REFLEXIONES
SOBRE LO INMATERIAL (SPINOZA-MARX... Y HOY) *
Toni Negri
Cuando
Michael Hardt y yo publicamos Empire recibimos algunas críticas fuertes
por haber declarado que, tendencialmente, el trabajo “inmaterial” se estaba
volviendo hegemónico en el modo de producción capitalista postindustrial. Nos
defendimos no en el terreno de la teoría económica —ivi la evidencia nos
da la razón— sino en un terreno lingüístico y filosófico, diciendo que, si bien
no estábamos totalmente satisfechos con aquella denominación, “inmaterial” nos
parecía un término que podía de alguna manera sintetizar las cualidades del
trabajo postindustrial mucho mejor que otros términos como cooperativo y
cognitivo, social y abstracto, tomados aisladamente.Para seguir respondiendo a
esas objeciones (porque es evidente que el término inmaterial es
insatisfactorio), se me acaba de ocurrir que tal vez hay un elemento
epistemológico, en Marx y en Spinoza (son estos los dos filósofos a los que me
refiero, sobre todo) que puede justificar el uso de ese término... Y si el
trabajo filosófico consiste en preparar una “caja de herramientas”, en este
caso esa referencia puede ser justificada.Comencemos entonces por confrontar,
con ese fin, el pensamiento de Spinoza y el de Marx. ¿En qué sentido?
Procedamos en orden. Podemos comenzar por una vía filológica y, en este caso,
iniciar desde el Cuaderno Spinoza, que Marx, con veintidós años en 1841,
compone recortando ciento setenta extractos del Tratado teológico-político
de Spinoza. No se trata de un comentario sino simplemente de recortes
—analizando el modo de seleccionar se puede desarrollar alguna reflexión sobre
cómo el joven Marx leía a Spinoza. Alexandre Matheron, el gran especialista del
pensamiento spinozista, ha estudiado este cuaderno sin sacar ninguna conclusión
definitiva, dejando en claro, sin embargo, que el recorte marxista tenía la
intención de mostrar la preeminencia de la función política, es decir, la
búsqueda en la historia hebraica de la excelencia del poder en su figura
sagrada. Bruno Buongiovanni, editor italiano del texto marxista, insiste a su
vez en el carácter inmanentista y humanista (en el sentido de la izquierda
hegeliana) de la antología marxista, reconstruyendo con precisión la
continuidad que amarra este Cuaderno a los precedentes siete Cuadernos
sobre Epicuro, compuestos por Marx entre 1839 y 1840.Nosotros no queremos
comenzar a discutir la relación Spinoza-Marx desde este punto de vista
arqueológico. Queremos hacerlo, más bien, como ya fue dicho, para aclarar un
punto central de nuestro discurso sobre la contemporaneidad económica y
política: la hegemonía de lo inmaterial. Comencemos entonces por una
experiencia fenomenológica que es importante para entrar en el sistema marxista
(y probablemente también en el spinozista): la experiencia de la temporalidad,
porque —junto con la concepción del tiempo-valor, del tiempo-substancia—
nosotros también reconocemos en Marx (y tal vez en Spinoza) una experiencia de
la inmaterialidad temporal. Ella nos permitirá avanzar en nuestra búsqueda. Se
trata, de todas maneras, para mí, de un discurso que ya había comenzado en un
libro de 1982 — Macchina-tempo — y retomado quince años después —en Kairos,
Alma Venus, Multitudo. Estos dos ensayos después fueron oportunamente
publicados juntos en una edición inglesa titulada Time of Revolution.Una
experiencia fenomenológica, decíamos, inmediata y precisa: la de la distinta
percepción del tiempo que cada uno de nosotros puede experimentar. En primer lugar,
cada segundo, cada minuto es un tiempo que se consume en la duración, que tal
vez va hacia la nada, que de todas maneras va hacia la muerte: para el
idealista, para el “trascendentalista”, tal parece ser la percepción del tiempo
—en la formulación heideggeriana, sobre todo, pretendida conclusión de la
filosofía moderna. Al contrario, para el in-inmanentista, a fortiori
para el materialista, el dispositivo intencional consiste más bien en el
esfuerzo de parar el tiempo... El materialista sufre el movimiento indefinido
del tiempo pero a la vez lo intuye, intensificándolo, aferra el segundo, el
minuto, el transcurrir temporal, desde adentro, ralentizándolos y sometiéndolos
a una reconstrucción. Es en la praxis entonces en donde el tiempo está
sometido (individual o colectivamente) a esa tensión constructiva. Aquí el
instante se quiere eterno. Si se profundiza ulteriormente esta percepción
fenomenológica, y si, a la manera de Marx, se relaciona con las varias
interpretaciones de la ley del valor-trabajo, se tiene, de un lado, del lado
idealista, una concepción del valor como regulación cuantitativa, como medida
del tiempo de trabajo: ella destruye el instante en la disciplina del tiempo,
lo alarga indefinidamente, estabilizándolo y repitiéndolo según un criterio
cuantitativo. Así se consume la temporalidad, ¡este es el destino del obrar! De
otro lado, vista bajo la luz de la inmanencia, la ley del valor se presenta
como norma de un tiempo intensificado en el trabajo, valorizado y valorizante,
un tiempo que constituye una forma de vida y una fuerza viva que producen la
vida. En Time of Revolution, el libro del que hablaba, he desarrollado
esta diferencia, mostrando, a este propósito, cómo la praxis materialista
hace creativo el tiempo. Mi lectura del marxismo (en la particular acepción del
operaísmo) puede ser resumida en esto: el concepto de lucha de clases es
restaurado cuando la lucha rompe el tiempo aniquilador de la producción
capitalista y genera un tiempo creativo, un tiempo no más medida que aplana sino
—por el contrario— fuerza-trabajo y cooperación social, actividad corpórea
(afectiva) e inteligente (cognitiva), en suma, producción de subjetividad.
¿Spinoza y Marx se cruzan en este terreno? ¿Es este el terreno en donde la
inmaterialidad se muestra de la misma naturaleza que el material
materialista?Para mostrar este cruce quisiera, sobre todo, detener aquí mi
atención en un punto: el común enfoque que preside el modo en el cual
Spinoza-Marx abren su epistemología (es decir, la definición de los instrumentos
de conocimiento verdadero y la estructuración de su conjunto) a una concepción
del tiempo vivo, análoga a la arriba presentada. Quiero decir que una cierta
concepción del tiempo, me parece, puede constituir el núcleo central de una
comparación del pensamiento de Spinoza y del de Marx. No es que no se puedan
encontrar otros motivos comunes; nosotros mismos daremos al respecto, más
adelante, alguna indicación; sin embargo, el motivo indicado nos parece, en
verdad, central.Deleuze-Guattari, en ¿Qué es la filosofía?, nos
recuerdan que ella no es contemplación, ni reflexión, ni comunicación: es una
actividad que crea conceptos. Desde este punto de vista, Spinoza y Marx son
hermanos filosóficos; ellos crean, en efecto, conceptos, más o menos de la
misma manera. Su filosofía materialista, ante todo, muestra cuál es la
naturaleza creativa del concepto en sentido ontológico, exaltando la inmanencia
de la relación (creativa, en efecto) entre el conocimiento y el ser. Esta
relación es materialista porque en los dos casos es la cupiditas (el
deseo agente) o la praxis las que rigen la relación cognitiva, y es el
acto el que determina la verdad del ser.Comencemos con Spinoza, desde cuando en
Éthica II, Proposición 29, Escolio, y Proposición 27 y 40, Escolios 1 y 2,
comienza a definir las “nociones comunes”. En el inicio del camino del
conocimiento, la Mente, nos dice Spinoza, inmersa en el ser, tendrá un
conocimiento inmediato del ser mismo, no obstante, confuso y mutilado: así será
cada vez que la Mente perciba las cosas según el orden común de la naturaleza,
es decir, todas las veces que se ve determinada desde afuera, por el concurso
fortuito de las cosas... Es necesario, en cambio, librarse de todo esto —de lo
confuso y compacto, de lo fortuito y de lo externo, y esto podrá darse, y el
conocimiento verdadero, apodíctico, podrá comenzar a afirmarse, solo cuando
este descarte aquello que es banalmente común a todas las cosas, aquello que
está de la misma manera en la parte y en el todo pero no constituye la esencia
de algo. Lo trascendental es forma confusa en este estadio del conocimiento. El
verdadero conocimiento comienza solo donde no lo trascendental sino lo singular
es percibido, donde lo particular se hace nombre. Nosotros comenzamos,
entonces, a entrar en el conocimiento verdadero solo a través de “nociones
comunes” que nada tienen que ver con los trascendentales ideales. Aquí se
declara que aquello que (como quiere el panteísmo) está en la parte y en el
todo no es necesariamente verdadero, porque verdadera es solo la singularidad,
y las nociones comunes son creadas por la actividad de la singularidad, es
decir, tienen valor en cuanto desarrollo ontológico de la singularidad
deseante.Comentando este pasaje de Spinoza, Deleuze muestra con gran claridad
que solo dentro de los encuentros y la actividad de la singularidad pueden
construirse los conceptos: las nociones comunes (que Deleuze considera uno de
los descubrimientos fundamentales de la Éthica) se originan desde la
imaginación y establecen “una curiosa armonía entre las leyes de la razón y las
de la imaginación”. “La razón aprovecha aquí una disposición de la imaginación
[que nosotros y Spinoza podemos cualificar con el adjetivo ‘material’], la de
hacernos presentes, y disponer para la acción, las cosas que se nos enfrentan”.
Las nociones comunes se convierten así en una potencia constitutiva: “las
nociones comunes expresan dios [no genéricamente, no como fuente profunda,
metafísica, sino sobre la superficie del mundo] como la fuente de todas las
relaciones constitutivas de las cosas, y de estas afirman por esto mismo su
singularidad”. Dios se vuelve el medio “inmaterial” para construir el
conocimiento “material”, y para darnos así garantía del ser que conocemos: las
“nociones comunes” constituyen los medios más artificiales y más concretos para
obrar en este sentido. “Común no significa más general, es decir, aplicable a
muchos modos existentes o a todos los modos de un cierto género. Común
significa unívoco, plantado en la singularidad, compuesto de deseos y forma de
vida”, comenta Deleuze. “Las nociones comunes no tienen nada que ver con los
signos: estos constituyen las condiciones y los medios siguiendo los cuales
nosotros llegamos al tercer género de conocimiento”, es decir, al conocimiento
verdadero, articulado por amor.En Ethica IV, este proceso es conducido,
desde la misma base confusa hasta las conclusiones de verdad, no ya por medio
de la imaginación sino con base en el ritmo de la cupiditas. Sabemos
cuán emparentados están imaginación y deseo en Spinoza. Si en efecto el
conocimiento busca la intensidad de lo concreto, y si el esquematismo de la
imaginación ha podido traducirse en el de la constitución, hubiéramos podido
concluir que el movimiento de la imaginación iba de posible a lo real, de lo
abstracto a lo concreto. Ahora, de ninguna manera, este proceso imaginativo
podrá ser disociado de la continuidad de la acumulación material de un saber
sostenido por el deseo. El deseo es el instrumento fundamental para orientar el
camino de la Mente hacia lo concreto. La abstracción se dirige así hacia lo
concreto para cederle, una vez que ha sido alcanzada, la dignidad del conocer.
Dios se convirtió en la cosa. Pero finjamos ahora, después de haberlos
considerado juntos, la independencia de la cupiditas de la imaginación.
No será difícil en este punto comprender cómo desde la cupiditas,
después que las “nociones comunes” han mostrado la posibilidad de asir la
singularidad, se puede instaurar un proceso análogo que esta vez lleva a las
singularidades sociales, entidades, instituciones, a la vez colectivas y
singulares (multitudinarias). El nexo imaginación-cupiditas, después de
haber construido las nociones comunes, ahora privilegiando la cupiditas,
las abre a lo “común” de la existencia —es decir, el proceso se despliega hacia
la constitución de la ciudad. Aquí la potencia se vuelve momento de la
constitución política. La afirmación de la potencia de la cupiditas es
absoluta: ella se presenta en su materialidad, como exaltación de una función
constitutiva del todo desplegada. La cupiditas no trasciende ni altera
el cuerpo, lo completa, lo desarrolla, lo expande en y lo llena de lo común. La
potencia afirmativa del deseo es aquí total, absoluta: “la Concupiscencia que
nace desde la razón no puede tener exceso” (Ethica IV, Proposición 51).
“Mediante la Concupiscencia que nace desde la razón, nosotros directamente
seguimos el bien e indirectamente huimos del mal” (Ethica IV,
Proposición 63, Corolario). De modo que “el hombre libre en nada piensa menos
que en la muerte; y su sabiduría es una meditación no de la muerte sino de la
vida” (Ethica IV, Proposición 67). ¡Heidegger dégage!Por lo tanto, como
decíamos, las “nociones comunes”, de una parte están en el origen del
conocimiento verdadero (es decir, permiten el conocimiento racional y sobre
todo el acceso a la singularidad), haciendo de la intuición la “función
materialista de la inmaterialidad” de la razón, y de otra parte son el anillo
de conjunción entre la teoría del conocimiento y la dimensión ético-política de
la vida humana, haciendo de la cupiditas y, poco a poco, del amor, la
forma misma de la política. Las nociones comunes permiten así ligar deseo y
conocimiento intuitivo, máxima potencia material de la razón porque nos
introduce a la singularidad —y al mismo tiempo permiten entrar en la dimensión
interindividual de la política. [Sobre todo esto, además del análisis que
Deleuze, en Spinoza et le problème de l'expression, realiza sobre el
desarrollo del tema de las “nociones comunes” a partir de la segunda parte de Ethica
(Ethica II, Proposición 38, Escolio; Proposición 39 y Corolario;
Proposición 40, Escolio 1 y 2; Proposición 44 y Corolario 1 y 2; Proposición
49, Corolario), creo, puede ser recordado lo que al respecto digo en Anomalía
salvaje, insistiendo, más allá de la II, sobre todo en la IV parte de Ethica].Ahora
miremos a Marx, deteniéndonos ante todo en la Einleitung de 1857.
También Marx, construyendo su epistemología, comienza por la aprehensión de la
totalidad productiva como un conjunto confuso y mutilado: la dialéctica de la
positividad está aquí inmediatamente subordinada a una definición materialista
que ve el nexo entre unidad y diferencia del todo sujeto al dominio
capitalista. ¿Cómo romper este nexo? ¿Cuál discontinuidad introducen los
procesos reales? La categoría de la producción, nos dice Marx, debe sobre todo
ser disuelta y sacada de la figura capitalista bajo la cual nos es propuesta:
ella está aquí dominada por el fetichismo de la mercancía (que corrompe cada
categoría) y puede constituirse en ciencia solo cuando haya sido criticada en
nombre de la diferencia y de la materialidad singular. También aquí, como en
Spinoza, nos encontramos, pues, en una inmersión materialista o panteísta que
busca conciencia de sí por medio de la ruptura de lo abstracto y la aprehensión
de lo concreto.
La
relación capitalista que concluye lo singular en lo abstracto debe ser, pues,
atravesada. Y en ella debe ser descubierta la posibilidad de la escisión. En
verdad, no existe ninguna categoría que pueda ser definida fuera de la
potencialidad de la escisión. El capital no es un Leviatán sino una relación
social; no produciría riqueza si no pudiese extraérsela, arrebatársela al
trabajo vivo. Y esta escisión no puede darse si los componentes de la totalidad
no están singularizados, subjetivados: solo de esta manera su relación se
vuelve antagonista. ¿Pero cómo llegar a este resultado, si bien sabemos que el
método de la ciencia, el método de la economía política está fundado sobre la
búsqueda de la unidad? ¿Cómo puede la crítica volverse ciencia, escogiendo la
singularidad?
He
aquí el procedimiento marxista desarrollándose —¡y con cuánta semejanza al de
Spinoza!—. Este consiste en la afirmación metódica de una construcción de
conceptos basada no en la recuperación ingenua de lo “real”, de lo “concreto”,
sino en la ruptura del “proceso de síntesis” de los datos de la intuición y de
la representación. La metodología ingenua parte de lo concreto como
presupuesto, la metodología marxista asume lo concreto como resultado, “síntesis
de muchas determinaciones, unidad de la multiplicidad”. No es lo abstracto lo
que contiene lo singular, sino lo singular lo que contiene lo abstracto. Tal es
la vía que recorre la “abstracción determinada”. Lo concreto resulta, entonces,
de un proceso de abstracción que tiene la capacidad no solo de describir lo
concreto sino —implícita en la abstracción— la capacidad de reconocer la
potencia antagonista —además de discriminar y analizar lo concreto, la
abstracción será, pues, la base sobre la cual lo concreto es transformado
tendencialmente en el proceso histórico. Esto significa que lo concreto
encuentra en la abstracción no solo una determinación y un sentido temporales,
una singularización, sino también un dinamismo constitutivo, la propia
proyección operativa. ¿Producción de subjetividad? Estamos muy cerca de la
experiencia en Foucault. En la abstracción, en la inmaterialidad se compone la
subjetividad biopolítica. Pero volvamos a nosotros. La abstracción, en cuanto
está volcada en la singularidad, en la determinación concreta, se vuelve
fuerza, movimiento de fuerzas, subjetivación de fuerzas, y es así como ella
reconquista lo real: la necesidad y su fuerza, el proletario y su trabajo, lo
social y su determinación política de clase. “Prácticamente verdadero”: es ese
punto del desarrollo categorial en el cual la abstracción se focaliza y alcanza
la plenitud de su relación con la realidad histórica. “Prácticamente verdadero”
es la ciencia que se vuelve concepto de transformación, posibilidad y
actualidad de una fuerza transformadora. La abstracción aprieta la realidad, el
análisis se hace proyecto y la política de clase constituye la realidad, una
nueva realidad, el principio constitutivo se vuelve central.
Hay,
pues, un profundo, fundamental, parentesco entre Spinoza y Marx, en lo que
tiene que ver con la definición de la determinación material (singular y
abstracta), y este se implanta en el momento epistemológico, en la
inmaterialidad cognitiva, de su trabajo filosófico. Intentemos definir un
sumario de esta semejanza:
<!--[if !supportLists]-->a)
<!--[endif]-->nos movemos, sobre todo, desde una inmersión
en el universo natural o en el de la producción, para romper la dureza muda;
<!--[if !supportLists]-->b)
<!--[endif]-->en busca de la singularidad o del
antagonista, como agentes de diferencia y de construcción de una subjetividad,
que se coloca allí donde lo real se bifurca entre experiencia y verdad, entre
movimiento y finalidad, entre sujeción y liberación. El conflicto lógico del
panteísmo y el conflicto político del mundo productivo deben ser resueltos por
medio de la singularización del sujeto y la expresión de su potencia;
<!--[if !supportLists]-->c)
<!--[endif]-->son “nociones comunes” o “abstracciones
determinadas” los medios cognitivos que nos permiten atrapar lo concreto como
el revés de una construcción abstracta y como el resultado de una inversión
creativa. Estos instrumentos del conocimiento nos introducen en una materialidad
común en el mundo, porque el conocimiento no es descubrimiento de una esencia
sino construcción de un proyecto;
<!--[if !supportLists]-->d)
<!--[endif]-->cupiditas y praxis son dispositivos materiales
que construyen la verdad y con la verdad lo común;
<!--[if !supportLists]-->e)
<!--[endif]-->lo común se mueve. Es un conjunto de fuerzas
que, participando de la singularidad, saliendo de allí como potencia,
conociendo, embisten la realidad y la transforman, la conquistan, construyen su
verdad;
<!--[if !supportLists]-->f)
<!--[endif]-->cupiditas y praxis obran como tendencias, son
una acumulación de transformaciones que hurtan las abstracciones del dominio y
condensan la potencia de vuelco y de transformación. La intensidad de la cupiditas
y de la praxis es creativa, ella realiza la potencia ontológica. En su
inmaterialidad se condensa la materialidad de lo real —y viceversa;
<!--[if !supportLists]-->g)
<!--[endif]-->El deseo, construido en la necesidad, la cupiditas
construida sobre el conatus y la lucha producida por la conciencia de
clase, el conocimiento construido más allá de la confusión de la sensación y la
miseria del trabajo asalariado —todo esto nos permite asumir la práctica como
sello de verdad. La ontología se vuelve práctica, la ontología social se vuelve
política;
<!--[if !supportLists]-->h)
<!--[endif]-->Y he aquí que este desarrollo del
conocimiento y del deseo, del saber y de la virtud, se vuelven principios
constitutivos de la realidad, porque tienen que ver con los cuerpos y son los
cuerpos los que constituyen la realidad.
Como
siempre, el análisis de los grandes filósofos (y en particular este pasaje
entre Spinoza y Marx) nos ayuda también a aclarar algunos problemas importantes
en el análisis del presente. A mí, por ejemplo, este análisis sobre el
fundamento epistemológico del saber de los cuerpos en Spinoza-Marx me sirve
(como ya lo dije al comienzo de esta conversación) para definir el concepto de
“inmaterialidad” o, mejor, de “trabajo inmaterial” —mientras intento entender
las transformaciones en la composición de la fuerza trabajo en la época
postindustrial. En el modo de producción postindustrial se imponen de hecho
procesos de valorización capitalista fundados sobre la autonomía de la
cooperación social y sobre la explotación del trabajo cognitivo: es decir, se
impone lo que ha sido llamado “trabajo inmaterial”. Es claro que el uso de este
término (“inmaterial”) es de alguna manera equívoco. Parece describir el pasaje
del trabajo de una cualidad material a una cualidad inmaterial, como si el
trabajo pudiese ser imaginado fuera de su exclusiva material consistencia,
fuera de la fatiga y del sufrimiento cotidiano, de la usura y del peligro de la
mente y de los cuerpos. Aun más en el regimen salarial del capitalismo, pero
siempre, como cuenta la fábula, desde cuando la condena descendió sobre el
hombre con su expulsión del jardín de las delicias. Sin embargo, nosotros hemos
usado siempre el concepto de inmaterialidad con prudencia, pero también —es
verdad— con una cierta decisión, porque es el concepto más materialista que se
haya logrado construir hasta aquí para aclarar el modo en el cual funciona el
trabajo vivo en el sistema de producción postindustrial. Otros términos fueron
propuestos, pero ni “cognitivo”, ni “cooperativo” (aunque bien caracteriza el
concepto) logran dar una imagen plena de las relaciones que se entrelazan en la
nueva dimensión del trabajo, y tal vez ni siquiera la sigla de las cualidades
que aquí se instalan. Inmaterial parece mejor, porque comprende cooperativo y
cognitivo, y los refiere a esa definición materialista, spinozista, de las
“nociones comunes”, y a la marxista de “valor abstracto” (“abstracción
determinada”), en las cuales nos detuvimos. Aquí, en estas definiciones,
encontramos algo que se acerca a la figura del “trabajo biopolítico”, donde los
cuerpos son puestos al trabajo (material e inmaterialmente), y la valorización
capitalista comprende la sociedad entera como multiplicidad y cooperación.
Última
anotación que nos lleva a confirmar las observaciones sobre diversas
percepciones fenomenológicas de la temporalidad, con las cuales habíamos
iniciado. En Spinoza y en Marx encontramos una inmersión del cuerpo en la
temporalidad y una ruptura creativa de la temporalidad, que son típicas del
pensamiento revolucionario, cuando la decisión de subvertir y la invención de
una nueva temporalidad atraviesan los cuerpos en su singularidad y los
constituyen en multitud. Es ese formidable momento en el cual, saliendo
condenado del jardín de las delicias, el hombre se rebela a la divinidad del
dominio; es el momento en el cual Job se rebela.
Si
volvemos así al análisis de las revoluciones modernas y evaluamos la potencia
constituyente que en ellas se expresa, podemos encontrar ese inmaterial,
singular y potente concepto de temporalidad. Alguno ha querido definirlo como
el “momento Machiavelli” —valoración sin duda correcta pero demasiado cerrada a
la sola función política. Para nosotros, en cambio, contrario a la definición
puramente política (y, por lo tanto, evenemencial y/o aislada, única) del poder
constituyente, la constitución se articula materialmente y se determina
cruzando el tejido continuo de las actividades y de los cuerpos. La
materialidad se ha hecho biopolítica. ¿No será, pues, este transformarse, este
pasar, el que define propiamente lo inmaterial? Lo cierto es que no es posible
imaginar lo político fuera de las transformaciones no solo de lo social sino
también de los cuerpos.
Permítaseme
una breve alusión a un momento tal vez ya arqueológico del pensamiento político
revolucionario. Una concepción biopolítica del poder constituyente está muy
presente en la historia de la revolución rusa del 17. Plechanov, Bogdanov,
Lenin, Bucharin, el mismo Trotskij, pero, sobre todos, Lunaciarski, ya
comprendían el poder constituyente de manera biopolítica, es decir, como
transformación inmaterial de la materialidad de las necesidades y de los
deseos, como metamorfosis de los cuerpos en la nueva construcción soviética.
Además de Marx, Spinoza está muy presente en esa discusión. Cuando después la
revolución entra en el Termidor staliniano, de Spinoza no se habla más y Marx
es reducido al Diamat. Sin embargo, apenas el disentimiento se
despierta, he aquí de nuevo, en la filosofía soviética de los años cincuenta y
sesenta, reaparecer la felicidad spinozista de la revolución de los cuerpos.
Ilienkov es el filósofo que la despierta, y que abre, con el análisis, nuevas
pasiones políticas.
En
el mismo periodo, por senderos no ciertamente comunes, Merleau-Ponty desarrolla
en Francia el mismo dispositivo, en coincidencia con la acción política de los
militantes de socialisme ou barbarie. Este retoma de
Canguilhem las intuiciones y las hipótesis del conocimiento biológico,
transformándolas en epistemología de las ciencias sociales, y asume la
epistemología de lo viviente, de la singularidad material, como base de una
epistemología de la potencia. “En este excepcional encuentro de fallas
geofilosóficas del viejo continente... el ensayo de Deleuze, ¿Qué es un
dispositivo?, describe muy bien este florecimiento pluralístico” de lo
inmaterial dentro de la materialidad: nos lo recuerda recientemente un ensayo
de Matteo Pasquinelli, publicado en Uninomade 2.0. Pero a nosotros nos
interesa ir hasta un episodio que vivimos, y recordar que también en Italia, en
la base de los Quaderni rossi, después de aquel 1956 húngaro que marcó
el deshacerse del stalinismo, actuaron reflexiones filosóficas del mismo tenor
en la escuela de Enzo Paci y en la utopía que las cartas inéditas de Husserl en
Lovaina parecían nutrir.
Como
ya recordaba al inicio, en Macchina-tempo se expresaban ideas análogas,
y en particular se exponía el problema que se abre cuando, estando toda la
sociedad absorbida por la valorización capitalista (como sucede hoy), es decir,
en la “subsunción real” de la sociedad en el capital, no se logra entender ya
dónde puede emerger no tanto la medida de la productividad sino su revés
antagonista, dentro de esta “totalidad tautológica”. ¿Cuál era entonces el
dispositivo que hubiese podido atrapar la materialidad del tiempo colectivo de
la cooperación social, del tiempo productivo de la valorización capitalista y
del tiempo constitutivo de la política revolucionaria? En la materialidad
compacta de ese complejo inmaterial en que se estaba convirtiendo la sociedad
por medio de la subsunción global en el capital, lo que buscábamos era,
entonces, un dispositivo que aclarara la internidad del “material
revolucionario” en el “inmaterial global” —y viceversa. Este dispositivo, de
una parte, seguía, volcándolas, singularizándolas, las figuras de la extracción
de la plusvalía y las de la explotación; por el otro lado, ponía la lucha como
base epistemológica para profundizar y desentrañar el desarrollo capitalista en
este estadio, para volcar las determinaciones, para subjetivar el antagonismo.
El materialismo de los cuerpos y la inmaterialidad potente que representaban la
abstracción de este dispositivo, así como Spinoza y Marx lo habían imaginado,
se volvieron el elemento irreductible, la contradicción insuperable de la
subsunción real. Mientras que la Escuela de Frankfurt y las varias lecturas de
la filosofía de la alienación veían en la subsunción capitalista de la
sociedad, en la transformación del valor de uso en valor de cambio, y en la
progresiva inmaterialidad del trabajo (automatización de la fábrica,
informatización de la sociedad, hegemonía de los servicios, liquidez de la
producción y de los intercambios, etc.), no más que la conclusión trágica de la
revolución industrial y los síntomas del “fin de la historia”, nosotros
poníamos exactamente allí, en una nueva subjetividad que se refundaba en lo
inmaterial, en el deseo y en la imaginación, la base de un nuevo movimiento
revolucionario.
En Kairos
se completa este camino, allí donde se muestra explícitamente cómo la
inmaterialidad de la fuerza-trabajo, abstracta en la producción y singularizada
en los cuerpos, es ya capaz de construir común.
¿Hemos,
pues, rescatado el término “inmaterialidad” de la fuerza-trabajo del deshonor
con el que los “verdaderos materialistas” lo señalan? No lo sé. Sin embargo,
hemos mostrado cómo solo lo abstracto permite reencontrar la singularidad y
cómo solo la imaginación, el deseo y las luchas son capaces de expresar la
potencia de los cuerpos —pues bien, en este punto hemos, por así decirlo, tal
vez aproximado una legitimación materialista del término “inmaterialidad”. Se
la proponemos al movimiento revolucionario. Este se dedicará al intento de
subvertir un mundo en el cual la valorización es social, la productividad es
cooperativa, la fuerza-trabajo es cognitiva y la riqueza se vuelve cada vez más
abstracta. Aquí el análisis debe volver a comenzar, como sucede siempre cuando
el toolbox filosófico es en verdad materialista.
[Traducción
del italiano: Alejandro Burgos Bernal]
*Conferencia pública Universidad de Bogotá
19-11-2012.