Argentina y la rebelión de los “ni ni”
"Las
pérdidas son cuantiosas" dice un comunicado de la CAME
(Confederación Argentina de la Mediana Empresa): "en 40 de las
ciudades afectadas, hubo 292 comercios saqueados con pérdidas
estimadas en 26,5 millones de pesos" (unos seis millones de
dólares al cambio oficial). "Pero la cantidad de comercios
afectados superaría los 500 cuando se agregan locales comerciales
que, si bien no fueron saqueados, quedaron expuestos a roturas de
vidrios y otro tipo de daños significativos", añadió. Tal es
el saldo de dos días de asaltos a supermercados y pequeños
comercios de comestibles, en especial los supermercados chinos. Dos
días de una furia impensable en ciudades del pais. Desde Bariloche
hasta la provincia del Chaco, pasando por Rosario y Gobernador Gálvez
de la Provincia de Santa Fé; Neuquén y Viedma (ciudades del sur del
país); la ciudad de Campana distante unos 70 km de la Capital
Federal e importantes ciudades del conurbano bonaerense, San
Fernando, Tigre, La Matanza, Jose C. Paz, San Martín, Malvinas, La
Plata etc. Agitados días pre navideños fuera de agenda para
cualquier analista político, la oposición y, más aún, para el
gobierno. Éste, ante la contingencia respondió con desatino: desde
responsabilizar a los dirigentes de la CGT opositora, el camionero
Moyano, la CTA, igualmente opositora, Micheli, así como al
gastronómico Barrionuevo, ex-menemista, quienes habían realizado
una concentración días antes en la Plaza de Mayo tras reclamos por
demandas incumplidas; hasta buscar en los narcotraficantes que
proliferan en las barriadas pobres de las ciudades a los autores y
principales instigadores materiales. Cualquier opositor fue tildado
de responsable: "No
hay que ser ingenuos, hay sectores que están intentando generar caos
y zozobra en la Argentina, con el objetivo de frenar la paz social",
declaró
el Jefe de Gabinete Abal Medina agregando que
"el conjunto de los argentinos"
saben que"son
hechos aislados, organizados y estructurados, que no se llevaban
comida, sino LCDs",
las palmas de los desatinos.El viernes por la noche haciendo zapping
con el televisor era posible leer en los cinco canales pro gobierno,
algunos oficiales y otros recientemente adquiridos por amigos del
poder (más allá de la cacareada “democratización de la palabra”
que conlleva la ley de medios):“Robos y saqueos
organizados”.(resaltado
nuestro)
¿Dónde
rastrear esta explosión de los pobres? ¿Cómo dar cuenta del
estallido luego de casi 10 años de un fuerte crecimiento económico
que disminuyó la pobreza y la desocupación acompañado por planes
sociales que buscaron mitigar la precariedad laboral y la ausencia de
trabajo? ¿Acaso las políticas de inclusión
social
con sus planes no eran consideradas exitosas, ya por el gobierno, ya
por la propia oposición, quien solo las cuestionaba debido a su
carácter de supuesto clientelar? ¿Acaso alguien podía proyectar
que un estallido de este tipo era posible en el verano del 2012,
cuando toda la sociedad se preparaba para las fiestas? Es la
previsibilidad la que estalla, mientras la contingencia se adueña,
cuando no, una vez más, del horizonte político.
Hoy
es manifiesto que un malestar profundo se gestaba entre los sectores
más marginales. No fueron pocos los referentes de las
organizaciones sociales, aquellos que van y vienen todos los días
chapoteando la miseria y la pobreza extrema en el conurbano, que
habían advertido que los bolsones de comida, que integran algunos de
los planes sociales se habían reducido en los últimos meses en
cantidad y en calidad, al tiempo que las demandas de sus
beneficiarios aumentaban al ritmo de una inflación que en el último
año alcanzó al 25 %. Ante un déficit fiscal en aumento, el
gobierno no sólo trasladó durante el año a las provincias el
ajuste social, sino que, paralelamente, comenzó a administrar los
planes sociales en cuenta gotas favoreciendo a los intendentes
“amigos” y relegando a los no kirchneristas. Basta observar que
los principales saqueos no se produjeron en los lugares más
vulnerables como Florencio Varela, Quilmes o Berazategui en el sur
bonaerense, sino en la zona norte del Gran Buenos Aires,
relativamente más “rica” que éstos otros. Los comedores
populares, que algunas de esas organizaciones sostienen, habían
tenido que limitar su actividad a tres días a la semana, ante la
disminución de los bolsones de comida.”Hay
bronca, una bronca que el año pasado a estas alturas no se
manifestaba”
dicen estos referentes. Un año antes se afirmaba que “el
Gobierno algo está haciendo”; “en estos días la situación ha
cambiado considerablemente”.
Los datos son elocuentes: los planes sociales se congelaron, salvo
los ligados al Plan Argentina Trabaja que lograron un aumento que los
llevó a 1.750 pesos. La canasta básica alimentaria, aquella
necesaria para no ser considerado pobre, está calculada
aproximadamente a 3900 pesos. Todo una manifestación de las
carencias estructurales, más aún, cuando quienes perciben los
planes no disponen de aguinaldo y vacaciones. Sumas todas que no
alcanzan el calificativo de salario. Aunque, debemos agregar, no
se trata solamente de revelar que los planes sociales son
insuficientes, o que han perdido valor, y que ya no sirven como
contención de los excluidos. Hay una nueva pobreza asalariada que ha
vuelto a los barrios precarios porque no puede sostener los standards
que alcanzaron con el empleo formal. Aunque ahora los bajos salarios
precarizados compiten con las ganancias del que merca
(deal) en el barrio. Se calcula que la pobreza alcanza hacia fin de
2012 al 24 % de la población.
Llamó
la atención que quienes participaron muy decididamente en la
rebelión fueran jóvenes adolescentes, muchos de ellos, los de 18 a
20 años, tenían solo cinco años cuando el inicio del kirchnerismo.
Los saqueos son el espejo de la desintegración, de la explosión de
los más jóvenes y pobres sin futuro, de su resentimiento y
frustración; de la dificultad para sostener la mesa familiar en la
estructura de la sociedad; del odio a la policía y a los “cobanis”.
Se
trata de una juventud que carece de oportunidades de empleo,
atravesada por la droga y cuya indigencia y exclusión ha crecido
casi sin límites en esta década. Sin duda que a este resultado se
llegó luego de un largo proceso que comenzó durante el menemato, en
la última década del siglo pasado, y que se ha mantenido a
contrapelo del proclamado “modelo de inclusión social”. El
kirchnerismo no es responsable de su surgimiento pero sí de su
permanencia y crecimiento. Juventud que testimonia la pérdida de
lectura crítica y la postración ante el poder de los intelectuales
kirchneristas nucleados en Carta Abierta, ausentes por lo demás en
estos días, amparados casi hasta el hastío en aquella repetitiva
declamación de que “queda
mucho por hacer”
o en aquella otra “hemos
avanzado y sabemos que no es todo, pero debemos mantener el rumbo
asentado en este modelo de inclusión social, mientras
se muestran incapaces de generar una lectura diferente.
Lo
que ha funcionado en estos días a nivel del discurso del poder,
llámese gobierno, medios u oposición ha sido el rechazo a otorgar
todo valor político a lo sucedido, más allá de las exculpaciones
del gobierno. Como la sublevación no comparte ni habla el lenguaje
de la representación política, entonces, o bien carece de habla y
se aparece como incapaz de expresión política, o bien es
estigmatizada como cruel y violenta a la que se debe responder
mejorando los dispositivos de seguridad.
Se
trata de un análisis que a menudo condena a quienes habitan las
barriadas tras una naturalización de su “improductividad”. O
bien se asocia dicha esterilidad a la vagancia natural, a la fácil
elección, responsable, no sólo de la fractura social del desempleo
y de la degradación de las condiciones de existencia, sino, y lo que
es más brutal, interiorizada como una patología que se manifiesta
bajo la forma de violencia destructiva a la que hay que temer. Se
trata de una ineficacia productiva que en estos días funciona como
un poderoso mecanismo de control sobre estas poblaciones, diferente
al mecanismo de disciplinamiento, propio de épocas fordistas, cuando
las barriadas conformaban el reservorio de la fuerza de trabajo para
las ciudades vecinas. En épocas postfordistas la demanda de mano de
obra no calificada ha disminuido de manera drástica. El tránsito al
postfordismo podría haber sido utilizado como ocasión para
transformación de la barriada. El cierre de las fábricas no puede
ser interpretado como el fin del trabajo. En realidad lo que ha
cambiado es la naturaleza del trabajo que tiene hoy exigencias
diferentes. La modalidad de trabajo que se expande es la del cuidado
personal, cuidado de niños y de ancianos, así como aquella
relacionada a la de los cajeros y repositores de supermercados, de
distribuidores de los fast food, de servicios de vigilancia nocturna,
incluso a la de los propios trabajadores intermitentes del
espectáculo en la vía pública. Y el tránsito de una modalidad de
trabajo a otra en estos espacios urbanos podría haberse integrado al
nuevo tipo de empleo, a las nuevas condiciones de valorización, a
condición que se les hubiera otorgado saberes y formación. Es en
este punto donde se observa la ausencia del estado y de las políticas
públicas tendientes a la formación, enseñanza y a la
recalificación de la fuerza de trabajo para adaptarla a los nuevos
tiempos.
Los
análisis oficiales y de la oposición, incluso los de las propias
organizaciones sociales llamadas de izquierda nos reenvían a un tipo
de trabajo ya superado (fordista) mientras proliferan a nivel social
los nuevos trabajos de tipo comunicativo, afectivo, relacional,
cooperativo y en red. En las barriadas el desempleo de los jóvenes
alcanza tasas que bordean el 30% mientras que el empleo aparece como
regalo del pasado del que gozaban sus padres. Sin ninguna mención a
las nuevas modalidades de trabajo se condena a los jóvenes de
antemano por encontrarse incapacitados para desarrollar una tarea que
hoy ya no existe.
Hay
cerca de 900.000 jóvenes, entre 18 y 25 años, llamados los “ni
ni”:
es decir que ni
trabajan ni estudian,
casi un 20 % de la población juvenil de los hogares de menores
ingresos. Personas que en la vida diaria no son tomadas en cuenta ni
por los medios, ni por la llamada “opinión pública”, que
salieron de sus “villas” o barrios e irrumpieron en “lo
público”. Todos conocían de su existencia; también están en las
estadísticas y los políticos hablan de sus necesidades. Pero otra
percepción se produce cuando se asumen como sujetos
e irrumpen en “la política”, saliendo de cualquier posible
control clientelar expresándose en acontecimientos colectivos y
públicos. Son aquellos jóvenes que, cansados de buscar trabajo o de
ser sometidos a trabajos indignos, ocupan las esquinas de las
barriadas, tomando alcohol o consumiendo paco,
aquella droga de la más baja estofa que termina quemándoles la
vida. Jóvenes que necesitan del consumo de las zapatillas y de los
celulares para poder presentarse en sociedad. Jóvenes que encuentran
su futuro en una maternidad temprana. Las estadísticas revelan que
el 30 % de las madres son menores de edad y buscan en Los Planes de
Ayuda Familiar o en los 340 pesos mensuales de la Asignación
Universal por Hijo la dignidad perdida.
Esta
rebelión de los “ni
ni”
condiciona y molesta a los poderes reales, sobre todo porque aparece
a la luz lo que permanecía oculto y nos recuerda a todos la
“miseria”, la opresión y la indigencia; al semejante que padece
y sufre. Frente a la incitación al consumo por los avisos con
liquidaciones navideñas del 30% que bombardeaban las cabezas de
muchos desamparados, atrapados por el clima de la época, se llevaron
las mercaderías con rebajas del 100%.Resulta cuando menos curioso
que un gobierno que ha identificado el bienestar social con una
fiesta de consumo quede ciego ante esta lógica.
Pero
la rebelión manifiesta también la potencia de su accionar de vida,
su capacidad y poder de movilización y de expresión Revela lo que
puede un cuerpo cuando se superan determinados límites. La capacidad
para sobrepasar el control del poder que intenta colarse tras los
planes sociales. Indicativa también de la construcción de un poder
común capaz de extenderse geográficamente sin previa organización,
escapando al espacio político. Capaz igualmente de utilizar métodos
comunes, que les posibilita, al menos, el poder reemplazar, aunque de
manera efímera, aquella vida de la ñata
contra el vidrio. Esto
es, el poder acceder a los objetos de consumo que, de manera casi
indecente, proliferan en los escaparates de fin de año. Es
igualmente reveladora de la voluntad de los ni
ni
de hacer valer su propia existencia como vida social y política,
como bios
y no como zoe,
es decir como simple animalidad, fenómeno que se produce cuando el
bios
se encuentra frente a problemas que hacen a la propia superviviencia,
como el derecho a la alimentación. Lo que se ha manifestado en la
rebelión es la voluntad indelegable de tomar la propia palabra,
voluntad de devenir sujeto, sin mediaciones de su propia historia, y
no solo objeto del discurso y de prácticas de otros. Nos encontramos
frente a una potencia de subjetivación a partir de una dimensión
del común, ligado al propio territorio y a las condiciones
materiales, políticas y sociales de existencia que este último
proyecta, que ha permitido por primera vez comprender que se trata de
un sujeto colectivo nuevo, agenciamiento de singularidades tras la
invención de un nosotros
producido por un contexto de lucha.
En
las barriadas hay déficit de vivienda, de transporte, de agua
potable. Si los pueblos indígenas andinos acuñaron la categoría
del Buen
vivir,
las barriadas del conurbano y de las grandes metrópolis argentinas
son testigos del Mal
vivir.
Es decir del hacinamiento en la vivienda que potencia y posibilita
todo tipo de relación incestuosa; de la existencia de trabajos
absolutamente precarios tanto salarialmente, como por sus condiciones
de trabajo. A esta situación se agrega el déficit de un transporte
que reproduce el hacinamiento como espejo de la vivienda. Basta
recordar el accidente ferroviario de la Estación Once en febrero de
este año y su secuela de muertos para calificar al transporte de
estas zonas.
Las
metáforas tienen un efecto tranquilizador. La expresión
"marginalidad", o la misma idea de "conurbano",
crea la ilusión de que estas redes operan en un exterior social y
geográfico. Sin embargo, están integradas al "centro", a
las metrópolis con conexiones muy visibles. Son quienes venden los
nuevos servicios urbanos, los limpia vidrios de las esquinas de las
grandes ciudades, quienes aún siguen cartoneando, llevando, y
contribuyendo a la limpieza de las grandes urbes, el packing de los
electrodomésticos y TV de 40 pulgadas. Son quienes brindan su
servicio para un mejor estacionamiento vehicular en las calles de los
grandes centros urbanos.
Si
el 19-20D en el 2001 fue la culminación de un ciclo de luchas que
terminó con la década neoliberal iniciada por el gobierno peronista
de Menem, las últimas explosiones sociales han transparentado las
limitaciones y el fracaso de una política que, con rasgos
neokeynesianos, impulsara otro gobierno peronista en estos últimos
diez años. La ilusoria apuesta kirchnerista a la recuperación de
políticas del pasado pre-globalización, como la sustitución de
importaciones y el impulso al consumo, éste último emulando la
lógica virtuosa del fordismo, ya no alcanzan los resultados
esperados. En tiempos de capitalismo cognitivo la producción ha
trascendido las fronteras fabriles, el trabajo se ha vuelto más
inmaterial, comunicativo, producido en red, social, lingüístico y
afectivo. Sólo a partir de reconocer esa nueva productividad social
asentada en este nuevo tipo de trabajo en las barriadas será posible
una remuneración que permita ciudadanizar a los ni
ni
y reconocerles calidad de sujeto político en esta sociedad.
César Altamira
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