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lunes, 13 de enero de 2014


Un nuevo edificio para la salud mental*

Luca Negrogno e Riccardo Ierna

 

La relación entre salud mental y ciudadanía: de la "ciencia de la exclusión y del control" al contexto de la violenta acumulación capitalista.

El taller Agitados dedica este segundo apartado al corazón de las cuestiones sociales y políticas que se abren, inmediatamente después que incorporamos las contradicciones propias de los servicios de salud mental. Las posiciones que hemos asumido en el análisis presentan serios límites teóricos y prácticos. El más grande, quizás, es el vacío técnico, la limitación del campo de investigación, la incapacidad para trascender los ámbitos específicos de la organización de los servicios de salud mental y poner en cuestión, en su conjunto, la relación entre el hombre y la organización social. Sentimos la necesidad de conjugar, a cambio, los campos que se abren hoy a los sujetos que pretenden retomar el hilo de la teoría y la práctica anti-institucional.

1.      Problemas prácticos y teóricos

En  estos ámbitos, se puede leer un sustancial atraso con respecto a la tematización del problema referido al crecimiento de las desigualdades sociales y a la construcción de una seria lectura política de las mismas sobre una creíble hipótesis de acción colectiva para combatirlas.  Ambas posiciones que hemos asumido rápidamente en nuestro análisis, resultan bloqueadas por tecnicismos despolitizantes que impiden trabajar dentro de ellas para una seria reanudación de los temas incorporados a partir de la desinstitucionalización. El sociologismo ideológico de la "cultura organizativa" parece haber bloqueado cualquier reflexión sobre los aspectos contradictorios de las instituciones, en cuanto aísla una serie de modalidades de funcionamiento y de modelos técnicos (la "psiquiatría" a menudo denunciada) sin alcanzar la complejidad de las condiciones de vida sociales y materiales que, de manera dialéctica, determinan el mandato de los servicios y que son a su vez "puestas en forma" por concretas prácticas que se desarrollan dentro de los servicios. El concepto de cultura organizativa, propuesto ya hace veinte años para "exportar" las provechos surgidos en las "instituciones inventadas" en el marco de la lucha por el cierre de los manicomios, ha terminado por poner un techo teórico a-dialéctico sobre el proceso organizativo de la institución, convirtiéndolo en un objeto estático y a-procesal (de conformidad, entre otras cosas, con la naturaleza del concepto de "cultura organizativa", nacido dentro del impulso a la productividad en la empresa capitalista)

El énfasis puesto sobre el tema de los recursos, tan caro a las posiciones socialdemócratas, cae en una resbaladiza  contradicción al intentar construir un "bien común” mediante un sistema de instrumentos que tiene efectos performativos por su naturaleza "tecnicista"; la tendencia intrínsecamente asistencialista del welfare, que contribuyó  a determinar la crisis del sistema como un factor de estrés interno, no logró ser superada totalmente por este enfoque. Éste de hecho prefigura respuestas técnicas y establece una relación directa entre la necesidad y su racionalización, sin considerar la posibilidad de que los hombres puedan querer tomar en sus manos la determinación de "qué cosa es” su propia salud, y en consecuencia identificar colectivamente la relación de fuerzas y las contradicciones que impiden una plena respuesta a las necesidades de los más, por parte de la organización social dominada por los menos.

La tecnificación de las respuestas, el cierre de los espacios de elaboración colectiva, constituye el punto más elevado de las fórmulas del welfare postmoderno. Al derecho a la salud se responde ideológicamente con una "responsabilidad de gobierno" interpretada sólo como definición de soluciones técnicas a aplicar sobre el cuerpo social. Las prestaciones sanitarias son interpretadas como una intervención técnica, una concesión, una acción profesional tendiente a calmar un determinado estado de necesidad, que se ha reconocido como tal, en tanto se presenta tras encuadramientos de diagnósticos rígidamente objetivos. La prestación del sistema de las instituciones, en cada ámbito de la vida pública, consiste en hacer a-dialéctico el paso de la necesidad a su racionalización de manera tal que sea despotenciada cualquier forma de definición colectiva y conflictiva de la misma necesidad.

2. Entre la marginalidad y la exclusión social: cuestión de ciudadanía.

Este aspecto va de la mano con las transformaciones producidas durante los últimos decenios en el ámbito de la ciudadanía y de los derechos asociados a ella. La marginación no puede ser considerada simplemente como la exclusión a la posibilidad de ejercer un derecho. A partir del desarrollo del capitalismo financiero y tercerizado,  en los contextos productivos más "avanzados" se ha desarrollado un proceso evolutivo que va de la exclusión social a formas más hipócritas de "inclusión excluyente". El derecho, en efecto, no remite más a posiciones de exigibilidad obtenido a través de alguna reivindicación colectiva: éste es más bien un derecho parcializado, accionarizado e individualizado, devuelto al hombre aislado en la medida en que es abstractamente  considerado como usuario, o, peor aún, como "cliente-consumidor", dotado de "libertad de elección". El "derecho a la salud" es así entendido sólo como una "propiedad" asignada a cada individuo, un posesión monetizable sobre el mercado de las prestaciones sanitarias que, como tal, no remite más a posiciones de garantías determinadas por conquistas asentadas en un cierto equilibrio de las relaciones de fuerza colectivas; remite, por el contrario, a algo que se ha vuelto ahora propio de los individuos aislados abstractos, quienes se encuentran obligados concretamente a una constante competencia entre ellos para alcanzarlos.

Esta declinación subjetiva responde a la estructura objetiva que ha asumido en los últimos treinta años el andamiaje de los derechos, esto es: la importancia de la exigibilidad de los derechos está determinada por las especulaciones sobre la deuda pública. Los derechos como "posiciones conquistadas" en las luchas de emancipación son sustituidos por las técnicas de “tomar a cargo” por los sistemas de gobierno ante a una población entendida como masa de cuerpos productivos y consumidores. En la base de esto se encuentran las modificaciones del ciclo productivo. Con la globalización de los mercados, desarrollada mediante la velocidad de la comunicación y el fin de las normas sobre negociación colectiva del trabajo, la producción que recoge más inversiones y recursos es la de las mercancías inmateriales. Las mercancías inmateriales han provocado de manera infinita el aplazamiento de la relación entre producción y consumo, por lo que es cada vez más difícil identificar las dinámicas de explotación global existentes en la base de las mercancías-fetiche disponibles en el mercado a través de la construcción de la propia identidad de los “incluidos". Está en la base de la creación de una mescolanza universal en la que cualquier persona, pese al nivel objetivo de su explotación, siente formar parte de una "clase media universal". El mecanismo de definición de las identidades personales se adapta a esta dinámica de la estructura económica de la sociedad: frente a las identidades absolutas de las sociedades fordistas basadas, en el discurso del "disciplinamiento" y de pertenencia a una "clase" de personas unidas tras un papel determinado en la fábrica, se afianza, sustituyendo  (en los centros y en las provincias, menos en los suburbios) un modo de producción que consigue "valorizar" las conductas "desviadas", la negación de la norma, la construcción de las "biografías individuales" como recorridos determinados por el libre flujo de deseos. Todo indica que el consumo, entendido como la actividad orientada a la conquista de una identidad aceptable, constituye la actividad productiva dominante de la metrópoli postfordista.

Para quien se obstina en permanecer anclado al sistema productivo, la identidad pasa a ser algo ligero, líquido, por redefinir constantemente en un modelo de competencia horizontal, reticular y global. Los excluidos son anclados a una identidad dura, restitución "material" del lastre de las necesidades, de las pertenencias y de los vínculos. La identidad es una puesta en juego caracterizada por la más alta ambigüedad: producción funcional para los "integrados”;  condena, en cuanto característica negativa, para los excluidos; instrumento de movilización de las "pequeñas patrias" ilusorias para los marginales; siempre, sin embargo, colgados del "estado de excepción" en el que cada error, cualquier disfunción puede precipitar al estado de "no personas”, desde el momento que ninguna instancia política, objetiva, de representación, puede garantizar la protección universalista de los riesgos.

 

3. La salud mental como ámbito de la acumulación originaria

Relacionado con el retorno individualista emprendida por las sociedades occidentales a finales de los años 70, se asiste al surgimiento de nuevos contenidos en la producción social del consenso. Desde aquellos años se inicia un vuelco progresivo de los valores de la disciplina y de la autonomía, que se caracteriza por el arraigo en la vida cotidiana del doble ideal de autorrealización e iniciativa individual. Estos nuevos ideales sociales hacen hincapié en el aspecto personal de las relaciones sociales y toman cuerpo en la sociedad mediante la masiva preocupación por la subjetividad de los individuos, en términos de derecho al desarrollo personal y de riesgos de sufrimiento psíquico. La preocupación generalizada por el sufrimiento mental y la salud mental son, por lo tanto, impuestos cada vez más como elementos de la "productividad”, de sostenimiento del orden social, de recurso inmaterial, de capital humano y social, cuya presencia favorece el crecimiento de la economía basada en las necesidades relacionales, terciarias, inmateriales, basadas en la mercantilización del cliente, el branding y la fidelidad comunicacional. Cada vez más la socialización se ha vuelto relevante para las opciones políticas y económicas: mientras que la política desestructura las garantías colectivas y la redistribución de los costes y de los riesgos sociales, la apuesta del sistema productivo se basa en un fuerte inversión sobre la "socialización de la autonomía”. Éste es el modelo de socialización que justifica la individualización de los costes y de los riesgos sociales, que insiste sobre el lado positivo de la "gestión de uno mismo”, “de la libertad”, “del deseo". Se nos dice: si son ampliados los límites a los que está sometida la elección individual, se amplía en consecuencia al mismo tiempo la responsabilidad y la inseguridad. En la práctica, no existe más ninguna red de protección que derive de posiciones colectivas: cada uno es libre de gastar su propia y tolerable cantidad de riesgo en el mercado.

Los méritos y los éxitos logrados en esta operación deberán atribuirse a las características de la "personalidad": la propensión al riesgo, la capacidad de trabajar en equipo, la propensión a trabajar por objetivos, la capacidad de resistir a los traumas y reorganizar la propia estructura frente a la acción pasan a ser las características individuales que subyacen tras una capacidad articulada para vender la fuerza de trabajo en el mercado; las competencias relacionales y la capacidad de inventar itinerarios existenciales particulares y dotados de sentido, conforman los "medios de producción”  de esta constante valorización de la identidad personal. Los costes de esta operación, del mismo modo, deben ser compensados en la esfera psicológica privada. Enfermedades, molestias, traumas, fragilidad: he aquí el lenguaje de las características individuales de quien no resiste a este peso aplastante de individualización del riesgo.

Esta supuesta "clase media universal”, caracterizada por altos niveles de escolarización, altos niveles de acceso a prestaciones complejas de salud, capilar difusión de formas técnicas de tomar a su cargo el cuidado "psicológico", "educativo", "sociológico”, etc,  en fin, este modelo de "socialidad" es hoy campo de la violencia de la acumulación primaria. Bienestar psicológico, capacidad de crear y mantener funcionales las relaciones cooperativas, self efficacy, empoderamiento, resiliencia, estos son los campos sobre los que el capital operacionaliza su "violencia política" para cosificar y valorizar, para hacer pagar la leña que anteriormente cada uno podía recoger libremente en los campos comunes, los enclosures. Nuevos sujetos económicos se presentan en el mercado vendiendo la mercancía "bienestar": una mercancía individual, empaquetada para el cliente abstracto, para el sujeto obligado a apostar sólo sobre si mismo y vivir su malestar en el encierro de su propia interioridad. Aquello que la violencia política arrancó de la sociedad viene ahora, valorizado y revendido, integrando los intereses de la ganancia.

No podremos afrontar la cuestión de la siquiatría si no estamos dispuestos a reconocer en el terreno social estas contradicciones.

 

Traducción: César Altamira.

 

*Publicado en http://www.lavoroculturale.org/cantieri-salute-mentale-par-2/