las ganancias y las resistencias
sociales. La moneda, como la inflación, deben ser leídas como campos de
disputa, expresión de una relación de fuerzas que atraviesa el tejido social.
No hay neutralidad en la relación monetaria.
Pero sería una
insensatez limitarse a una lectura historicista, económicamente determinista
y/o técnica. Nada más alejado de ello.
Crisis como la crisis de la
governance kirchnerista
Nuestro análisis va
más allá de la tipificación de la crisis del capitalismo dependiente. Incluso
no parece hoy aceptable trasladar a los nuevos contextos globales las tesis de
los capitalismos dependientes, bajo condiciones de multipolaridad mundial, de
nuevas división internacional del trabajo, de cuestionamientos y/o
debilitamientos de las soberanías nacionales, y donde la llave de la
distribución del ingreso excede los clásicos espacios del conflicto entre
capital y trabajo. Queda claro que luego de casi 10 años de crecimiento
económico el saldo ha sido la acumulación de capital por un lado y la
acumulación de pobreza por el otro. Poblaciones de marginados que deambulan por
tierras arrasadas, en los bordes de una sociedad que se ha mostrado incapaz de
modificar su vida. Y un estado, como "estado
del desarrollo" que ha fracasado en su política de conferir derechos
de ciudadanía a los necesitados y postergados, una vez quebrada la relación que
uniera el trabajo asalariado a la ciudadanización que el primero garantizaba.
En otros términos, la utopía post moderna de transformación del estado del desarrollo en estado social. Ilusión agrietada que no
es privativa del kirchnerismo, en la medida que casi la totalidad de la
izquierda argentina, y latinoamericana, sitúa en el estado el hacedor de la política
emancipatoria o, cuando menos, reparatoria. La crisis del kirchnerismo debería
ser percibida con mayor detenimiento por la izquierda latinoamericana, tan
apegada a los estatismos y teleologías desarrollistas, como espejo que proyecta
futuras disputas y antagonismos, derrotas y fracasos. Desechando aquella idea
historicista y teleológica que ve en el estado
del desarrollo una etapa de transición de un estadio de la sociedad a otro
necesariamente superior (¿socialismo?) enmarcado en el desarrollo de las
fuerzas productivas.
La novedad de este
capitalismo post fordista es la pluralidad de actores públicos y privados,
formales e informales, generadores de múltiples demandas en consonancia con las
múltiples formas de trabajos heterogéneos que se desarrollan en la sociedad.
Asalariados y no asalariados, trabajo doméstico asociado a la reproducción de
la fuerza de trabajo y a una economía de subsistencia, trabajadores informales
sin coberturas de salud y educación y con salarios en negro, sindicalizados y
no sindicalizados, autónomos y dependientes, en fin una pluralidad variada y
desigual. Pintura multiforme que en muchos aspectos recuerda los tiempos de la
acumulación originaria del capital. Donde el trabajo precario se ha convertido
en elemento estructural del capitalismo contemporáneo y donde la flexibilidad
se convierte en productora de fragilidad e inestabilidad laboral que se
despliega sobre territorios fragmentados con plurales y variables condiciones
laborales.
Las
modalidades que asume el capitalismo en múltiples espacios nos remiten más a
etapas de la acumulación originaria del capital que a un capitalismo post
moderno. No solo envía a la persistencia de la fuerza de trabajo en una
economía de subsistencia, sino que incorpora la violencia de los procesos de
desposesión modernos que cuestiona la idea de concebir la acumulación primitiva
del capital como su mera prehistoria. ¿Qué diferencia existe entre la
prehistoria del capitalismo que fue construyendo mercado a sangre y fuego,
desplazando su dinámica entre normativas legales y otras no reconocidas como las
que permitieron la entrada salvaje del capital y la actualidad de barriadas
pobres, de mercados ilegales que se apoyan en las fuerzas extralegales para su
funcionamiento?, lo que algunos han denominado acumulación por desposesión. Las barriadas urbanas, los slums, combinan la legalidad e
ilegalidad superpuestas al drama brutal de un poder ejercido sobre las vidas de
sus habitantes y la resistencia que ensayan esos cuerpos. Espacios donde conviven
la ley, la legalidad y la ilegalidad que producen sujetos en los márgenes del orden
de la economía formal y donde sus habitantes hacen malabares con los costos de
la vivienda, la seguridad, la calidad de la vivienda, la distancia al trabajo y
la seguridad personal.
La acumulación
originaria debe ser vista como condición básica ontológica de las producción capitalista antes que una condición
histórica pre capitalista más. Las formas de producción social requeridas por
el capital, y no remuneradas, dan cuenta de la probada particularidad de esta
acumulación por desposesión. Congelados en las imaginarias salas de espera de la historia, los habitantes de las
barriadas buscan satisfacer sus necesidades básicas intercambiando carestías y
capacidades en una red de trueques, comercio al menudeo y empleos casuales bajo
la mirada de la ley. Economía que se encuentra fuera de todo control y
regulación propio de los mercados formales que traduce informalización en el
proceso de acumulación económica. En este contexto resulta vana la esperanza de
que estas multitudes sean absorbidas para ser integradas, aunque más no fuera,
a una relación salarial débil, sin reconocimiento de su productividad social.
De la manera fraccionada, espasmódica y volátil con la que pulsa el capitalismo
contemporáneo, los nuevos pobres se convierten en un reservorio (sobrantes, surplus humanity al decir de
Mike Davis) de resistencia que exige, si se trata de construir una sociedad
diferente, de una atenta mirada hacia su dinámica movilizadora y su necesario acercamiento a las diversas
formas de resistencias visibles en la sociedad.
A contrapelo de
quienes ven en el proceso abierto en 2003 el resurgir de las luchas sindicales
y obreras clásicas, oficiando de efecto tranquilizador a una izquierda atávica
para quien el antagonismo capital trabajo debe buscarse en la clásica relación
salarial, entendemos que en el subsuelo de la política se ha gestado,
acompañando los cambios en la composición social del trabajo, un importante
proceso de resistencia muchas veces invisibilizado y sordo ligado a la defensa
y disputa del territorio que ha modificado y reconstituido lazos sociales
quebrados por el neoliberalismo.
La última década
ha dado lugar a un proceso de intensa politización y expansión de la
conflictividad en los territorios y lugares de trabajo dando paso a una
composición heterogénea de las luchas y resistencias dirigidas tanto a la
creación de nuevas reivindicaciones y consignas como a la recuperación de
derechos expropiados. Como síntoma del presente los propios procesos de
exclusión organizan desde la cotidianeidad formas alternativas de construcción
y de lucha política. Si los desarraigos (expulsión del territorio, migraciones)
conllevan procesos de desubjetivización, la constitución de un lugar como pertenencia resulta su
movimiento inverso. Construir o hacer lugar
es poner en juego un conjunto de significados de relaciones entre sujetos y
cosas a partir de un proyecto colectivo social.
Lo novedoso de la resistencia en los últimos tiempos nos
remite a la explosión de los conflictos territoriales vinculados a la disputa
por la tierra y la vivienda. Nos reenvían a los crecientes desplazamientos que
sufren masas urbanas y rurales, pueblos originarios y campesinos debido al
avance de los agro negocios, minería a cielo abierto, mega emprendimientos
turísticos, que exigen el acaparamiento de las tierras como forma de
incorporarlas a la mercantilización. Políticas o dispositivos de dominación que
se inscriben en la lógica de desposesión.
Amalgama amorfa de redes de resistencias desde los territorios que han sido
resignificados por sus habitantes a nivel molecular retomando prácticas del
reconocimiento del otro y con el otro. A pesar de su exclusión, los nuevos
pobres son capaces de organizarse desde lo cotidiano mediante formas
alternativas de construcción y de lucha política.
Para la población
vulnerable la decisión de "tomar" un lugar para vivir es un modo de
darse a sí misma la solución que no encuentra en los espacios institucionales.
Tomas tipificadas como delictivas, criminalizadas y reprimidas. Así es como se
han constituido movimientos sociales de base territorial en los espacios
urbanos y rurales relacionados con carencias locales y reivindicaciones
cercanas a las experiencia cotidiana del día a día, donde se inscriben sus
voces como discursos de resistencia. Se trata de nuevos sujetos sociales
localizados territorialmente. Campesinos que reclaman sus tierras porque de
ellas depende su alimentación y supervivencia; comunidades indígenas que
reivindican derechos territoriales relativos a la autonomía y autodeterminación
colectiva; organizaciones sociales que resisten el uso y extracción de los
recursos naturales ubicados en sus suelos, fuente de expropiación y pobreza
futura; movimientos de desocupados que muestran la pobreza y el hambre que
significa estar en los márgenes del sistema.
Nos encontramos
frente a nuevas tecnologías del poder que operan sobre la vida misma, en la
medida que la vida se ha transformado en un campo de batalla donde entran en
tensión estrategias simultáneas de sujeción, subjetivación e individualización.
Por ello los múltiples reclamos (agua, recursos naturales, gas, vivienda,
salud, educación empleo) que califican la inmediatez y lo concreto de las demandas.
Exigiendo solución en el "aquí y
ahora", y desligadas de todo proyecto de sociedad futura, se alzan
contra un poder que se ejerce sobre la vida cotidiana. Son múltiples relaciones
de dominio parcialmente integrables en estrategias totalizantes y donde las
distintas luchas de resistencia cuestionan y corroen el poder, mostrando
confianza en la intransitividad de la
voluntad desde las múltiples experiencias concretas y locales.
Su resistencia no
es sólo un acto de negación sino también de creación
asociada a dinámicas de fuga de las instituciones con estrategias de
empoderamiento y de construcción colectiva de nuevas formas de relación entre
los sujetos. Dinámica en la que se rechaza la representación política en prácticas
asamblearias y de representación directa como los casos de la Unión de
Asambleas Ciudadanas, el Frente Popular Darío Santillán, las Coordinadoras Antirrepresivas
provinciales, la Asociación de Productores del Noroeste de Córdoba y tantos
otros. De este modo se establecieron procesos de convergencia, que
trascendiendo la geografía local, constituyeron nuevas prácticas y nuevos
sujetos a partir de la ruptura de los pares representante-representado,
campo-ciudad, individual-colectivo, público-privado. Si la vida es campo de
disputa, el discurso de lo privado, de lo individual se ve atravesado por relaciones
de poder y deja de ser pensado como aislado e individual, tras la reapropiación
comunitaria del espacio de la vida. Tecnología de la biopolítica en oposición
al biopoder.
Simultáneamente
en el espacios
del trabajo formal urbano se dan luchas salariales por mejores condiciones
laborales que imponen una mayor democracia sindical, a partir de las disputas
con la dirigencia sindical que negocia salarios y condiciones de trabajo. Surgió
un sindicalismo de base asentado en los cuerpos de delegados y comisiones de
base, como fue el caso de Subterráneos de Buenos Aires, de distintas fábricas
del conurbano bonaerense, así como en huelgas en las áreas de salud y
educación; mientras los trabajadores de los call
center bregan por la formación de su sindicato y el reconocimiento patronal
y se busca articular una nueva central sindical para aquellos trabajadores
precarios e informales. En algunos casos, como en la educación, estas luchas
tuvieron consecuencias trágicas, como fue el caso de la muerte del maestro
Fuentealba en Neuquén (abril 2007). La lucha contra la precarización del
trabajo en el sector ferroviario en Buenos Aires se cobró la vida de Mariano
Ferreyra (octubre 2010), mostrando las complicidades de la dirigencia sindical
y del propio gobierno (Ministerio de Trabajo) con el mantenimiento del trabajo
tercerizado. Últimamente se observa el manejo por una izquierda "clasista"
de numerosas Comisiones Internas pertenecientes a ramas de la alimentación, autopartes
y gráficas entre otras. que ha derivado en importantes conflictos laborales como
el último de Gestamp en provincia de Buenos Aires. No debemos olvidar en este contexto
el crecimiento de la izquierda partidaria en las últimas elecciones.
Debemos pensar en
clave post desarrollista incorporando ámbitos donde se conjugan inéditas
prácticas del saber, formas de subjetividad que, ante el fracaso desarrollista,
alimentan la potencialidad de la resistencia. Este ejercicio significa trascender
el simple abordaje de la exclusión; dejar de lado el par incluido-excluido,
público-privado, trabajo productivo-improductivo en el análisis, e incorporar
una crítica de la economía política en clave de antagonismo y resistencia,
permitiendo develar la individualización del sujeto del conflicto en el
capitalismo contemporáneo.
César Altamira 31 de Mayo
2014