Un nuevo edificio para la salud mental*
Luca Negrogno e Riccardo Ierna
La relación entre salud mental y ciudadanía: de la "ciencia de la
exclusión y del control" al contexto de la violenta acumulación
capitalista.
El taller Agitados dedica
este segundo apartado al corazón de las cuestiones sociales y políticas que se
abren, inmediatamente después que incorporamos las contradicciones propias de
los servicios de salud mental. Las posiciones que hemos asumido en el análisis
presentan serios límites teóricos y prácticos. El más grande, quizás, es el vacío
técnico, la limitación del campo de investigación, la incapacidad para
trascender los ámbitos específicos de la organización de los servicios de salud
mental y poner en cuestión, en su conjunto, la relación entre el hombre y la organización
social. Sentimos la necesidad de conjugar, a cambio, los campos que se abren
hoy a los sujetos que pretenden retomar el hilo de la teoría y la práctica
anti-institucional.
1. Problemas prácticos y
teóricos
En estos
ámbitos, se puede leer un sustancial atraso con respecto a la tematización del
problema referido al crecimiento de las desigualdades sociales y a la construcción
de una seria lectura política de las mismas sobre una creíble hipótesis de
acción colectiva para combatirlas. Ambas posiciones que hemos
asumido rápidamente en nuestro análisis, resultan bloqueadas por tecnicismos despolitizantes
que impiden trabajar dentro de ellas para una seria
reanudación de los temas incorporados a partir de la desinstitucionalización.
El sociologismo ideológico de la "cultura organizativa" parece haber
bloqueado cualquier reflexión sobre los aspectos contradictorios de las
instituciones, en cuanto aísla una serie de modalidades de funcionamiento y de
modelos técnicos (la "psiquiatría" a menudo denunciada) sin alcanzar la
complejidad de las condiciones de vida sociales y materiales que, de manera
dialéctica, determinan el mandato de los servicios y que son a su vez
"puestas en forma" por concretas prácticas que se desarrollan dentro
de los servicios. El concepto de cultura
organizativa, propuesto ya hace veinte años para "exportar" las provechos
surgidos en las "instituciones inventadas" en el marco de la lucha
por el cierre de los manicomios, ha terminado por poner un techo teórico
a-dialéctico sobre el proceso organizativo de la institución, convirtiéndolo en
un objeto estático y a-procesal (de conformidad, entre otras cosas, con la
naturaleza del concepto de "cultura organizativa", nacido dentro del
impulso a la productividad en la empresa capitalista)
El énfasis puesto sobre el tema de los
recursos, tan caro a las posiciones socialdemócratas, cae en una resbaladiza contradicción al intentar construir un
"bien común” mediante un sistema de instrumentos que tiene efectos performativos
por su naturaleza "tecnicista"; la tendencia intrínsecamente
asistencialista del welfare, que contribuyó
a determinar la crisis del sistema como un factor de estrés interno, no
logró ser superada totalmente por este enfoque. Éste de hecho prefigura
respuestas técnicas y establece una relación directa entre la necesidad y su
racionalización, sin considerar la posibilidad de que los hombres puedan querer
tomar en sus manos la determinación de "qué cosa es” su propia salud, y en
consecuencia identificar colectivamente la relación de fuerzas y las
contradicciones que impiden una plena respuesta a las necesidades de los más,
por parte de la organización social dominada por los menos.
La tecnificación de las respuestas, el cierre de los espacios de
elaboración colectiva, constituye el punto más elevado de las fórmulas del
welfare postmoderno. Al derecho a la salud se responde ideológicamente con una
"responsabilidad de gobierno" interpretada sólo como definición de
soluciones técnicas a aplicar sobre el cuerpo social. Las prestaciones sanitarias son interpretadas como una intervención
técnica, una concesión, una acción profesional tendiente a calmar un
determinado estado de necesidad, que se ha reconocido como tal, en tanto se presenta
tras encuadramientos de diagnósticos rígidamente objetivos. La prestación del
sistema de las instituciones, en cada ámbito de la vida pública, consiste en
hacer a-dialéctico el paso de la necesidad a su racionalización de manera tal
que sea despotenciada cualquier forma de definición colectiva y conflictiva de
la misma necesidad.
2. Entre
la marginalidad y la exclusión social: cuestión de ciudadanía.
Este aspecto va de la mano
con las transformaciones producidas durante los últimos decenios en el ámbito
de la ciudadanía y de los derechos asociados a ella. La marginación no puede
ser considerada simplemente como la exclusión a la posibilidad de ejercer un
derecho. A partir del desarrollo del capitalismo financiero y tercerizado, en los contextos productivos más
"avanzados" se ha desarrollado un proceso evolutivo que va de la exclusión
social a formas más hipócritas de "inclusión excluyente". El derecho,
en efecto, no remite más a posiciones de exigibilidad obtenido a través de
alguna reivindicación colectiva: éste es más bien un derecho parcializado, accionarizado
e individualizado, devuelto al hombre aislado en la medida en que es abstractamente
considerado como usuario, o, peor aún, como
"cliente-consumidor", dotado de "libertad de elección". El "derecho a la salud" es así
entendido sólo como una "propiedad" asignada a cada individuo, un
posesión monetizable sobre el mercado de las prestaciones sanitarias que, como
tal, no remite más a posiciones de garantías determinadas por conquistas asentadas
en un cierto equilibrio de las relaciones de fuerza colectivas; remite, por el
contrario, a algo que se ha vuelto ahora propio de los individuos aislados
abstractos, quienes se encuentran obligados concretamente a una constante
competencia entre ellos para alcanzarlos.
Esta declinación subjetiva
responde a la estructura objetiva que ha asumido en los últimos treinta años el
andamiaje de los derechos, esto es: la importancia de la exigibilidad de los derechos
está determinada por las especulaciones sobre la deuda pública. Los derechos
como "posiciones conquistadas" en las luchas de emancipación son
sustituidos por las técnicas de “tomar a cargo” por los sistemas de gobierno ante
a una población entendida como masa de cuerpos productivos y consumidores. En la
base de esto se encuentran las modificaciones del ciclo productivo. Con la
globalización de los mercados, desarrollada mediante la velocidad de la comunicación
y el fin de las normas sobre negociación colectiva del trabajo, la producción
que recoge más inversiones y recursos es la de las mercancías inmateriales. Las
mercancías inmateriales han provocado de manera infinita el aplazamiento de la
relación entre producción y consumo, por lo que es cada vez más difícil
identificar las dinámicas de explotación global existentes en la base de las
mercancías-fetiche disponibles en el mercado a través de la construcción de la
propia identidad de los “incluidos". Está en la base de la creación de una
mescolanza universal en la que cualquier persona, pese al nivel objetivo de su
explotación, siente formar parte de una "clase media universal". El
mecanismo de definición de las identidades personales se adapta a esta dinámica
de la estructura económica de la sociedad: frente a las identidades absolutas
de las sociedades fordistas basadas, en el discurso del "disciplinamiento"
y de pertenencia a una "clase" de personas unidas tras un papel
determinado en la fábrica, se afianza, sustituyendo (en los centros y en las provincias, menos en
los suburbios) un modo de producción que consigue "valorizar" las
conductas "desviadas", la negación de la norma, la construcción de
las "biografías individuales" como recorridos determinados por el
libre flujo de deseos. Todo indica que el consumo, entendido como la actividad
orientada a la conquista de una identidad aceptable, constituye la actividad
productiva dominante de la metrópoli postfordista.
Para quien se obstina en permanecer anclado al sistema
productivo, la identidad pasa a ser algo ligero, líquido, por redefinir constantemente
en un modelo de competencia horizontal, reticular y global. Los excluidos son
anclados a una identidad dura, restitución "material" del lastre de
las necesidades, de las pertenencias y de los vínculos. La identidad es una puesta
en juego caracterizada por la más alta ambigüedad: producción funcional para
los "integrados”; condena, en
cuanto característica negativa, para los excluidos; instrumento de movilización
de las "pequeñas patrias" ilusorias para los marginales; siempre, sin
embargo, colgados del "estado de excepción" en el que cada error,
cualquier disfunción puede precipitar al estado de "no personas”, desde el
momento que ninguna instancia política, objetiva, de representación, puede
garantizar la protección universalista de los riesgos.
3.
La salud mental como ámbito de la acumulación originaria
Relacionado con el retorno individualista emprendida por
las sociedades occidentales a finales de los años 70, se asiste al surgimiento de
nuevos contenidos en la producción social del consenso. Desde aquellos años se
inicia un vuelco progresivo de los valores de la disciplina y de la autonomía,
que se caracteriza por el arraigo en la vida cotidiana del doble ideal de autorrealización
e iniciativa individual. Estos nuevos ideales sociales hacen hincapié en el
aspecto personal de las relaciones sociales y toman cuerpo en la sociedad
mediante la masiva preocupación por la subjetividad de los individuos, en
términos de derecho al desarrollo personal y de riesgos de sufrimiento psíquico.
La preocupación generalizada por el sufrimiento mental y la salud mental son,
por lo tanto, impuestos cada vez más como elementos de la "productividad”,
de sostenimiento del orden social, de recurso inmaterial, de capital humano y
social, cuya presencia favorece el crecimiento de la economía basada en las
necesidades relacionales, terciarias, inmateriales, basadas en la
mercantilización del cliente, el branding y la fidelidad comunicacional. Cada
vez más la socialización se ha vuelto relevante para las opciones políticas y
económicas: mientras que la política desestructura las garantías colectivas y
la redistribución de los costes y de los riesgos sociales, la apuesta del sistema
productivo se basa en un fuerte inversión sobre la "socialización de la
autonomía”. Éste es el modelo de socialización que justifica la
individualización de los costes y de los riesgos sociales, que insiste sobre el
lado positivo de la "gestión de uno mismo”, “de la libertad”, “del deseo".
Se nos dice: si son ampliados los límites a los que está sometida la elección
individual, se amplía en consecuencia al mismo tiempo la responsabilidad y la
inseguridad. En la práctica, no existe más ninguna red de protección que derive
de posiciones colectivas: cada uno es libre de gastar su propia y tolerable
cantidad de riesgo en el mercado.
Los méritos y los éxitos logrados en esta operación
deberán atribuirse a las características de la "personalidad": la propensión
al riesgo, la capacidad de trabajar en equipo, la propensión a trabajar por
objetivos, la capacidad de resistir a los traumas y reorganizar la propia estructura
frente a la acción pasan a ser las características individuales que subyacen tras
una capacidad articulada para vender la fuerza de trabajo en el mercado; las
competencias relacionales y la capacidad de inventar itinerarios existenciales
particulares y dotados de sentido, conforman los "medios de producción” de esta constante valorización de la identidad
personal. Los costes de esta operación, del mismo modo, deben ser compensados
en la esfera psicológica privada. Enfermedades, molestias, traumas, fragilidad:
he aquí el lenguaje de las características individuales de quien no resiste a
este peso aplastante de individualización del riesgo.
Esta supuesta "clase media universal”, caracterizada
por altos niveles de escolarización, altos niveles de acceso a prestaciones complejas
de salud, capilar difusión de formas técnicas de tomar a su cargo el cuidado "psicológico",
"educativo", "sociológico”, etc, en fin, este modelo de "socialidad"
es hoy campo de la violencia de la acumulación primaria. Bienestar psicológico,
capacidad de crear y mantener funcionales las relaciones cooperativas, self
efficacy, empoderamiento, resiliencia, estos son los campos sobre los que el
capital operacionaliza su "violencia política" para cosificar y
valorizar, para hacer pagar la leña que anteriormente cada uno podía recoger
libremente en los campos comunes, los enclosures. Nuevos sujetos económicos se
presentan en el mercado vendiendo la mercancía "bienestar": una
mercancía individual, empaquetada para el cliente abstracto, para el sujeto
obligado a apostar sólo sobre si mismo y vivir su malestar en el encierro de su
propia interioridad. Aquello que la violencia política arrancó de la sociedad viene
ahora, valorizado y revendido, integrando los intereses de la ganancia.
No podremos afrontar la cuestión de la siquiatría si no
estamos dispuestos a reconocer en el terreno social estas contradicciones.
Traducción: César Altamira.
*Publicado en http://www.lavoroculturale.org/cantieri-salute-mentale-par-2/
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