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domingo, 1 de junio de 2014


Kirchnerismo como crisis de la gubermentalidad desarrollista.

 
             Al igual que en 1989 todo indica que los sectores hegemónicos del capital apuestan a que los partidos “del orden” –UNEN, la variante light del kirchnerismo, el sciolismo, Massa, así como Macri-, realicen los ajustes ortodoxos, que el kirchnerismo, en sus últimos días, aún se resiste a poner en práctica.

 

            Es la pérdida de una ilusión: la apuesta política kirchnerista para la construcción de un capitalismo en serio y la consolidación de una burguesía nacional. Desarrollo autónomo diríamos. El estallido del 2001, como manifestación de la crisis del neoliberalismo capitalista, fue leída por el kirchnerismo, -y por la izquierda en general- como el fin de una política que privilegió la transnacionalización de la economía, la preponderancia del capital financiero y la desregulación de la economía mediante el retiro del estado, mientras se alentaban las privatizaciones. Todo ello confluyó, siempre según esta lectura, en la desindustrialización, la desarticulación del estado, el desempleo masivo y la valorización financiera como antítesis de la valorización industrial. Se trataba de desandar el camino y del feliz retorno a las gloriosas épocas pasadas, incluso a la del fifty-fifty. Esta lectura, sostenida por los think tank peronistas (como numerosos integrantes de Carta Abierta), se corresponde con la aspiración política kirchnerista, repetidamente pronunciada ante la sociedad. El estado aparece como el demiurgo de toda política emancipatoria. No es de extrañar que el extravío del empeño hubiera derivado en estos días en desencanto popular incluso en mañosas interpretaciones (Carta Abierta 16), al calor de la agudización de las contradicciones y los desequilibrios del régimen de acumulación en marcha desde 2003.

 

            A pesar de las importantes tasas de crecimiento el kirchnerismo tropezó con los límites históricos de un capitalismo dependiente, expresado últimamente en la crisis devaluatoria, la industrialización limitada y finalmente, una distribución regresiva. Más allá de la globalización manifiesta, de la dilución de las fronteras entre centro y periferia impuesta por la globalización capitalista, -favelización de Manhattan y hallazgos de nuevos Palm Beach en Buenos Aires o Santiago de Chile, de la inexistencia de un afuera y un adentro-, los tiempos que corren en nuestro país son un reflejo dramático de las limitaciones de un capitalismo dependiente en superar barreras y alcanzar un crecimiento que incorpore a los sectores postergados, supere la precarización laboral y avance hacia el buen vivir. Crisis de un capitalismo dependiente que no remite solamente a sus connotaciones económicas, sino que exige incorporar espacios de resistencia construidos frente al biopoder del capital.

 

            Encandilado por las renta extraordinaria proveniente del sector agrario que parecían eternizar el crecimiento, el kirchnerismo acentuó la inserción mundial dependiente, exacerbando el perfil extractivista-exportador bajo control transnacional (ratificado en el Plan estratégico agroalimentario y agroindustrial  PEAA 2020), al tiempo que profundizó la subordinación regional a la política de Itamaratí.

            Todo indica que no se trata solamente del agotamiento del período kirchnerista. Es más que ello. Nos encontramos con el final de ciclo de acumulación capitalista que durante un largo período se expresó en el imaginario social de las clases dominantes y en los de abajo como la ilusión de crecimiento indefinido y mejoramiento social a condición de mantener en caja algunas variables económico-sociales y potenciar el consumo. El desarrollismo del Siglo XXI se muestra, como lo fuera anteriormente durante los 60-70’s, incapaz de superar la dependencia y asegurar el bienestar social al conjunto de la sociedad.  Con ello se derrumba también la ilusión de que el estado y la soberanía nacional conformarían el baluarte principal para salir de la globalización neoliberal de los 90’s. La discusión que se abre entonces es otra. ¿Que capitalismo es posible construir en estas geografías en la época de la fase rentista del capital? O en otros términos, ¿cuál es la alternativa al capitalismo?

            La pregunta a responder adquiere otra densidad. Quizás la duda deba extenderse a otras geografías latinoamericanas, Brasil, Bolivia y Venezuela.

 

            En nuestro país debemos agregar dos elementos más: 1- la extrema transnacionalización de la economía que potencia la propensión a repatriar dividendos a expensas de la inversión, y cuyo peso se vio acrecentado en la década kirchnerista y 2- las importantes rentas extraordinarias que bloquean la redistribución del ingreso e inversión.

 

            No cabe duda que han adquirido peso la renta diferencial de la tierra -sea esta agraria o minera-, los derivativos financieros, los fideicomisos inmobiliarios -como puerta de entrada a la vivienda-, la financiarización de los mercados mundiales de commodities y hasta la financiación y endeudamiento necesario para el acceso al consumo, incluso de los de abajo a través de la proliferación de las tarjetas de crédito y/o créditos propiamente dichos.

 

            Etapa del capitalismo donde el trabajo explotado trasciende las fronteras fabriles, convirtiendo las metrópolis en terrenos doblemente importantes: como nuevos espacios fabriles, campo de valorización y explotación del trabajo cognitivo y relacional, explotación del común como cooperación, del general intellect, de la propia vida; verdadera apropiación-extracción de la cooperación social, de la misma manera que el capital se apropia de los recursos naturales. Pero también espacio urbano, lugar de extracción por excelencia de la renta inmobiliaria, potenciada por una gentrificación igualmente desposesiva de la cooperación urbana construida.

 

            Esta nueva era modifica el comportamiento del capital y los antagonismos de clase, así como la base de la propia crisis, en la medida que el capital no puede controlar ese común, encorsetar el trabajo vivo, subordinar  aquella subjetividad social que sufre esta política. Y donde la precariedad aparece como el arma señalada para controlar y domesticar la nueva fuerza de trabajo, frente al peligro que significa su mayor autonomía y prescindencia del propio capital para la producción.

 

            Vida precaria que no es una simple “falla” de las políticas laborales kirchneristas,  dado que casi el 50 % de la población se encuentra en situación de precariedad laboral. Se trata, en todo caso, de la incapacidad del actual sistema capitalista para garantizar un compromiso social estable entre la valorización apoyada en la cooperación, y la distribución de la riqueza, para mejorar las condiciones de vida de la sociedad. La privatización de los servicios sociales que inició el menemismo y que en otra época brindó el estado de bienestar, con excepción de la seguridad social, mantiene toda su vitalidad. Alcanzar una aceptable asistencia médica, una buena educación y tener acceso a la vivienda exigen, hoy, pagos individuales de los contribuyentes. No se trata de remontar la situación a épocas pasadas del estado de bienestar, sino de reconocer los cambios producidos en la naturaleza del trabajo que fuerzan a entender que el trabajo productivo ha adquirido nuevas formas. Cuando la vida es puesta a trabajar, cuando el tiempo de vida y de trabajo se confunden, ¿cuál es el valor de la fuerza de trabajo?; ¿cuál el precio de la fuerza de trabajo?, ¿cuál el salario?  ¿Cuál la frontera entre trabajo productivo e improductivo? Si la cooperación forma parte del trabajo en red, cognitivo, relacional, de nuevo tipo y productivo, ¿porque el capital no reconoce y remunera ese tipo de actividad laboral? Un salto político de este tipo nos proyectaría hacia un escenario diferente, de nuevo tipo que permitiría la construcción de un nuevo pacto capaz de liberar las potencialidades sociales  productivas ocultas en las múltiples singularidades. Nuevo pacto democrático que supere aquella lectura de emancipación asentada en la autonomía política estatal, para depositarla en la riqueza y autonomía de la nueva fuerza de trabajo como sujeto político de la historia. Son variadas las políticas alternativas que permitirían salir de la crisis y ensayar formas del buen vivir.

 

¿Consumo como motor del crecimiento?

 

Cierto es que a este tropiezo estructural del kirchnerismo, debemos agregar graves errores de política económica expresados en la crisis energética, la crisis del transporte público combinada con el particular impulso al sector automotriz así como la crisis habitacional.

 

            Sin modificación de la matriz  productiva y asentado el crecimiento industrial fundamentalmente en el sector automotriz, la restricción externa no tardaría en llegar, a pesar de los términos de intercambio comercial altamente favorables. En una economía globalizada, de acuerdo a una nueva División Internacional del Trabajo que modificó la matriz productiva mundializada, toda apuesta a la producción fronteras adentro de los componentes producidos globalmente (en este caso autopartes) exige de profundos cambios productivos y maduración, sostenidos por fuertes inversiones, bajo normas de calidad con moderna maquinaria y valorización educacional de la fuerza de trabajo. Este desafío sólo es concebible mediante políticas de inversión a largo plazo muy alejadas de las urgencias kirchneristas por generar una rápida sustitución de importaciones en autopartes que alivie la restricción externa. 

 

            Convencido que el consumo es el motor de toda economía capitalista, el kirchnerismo apostó a su fortalecimiento, aún en coyunturas políticas adversas. Desde los subsidios a las tarifas de los servicios públicos para favorecer el consumo de los de abajo, a la Asignación Universal por Hijo, pasando por la incorporación al régimen jubilatorio de un millón y medio de nuevos jubilados (amas de casa) y la flexibilización de las regulaciones del BCRA, -medida por lo demás progresista, para convertirlo en medio de financiamiento para el estado-, las bajas tasas de interés y la persistente negativa a reconocer una inflación en aumento que lo presionaba para adoptar políticas de ajuste. En fin, un cúmulo de decisiones políticas, todas ellas con un solo objetivo, el consumo. Esa lectura ingenua acerca del capitalismo asentado en el consumo lleva a la creencia de evitar sus crisis mediante el aumento del consumo. Ya en el siglo pasado las tesis de los populistas rusos como Tugan Baronowski fueron rebatidas por Lenin. No debemos agregar más.

 

            Sin embargo, debemos reconocerle al kirchnerismo su insistencia en mantener estas políticas, incluso hoy en día, a pesar de la aplicación de medidas ortodoxas de ajuste. Más allá de la bonanza de los precios de los productos primarios internacionales, intentó en su discurso reducir la pobreza, el desempleo y las desigualdades. Simultáneamente desestimó toda crítica opositora, mientras  falseaba los índices económicos para ocultar los verdaderos grados de pobreza e indigencia social alcanzados durante su gestión.

 

            Muchas de estas medidas tuvieron su contrapartida regresiva. La política de subsidios favoreció también al capital engrosando sus ganancias; la flexibilización de las regulaciones del BCRA contribuyeron al perfil de pagador serial del gobierno kirchnerista, las bajas tasas de interés fueron igualmente aprovechadas por las clases pudientes, el fortalecimiento del Anses con la derogación de las jubilaciones privadas, dio pie a que el gobierno financiara sus gastos corrientes con la recaudación previsional, mientras la gran mayoría de los jubilados son pobres por dichos ingresos. Más aún, en el caso del Anses, a  pesar de la vuelta al sistema de jubilación de reparto administrado por el estado, se mantiene la lógica de subordinación a los mercados financieros; por un lado el estado, a través del Anses, ha financiado grandes obras de infraestructura eléctrica donde las ganancias corren para el capital privado asumiendo los riesgos de todo financiamiento privado; por la otra mantiene como activos gran cantidad de acciones de las grandes empresas privadas atando la jubilación futura a las decisiones empresariales en dichas empresas. 

 

            Sin modificación en la estructura impositiva que gravara al capital financiero, sin aumentar la presión sobre los sectores monopólicos de la economía, el déficit fiscal  se sostuvo vía Anses o Banco Central. En estas condiciones el gobierno está obligado hoy a recurrir a financiamiento externo y desandar su objetivo de desendeudamiento externo dejando el control del capital que fugó en los últimos dos años cerca de 20000 millones de U$S y apostó a la especulación con divisas. No todo es vigilia la de los ojos abiertos dice Macedonio Fernandez.

 

            Simultáneamente se exacerbó la disputa por la distribución del ingreso ante una inflación que refleja la disputa entre la persecución de las ganancias y las resistencias sociales. La moneda, como la inflación, deben ser leídas como campos de disputa, expresión de una relación de fuerzas que atraviesa el tejido social. No hay neutralidad en la relación monetaria.

  

            Pero sería una insensatez limitarse a una lectura historicista, económicamente determinista y/o técnica. Nada más alejado de ello.

 

Crisis como la crisis de la governance kirchnerista

 

            Nuestro análisis va más allá de la tipificación de la crisis del capitalismo dependiente. Incluso no parece hoy aceptable trasladar a los nuevos contextos globales las tesis de los capitalismos dependientes, bajo condiciones de multipolaridad mundial, de nuevas división internacional del trabajo, de cuestionamientos y/o debilitamientos de las soberanías nacionales, y donde la llave de la distribución del ingreso excede los clásicos espacios del conflicto entre capital y trabajo. Queda claro que luego de casi 10 años de crecimiento económico el saldo ha sido la acumulación de capital por un lado y la acumulación de pobreza por el otro. Poblaciones de marginados que deambulan por tierras arrasadas, en los bordes de una sociedad que se ha mostrado incapaz de modificar su vida. Y un estado, como "estado del desarrollo" que ha fracasado en su política de conferir derechos de ciudadanía a los necesitados y postergados, una vez quebrada la relación que uniera el trabajo asalariado a la ciudadanización que el primero garantizaba. En otros términos, la utopía post moderna de transformación del estado del desarrollo en estado social. Ilusión agrietada que no es privativa del kirchnerismo, en la medida que casi la totalidad de la izquierda argentina, y latinoamericana, sitúa en el estado el hacedor de la política emancipatoria o, cuando menos, reparatoria. La crisis del kirchnerismo debería ser percibida con mayor detenimiento por la izquierda latinoamericana, tan apegada a los estatismos y teleologías desarrollistas, como espejo que proyecta futuras disputas y antagonismos, derrotas y fracasos. Desechando aquella idea historicista y teleológica que ve en el estado del desarrollo una etapa de transición de un estadio de la sociedad a otro necesariamente superior (¿socialismo?) enmarcado en el desarrollo de las fuerzas productivas.

 

            La novedad de este capitalismo post fordista es la pluralidad de actores públicos y privados, formales e informales, generadores de múltiples demandas en consonancia con las múltiples formas de trabajos heterogéneos que se desarrollan en la sociedad. Asalariados y no asalariados, trabajo doméstico asociado a la reproducción de la fuerza de trabajo y a una economía de subsistencia, trabajadores informales sin coberturas de salud y educación y con salarios en negro, sindicalizados y no sindicalizados, autónomos y dependientes, en fin una pluralidad variada y desigual. Pintura multiforme que en muchos aspectos recuerda los tiempos de la acumulación originaria del capital. Donde el trabajo precario se ha convertido en elemento estructural del capitalismo contemporáneo y donde la flexibilidad se convierte en productora de fragilidad e inestabilidad laboral que se despliega sobre territorios fragmentados con plurales y variables condiciones laborales.

 

              Las modalidades que asume el capitalismo en múltiples espacios nos remiten más a etapas de la acumulación originaria del capital que a un capitalismo post moderno. No solo envía a la persistencia de la fuerza de trabajo en una economía de subsistencia, sino que incorpora la violencia de los procesos de desposesión modernos que cuestiona la idea de concebir la acumulación primitiva del capital como su mera prehistoria. ¿Qué diferencia existe entre la prehistoria del capitalismo que fue construyendo mercado a sangre y fuego, desplazando su dinámica entre normativas legales y otras no reconocidas como las que permitieron la entrada salvaje del capital y la actualidad de barriadas pobres, de mercados ilegales que se apoyan en las fuerzas extralegales para su funcionamiento?, lo que algunos han denominado acumulación por desposesión. Las barriadas urbanas, los slums, combinan la legalidad e ilegalidad superpuestas al drama brutal de un poder ejercido sobre las vidas de sus habitantes y la resistencia que ensayan esos cuerpos. Espacios donde conviven la ley, la legalidad y la ilegalidad que producen sujetos en los márgenes del orden de la economía formal y donde sus habitantes hacen malabares con los costos de la vivienda, la seguridad, la calidad de la vivienda, la distancia al trabajo y la seguridad personal.

           

            La acumulación originaria debe ser vista como condición básica ontológica de las producción capitalista antes que una condición histórica pre capitalista más. Las formas de producción social requeridas por el capital, y no remuneradas, dan cuenta de la probada particularidad de esta acumulación por desposesión. Congelados en las imaginarias salas de espera de la historia, los habitantes de las barriadas buscan satisfacer sus necesidades básicas intercambiando carestías y capacidades en una red de trueques, comercio al menudeo y empleos casuales bajo la mirada de la ley. Economía que se encuentra fuera de todo control y regulación propio de los mercados formales que traduce informalización en el proceso de acumulación económica. En este contexto resulta vana la esperanza de que estas multitudes sean absorbidas para ser integradas, aunque más no fuera, a una relación salarial débil, sin reconocimiento de su productividad social. De la manera fraccionada, espasmódica y volátil con la que pulsa el capitalismo contemporáneo, los nuevos pobres se convierten en un reservorio (sobrantes, surplus humanity al decir de Mike Davis) de resistencia que exige, si se trata de construir una sociedad diferente, de una atenta mirada hacia su dinámica movilizadora  y su necesario acercamiento a las diversas formas de resistencias visibles en la sociedad. 

 

            A contrapelo de quienes ven en el proceso abierto en 2003 el resurgir de las luchas sindicales y obreras clásicas, oficiando de efecto tranquilizador a una izquierda atávica para quien el antagonismo capital trabajo debe buscarse en la clásica relación salarial, entendemos que en el subsuelo de la política se ha gestado, acompañando los cambios en la composición social del trabajo, un importante proceso de resistencia muchas veces invisibilizado y sordo ligado a la defensa y disputa del territorio que ha modificado y reconstituido lazos sociales quebrados por el neoliberalismo.

 

            La última década ha dado lugar a un proceso de intensa politización y expansión de la conflictividad en los territorios y lugares de trabajo dando paso a una composición heterogénea de las luchas y resistencias dirigidas tanto a la creación de nuevas reivindicaciones y consignas como a la recuperación de derechos expropiados. Como síntoma del presente los propios procesos de exclusión organizan desde la cotidianeidad formas alternativas de construcción y de lucha política. Si los desarraigos (expulsión del territorio, migraciones) conllevan procesos de desubjetivización, la constitución de un lugar como pertenencia resulta su movimiento inverso.  Construir o hacer lugar es poner en juego un conjunto de significados de relaciones entre sujetos y cosas a partir de un proyecto colectivo social.

 

            Lo novedoso de la resistencia en los últimos tiempos nos remite a la explosión de los conflictos territoriales vinculados a la disputa por la tierra y la vivienda. Nos reenvían a los crecientes desplazamientos que sufren masas urbanas y rurales, pueblos originarios y campesinos debido al avance de los agro negocios, minería a cielo abierto, mega emprendimientos turísticos, que exigen el acaparamiento de las tierras como forma de incorporarlas a la mercantilización. Políticas o dispositivos de dominación que se inscriben en la lógica de desposesión. Amalgama amorfa de redes de resistencias desde los territorios que han sido resignificados por sus habitantes a nivel molecular retomando prácticas del reconocimiento del otro y con el otro. A pesar de su exclusión, los nuevos pobres son capaces de organizarse desde lo cotidiano mediante formas alternativas de construcción y de lucha política.

 

            Para la población vulnerable la decisión de "tomar" un lugar para vivir es un modo de darse a sí misma la solución que no encuentra en los espacios institucionales. Tomas tipificadas como delictivas, criminalizadas y reprimidas. Así es como se han constituido movimientos sociales de base territorial en los espacios urbanos y rurales relacionados con carencias locales y reivindicaciones cercanas a las experiencia cotidiana del día a día, donde se inscriben sus voces como discursos de resistencia. Se trata de nuevos sujetos sociales localizados territorialmente. Campesinos que reclaman sus tierras porque de ellas depende su alimentación y supervivencia; comunidades indígenas que reivindican derechos territoriales relativos a la autonomía y autodeterminación colectiva; organizaciones sociales que resisten el uso y extracción de los recursos naturales ubicados en sus suelos, fuente de expropiación y pobreza futura; movimientos de desocupados que muestran la pobreza y el hambre que significa estar en los márgenes del sistema.

 

            Nos encontramos frente a nuevas tecnologías del poder que operan sobre la vida misma, en la medida que la vida se ha transformado en un campo de batalla donde entran en tensión estrategias simultáneas de sujeción, subjetivación e individualización. Por ello los múltiples reclamos (agua, recursos naturales, gas, vivienda, salud, educación empleo) que califican la inmediatez y lo concreto de las demandas. Exigiendo solución en el "aquí y ahora", y desligadas de todo proyecto de sociedad futura, se alzan contra un poder que se ejerce sobre la vida cotidiana. Son múltiples relaciones de dominio parcialmente integrables en estrategias totalizantes y donde las distintas luchas de resistencia cuestionan y corroen el poder, mostrando confianza en la intransitividad de la voluntad desde las múltiples experiencias concretas y locales.

 

            Su resistencia no es sólo un acto de negación sino también de creación asociada a dinámicas de fuga de las instituciones con estrategias de empoderamiento y de construcción colectiva de nuevas formas de relación entre los sujetos. Dinámica en la que se rechaza la representación política en prácticas asamblearias y de representación directa como los casos de la Unión de Asambleas Ciudadanas, el Frente Popular Darío Santillán, las Coordinadoras Antirrepresivas provinciales, la Asociación de Productores del Noroeste de Córdoba y tantos otros. De este modo se establecieron procesos de convergencia, que trascendiendo la geografía local, constituyeron nuevas prácticas y nuevos sujetos a partir de la ruptura de los pares representante-representado, campo-ciudad, individual-colectivo, público-privado. Si la vida es campo de disputa, el discurso de lo privado, de lo individual se ve atravesado por relaciones de poder y deja de ser pensado como aislado e individual, tras la reapropiación comunitaria del espacio de la vida. Tecnología de la biopolítica en oposición al biopoder.

 

            Simultáneamente en el espacios del trabajo formal urbano se dan luchas salariales por mejores condiciones laborales que imponen una mayor democracia sindical, a partir de las disputas con la dirigencia sindical que negocia salarios y condiciones de trabajo. Surgió un sindicalismo de base asentado en los cuerpos de delegados y comisiones de base, como fue el caso de Subterráneos de Buenos Aires, de distintas fábricas del conurbano bonaerense, así como en huelgas en las áreas de salud y educación; mientras los trabajadores de los call center bregan por la formación de su sindicato y el reconocimiento patronal y se busca articular una nueva central sindical para aquellos trabajadores precarios e informales. En algunos casos, como en la educación, estas luchas tuvieron consecuencias trágicas, como fue el caso de la muerte del maestro Fuentealba en Neuquén (abril 2007). La lucha contra la precarización del trabajo en el sector ferroviario en Buenos Aires se cobró la vida de Mariano Ferreyra (octubre 2010), mostrando las complicidades de la dirigencia sindical y del propio gobierno (Ministerio de Trabajo) con el mantenimiento del trabajo tercerizado. Últimamente se observa el manejo por una izquierda "clasista" de numerosas Comisiones Internas pertenecientes a ramas de la alimentación, autopartes y gráficas entre otras. que ha derivado en importantes conflictos laborales como el último de Gestamp en provincia de Buenos Aires. No debemos olvidar en este contexto el crecimiento de la izquierda partidaria en las últimas elecciones.

 

            Debemos pensar en clave post desarrollista incorporando ámbitos donde se conjugan inéditas prácticas del saber, formas de subjetividad que, ante el fracaso desarrollista, alimentan la potencialidad de la resistencia. Este ejercicio significa trascender el simple abordaje de la exclusión; dejar de lado el par incluido-excluido, público-privado, trabajo productivo-improductivo en el análisis, e incorporar una crítica de la economía política en clave de antagonismo y resistencia, permitiendo develar la individualización del sujeto del conflicto en el capitalismo contemporáneo.

 

 

  César Altamira                                                                            31 de Mayo 2014