La
retórica kirchnerista: de la inclusión
social al ajuste ortodoxo.
1- Un análisis político, crítica del poder
y de la dominación en nuestro país en particular, y América Latina en general,
requiere incorporar los cambios operados en los últimos años en la composición de clase. Las modificaciones
producidas en la naturaleza del trabajo,
en la espacialidad de su accionar así como en las nuevas formas de explotación han
inducido cambios sustantivos sobre lo que se conoce clásicamente como la
constitución y conformación de las clases explotadas. Se encuentra en debate la
clásica referencia a la base
espacial-material de constitución de la clase social, sujeto político de la
etapa y, junto con ello, su modalidad de resistencia y expresión política. En
la medida que la fuerza de trabajo ha adquirido hoy características de capital
fijo, a partir de que el capital inviste ahora la propia vida, las luchas de
resistencia han adquirido el carácter de luchas
biopolíticas.
2- Pero no se trata solamente de los
cambios alcanzados en la naturaleza del trabajo y del nuevo tipo de trabajo
productivo, donde el atributo cognitivo
del trabajo pone en evidencia la nueva naturaleza del trabajo, su fuente de valorización y estructura de propiedad sobre la que se
funda el proceso de acumulación. También
de los cambios producidos a nivel de los procesos de acumulación del capital a
nivel global, los procesos de integración comercial, des-territorialización y
re-territorialización del capital que han vuelto difusa la frontera centro/periferia,
de las transformaciones producidas en la
articulación de la soberanía con el territorio, de los cambios operados entre la
primitiva forma estatal y el moderno
sistema interestatal alcanzado, del afianzamiento de un sistema financiero internacional
que torna a los estados sus filiales más distinguidas. Son tiempos donde los
márgenes de autonomía del estado se han vuelto cada vez más cuestionados. Todo
indica la necesidad de dejar de considerar al estado nación como el moderador
de los procesos sociales políticos y económicos y la política de lo posible, para contraponerle la lógica de lo múltiple, de lo centrífugo,
en palabras de Pierre Clastres.
3- La
geografía política latinoamericana y argentina aparece signada en los últimos
años por un sinnúmero de disputas sociopolíticas vinculadas a diferentes bienes
comunes naturales. Conflictos y redes
nacidos contra la expansión de la minería, del agronegocio, de la explotación
petrolera y gasífera; contra el despojo y desplazamiento de tierras y
territorios frente a la construcción de carreteras y obras de infraestructura
(TIPNIS boliviano). Estas luchas se entrecruzan y combinan con aquellas
surgidas contra la privatización, desregulación y mercantilización de
actividades vinculadas a la gestión de los bienes naturales -desde los
servicios de agua y electricidad hasta los hidrocarburos. En nuestro país son
múltiples estos enfrentamientos. Desde los movimientos campesinos que defienden
el derecho de propiedad de sus tierras ante la expansión de la frontera
agrícola; la resistencia de ciudades y pueblos del interior frente a la acumulación por desposesión de las
explotaciones mineras (Asambleas ciudadanas); las de las comunidades indígenas
ante el avance de la explotación no
convencional del petróleo y gas. Hasta las luchas territoriales en las
grandes ciudades que dan cuenta de la precariedad de los territorios y espacios
urbanos, mientras avanza la gentrificación
metropolitana.
4- El kichnerismo, como casi la totalidad
de los sectores progresistas y de la izquierda
argentina, permanece aún atado a viejas concepciones laboralistas, donde el
único trabajo genuino reconocido es el trabajo asalariado y formal, asociado a
los sindicatos y, fundamentalmente, fabril industrial. En contrapartida, en
nuestro país, el
antagonismo presenta múltiples aristas, con un sujeto múltiple y extendido en
el espacio productivo y un capital cuyo comando sobre el trabajo se asienta más
en dispositivos de control, que en aquellos de disciplinamiento. Todo parece
indicar que la organización de tipo fordista, que caracterizara a nuestro país,
como convención social acordada sobre la constitucionalización
del trabajo está hoy superada. Debilitada
la hegemonía productiva del fordismo, sólo la innovación, la creatividad y la
actividad original y creativa incorporada y estimulada en el seno de la
subjetividad del trabajo, en el trabajo
vivo, es capaz de agregar aquella cuota de plusvalía necesaria para la
reproducción del sistema. La exigencia del capital de intensificar el comando
capitalista sobre la vida presupone fragmentar y segmentar; y allí donde sea
posible, individualizar la relación entre capital y trabajo, de modo de volver
este último menos resiliente y políticamente más frágil. La pérdida de
centralidad del trabajo asalariado, la progresiva autonomización,
descentralización y desarrollo en red del proceso de producción social, así
como la instauración de normas cada vez más individualizadas, y por lo tanto
aleatorias, comportan los nodos fundamentales de la transformación económica y
social en curso.
5- Simultáneamente, el ciclo político post
neoliberal kirchnerista iniciado en nuestro país en el año 2003 adoptó en la
figura del estado su eje político central, el articulador fundamental de
la reorganización de la sociedad tras un discurso que hizo del "retorno del estado" y la
recuperación de la soberanía la apoyatura política fundamental de las
transformaciones sociales a realizar. Sin
embargo, la integración social alcanzada mediante los planes sociales así como los
subsidios estatales a los servicios públicos y el transporte, que promovieron
una significativa expansión del consumo no significó la politización simultánea
de la sociedad. Paralelamente, el gobierno promovió un modelo de desarrollo que
no solo mantuvo intacta la matriz productiva nacional, sino que acentuó su
dependencia del desarrollo agrícola y, últimamente, extractivista. Se trata de un
modelo de desarrollo basado en la intensificación de la explotación de los
recursos naturales, a contrapelo de una propaganda oficial que presume que la reindustrialización
del país es el motor del desarrollo alcanzado en los últimos años.
6- La
derrota del kirchnerismo en las últimas elecciones es indicativa de la ruptura
del pacto político del gobierno con los sectores y capas sociales que le dieron
sustento desde 2003. El kirchnerismo se legitimó políticamente en la
articulación de: a- sectores urbanos de bajos ingresos quienes revisten
importancia estratégica en la fase actual del capitalismo (cuenta propistas y autónomos
,muchos de ellos trabajadores autónomos de segunda generación) vendedores de
servicios personales, trabajadores free
lances, pequeños y nuevos emprendedores insertos en el mercado laboral a
partir del reconocimiento y valorización del ejercicio de alguna competencia
individual (sea de trabajo cognitivo, de cuidado y/o afectivo etc) ; b- trabajadores formales sindicalizados e
informales que vieron crecer sus poder de compra con las mejoras del salario
real y el empleo, ambos potenciados por el crecimiento económico; c- grupos juveniles de reciente incorporación al mercado de trabajo que adquirieron un fuerte
compromiso político con el gobierno, ante la amenaza de perder lo logrado hasta
ese momento, luego de la muerte de Kirchner; d- organizaciones sociales de
derechos humanos, artistas, académicos y otros grupos “progresistas” en general
que sellaron su apoyatura al kirchnerismo a partir de la política de derechos
humanos, matrimonio igualitario, ley de medios, reformas del sistema
jubilatorio etc. Este conjunto social conformó una alianza multifacética, múltiple
y singular, hidra de numerosas cabezas, imposible de agrupar en el UNO pueblo, en
tanto expresión de la nueva composición de clase. Este conjunto muy diferente al
peronismo clásico (clase obrera fabril sindicalizada y pobres de las barriadas
obreras), ha llevado a algunos intelectuales a calificar al kirchnerismo como
un peronismo de “clase media”. Esta
alianza política se quebró en los últimos dos años.
7- El
tácito pacto alcanzado entre el gobierno y los sectores sociales apuntados se
fundó en la construcción de espacios de democratización económica inscritos
esencialmente en la ampliación e incorporación de sectores medios urbanos a nuevos
niveles de consumo. Estos grupos son los que vieron reducidos su capacidad de
consumo luego del 2001 y aquellos sectores urbanos de menores ingresos a quienes
las políticas neoliberales los había arrojado a la intemperie. Mejoras para
estos últimos sustentadas en la ampliación de los planes sociales, en especial la
AUH, así como el derrame, aunque
débil que provocara el crecimiento económico. Este proceso de acumulación
política se asentó en la construcción de promesas a partir de un discurso que
proclamaba la pujante extensión de la inclusión social, la recuperación del trabajo como articulador de la vida social, las
promesas de una irrefrenable reindustrialización,
de mejoras en la educación pública,
de generación de nuevos planes de
vivienda, de mejoras y extensión de los servicios
de la salud pública. Conformaron el decálogo de las políticas kirchneristas
de inclusión social, mientras se prometía una sostenida mejora de los servicios públicos privatizados como luz,
gas, telefonía y transporte público asentada en un eficiente y permanente
control del estado. En definitiva una firme apuesta a la reconstrucción de ciudadanía social que el
neoliberalismo inmediato anterior había destruido, aunque ahora a la sombra de
un estado que, recuperando viejas prácticas, se presentaba como el garante
último de justicia e igualdad social. Este apoyo se mantuvo con pocos cambios
desde el 2003, con un núcleo duro asentado en los sectores más pobres de la
zona metropolitana de la provincia de Buenos Aires, de las provincias del
Norte, el Noroeste y la Patagonia, todo ello, alrededor de un liderazgo dual,
el de Néstor y Cristina Kirchner. A este núcleo duro kirchnerista debemos
agregar la firme adhesión de los trabajadores organizados (sindicalizados) y el
respaldo fluctuante de sectores de la clase media conocidos como el kirchnerismo progresista, muchos de
ellos con militancia política setentista.
Esta coalición, de base trabajadora y pobres urbana y rural con participación
de sectores de las clases medias, resultó exitosa en las elecciones de 2003,
2005, 2007 y 2011.
8- Se
trataba de incorporar a vastos sectores hasta ahora invisibilizados y
reconocidos en términos de una ciudadanía
social monetizada. Son las millones de amas de casa integradas como nuevas
jubiladas, las ayudas sociales motorizadas por la Asignación Universal por
Hijo, los incrementos de las jubilaciones, la movilidad del Salario mínimo
vital y móvil, los planes de vivienda
social, la entrega de notebooks a nivel nacional, así como los subsidios de las
tarifas de gas, luz y transporte público. Entre 2003 y 2012, esta coalición
kirchnerista conservó las lealtades políticas con pocos cambios estructurales en su
conformación. Mientras las políticas sociales estuvieran mediadas por la
monetización (condicionadas a las transferencias de dinero), integradas por el
dinero, su productividad política dependía fundamentalmente del mantenimiento
del poder adquisitivo del dinero utilizado para la ayuda social. Si bien en
estos casos el dinero ya no funciona como restriccción
monetaria de la restricción salarial,
sino como la puerta de entrada al consumo, rigen todas las generales del
capitalismo en tanto economía monetaria
de producción y explotación del trabajo. Esto es, se mantiene intacto el
fundamento del poder del capital sobre el trabajo, en la medida que el trabajador
tenga necesidad de poner en venta su fuerza de trabajo; cumpliéndose en un todo
la definición de la subsunción formal del trabajo al capital y la norma de la
relación salarial. Mientras subsista el
poder del control sobre la creación
monetaria, éste se constituye en el factor clave que otorga poder sobre el
trabajo que estructura las relaciones
sociales, revelándose como verdad
práctica en la actual coyuntura histórica, donde el poder de las finanzas
se vuelve cada vez más visible. En ese contexto, el gobierno podía seguir mostrando
al consumo popular como indicador de su política económica y social, índice de
reparación de la deuda con los sectores más postergados mientras la inflación
no cuestionara la monetización social. Así la financiarización del consumo
popular a través de la extensión y diversificación de variados instrumentos de
crédito en los sectores de menores ingresos, tuvo su correlato en el desarrollo
de nuevas redes de comercialización informal, caso de La Salada y sus innumerables
réplicas en el conurbano y en Capital. La reproducción de la deuda y el
compromiso moral contraído (basado en la culpa nieztcheana) por los sectores de
menores recursos para honrar la deuda, dan cuenta también de la repetición del
poder del capital sobre el trabajo, independientemente de cuál fuera el
circuito del endeudamiento producido. La deuda ha dejado de ser una categoría
económica para convertirse en una tecnología de gobierno integrando las
funciones de control operadas desde el estado y la interiorización de la culpa.
Mientras demuestra la pervasividad de las finanzas a nivel social. Sin embargo,
debemos destacar, que a pesar del carácter marginal que asume esta violación de
la restricción monetaria, la
desestabilización de las garantías del welfare,
iniciadas durante el menemismo y que el kirchnerismo no revirtiera, así como la
precarización creciente de las condiciones de remuneración y empleo, han potenciado
la restricción monetaria propia de la relación salarial. Por lo que podemos concluir que la monetización
de la inclusión social no sólo continúa respondiendo al comando del capital,
sino que recrea las condiciones del "hombre
endeudado de las sociedades de control", propias de la etapa del
capitalismo neoliberal donde el cuidado
de sí se liga a su valorización como "capital
humano". Conclusión que nos coloca en las antípodas de aquellos
sectores neokirchneristas que ven en el aumento del consumo una posición
liberadora y de resistencia. Por el contrario, la integración social provocada
por el dinero no significó la politización de los sectores beneficiados, sino,
como cabía de esperar, un acentuamiento de su precarización existencial,
modelizando su subjetividad mediante técnicas de seguimiento individual
obligatorio como nueva forma de gobierno de los individuos. Todo se juega en
insólitas situaciones que oscilan entre la seducción y la represión (como la
criminalización de los ni-ni en el
último diciembre), que des potencia la autodeterminación del sujeto oprimiendo
el proceso autónomo de subjetivación. Estamos en presencia de una
transformación de los derechos sociales en deuda y de usuarios del welfare en
deudores. Las finanzas que invaden todos los resquicios sociales en tanto máquina
de guerra han transformado los derechos sociales en créditos y a los
precarios y desempleados en consumidores armados de tarjetas de crédito. Se
materializa la pretensión de enriquecimiento social sin afectar la propiedad
privada. Viejo objetivo del neoliberalismo más rancio.
9- El
kirchnerismo buscó hacerse eco de las movilizaciones
del 2001 mientras se apropiaba del paradigma de los derechos humanos, tan sensible
a la sociedad argentina. Sin embargo, pese a esta reiterada reivindicación
discursiva, la década kirchnerista abre enormes cuestionamientos que colocan en
el tapete la distancia entre el discurso oficial y los hechos abriendo nuevos
interrogantes acerca del umbral de violencia estatal que la sociedad está
dispuesta a tolerar y permitir. Se asiste a la judicialización de la protesta
social y de la pobreza, así como la tendencia a la represión de los movimientos
sociales y comunidades indígenas, que ha dejado como saldo un elevado número de
muertos en manos de las fuerzas represivas de los Estados provinciales de las que
el kirchnerismo pretende desentenderse. Pese a la defensa del derecho de
protesta y la política de derechos humanos , la criminalización de la protesta
social se ha multiplicado y consolidado a través de un fuerte entramado legal,
que encuentra prolongación en una serie de medidas sumamente preocupantes. En
esta línea, se deben mencionar dos inflexiones que revelan de manera directa la
fractura misma de la política de derechos humanos y muestran su contradicción
con el discurso oficial, como es el caso de la ley X de Gendarmería y la ley
antiterrorista promovidas por el ejecutivo y votadas por el oficialismo en 2006
y 2011, y la designación del general César Milani, de probada participación en torturas
y desapariciones durante el Terrorismo de Estado, al mando del ejército en diciembre
de 2013.
10- Fue
el incumplimiento de las demandas sociales lo que precipitó la debacle el último
octubre. En realidad este proceso se había iniciado en los comienzos del 2º
mandato de Cristina Kirchner. A diferencia de lo que ocurrió en el anterior período
de debilidad y declinación del kirchnerismo, en ocasión del conflicto con el
campo en 2008 y su prolongación en la derrota electoral del 2009, esta vez la
erosión no fue resultado de una única medida adoptada en un momento determinado
sino de un proceso gradual que se extendió a lo largo de los últimos dos años. El
accidente ferroviario de Febrero de 2012 en la estación Once y su secuela de
muertes desnudó la continuidad de la política privatista de la década denostada
en materia de transporte que impulsara el menemismo, y que el gobierno
kirchnerista mantuvo con su secuela de corrupción y carencia de controles. Este
episodio hizo manifiesta la lógica de un capitalismo
de amigos que puso en entredicho la idílica construcción de una burguesía nacional, base del capitalismo en serio tan cara al kirchnerismo. Traslucía la inoperancia de gestión
estatal en el transporte ferroviario, permeable al desarrollo de negocios de
los "amigos" kirchneristas. La tragedia de Once marcó una bisagra en
cuanto al descreimiento social respecto a la épica del relato oficialista. Los subsidios,
lejos de mejorar el servicio públicos de transporte, engordaba el bolsillo de
los capitalistas amigos del kirchnerismo. Once también mostró que la venta de
la fuerza de trabajo de los asalariados diariamente trasladados a su lugar de
trabajo en tren, ponía en riesgo el propio cuerpo del explotado, su vida. Las políticas distribucionistas oficiales que generaron una
significativa empatía política entre el gobierno kirchnerista y los distintos
movimientos comenzó a erosionarse producto de las políticas oficiales que, al
negar y no reconocer el proceso inflacionario, permitieron el deterioro de los
salarios y del poder adquisitivo de los
de abajo, vaciando los aspectos progresivos sociales alcanzados, a la par
que, con intentos contraproducentes de justificación, se insistía en el
carácter destituyente de la crítica opositora al gobierno. Los falsos índices de inflación
escondían un aumento creciente de los precios que limaban el poder de compra de
las monetizaciones sociales. El kirchnerismo perdió en octubre de 2013 4
millones de voto en Provincia de Buenos Aires en manos de Massa, peronista,
ex-kirchnerista que se lanzó pocos meses antes de octubre a la disputa
electoral y planteó el problema de la inflación como tema de campaña. El
objetivo del gobierno en ese sentido era claro: ocultar los índices de pobreza
que superaban el piso del 25 % de la población, deslegitimando con ello la
retórica oficial de la década ganada.
Se agrega a esto el fracaso de los diferentes planes de vivienda que lanzara el
gobierno mediante créditos a largo plazo al colocarlos fuera del alcance de las
familias que aspiraban a la vivienda propia; la persistencia de una deficiente
salud pública, por lo demás de baja calidad, incapaz de atender razonablemente
las demandas de la población, provocó, bien que mayores usuarios se volcaran
hacia los servicios que brindaba la salud privada, de cada vez más difícil acceso, ante los
costos que significaba sus beneficios motorizados por la inflación, bien que
los más pobres entre los pobres carecieran de un servicio de salud pública. Finalmente,
si bien la alícuota del presupuesto educativo aumentó, ello no significó una
mejora de la calidad de la educación pública induciendo también la migración hacia
la educación privada. Mientras tanto, el gobierno seguía aferrado a su retórica
de crecimiento industrial, de ampliación del empleo asociado al empleo
industrial, de incrementos de los salarios formales y sindicalizados, de
aumento en el número de los trabajadores sindicalizados, nuevas universidades y
distribución de notebooks en las
escuelas primarias nacionales.
11- Pero
si Octubre 2013 enfrentaba demandas insatisfechas y promesas no cumplidas, eran
también tiempos de antesala de desajustes profundos en la economía ç. El discurso oficial que negaba la inflación
tras las falseadas cifras del INDEC desde su intervención en 2007, provocó una
fuerte apreciación de la moneda, fenómeno que generó un exceso de demanda de moneda
extranjera desde octubre de 2011, a la par que dificultaba las exportaciones
industriales. El gobierno no encontró "forma" mejor de resolver el
problema que imponer un "cepo", restringiendo el acceso al mercado de
los importadores, turistas y empresas que quería remitir sus utilidades y
ahorristas nacionales. De esta manera promovió la aceleración en la apreciación
de la moneda. Surgió, como cabía esperar, un mercado de cambios paralelo cuya
"brecha" con el oficial alcanzó niveles insostenibles en octubre de
2013, luego de las elecciones de medio término. No se trataba ahora de un
problema inflacionario sino fundamentalmente de carencia de divisas externas
para hacer frente a las importaciones y cumplir con los pagos de la deuda
externa. En el último año se habían evaporado casi 15.000 millones de dólares
de las reservas del Banco Central (90.000 millones de dólares en la década) goteo insostenible, ante la carencia de
financiamiento externo, ya que amenazaba con dificultar los pagos
internacionales y contar con las divisas necesarias para el comercio mundial. Si
se toma la diferencia entre el total de lo que se vendió al exterior y lo que
se importó en estos diez años, 2003-2013, el superávit, el saldo favorable de
la Balanza Comercial de Bienes y Servicios de la Argentina fueron 150.000
millones de dólares. El total de pagos de deuda hechos durante esta década
alcanzó los 60.000 millones de dólares . Además de la fuga de capitales como
tema de fondo tenemos el fenómeno inflacionario: en un país con 30 % de pobres
los precios no aumentan por demanda sino por falta de inversión. Durante
2012-13 cesó el ingreso de capitales por el mercado "oficial",
fracasó la moratoria fiscal y los turistas extranjeros liquidaban sus monedas
en el paralelo. Previo a las elecciones el gobierno ya había lanzado una política que le permitiera acceder
nuevamente al crédito internacional. Así, aceptó los fallos del CIADI que
obligaban al pago de indemnizaciones reclamadas por consorcios internacionales
adjudicatarios de diversas privatizaciones menemistas; inició negociaciones con
el Club de París para acordar el pago de la deuda externa defaulteada con ese
Organismo; acordó con el FMI la normalización de un nuevo Índice de Precios que
permitiera alcanzar datos confiables sobre el crecimiento económico y los índices
inflacionarios; acordó con Repsol el dinero de la "expropiación"
(5000 millones de U$S) y avanzó en la negociación con los Fondos buitres de
EEUU que nunca aceptaron la quita de la deuda propuesta por Kirchner en
2005-2006.
12- La
encrucijada en la que se encuentra la economía argentina tiene su raíz en la restricción externa de divisas. La
economía argentina ha operado, producto de su particular inserción en la
economía mundial, siguiendo una división internacional del trabajo de los
últimos tiempos, con un desequilibrio cíclico en su balance de pagos
internacionales. Fenómeno que en la época de sustitución de importaciones
generaba las clásicas crisis de la balanza de pagos, ante el deterioro de los
términos de intercambio comercial. La elevada proporción de insumos y equipos
importados para la producción manufacturera exige disponer de un saldo de la
balanza comercial superavitario soportado, en estos casos, por las
exportaciones primarias, frente a la baja capacidad de exportaciones de bienes
de origen industrial. Durante los primeros 5 años de gobierno kirchnerista la
economía operó con un sustantivo superávit de los pagos internacionales. La
fuerte caída de las importaciones –resultante de la depresión de la actividad
industrial–, el aumento de la producción exportable de cereales y oleaginosas y
sus manufacturas, la mejora de los precios internacionales de la producción
primaria y de sus términos de intercambio, el superávit en el comercio de
energía, la reducción de los servicios de la deuda externa por el default y la
modificación hacia un tipo de cambio competitivo
contribuyeron al crecimiento "virtuoso". Fue el “período dorado” del “modelo”, donde se
buscó promover la equidad, recuperar el
Estado para administrar el conflicto distributivo, impulsar el crecimiento y estrechar
vínculos latinoamericanos. A pesar de no
tener acceso al crédito internacional, por la sanción de los mercados a la
resolución de la quita de deuda externa, la economía creció fuertemente,
afianzada en sus propios recursos. A partir del 2007 se duplicó el Déficit del
comercio internacional del sector industria , concentrado en los sectores de
autopartes, complejo electrónico, bienes de capital y productos químicos,
frente a la apreciación del peso. Al mismo tiempo, el superávit energético y la
balanza de turismo se transformaban en deficitarios. La década ganada estaba mostrando su incapacidad para modificar la
matriz productiva argentina y haber ensayado una política de especialización en
determinados nichos de producción
internacional que alterara la subindustrialización y débil
participación de la industria argentina en el proceso innovativo, así como disminuir
la elevada participación de la informalidad del trabajo en el sector
industrial. La transformación de la matriz productiva exige incorporar actividades
de mayor valor agregado y contenido tecnológico que son las que pertenecen a los
sectores más dinámicos del comercio internacional en los cuales, precisamente,
se verifica el déficit comercial manufacturero. Exige también abandonar el
viejo concepto de “sustitución de importaciones”, que implica reemplazar
importaciones actuales por producción interna. El camino elegido por el
gobierno fue devaluar el peso (pocos meses antes, CFK había afirmado "que quienes ansiaban una devaluación
deberían esperar un próximo gobierno, nunca el suyo"), subir las tasas
de interés y buscar alternativas de financiamiento externo. Estas medidas, impuestas precipitadamente por los errores del pasado,
fueron leídas por la ortodoxia, en una renovada muestra de autismo analítico,
como un ajuste a su propio estilo. Asumida
la devaluación, 20% en enero- sus consecuencias son inexorables. El primer paso
es la caída del ingreso real en dólares, en particular entre los asalariados.
La baja del ingreso supone una caída de la demanda interna, lo que frena el
crecimiento de la economía y, con ello, la evolución del empleo. A ello le
sigue aliviar las cuentas externas por la vía del ingreso de capitales y
seguramente un ajuste en las cuentas fiscales vía disminución de los subsidios
. Es visible, por lo demás, el objetivo del gobierno en avanzar hacia la contención salarial para las próximas discusiones
con las patronales en los meses de marzo, abril (ya fijó pautas para los
docentes y jubilados de incrementos sensiblemente por debajo de la inflación
anual esperada).
13- La
recomposición del comando del capital luego de 2001 dio lugar a nuevas formas
de resistencia, muchas de ellas como defensas territoriales, y a la desactivación
de otras, de modo que vanguardias y movimientos sociales del ciclo anterior
alteraron sus roles. Además de la reubicación con respecto al estado de los
organismos de derechos humanos, como respuesta a las políticas de cooptación
kirchneristas, también perdió peso el
movimiento piquetero, tras una integración que reviste formas burocratizadas,
pérdida de importancia gracias a la recuperación del empleo y la derrota de sus
vertientes más radicales (entre otras cosas por la vía del aislamiento y la
distribución diferenciada de recursos estatales). Sin embargo, otras formas de
resistencia han tomado relevancia a nivel nacional, entre estas, la diversidad
de movimientos de oposición a la minería o a los desplazamientos de campesinos debido
a la continua expansión de la frontera agrícola rentable. Asistimos a la constitución
de movimientos con base territorial, tanto en el mundo rural como urbano, cuyas
raíces se relacionan con alguna carencia particular o local (vivienda) , así
como con alguna reivindicación cercana a la experiencia cotidiana. Su impacto
sobre la vida inducen a que los sujetos a inscriban sus voces de resistencia en
nuevos sujetos colectivos, distintos a los que ocuparon el espacio público en
el pasado, y con una configuración fragmentada en términos sociales y
localizada en términos territoriales, lo que no significa una manifestación de
debilidad y/o de insuficiencia en las luchas. Se trata de luchas que confluyen
en la defensa y disputas territoriales con el capital transnacional y donde las
instituciones estatales juegan un papel preponderante a través de las
diferentes tecnologías de gubermentalidad entendida en términos foucaultianos. En
el caso de los movimientos ambientalistas se trata de acciones que problematizan la democracia
representativa, exigiendo su reinvención en el aquí y ahora tras la práctica de una democracia directa. Son
movimientos de singularidades, que presentan una composición radicalmente heterogénea y revolucionan el concepto de la política y de la militancia,
recreando la democracia a partir de la realidad de las ciudades y pueblos
afectados por las explotaciones mineras. Asambleas ciudadanas que en su
accionar, por fuera de toda distribución de bienes y poderes, producen común, es decir el desarrollo de
capacidades creativas liberando las fuerzas productivas de la experiencia tras redes
afectivas, que son las que motivaron la particular atracción de vecinos y
pobladores de las zonas inmediatas. Las Asambleas ciudadanas definen un nuevo
tipo de ciclo de luchas colocándose por fuera de las disputas entre mercado y
estado, entre socialismo y las reformas del capitalismo. Asumen una nueva
modalidad para organizar las relaciones y expresar las potencialidades al multiplicar las relaciones de transformación.
Luchas que brotan de la experiencia compartida en la actuación colectiva y que
buscan efectivizar los derechos democráticos mediante la ampliación de los
ámbitos de discusión y toma de decisiones. Lo que algunos denominan la producción del común. Tanto el pensamiento
institucional como el ligado a Carta Abierta han visto en
las luchas ambientalistas sólo un aporte interesante, cosmético, ornamental y
puramente folclórico, sin detectar que las luchas contra el extractivismo no
solo ponen en cuestión la relación del hombre con la naturaleza, sino que
asumen la gestión del común, no como
objeto en sí, sino como formando parte de sus propias vidas. En este aspecto la
movilización social no se presenta como reclamo ante el estado demandando soluciones
y/o derechos, sino como camino para que el estado las visibilice y reconozca. El
gobierno y sus escribas creen encontrarse a salvo y distantes de las
movilizaciones callejeras asentadas en convocatorias de redes sociales que se
desplegaron, como ciclo de luchas mundiales, desde las primaveras árabes, las
plazas españolas y turcas y últimamente las calles brasileñas. Amparados en el
discurso oficial de acumulación con
inclusión social, sus miles de
puestos de trabajo, jubilaciones de
nuevo tipo, industrializaciones
renovadas, se consideran exentos de la crisis de representación política y ampliación
de la democracia que se encuentra en la base de las movilizaciones mundiales, superada
a través de la retórica del retorno de la
política, mientras apuestan a la consolidación de un tipo de crecimiento basado
en viejas ideas desarrollistas. La base social de estas nuevas subjetividades
debe rastrearse en el nuevo tipo de trabajo que caracteriza al capitalismo
cognitivo: trabajo inmaterial, de cuidado, emprendido muchas veces por jóvenes
precarios, pobres urbanos, estudiantes y empleados autónomos de la nueva
composición heterogénea del trabajo en las grandes ciudades. Se agregan las
comunidades de los que reclaman por sus tierras (qom) lo que les permite alcanzar
autonomía y autodeterminación colectiva, pueblos y ciudades que se oponen al
uso y extracción de los recursos naturales ubicados en sus suelos como fuente
de pobreza futura. Se trata de un fenómeno
ignorado por el kirchnerismo aferrado a concepciones anacrónicas que entiende
que las revueltas callejeras o institucionales (como la última rebelión policial) tienen objetivos
destituyentes hacia el gobierno. Sin embargo, esta retórica es compartida por los
diferentes partidos de la oposición y la propia izquierda argentina, sea
aquella con pasado stalinista, el Partido Comunista, sea aquella con tradición
trotkista en sus distintas variantes. Estas izquierdas no solo rescatan un
concepto de clase asociado al lugar que el sujeto ocupa en el proceso de
producción, sino que siguen considerando la concepción de organización política,
el partido, como el gran organizador de donde devendría la conciencia de clase
necesaria para la toma del Palacio. Incapacitados de incorporar los cambios
alcanzados en las relaciones de producción capitalistas, en las formas y
modalidades de producción y explotación
que se han generado en los últimos veinte años, resultan funcionales a las
políticas oficiales al compartir con ellas similares concepciones sobre el
trabajo y centralidades fabriles. Al no comprender que las luchas de hoy no
nacen como imperativos de fines abstractos ni ligados a un futuro proyecto de
sociedad, sino que se erigen en contra de un poder que se ejerce sobre la vida
cotidiana adquiriendo legitimidad al denunciar como intolerable el ejercicio
del poder sobre la propia subjetividad. De
esta manera, el barrio, la tierra, los recursos naturales, el agua o el gas la
luz, la comida o el trabajo, la vivienda y la pobreza son todos elementos que
aglutinan y sientan las bases para la constitución de sujetos colectivos que
cuestionan el ejercicio del poder, lo corroen y antagonizan mientras proyectan
la confianza en la intransitividad de la
voluntad desde la multiplicidad de la experiencia local y concreta. Se
trata de resistencias que se cuelan entre la dominación cristalizada en
instituciones y en la posibilidad de
construcción colectiva de nuevas formas de relación entre los sujetos. Revelan que
la experiencia de la dominación es más insoportable cuando se vive cotidiana e
inmediatamente. En ese marco resultan inteligibles las rebeliones de diciembre
del 2013 protagonizadas por los ni-ni,
hijos del 2001 y que no han conocido la política de inclusión kirchnerista. Es
desde la opresión diaria que se piensa en una transformación social
estructural. Rechazamos todo discurso totalizante que busca suprimir las
particularidades de lo local anulando las diferencias. Debemos valorizar los
márgenes como locus de resistencia
donde se generan un nuevo orden de
relaciones, una nueva matriz de subjetivación desde su más cercana experiencia.
Develando la politicidad de la vida y rechazando el hablar por otros , la
resistencia es creación simultánea.
Addenda: sobre el anacronismo kirchnerista
El discurso kirchnerista se fundó en la construcción de una frontera
política que separa un pasado demonizado,-y al que se recurre permanentemente, la
década neoliberal,- y un futuro
promisorio, anverso del orden injusto que se intenta superar, mediante la
fundación de una nueva estatalidad. Podemos mencionar una triple temporalidad
sobre la que se construyó el discurso kirchnerista: a-un tiempo calificado como
tormentoso con sus víctimas, (el neoliberalismo del peronismo menemista), el
infierno en palabras del kirchnerismo; b- un enemigo, el neoliberalismo como
fuente del mal; c-los gobiernos democráticos de los últimos 30 años como
responsables de la situación presente. En ese contexto, las promesas
incumplidas expresan el gap entre el mito de un origen glorioso y la decadencia
presente. Sobre estas promesas
incumplidas el kirchnerismo formuló la
necesidad de construir un capitalismo
nacional en serio, recogiendo imaginarios políticos y sociales como
continuidad de viejos proyectos, mientras acentuaba su ruptura con el pasado
inmediato. Reconstrucción de la nación, de la identidad nacional sobre un
particular relato setentista, en tanto fue esa generación, según su lectura, la
que estaba destinada a cumplir ese sueño, garante de un país de los iguales. Si
el neoliberalismo significó la postergación de la identidad y esencia nacional,
el kirchnerismo deberá recuperar y reconstruir esa identidad nacional
postergada, transformando en realidad el sueño de los fundadores de la patria.
Tras la afirmación de una línea de continuidad entre el deseo de los próceres
patrios, la experiencia nacionalista del peronismo clásico y las luchas
setentistas, se propuso la construcción de una patria feliz y de un pueblo
vuelto sujeto, que delegara en la representatividad política del gobierno
kirchnerista la confianza política para alcanzar los destinos de grandeza. Se
consumaría así la fusión política entre el líder-conductor y el UNO del pueblo,
saldando la crisis de representatividad abierta en el 2001 y recomponiendo la
representación. Se trata de un modelo nacional que hizo de la cultura del
trabajo la norma por excelencia de la articulación e inclusión social, limitando
la concepción del salario a salario industrial fabril. De ahí las permanentes
invocaciones a la recuperación de la historia de los trabajadores argentinos.
El kirchnerismo promovió, por lo demás una lectura particular de la intervención
estatal que dejando de lado toda pátina de estado benefactor se remitiera a un
estado capaz de corregir las inequidades del mercado mediante políticas
"activas" (política de precios cuidados, lucha contra el capital concentrado y oligopólico); un
estado promotor que acercara el
estado a la sociedad volviendo
inteligible la dinámica global del capital
en la construcción del capitalismo
nacional. Estado capaz de inscribir en el horizonte del capitalismo
globalizado la construcción de un capitalismo de iguales. En ese sentido el estado debe ser el artífice de la reconstitución
del tejido social de un capitalismo "humano", en oposición a algunos
factores de poder, principalmente los mediáticos, partidarios de un capitalismo
salvaje y manipulador. Se trata de tomar partido por un capitalismo nacional, sin
cuestionar las relaciones de producción, ni proponerse su superación. No se prevé
tampoco su reforma. Por ello la necesidad de imponer la opción entre el ellos y el nosotros. Para el kirchnerismo, el error fundamental del neoliberalismo
remite a no haber podido edificar un capitalismo en serio. El kirchnerismo, en oposición, se propone
alcanzar una exitosa conjunción entre capitalismo, democracia y nación para
emular, en el nuevo siglo, el mundo feliz
que significó el peronismo en la década del 40-50 del siglo pasado. Y que,
traducido en el nuevo siglo, alcance la inclusión social de aquellos excluidos
por el neoliberalismo. Enorme paradoja en la medida que el nuevo incluido
trabajará para reproducir aquello cuyo efecto necesario inmediato será su
propia exclusión. Juego que exige trascender el terreno de la pura economía y
entrar en el de la política.
Durante estos últimos años, en especial a partir del 2008, el gobierno
kirchnerista se convirtió en un gran productor de relatos mistificadores buscando hacer una virtud de la necesidad.
La expropiación de YPF disimulaba el fracaso de su política energética; la
eliminación de las AFJP (jubilación privada) escondía la necesidad de
financiamiento de un gasto público en crecimiento; la modificación de la Carta
Orgánica del Banco Central ocultaba los nuevos acreedores del estado mientras pregonaba
el desendeudamiento y se ufanaba de ser "pagador serial". El kirchnerismo proclama una política alejada
de la especulación y el marketing político y concluye en un mediocre accionar indulgente
y en una gestión inclusiva, de administración
de la democracia representativa, delegatoria, inscrita en la representación de
los partidos y el estado; y donde la subjetividad política se ve relegada a un
papel pasivo sometida a un férreo comando político del ejecutivo, sin
posibilidad de dinámicas autónomas que consoliden una subjetividad política diferente. Por el contrario, el retorno de la política como discurso
kirchnerista no ha significado ninguna construcción de ideas que, rompiendo con
el pasado, fueran capaces de abrir un camino emancipatorio. No se han producido nuevas formas de
organización, ni formas de lucha impensadas en épocas pasadas. Por el contrario
se recrean viejas organizaciones sociales (Unidos y Organizados) y se apoya y
fortalece, como interlocutores principales y representativos de la fuerza de
trabajo empleada, a las clásicas estructuras sindicales, sin incorporar que la
mano de obra sindicalizada alcanza hoy solamente al 25 % de la fuerza de
trabajo empleada. En ese contexto la
pregunta que nos hacemos es, ¿qué tipo de política emancipatoria permite
construir el oficialismo, sino aquella que está en sus antípodas, como es la de
reducirla a una eficiente gestión de los recursos, sin proponer una alternativa
social diferente, y donde el terreno privilegiado de su accionar lo ocupa el
estado? Tras su declamación de progresismo
que lucha contra el neoliberalismo, combate los diferentes organismos financieros
internacionales y que disputa con los poderes mediáticos y monopólicos, el kirchnerismo tiene una visión conservadora
de la política. No compartimos la idea difundida en círculos neokirchneristas acerca
que la política kirchnerista es portadora de un fuerte sesgo liberador, aunque
con límites severos; y que, por lo tanto, de lo que se trata es liberar esos
límites, superarlos, inventando caminos que permitan direccionar estas
políticas. El kirchnerismo no sólo no se ha mostrado incapaz de realizarlas o
encauzarlas, sino que ha contribuido a fortalecer dichos límites.
Todo parece indicar que cuestionadas las bases de la legitimidad y
gobernabilidad del actual proyecto, nos encontramos frente a su agotamiento.
Los límites estructurales mencionados, testimonio de la particular fragilidad del
modelo neodesarrollista kirchnerista, conducen a pensar en alguna variante
transicional de los de arriba que
permita desplazar y superar dichos límites. Por su parte toda construcción de
contrapoder frente al comando del capital, si busca ser efectiva, deberá
asentarse en las experiencias de lucha y de vida anotadas, articuladas
alrededor de las nuevas singularidades dinamizadas por el capitalismo
cognitivo.
César
Altamira
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