Geopolítica de las
luchas
por COLLETTIVO UNINOMADE (*)
1. La fractura del espacio europeo. Todos están buscando una salida de emergencia. El ritmo de las transformaciones se acelera y, al mismo tiempo, rompe toda linealidad: la governance financiera aparece cada vez como un complejo dispositivo de fragmentación, y las tentativas de estabilización, terminan precisamente reafirmando la turbulencia constitutiva de la crisis. En este contexto, la tentación de aceptar el simple rol de cartógrafos de la crisis, de archivistas de la complejidad del presente, podría volverse fuerte.
. La "fragmentación", la "complejidad" son datos
indiscutibles de nuestro presente: el riesgo, sin embargo, es que se
transformen en un mantra encantador, tanto de la práctica teórica, como de las
luchas. Las precauciones de quienes saben moverse en una delgada línea deben,
por tanto, combinarse, no sin cierta audacia, en un intento de mirada más
larga, en la identificación de las líneas de fractura dentro de las cuales se
mueven las luchas, tras la experimentación de los dispositivos de recomposición
posible y la elaboración de propuestas programáticas.
Las recientes elecciones en Francia, Grecia, Alemania e Italia nos dan elementos para reflexionar y desplegar estos problemas. Primer dato: la pretensión hegemónica del "modelo alemán", y el supuesto indiscutible de la austeridad como fundamento de la política europea han sufrido graves daños. Este hecho fundamental, dentro de la complejidad y de las contradicciones propias del contexto, se confirma creemos, incluso después del voto griego. La victoria de una frágil coalición conservadora-socialista, victoria que se mide en el marco de una presión internacional y mediática, ha levantado la figura grotesca de lo nacional-conservador como un brillante ejemplo de europeísmo helénico y austeridad económica, pero no puede ocultar el avance, aunque sólo sea en el plano electoral, de las fuerzas que están asumiendo el reto de un espacio europeo radicalmente distinto al previsto por la governance financiera. Incluso los mismos actores de aquella governance lo saben.No es casualidad, después de haber descorchado unas cuantas botellas al grito de "¡Grecia ha elegido!", casi como para exorcizar el miedo que deben haber sentido, que hayan escrito luego tímidas apelaciones de todo corazón a la canciller alemana para que "no tire mucho la cuerda". El panorama general no empieza nada bien para los fundamentalistas del modelo alemán: las elecciones nos traen una Holanda que pone en crisis el pacto franco-alemán, la misma Merkel se ha debilitado en el frente interno, mientras que en Italia la Liga y el Pdl han aflojando la cuerda, en cambio el Pd no se beneficia en nada de todo esto. En este panorama cambiante, la respuesta de al menos parte del establishment era invocar un apremiante llamamiento al "crecimiento". Tomemos nota de que la fase en la que la austeridad como lema único, era ferozmente repetida, se da por terminada por algunos de sus propios partidarios. La idea de que el crecimiento era una suerte de efecto "obligado" de las políticas de ajuste, el premio por el ataque al estado de bienestar, a los recortes salariales y a la precarización del empleo, comienza a ser archivada. Sin ningún remordimiento, obviamente.
Las recientes elecciones en Francia, Grecia, Alemania e Italia nos dan elementos para reflexionar y desplegar estos problemas. Primer dato: la pretensión hegemónica del "modelo alemán", y el supuesto indiscutible de la austeridad como fundamento de la política europea han sufrido graves daños. Este hecho fundamental, dentro de la complejidad y de las contradicciones propias del contexto, se confirma creemos, incluso después del voto griego. La victoria de una frágil coalición conservadora-socialista, victoria que se mide en el marco de una presión internacional y mediática, ha levantado la figura grotesca de lo nacional-conservador como un brillante ejemplo de europeísmo helénico y austeridad económica, pero no puede ocultar el avance, aunque sólo sea en el plano electoral, de las fuerzas que están asumiendo el reto de un espacio europeo radicalmente distinto al previsto por la governance financiera. Incluso los mismos actores de aquella governance lo saben.No es casualidad, después de haber descorchado unas cuantas botellas al grito de "¡Grecia ha elegido!", casi como para exorcizar el miedo que deben haber sentido, que hayan escrito luego tímidas apelaciones de todo corazón a la canciller alemana para que "no tire mucho la cuerda". El panorama general no empieza nada bien para los fundamentalistas del modelo alemán: las elecciones nos traen una Holanda que pone en crisis el pacto franco-alemán, la misma Merkel se ha debilitado en el frente interno, mientras que en Italia la Liga y el Pdl han aflojando la cuerda, en cambio el Pd no se beneficia en nada de todo esto. En este panorama cambiante, la respuesta de al menos parte del establishment era invocar un apremiante llamamiento al "crecimiento". Tomemos nota de que la fase en la que la austeridad como lema único, era ferozmente repetida, se da por terminada por algunos de sus propios partidarios. La idea de que el crecimiento era una suerte de efecto "obligado" de las políticas de ajuste, el premio por el ataque al estado de bienestar, a los recortes salariales y a la precarización del empleo, comienza a ser archivada. Sin ningún remordimiento, obviamente.
El resultado es, sin embargo, aunque quizás aún como tendencia, la fractura de la zona europea, y no se
puede remediar fácilmente. Los llamados al crecimiento no son otra cosa más que
una forma de tranquilizar y
"moderar" declarando la insostenibilidad de la arquitectura europea
centrada en el "modelo alemán". Modelo que se basó en la presencia de
la alta productividad, los bajos salarios y en recortes en el welfare y que se
planteó, a partir de la adopción del Pacto Fiscal, como norma fundamental del
ordenamiento material europeo, incluso imponiendo, mediante la adopción de un
presupuesto equilibrado, los procedimientos y plazos para el ajuste de las
constituciones formales en Europa. Este intento, de afirmación hegemónica sobre
el conjunto de Europa que está en plena crisis llegó más rápido de lo que nadie
hubiera podido imaginar. Seamos claros: evidentemente no hay esperanza en los
recursos de las social democracias europeas, incapaces por mucho tiempo de
pensar en alternativas al poder del capital financiero. Pero sería una
imperdonable miopía política el no aceptar de inmediato este dato: nos estamos moviendo
dentro de una fractura histórica del modelo en el que las mismas instituciones
de la Unión Europea se constituyeron. Ya en una editorial anterior, hemos
identificado la necesidad de "recuperar Europa", la urgencia de la
apertura de una dimensión europea de la lucha: esta urgencia es ahora tanto
mayor, cuando el intento de una "revolución desde arriba", impuesto
por Alemania, con la adopción del Pacto Fiscal, ha demostrado su impotencia y
sólo ha venido a acelerar el proceso de destrucción de las instituciones
europeas.
Cualquier nostalgia soberanista en este momento sería imperdonable. El "Global
may " fue un movimiento fuerte, pero sobre todo mostró, al menos
potencialmente, dimensiones, modalidades y lenguajes transnacionales. Mientras
que en Italia - a excepción de la lucha, bien arraigada No Tav - se perfila un
curso de recomposición de las formas diseminadas de los conflictos sociales, desde
España a los EEUU, huelgas sociales, occupy y revueltas estudiantiles, refuerzan
las tendencias que hemos identificado. El Blockupy de Frankfurt también representa
una importante herida para la presunta excepcionalidad de la crisis alemana,
que, hasta ahora desde un plano institucional, se ha reflejado en los
movimientos sociales, a fin de restablecer los clichés de solidaridad
internacionalista con las luchas en el sur de Europa. Sin embargo, todavía es
difícil decir si el asedio al BCE es el primer paso de la iniciativa política
hacia un plan común, o, más bien, la última etapa del ciclo alter global. Tal
vez, mientras más realista y positiva sean estas contradicciones, simultáneamente
permitan mantener la fuerza de las luchas europeas y transnacionales para
responder a corto y mediano plazo.
2. La riqueza de la lucha, el welfare
del común. Sin embargo, las luchas también nos dicen muchas cosas acerca de
la cuestión del crecimiento. Evidentemente, debemos ser cautos para asimilar las
luchas que se mueven en contextos muy diferentes: la heterogeneidad, como hemos
subrayado, es una parte constitutiva de las luchas, así como es un dato
ineludible el campo de la subjetividad y, en general, el del trabajo vivo hoy. Pero
un dato de fondo que unifica las luchas de los Occupy con las de las orillas
mediterráneas debe aún ser reiterado: se trata de luchas que expresan toda la
riqueza actual y la fuerza de la cooperación social. Las políticas de austeridad han producido desesperación y tristeza;
una "caida" decididamente desafortunada, como señalaba días atrás
Christian Marazzi. Pero en todas las luchas, desde la de los indignados hasta
las del mediterráneo, se expresa, por el contrario, una riqueza del común, de
la inteligencia colectiva, que trasciende claramente los perfiles sociológicos
de quienes animan las calles, las ocupaciones, los experimentos de resistencia
que se mueven en la crisis. Sectores de clase media en vías de rápida
proletarización se entrecruzan, dentro de estos movimientos, en las diversas
formas del occupy, con un proletariado que carece de perspectivas de movilidad
social, y ese encuentro, al interior de los movimientos, aferra a los primeros a
la defensa identitaria de la cultura y de la creatividad, y a los segundos, a seguir
el riesgo de un nihilismo sin futuro; el objetivo es liberar ambas del
aislamiento sectorial, de toda depresión de la crisis, permitiendo la manifestación de la fuerza de
esta nueva composición a pesar de su heterogeneidad. El
común es en el fondo este encuentro, ciertamente no liso y carente de
conflictos; es este lenguaje nuevo que permite expresarse libremente –para
utilizar las palabras de Marx –moverse en él sin reminiscencias, olvidando la
lengua natal.
Luego, es precisamente esta riqueza del común la que indica una auténtica estrategia
de salida basada en el rechazo al llamado a los sacrificios: las luchas,
precisamente al radicarse en un tejido productivo tan denso y articulado,
encarnan una auténtica "crítica de la economía política», una crítica
evidente a ese postulado de la "escasez" que ha dirigido la triste
ciencia de la economía liberal y que renace continuamente también en la penitencia retórica de izquierda. Frente a esta riqueza sigue siendo irremediablemente sorda también toda
reanudación "socialdemócrata" del discurso sobre el
"crecimiento», que, en el mejor de los casos, sólo es capaz de impulsar
una tímida reforma de la planificación estatal. Cada relanzamiento del "crecimiento"
hoy debe dar cuentas sobre esta cada vez más evidente fractura, entre la fuerza
de la cooperación social y el empobrecimiento producido por los dispositivos
financieros de la captura del común. Cualquier hipótesis
socialdemócrata o keynesiana se encuentra atrapada en la insoluble
contradicción entre los tiempos breves de los mercados financieros y los
tiempos de mediano plazo de la salida de la austeridad. El problema es como
reapropiarse de los tiempos de la subjetivación, como permitir a la fuerza de
esta composición hincar el diente directamente sobre el terreno político,
incluso utilizando y ampliando los resquicios y los intersticios que en un
futuro inmediato los programas anti-neoliberales ofrecen o prometen.
El espacio que se abre tras la crisis del modelo "alemán" es ocupado, sin vacilaciones, por el tema del welfare del común, por el
welfare que inviste la capacidad productiva de la cooperación social. La
reinvención del espacio europeo se produce junto a la asunción de este tema,
que anima también las experiencias de lucha que se están expresando –incluso aquellas
que, por ejemplo, caracterizan a las luchas italianas en este último período,
experiencias de reapropiación del espacio (y de los tiempos) que dan vida a las
trabajadoras y trabajadores del espectáculo y de la cultura, y, más en general,
a toda experiencia de los movimientos que luchan para el acceso a los commons. Desde
este punto de vista también, hay urgencia en superar la evidente separación
entre la riqueza cooperativa expresada por las luchas y su fragmentación, con
el riesgo permanente de recaer en la incapacidad sectorial y corporativa: el
terreno del welfare del común, el de la renta base de acceso a los recursos y
servicios, es el terreno en el que las luchas pueden hoy recomponerse y, al
mismo tiempo, desafiar en el terreno concreto programático los tímidos
llamamientos al "crecimiento"
que colman el ámbito de la crisis.
Poco nos sirve incentivar la lectura sobre el personaje-Grillo, y poco o
nada apoyarse en la composición del M5s o de aquellos que lo sostienen; mucho
menos resulta útil aumentar el espectro de la "antipolítica", donde
la "valiosa" autonomía de la política, en tanto burda defensa de lo
antipolítico, no es más que la política de los partidos y de la representación.
Si invertimos el punto de vista, no es difícil ver cómo – al interior de un
voto decididamente variado y heterogéneo que recoge fugas de derecha y de
izquierda en el activismo del 5s encontramos también sectores constituidos por
personas jóvenes con educación superior que no encuentran una correlación entre
el nivel educativo y su posición dentro del mercado de trabajo. En resumen,
junto a la decepción de distintos orígenes y a las diferentes extracciones de los
pesares de la crisis, en estos movimientos que han sido etiquetados como
"manifestantes" o "neopopulistas", siempre hay una
presencia interesante de precariado cognitivo, especialmente de primera
generación, incluyendo porciones de "auto emprendedores" y de
trabajadores autónomos, que experimentan con dureza el final de las promesas
progresistas del capitalismo cognitivo. Una
parte está hastiada, o simplemente no se siente atraída por la izquierda:
payaso por payaso, votando por lo nuevo
en lugar de lo más viejo. Dentro de la crisis estructural de la representación,
reaccionan frente a los procesos de precarización y desclasamiento apelando a
la meritocracia o expresado resentimiento de casta.
4 La moneda del común. Entonces:
el común, en su dimensión no soberanista y no estatal y, al mismo tiempo, como welfare
del común, como crecimiento radicado en la riqueza de la cooperación social, es
el terreno de recomposición y la estrategia
de salida para las luchas. Estrategia que pone de manera urgente, inmediatamente,
un tercer punto, el de la moneda. La institución que fuera fundamental en
Europa, amenaza salir con los huesos rotos de la ruptura del campo europeo.
Pero incluso aquí, en extremada síntesis, el cierre defensivo, la nostalgia por
la moneda nacional, aunque comprensible en clave de "resistencia", no
es el terreno que las luchas identifican, sea por la "potencial"
dimensión transnacional que indican, sea por la riqueza social que expresan.
Una dirección de marcha, puede sin embargo ser trazada: la cuestión de la
moneda está dentro de la lucha por el welfare
del común. El fracaso del euro como "medida" de la governance financiera
vuelve urgente la reapropiación de la medida por parte de la misma cooperación
social. La "moneda común" es, en este sentido, una clara alternativa
tanto a la moneda como expresión de la acumulación financiera, como a la nostalgia
de la moneda como expresión del poder de la soberanía nacional. Un campo
abierto de experimentación pero que puede constituir un dispositivo potente contra
la fragmentación de las luchas sociales y que podría abrir un espacio de
invención teórica y programática que conecte la cuestión de la moneda con la de
un "otro" crecimiento, evitando que la cuestión monetaria termine por
ser declinada solo como identificación del nuevo, poco probable, mecanismo de estabilización
de la relación de cambio.
(*) Traducido por César Altamira y Rodrigo Sepúlveda Montero (UniNomade-LA)
del sitio italiano http://uninomade.org/geopolitica-delle-lotte/
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