0.0 El régimen de acumulación impulsado por el
kirchnerismo promovió el desarrollo de megaproyectos asentados en el control,
extracción, explotación y posterior exportación de diversos bienes naturales,
sin mayor valor agregado, fenómeno motorizado y acicateado por el boom de los
precios internacionales de las materias primas y de los bienes de consumo ante
su creciente demanda por las poblaciones de los países centrales y de las
potencias emergentes. La combinación de la renta diferencial de la tierra y el
boom de los precios internacionales no sólo convirtió a la teoría del deterioro
de los términos de intercambio comercial, tan cara a la teoría cepalina, en
mero residuo, sino que simultáneamente facilitó un considerable aumento de las
reservas monetarias nacionales, proporcionando suficientes ingresos económicos
al estado, que le permitieron volcarlos en ayudas sociales que descomprimieron
las tensiones, mientras producía simultáneamente nuevas desigualdades y asimetrías
sociales. Cierto es que esta modalidad de acumulación no ha sido privativa del
kirchnerismo.
En los
últimos años se fue consolidando en
América Latina igualmente una modalidad de desarrollo, designado por algunos
como extractivista o neoextractivista, asentado en las notables ventajas comparativas
que brinda la renta diferencial agrícola, minera y petrolera-gasífera.
Paralelamente de manera reactiva se derivaron nuevos conflictos sociales,
económicos, ambientales y político-culturales. El panorama de luchas y resistencias
ofrecidas en estos años a nivel del continente indica que enfrentamos un nuevo
ciclo de luchas, afianzado en la defensa del territorio y del ambiente, así
como en la discusión sobre modelos de desarrollo alternativos; incluso sobre
las fronteras mismas de la democracia.
0.1 Similares
resistencias se manifiestan en nuestras geografías. No han sido pocas las
alternativas de lucha desplegadas contra estas lógicas de acumulación que, a
pesar de sus localismos, se han extendido a nivel nacional: Famaillá, Esquel,
La Alumbrera, Chubut, Córdoba son reveladores de los territorios en conflicto.
Aunque silenciosas y tranquilas estas
potencias de resistencia desplegadas, no son menos fundamentales y necesarias.
Participan de una transformación serena y profunda de un mundo en ebullición y
con profundas mutaciones. El panorama es muy cambiante y complejo. Enfrentadas
a situaciones de verdaderas angustias asociadas a las consecuencias de un
sistema basado en la competencia resulta siempre pertinente relevar cómo estos
grupos de personas se auto organizan para tomar en sus manos los aspectos
fundamentales del buen vivir. Pero no se trata únicamente de censar las
iniciativas por las que una resistencia colectiva se manifiesta de manera
innovadora, sino, más bien, de evaluar las pertinencias de estas experiencias
concretas, comprender sus modos de funcionamiento y de difusión en el conjunto
de la sociedad. Tomarse el tiempo para describir las estrategias, destacarlas,
mediatizarlas es ante todo un acto político. Dar visibilidad a estas mutaciones
multidimensionales internacionales, nacionales y locales, sin preguntarse sobre
sus propósitos y planes, es aceptar que los movimientos que se operan crean un
espacio particular fundamentalmente indeterminado y de enorme contingencia. Y
esto tiene un nombre, transición.
En realidad,
desde la pueblada de Famatina, en enero de 2012, se produjo un nuevo realineamiento
entre poder económico, político y mediático en favor de la megaminería,
particularmente luego que el gobierno
nacional se expresara abiertamente a su favor. Dando la espalda a las
poblaciones afectadas, los gobernadores
mineros conformaron la OFEMI (Organización Federal de Estados Mineros)
potenciando las localías provinciales, mientras el ejecutivo nacional retrasa
deliberadamente el censo de glaciares. El objetivo es uno: cerrar el debate a
nivel nacional y encapsular las luchas a escala local y regional. Basta
recordar que hay siete leyes provinciales que prohíben la megaminería, con
algún tipo de sustancia química. A fines de 2011, en Río Negro se derogó la
“ley anticianuro”, como la llamaban y se avanzó en la explotación minera en las
zonas provinciales. Chubut también buscó derogar la ley 5001, que fue la
primera en prohibir la megaminería, sin embargo la resistencia de la población
lo ha impedido hasta ahora.
“Con el
modelo extractivo de megaminería y agronegocios no se puede profundizar la democracia”,
asegura Diego Montón, miembro de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de
Mendoza (Argentina) y nuevo coordinador continental de la CLOC-Vía Campesina (
Página 12, 17 de abril de 2013).
Dice
Zibecchi: “El extractivismo es mucho más que un modelo productivo y de acumulación
de capital. En rigor, forma parte del complejo especulativo-financiero que hoy
domina el mundo. En nuestros países tiene efectos depredadores: está creando un
nuevo bloque de poder, corruptor políticamente, polarizador y excluyente socialmente
y depredador del medio ambiente”. (La Jornada, 17-04-2013)
0.2 Un paréntesis
para un abordaje diferente de los bienes comunes y su explotación. Los llamados
bienes comunes han ido modificando su composición y estructura con el
desarrollo del capitalismo. A los bienes ligados a la sobrevivencia y al
consumo primario -aire, agua, bosques vestimenta, sociabilidad, vivienda-,
vinculados directamente al accionar humano, se han agregado nuevos bienes
comunes que hoy se encuentran en las raíces, no tanto de la subsistencia y del
consumo de base, sino más bien del
propio proceso de producción y acumulación. Pertenecen a estos en primer lugar
el territorio metropolitano, geográfico y virtual, y, consecuentemente, su
ambiente ligado al lenguaje y al conocimiento. La modernidad nació asociada a
la violenta mercantilización de los bienes comunes, en especial de la tierra,
con la ejecución de los cercamientos (enclosures) ingleses y la conquista de
los territorios. A partir de ese momento la cultura política de la Ilustración
eliminará los bienes comunes como categoría jurídica- política confinando su
reconocimiento a la época premoderna y medioeval. En ese contexto, el común se
despegará de toda vinculación con lo público y lo privado. Tanto el concepto de
púbico como de privado surgieron a partir
del concepto del trabajo desarrollado por el individuo. La definición de
privado se derivó de la apropiación individual a partir del trabajo realizado
por el individuo, donde la propiedad privada resultó ser su forma jurídica
consolidada. Por su parte, el concepto de público se constituye alienando lo
propio, siguiendo, paradójicamente, un curso similar. La propiedad pública
surgirá como necesidad de concebir un sistema político capaz de contrarrestar
las desigualdades generadas por la propiedad privada. La propiedad pública nace
así como aquella propiedad que no pertenece a nadie y que, por lo tanto, pertenece
a todos. Dicho de otra manera, pertenece al estado. Si la propiedad privada
puede ser vista como la apropiación del común por un individuo, la propiedad
pública debe ser vista como la propiedad común en manos del estado, como el
control del estado sobre el común; verdadera confiscación y creación, por lo
tanto, de una nueva alienación. Lo público, como forma de propiedad, no deja de
identificarse con lo privado como propiedad y, por tanto, con las formas más
profundas y tradicionales de la ideología liberal. El concepto de común que
sostenemos se contrapone precisamente al concepto de privado, así como a esa
paradójica subsunción de lo privado en la llamada propiedad pública. El
concepto de común se basa en un dispositivo de gestión democrática radical de
todo aquello que constituye el tejido de la actividad social. Es decir, gestión
de actos recíprocos entre los individuos, de la cooperación de
las singularidades y de la libertad de los productores. El común, en ese
sentido, debe ser entendido como la negación de lo propio, en la medida que
solo la cooperación de las singularidades constituye lo social y que solo la
gestión del común garantiza su renovación continua. En este abordaje, el
tradicional reformismo, que supone la reapropiación progresiva de la riqueza
por los individuos aislados y/o los grupos a través de una continua mediación
en las relaciones del capital, no tiene razón de ser. Así definidos los bienes
comunes no pueden ser asociados a la idea moderna de mercancía, en la medida
que existen sólo en cuanto representan e intervienen en acciones cualitativas.
Así considerados, son incompatibles con toda idea de concentración del poder,
ya que su existencia se asocia a una comunidad de grupos sociales o individuos
ligados en red, que privilegian modalidades de colaboración y participación
vinculadas al interés del conjunto, excluyendo toda jerarquización asociada al
poder particular existente en los integrantes del ecosistema. De esta manera,
la gestión de los recursos naturales, (correspondería mejor calificarla como
recursos de sobrevivencia) entendida como gestión del común, no puede formar
parte de compromisos o negociación alguna, ni ser emprendida como una
obligación ineluctable. Plantear, como lo hacen las Asambleas Ciudadanas, que
el agua es un bien común significa entender su uso en términos opuestos a todo
proceso de privatización y de explotación minera. Sin embargo, oponerse a la
privatización no supone retornar a la gestión pública burocrática, autoritaria
y corrupta. Reconocer un recurso como bien común implica igualmente rechazar
que sean los aparatos estatales quienes los administren, ya que tanto la lógica
privatista propia del individualismo posesivo, como la gestión estatal se encuentran
ambas alineadas con un criterio tecnocrático y cuantitativo de la acumulación
en abierta oposición a los criterios de las poblaciones que privilegian el buen
desarrollo y el buen vivir.
Resulta
importante destacar la iniciativa que desde la CTA opositora se lanzara días
atrás para la concreción de una Consulta Popular en Defensa de los Bienes
Comunes a organizaciones sociales, medioambientales, estudiantiles, sindicales,
políticas, territoriales, de pueblos originarios y culturales tras el cuestionamiento
al modelo productivo extractivista y que visibilice el uso de los bienes
comunes.
0.3 El
proceso de reorganización política y económica nacional se ha estructurado en
torno a la figura del Estado. El kirchnerismo entiende su “retorno” como un triunfo político particular,
al compás de la liturgia peronista, a través de la construcción discursiva de
una nueva alianza nacional-popular que defiende esas bases estructurales, como
forma de recuperar la soberanía perdida en el período neoliberal. Pero el
estatismo es algo más para el kirchnerismo: es el eje ordenador de la vida
política y social nacional. Se trata igualmente de una centralidad del estado
que ha alimentado el perfil autoritario de las decisiones políticas del
gobierno. Más aún cuando el kirchnerismo no visualiza otra alternativa
gubernamental a la sucesión de CFK. Este particular subsuelo político restringe
los márgenes de maniobras consensuadas del gobierno, afecta la modalidad de las
decisiones políticas volviéndolas más verticales y autoritarias y aleja toda
governance posible, para aproximarlo a las clásicas modalidades de gobierno
modernas. Pero esta situación es generadora de tensiones y conflictos, no sólo
con la oposición, sino también al interior del propio peronismo. Las abiertas
disputas con el sciolismo bonaerense y el delasotismo cordobés, en tanto posibles
competidores de CFK en las elecciones del 2015, reflejadas en las magras
transferencias del gobierno nacional hacia las provincias en disputa,
transparentan estas tensiones y repercuten sobre las conflictividades
provinciales (huelga de los maestros en la Provincia de Buenos Aires; postergación
de los aumentos a los jubilados en la Provincia de Córdoba). En esa disputa son
los de abajo, asalariados o jubilados, quienes sufren de manera directa estos
desencuentros. Magros salarios para unos, retardo en el tiempo de los aumentos,
para los otros. Simultáneamente el kirchnerismo propagandiza constantemente las
virtudes del denominado “modelo con inclusión social” en ejecución desde el
2003. Si bien se crearon nuevos puestos de trabajo, desde el año 2009, la
generación de nuevos empleos se asentó en contrataciones realizadas por las
diferentes instancias estatales (nacionales, provinciales y municipales), por
lo demás, de baja calidad. La generación de empleos de calidad aceptable se
agotó en el 2007. Desde entonces los nuevos empleos son muchos de ellos
informales, precarios, transitorios y de baja remuneración. Luego de 10 años de
crecimiento casi ininterrumpido la “inclusión social” deja afuera a millones de
trabajadores aún desocupados, incluso asalariados que por sus bajas
remuneraciones no alcanzan a cubrir con su salario la canasta alimenticia,
mientras continúan activos los Planes sociales que, como remedo del workfare, siguen
una lógica neoliberal. Últimos estudios realizados por el Observatorio de la
Deuda Social hablan de 11 millones de pobres, cerca del 27 % de la población,
quintuplicando las cifras que entrega la retórica oficial a través del
INDEC. Mientras la canasta básica de alimentos
alcanza a los 7500 $, ocho de cada diez asalariados ganan menos de 3000 $ y el salario promedio llega a los 3500
$. Tres de cada diez hogares en nuestro país son pobres. El kirchnerismo, en
particular sus think tank integrantes de Carta Abierta, atados a una
problemática industrial fordista, se muestran incapaces de reconocer los
cambios operados en la naturaleza del trabajo en las sociedades capitalistas
del nuevo siglo, relegando de su horizonte político cualquier idea de remuneración
de la vida, como el ingreso básico de vida o de
ciudadanía, sólo posible de implementar si se reconoce los cambios producidos a
nivel del trabajo productivo, asentado ahora en un trabajo de tipo cooperativo
y en red. En su reemplazo, no escatiman ocasiones para bendecir el proceso de
reindustrialización y de sustitución de importaciones.
0.4 Debemos reconocer
que todo modelo de desarrollo impacta de una u otra forma sobre el hábitat de
la población, sus costumbres, reproducción de vida. En suma, sobre la vida. Este
modelo nacional de acumulación por desposesión generó una mayor concentración
de la propiedad de la tierra (el territorio) y significó el desprecio por la
naturaleza y por los bienes comunes de sobrevivencia. En este
contexto, Argentina es hoy un país más subordinado a las corporaciones
como lo testimonia la “entrega” de la Cordillera a transnacionales megamineras,
como la Barrick Gold, Xstrata o Yamana Gold. El modelo sojero, con el constante
corrimiento de la frontera agrícola en desmedro de las explotaciones ganaderas
o agrícolas de otro tipo, ha provocado no solo desforestaciones reduciendo la
biodiversisdad, sino que, con la utilización de los agrotóxicos que degradan
los suelos, ha provocado el desplazamiento de poblaciones campesinas hacia los
centros poblados. Por otra parte, las explotaciones mineras a cielo abierto, responsables
directas de la contaminación de los acuíferos y del propio suelo, afectan de
manera significativa a las poblaciones vecinas. Impactos similares mostrarán
sin duda las futuras explotaciones de los yacimientos hidrocarburíferos no
convencionales ligados al shale gas, a través de la técnica del fracking o
fractura hidráulica ante sus consecuencias ya conocidas mundialmente (uso
intensivos de las aguas, contaminación de éstas y potenciales movimientos
sísmicos).
Análisis
particular merece la catástrofe de las inundaciones producidas en la ciudad de
La Plata durante el mes de abril, así como el anterior “accidente” ferroviario
de la estación Once (febrero 2012) , ambos con sus secuelas de vidas perdidas y
damnificados.
La política
de vías férreas concesionadas a empresarios privados, iniciada por el
menemismo, que provocara innumerables despidos de trabajadores, la desaparición
de decenas de pueblos y el saqueo de numerosos bienes comunes han permanecido
sin grandes variaciones, hasta hoy. En efecto, mientras las corporaciones favorecidas
por las concesiones de los trenes de carga continúan enjugando cuantiosas ganancias, los subsidios estatales, cuyo destino
era el mantenimiento y funcionamiento eficiente y seguro de los trenes de
pasajeros, abultaron los bolsillos de grupos “amigos” del poder, como los
hermanos Cirigliano de TBA, a pesar del “capitalismo en serio” que proclama el
kirchnerismo. Se gestó, como fiel reproducción del menemismo, un entramado de
negocios espurios y de corrupción entre un estado que dejaba hacer sin
controlar, una dirigencia sindical que participaba de las ganancias suculentas
(tras la concesión del trenes de carga) y un capitalismo que se construía a la
sombra del poder sin riesgo alguno. Este estado de cosas transformó el diario peregrinar
de los trabajadores hacia su trabajo en un potencial peligro de sus vidas,
donde éstas se reducían a simples mercancías, a cuerpos sacrificables o
desechables. Por ello Once no puede ser considerado ni una fatalidad ni un
accidente, sino un crimen social largamente anunciado. Once terminó por
desnudar las continuidades con el modelo neoliberal. No se trató de una
contingencia más. La precarización, en este caso, se relaciona con los
millonarios subsidios estatales que pagados a empresas privadas destinados a inversiones
se desviaron engrosando las ganancias empresariales y aumentaron los riesgos de
los usuarios del transporte.
Sin embargo
la continuidad neoliberal trasciende los FFCC. Asistimos, a partir del 2004, al
crecimiento de una construcción descontrolada en las ciudades apoyada en la
expansión de los megamprendimientos residenciales, tipo countries, comerciales
y turísticos, impulsados por grandes grupos inmobiliarios. Grupos poco
interesados en cumplir con regulaciones urbanísticas y ambientales que, por
otra parte, el propio Estado no les exige. Esta indiscriminada construcción
obedece a esa lógica especulativa instalada en las grandes urbes, reflejo de la
valorización productiva de los territorios metropolitanos en la post
modernidad. Como las fábricas en el fordismo, las metrópolis se han convertido
en el territorio productivo del nuevo capitalismo. Lógica especulativa cuya
contracara es la dificultad de acceso a la vivienda por parte de los sectores
populares y clases medias, así como del hacinamiento en villas, barrios,
hoteles e inquilinatos de los carenciados. Este fenómeno ha generado el aumento
exponencial de la población en villas, convertidas hoy en el blanco de las
“políticas de seguridad” del ejecutivo nacional y municipal. El conflicto que
se desencadenara por la ocupación del predio del Parque Indoamericano, a fines
de 2010, y que culminara con tres asesinatos, es demostrativo de estas
carencias no cubiertas por el modelo. Pero, debemos agregar, este desmesurado
crecimiento especulativo de la industria urbana sin chimenea ha provocado no
sólo el colapso de los servicios sanitarios, de agua y gas sino que ha modificado
sustancialmente el escurrimiento de las aguas urbanas potenciando las
inundaciones. El desastre de La Plata y su secuela de vidas debe buscarse aquí
y no en alguna variante de la naturaleza. Con su desastrosa contabilidad de
muertos, la tragedia natural de las inundaciones marca la existencia de un país
frágilmente desguarnecido. La tragedia contable de los inundados agiganta la
inconsistencia del modelo de inclusión social que también se hundió.
La ausencia
de previsión y la falta de control de los funcionarios complementa esta lectura
como reflejo de un modelo que muestra su peor cara también a nivel urbano. De
manera simultánea el nuevo espacio metropolitano y sus dinámicas colaborativas
y cooperativas propician las condiciones para la construcción de un común que
conduzca a la reapropiación de la ciudad y de la vida, sólo posible a través de
las nuevas formas de lucha, organización y resistencia. Sin embargo la teoría y
práctica kirchnerista, frente a esta posible construcción, se encarga de
contrarrestarla anulándola: el estado aparece como el Leviatan que ordena y
repara socialmente lo que la salvaje naturaleza ha producido a su paso, proyectando
en las víctimas una mayor dependencia y sometimiento con relación al biopoder,
ahora con cara de estado, y donde el miedo y el endeudamiento por venir trabajan
para desarmar cualquier potencia de resistencia e indignación que pudiera surgir
en la carne de cada uno de los damnificados. La obediencia exigida a cambio de
la ayuda y del crédito se convertirá en la pasión triste que acompaña a la
desesperación de los inundados. El estado, como dispositivo de comando del
capital, se convalida, mientras las culpas y responsabilidades se diluyen,
cuando no se socializan. El Leviatan ha consumado su obra.
0.5 En estos días presenciamos igualmente la
vuelta a escena de aquellas variables limitantes del crecimiento, a las que la
retórica oficial consideraba ya superadas. Nos referimos a factores como la Deuda
externa, hoy nuevamente en acción, provocada por los fallos de la justicia estadounidense
(el juez Griesa y la Cámara de Nueva York) que obligan al gobierno a pagar a aquellos
acreedores ("fondos buitres") que no aceptaron en el año 2005 la
quita ofrecida en el canje de deuda y que permanecieron en esa posición, incluso
para la primera apertura del canje en el año 2010. El pronunciamiento a favor
de los fondos buitres de la justicia estadounidense obligará a una segunda
reapertura del “cerrojo” impuesto a todo
nuevo canje de la deuda, a pesar de las declaraciones de CFK hace unos meses
pregonando “que no les pagaría un peso a los fondos buitres”. A contrario sensu
del discurso oficial no estamos en presencia de una política de
desendeudamiento, sino en todo caso de un cambio en los acreedores. Si anteriormente
el FMI y la banca extranjera eran los principales acreedores, hoy los nuevos
actores son el Banco Central, Banco Nación y el ANSES. El gobierno financia su
déficit fiscal con dinero prestado del Banco Central, Banco Nación y ANSES. La
deuda pública total, interna y externa, ronda hoy los 197.000 mil millones de
dólares contando los bonistas que no entraron en el canje del 2005 y 2010. Del
total de esa deuda, cerca del 55%, es deuda interna contraída con los
organismos nacionales mencionados. En el año 2012 la deuda aumentó en cerca de
3800 millones de dólares. El eventual incumplimiento del pago de la deuda se
trasladaría ahora peligrosamente hacia el ANSES (jubilados) y/ o el Banco
Central (que contaría con menos divisas para respaldar cualquier corrida
bancaria). La política de desendeudamiento forma parte de un relato oficial que
no se sostiene.
Similar
fenómeno opera con el desempleo. Durante los primeros nueve años de gobierno kirchenrista
se generaron 2,7 millones de puestos de trabajo, según datos del Ministerio de
Trabajo (el gobierno y los medios oficiales suelen decir que fueron “más de 5
millones”) con lo que la cantidad de gente ocupada aumentó un 21%. Más allá del
discurso oficial sobre la reindustrialización, con relación al empleo, debemos
anotar que el aumento del empleo en la industria fue similar al del conjunto de
las actividades (25%) entre 2003 y 2010. Casi todo ese aumento (19 puntos)
corresponde al primer período presidencial (hasta el 2007), mientras que tan
sólo 5 puntos corresponden al gobierno de CFK. Algo similar aconteció con la construcción: su
empleo creció notablemente hasta 2007 y luego se estancó. Es posible observar el
cambio de régimen de empleo operado en 2007 con recordar que durante el
gobierno de Néstor Kirchner se crearon, por año, 700 mil puestos asalariados,
pero desde entonces se sumaron en tres años menos que lo que antes se agregaba
por año: 600.000 nuevos puestos En el último año se ha producido destrucción
del empleo mientras que el nuevo generado es precario y devaluado.
Por su parte
la tasa de trabajo informal se mantiene a niveles de comienzos del 2000 habiendo aumentado en el año 2012. Sobre un
total d 9.200.000 asalariados privados el 43 % de ellos se encuentra en
condiciones precarias, informales o en
negro, según el Ministerio de Trabajo. Quienes
trabajan en negro no tienen descuentos jubilatorios, no cuentan con
seguro de accidentes de trabajo y no reciben beneficios laborales como
vacaciones, asignaciones familiares o atención médica a través de una obra
social. Un corte al interior de los precarizados nos dice que: a) más de la
mitad son jóvenes menores de 34 años; b) un 40% de ellos son jefes de hogares;
c) contra la creencia de que el tema afecta sólo a la gente con menor
preparación o capacidad laboral, el 44 %
de ese universo tiene estudios secundarios completos.
El panorama
se complementa con una inflación que no cede manteniendo toda su vitalidad, reconocida
recién ahora por el gobierno cuando lanzó en marzo pasado un congelamiento de
precios, inicialmente para los alimentos habiéndose extendido en los últimos
días a las naftas. La inflación corroe los magros ingresos de los desocupados
con planes sociales así como los de quienes se encuentran en los niveles
salariales más bajos aumentando la pobreza e indigencia. Desde fines de 2007 el
gobierno dinamitó los índices oficiales cuando la inflación comenzaba a hacerse
sentir con el objeto de ocultar la pobreza e indigencia que comenzaban a
crecer. La inflación de 25% anual desde hace 4 años –toda la última gestión
kirchnerista- impide el aumento en el poder de compra de los salarios y el
aumento en la participación de los ingresos de los/as trabajadores/as. El
fifty-fifty en el reparto se aleja cada vez más.
El PBI
industrial no lograr superar el 20% del valor agregado total. En paralelo, a
pesar de los subsidios, el dólar alto y la superexplotación de la fuerza
laboral generada en estos años, las ramas manufactureras del capital son cada
vez más deficitarias en su comercio exterior. En efecto, la industria argentina
registró a lo largo de una década un déficit comercial de US$ 195.000 millones
según un cálculo de la Unión Industrial Argentina. El monto equivale a un
tercio del producto bruto interno. Qué significa que la industria haya acumulado
semejante rojo comercial en una década? Bernardo Kosacoff piensa que el rojo
significa que “la estructura económica argentina sigue siendo la de la década
del noventa”. Nada nuevo bajo el sol estructuralmente. Mientras tanto el “cepo
cambiario” a la compra
de divisas y
las restricciones que traban las
importaciones significan el reconocimiento de dos problemas: a) la incapacidad
de la política de
la post‐convertibilidad para
cambiar la estructura
económica heredada del pasado; b)
el retorno de la restricción
externa” que algunos
habían considerado
ingenuamente como un problema superado. Ambas medidas buscan
promover la "sustitución”de importaciones industriales
y la reindustrialización del país gracias a una
estrategia simple y ya ensayada en el pasado: impulso del consumo por vía monetaria
y fiscal junto con el freno a productos importados que atiendan esta demanda inflada.
Sin embargo la sustitución de importaciones en tiempos de globalización se convierte en una verdadera
quimera. Sus resultados son magros. El cuello de botella es la producción de
bienes de capital particularmente intensivos en contenido tecnológico que
permitan niveles de competencia internacional. Argentina está muy lejos de esa
meta. Un mercado interno estrecho sin economía de escala, la ausencia de
políticas de innovación y cambio tecnológico que acerquen la industria a
niveles internacionales ante los veloces cambios mundiales y una desigual distribución
del ingreso conspira contra toda sustitución de importaciones que se convierte
en una ilusión. Por el contrario, todo indica que se consolida una
primarización de la economía. Y el relato oficialista se aparta otra vez de la
realidad.
0.6 Desde el 2012, coincidente con el segundo
mandato de CFK, se observa un aumento de la represión y criminalización de la
protesta conjuntamente con la sanción de leyes como la antiterrorista, así como
la existencia del Proyecto X (el plan de
inteligencia y espionaje montado contra militantes y organizaciones sociales);
sanción de la Ley de las ART, situación que, de conjunto, hablaban ya del
endurecimiento del gobierno ante la presunción de una mayor conflictividad. Los
tiempos posteriores han confirmado ese pronóstico al observarse un escenario de
aumento de la conflictividad social. El país vive una disputa distributiva no
resuelta que debilita las reglas de juego, más aún cuando se transita de una
fase de crecimiento acelerado a una etapa de estancamiento o crecimiento lento
de acuerdo a cómo evolucionen las variables económicas. Las políticas sociales
y previsionales mantienen un carácter puramente compensatorio, arbitrario,
fragmentario con el objetivo de contener –sin resolver plenamente- las demandas
de los de abajo. El derecho universal a la seguridad social integral y los
servicios sociales básicos (salud, educación, hábitat) está fuera del horizonte
del neodesarrollismo kirchnerista. El gobierno se ha mostrado incapaz de
reducir la pobreza, controlar la inflación, asegurar la calidad de la
educación, incluir a los jóvenes en la sociedad o incluso brindar electricidad
suficiente. Indiferente ante el choque de los trenes y los barrios inundados.
En ese contexto la política fiscal sigue sin gravar importantes fuentes de
renta (minera y financiera), grava muy levemente otras rentas (agraria e
inmobiliaria) al igual que los ingresos suntuarios. El kirchnerismo posterga
todo reforma impositiva mientras el superávit fiscal se mantiene como un
objetivo primordial a los fines de sostener el pago de la deuda pública. La
expansión de la renta agraria y minera alimenta la especulación inmobiliaria y
los alimentos, aumentando artificialmente el precio de la tierra, desplazando a los
pequeños productores y postergando a los trabajadores agrícolas al acceso a la
vivienda digna. Simultáneamente, la soberanía alimentaria es puesta en riesgo.
1.0 Atravesamos
momentos de “profundización del modelo”. Así como, luego de su derrota electoral
en 2009 y posterior al fracaso de la 125, el gobierno respondió con la Ley de
Medios, hoy, ante las diferentes demandas y protestas sociales, luego de las
inundaciones urbanas, frente a las crecientes dificultades económicas, -crecimiento
del desempleo, reaparición de la deuda externa, virtual reconocimiento de la
inflación tras la medida de congelamientos de los precios-, el gobierno redobló
su apuesta con la llamada "democratización de la justicia". Oferta
que lo acerca a una más transparente gubermentalidad inscripta en una
democracia sustentada en un presidencialismo absoluto. El gobierno proyecta,
una vez más, una huida hacia adelante articulada sobre cuestiones
significativas y sentidas por la sociedad. Al abordarlas de manera equivocada y
tergiversada termina pervirtiendo el propio proyecto y condenando a la sociedad
a tener que optar entre un gobierno que pervierte y destruye hasta las buenas
causas y opositores carentes de propuestas, mediado y tergiversado por los
intereses corporativos de los medios concentrados.
Las
manifestaciones del 18A expresaron, una vez más, la crisis de representatividad,
crisis de un sistema político anémico y fragmentado que, paradójicamente,
alberga también a un aparato estatal fortalecido a partir del 2001. No decimos
nada nuevo al respecto. Aunque debemos resaltar que el gobierno se muestra pertinaz
en responder a esta crisis política apelando al Uno permanentemente, distanciándose,
mediante este juego, de toda governance posible con los movimientos. Incluso, de
sus aliados más directos. Me refiero a la CGT oficialista. Todas las acciones
de gobierno han buscado reafirmar la democracia representativa y su basamento
central, la soberanía popular. Ese fue el argumento central utilizado por el
kirchnerismo en la discusión sobre la “democratización de la justicia”: la
soberanía popular extensiva a los tres poderes de la Constitución. Esto es, la
delegación. Las elecciones, el sufragio electoral delegativo como única forma
de convalidación política. Así lo manifestó también Carta Abierta, el grupo think
tank kirchnerista. En estos aspectos reside todo el anacronismo kirchnerista complementado
con su obstinada apuesta a la sustitución de importaciones, a una
reindustrialización asentada en el mercado interno para culminar con aquella
supina idea de que el capitalismo es consumo, tantas veces repetida por CFK
como émula, en el siglo XXI, de Tugan Baranowski. Todo un dislate político que
encubre el necesario corazón del comando capitalista: la explotación. Pero, en
esa perspectiva ¿no es el kirchnerismo un continuador de las políticas e
ideologías menemistas neoliberales al
colocar al consumo como el centro de los deseos de la sociedad? Resulta cuando
menos ingenuo y falaz aventurar opiniones sobre que el consumo genera
inversión, producción, y por lo tanto trabajo, en boca de quienes dicen
conjugar una retórica diferente y emancipadora. Mientras se oculta la
explotación como el sustrato del capitalismo, la verba del análisis vulgar y de
una lectura de la sociedad capitalista en clave de consultora económica, goza
de buena salud.
En tiempos de
capitalismo biopolítico la subjetividad parece ser el resultado, mejor dicho,
el objeto de una nueva captura, de una nueva disposición, de un nuevo poder que
tiene que ver con la generalización del consumo como dispositivo conductor de
subjetivación, desorientando y deslumbrando al deseo humano, atrofiándolo tras
un movimiento ciego y mecánico, casi sin esperanzas. Forma de control que se
asienta sobre la solicitación y exasperación del propio goce autístico, que se
difunde en el sistema a través del acceso, siempre más fácil e inmediato, a los
objetos de consumo que el capitalismo pone incesantemente en acto para sostener
su ciclo de reproducción. Se construye así un vínculo asocial que tiene su eje
estructural no en una relación intersubjetiva, sino más bien en la efímera
relación construida entre individuo y producto, resultando de este escenario el
fortalecimiento de una fragmentación e inestabilidad creciente de los vínculos
sociales arrojando a los individuos, siempre más expuestos, a la precariedad y
a la soledad. Estamos frente a un cambio profundo de la estructura del poder. No
sólo se echa mano a la hobbesiana disciplina de los cuerpos (Ley
Antiterrorista, Normativa X) , sino que también se fomenta, en lenguaje
sicoanalítico, el imperativo del goce. En este caso el biopoder se transforma
en un poder bioeconómico. Se trata de un biopoder inédito que organiza la
esfera general de la vida; un poder que se ejerce sin metáfora, y que se extiende
hasta volver irrisorio su distancia con la vida misma. Por detrás de la “vuelta
de la política” aparece la centralidad de la economía que importa de hecho una
regulación de la vida más radical que aquella derivada de la forma clásica del
poder como expresión soberana de la fuerza del derecho. Más allá de las
declamaciones kirchneristas de su épica ideologizada de los 70’s , el poder del
mercado, coincidente con el poder de los grandes capitales y grupos financieros,
muestra una capacidad de incidencia y de determinación de la vida sin
precedentes. Los kirchneristas no lo saben pero lo hacen.
La nueva forma
de alienación extiende el fetichismo de la mercancía a las relaciones sociales
y la libertad se transforma en mercancía fetichizada. Estamos, antes bien, frente
a una metamorfosis antropológica que tiende a extender la dimensión subjetiva
de la satisfacción del deseo a la ilusión de considerarse ahora propietarios. ¿Qué
otro objetivo persigue el kirchnerismo en estos días, tras la reforma al
mercado de capitales para fomentar la incorporación de nuevos espacios de
ahorro a los ciudadanos, articulados ahora por la bolsa y sus acciones,
sino el de ofrecer la ilusión de propietario,
como réplica cruel del TINA thatcherista? ¿Que otra lectura puede hacerse
cuando la reestatizada YPF busca fondear sus inversiones en el bolsillo de los
asalariados a través de los bonos y Obligaciones Negociables, verdaderos íconos
de la financiarización, y cuando esta operación es profusamente propagandizada
por el kirchnerismo? En estos casos la
lógica nacional y popular se viste con traje neoliberal.
Tronaron otra
vez las cacerolas como expresión de una sociedad civil que a menudo parece ensimismada,
entretenida en el consumo o en los vericuetos de la vida privada. Pero que de
repente se adueña de las calles y de las plazas, expresa su insatisfacción y
sus deseos, disputando quiere ser protagonista de un destino diferente, aunque
todavía no sepa muy bien ni cómo ni con quién. Sin duda que no ofrecen
alternativa política a la gubermentalidad kirchnerista. En todo caso estamos
frente a una perspectiva de salida semiliberal y ramplona políticamente. Sin
embargo debemos reconocer que son también el resultado de un liderazgo presidencial
abrumador y abrasivo, que margina e ignora a las fuerzas de oposición y asfixia
al republicanismo donde ser referencian las cacerolas, espacio político constituyente
compartido también por el propio kirchnerismo. En realidad, tras la idea que el
“pueblo” perdería su rumbo y su capacidad de acción soberana, si no se
habilitase una tercera reelección para la Presidenta en ejercicio, se proyecta la ya clásica incapacidad atribuida
a la ciudadanía para tomar las riendas de la política en sus propias manos; mientras
se alimenta igualmente la tradicional desconfianza elitista frente al “pueblo” como
responsable de su propio destino. Conforme con esta visión, los destinos del “pueblo”
dependen por completo de la presencia de una figura-líder única e
irreemplazable.
En estos días hemos
sido testigo de cómo el kirchnerismo, una vez más, bastardea procesos y proyectos
políticos legítimos adaptándolos a sus necesidades y prioridades. El proyecto
de “democratización de la justicia”, y su sanción legislativa posterior, se
suma a esta larga lista (estatización de las AFJP, estatización de YPF, reforma
al Banco Central etc.). No se trata de poner en duda su necesidad; mucho menos su
figura. Tras los conocidos traspiés del gobierno con el grupo mediático Clarín,
debido a las injustificadas demoras de la justicia para expedirse con relación
a la Ley de Medios, se instala, tras este proyecto, la idea de una nueva refundación
de la Argentina, ahora con cara judicial. Se trata de un proyecto se encuentra
plagado de defectos y errores, en contraposición a los intereses de los
sectores más desprotegidos de la sociedad. Empecemos por lo que la reforma
propone respecto de las medidas cautelares. La reglamentación de las
cautelares, transformándolas en simples figuras vacías, pone en línea al kirchnerismo
con los gobiernos autoritarios y de facto que siempre fueron hostiles a su implementación.
Las cautelares nacieron para defender a los ciudadanos más débiles frente al
poder estatal. Por esa razón las dictaduras fueron refractarias a ellas. Los
reclamos sociales, cuando estén dirigidos contra el estado u órgano
descentralizado, no podrán incorporar, como defensa, las medidas cautelares. Su
nueva reglamentación se alinea con el objetivo del poder de colonizar la
subjetividades volviéndolas más dóciles, mientras debilita su resistencia. El
capitalismo biopolítico instaura dispositivos de gobierno de los individuos
menos disicplinarios y más capilares. El sentido común exige que una reforma
significativa de las reglas que ordenan la vida pública sea debatida por el
conjunto de los organismos y movimientos sociales que pudieran verse afectados
por estas medidas (los jubilados p.e., ya que la introducción de nuevas Cámaras
de Casación extenderá al menos a seis años los reclamos por reajustes previsionales,
que hoy alcanzan tres años) y no por una elite o un sector político, con
desconocimiento o desprecio de lo que piense el resto. Similar espíritu se
advierte en las modificaciones en el Consejo de la Magistratura, órgano de
elección y remoción de los jueces. A contrario sensu de lo que argumenta el
gobierno la elección de sus miembros está atada a una representatividad
política en decadencia y lo convierte en un apéndice del partido gobernante.
El proyecto
aprobado obliga a tener que optar entre un gobierno que pervierte y destruye
hasta las buenas causas, y opositores carentes de propuestas, todo ello
intermediado y tergiversado por los intereses corporativos de medios
concentrados. Siguiendo el camino de la construcción de los mitos, que
recogen necesidades y formas de elaboración colectiva de la
historia y de los orígenes, se instala la idea de una refundación de
la Argentina desde el punto de vista económico y social, que exigiría
cambios constitucionales que den cuenta de este proceso, mientras se
niega la responsabilidad del Estado – y más concretamente del gobierno – allí
donde el Estado manifiesta su ausencia o su complicidad.
El
kirchnerismo reproduce, una vez más, su práctica histórica: infinito repertorio
de frases hechas y lugares comunes, bajo nombres que resultan pomposos porque
han perdido su sentido - soberanía, poderes fácticos, modelo, matriz productiva
diversificada, democratización de la palabra, derechos de las minorías,
democratización de la Justicia, proyecto nacional-. Se trata, como alguien bien
ha calificado, de un gran simulacro con el que el Gobierno intenta sustituir lo
real para permitirle disfrutar de los beneficios inmediatos del presente sin
por ello sentir traicionados los principios. En ese contexto el discurso de
realizaciones autocentradas remite a prácticas de representatividad donde los
avances políticos no serían el producto de las luchas y la resistencia social,
sino de la bendición de un poder trascendente cuyo cuerpo central y único es el
propio gobierno. Esta modalidad de construcción pretende desarmar y
desarticular toda resistencia dese abajo al apostar a un mecanismo de
delegación que fortalece la anomia social y proyecta en su imaginario la
existencia de un gobierno que resuelve las cosas por si mismo, todopoderoso, al
mismo tiempo que promueve una sensación de impotencia, de debilidad interna en
las fuerzas sociales.
Sólo la
resistencia social, el desapego con relación a los valores del poder, la
necesidad de construir común, de construir multitud puede hacer frente a este
atropello de la subjetividad permanente. Las políticas oficiales son portadoras
de mayor sometimiento, sea al poder político, sea al poder económico. No
contribuyen a construir un camino de emancipación y de libertad políticamente
productivo para la sociedad. En estos días, las luchas antagónicas contra lo
poderes que nos somete no pueden quedar circunscriptas a la simple
reivindicación de la emancipación. Si no van acompañadas de una práctica de
libertad incondicional estarán destinadas a permanecer presas del horizonte
constituyente presente. El alcance de la emancipación, la liberación del
sometimiento debe ir custodiada de la producción de subjetividad, de una
subjetivación y de una práctica constituyente. La destitución acompañada de la potencia
constituyente; la insurrección asistida por la invención; en definitiva, la
potencia ontológica frente al poder constituido.
César
Altamira
19-05-2013
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