Por la construcción de una coalición
multitudinaria en Europa.
di Toni Negri
Disculpen si arranco desde muy atrás.
Quisiera preguntarme antes que nada, ¿qué quiere decir "hacer política
hoy" para abordar luego el tema de Europa. Hacer política sobre el terreno
de la autonomía, es decir asumiendo el punto de vista del sujeto subversivo y
analizando en consecuencia las figuras y los modos de actuar del proletariado
precario cognitivo. Recupero de hecho las necesidades y los deseos de este
sujeto como dispositivo central, virtualmente hegemónico, en el análisis de los
movimientos de la multitud dominada y explotada en su lucha contra el orden
capitalista.
Hay dos argumentos, mejor dicho, dos topoi que deben ser asumidos abordando
este tema. El primero es objetivo: es preciso preguntarse qué significa
colocarse dentro del desarrollo capitalista en la fase crítica de la hegemonía
neoliberal. Podríamos también, probablemente, comenzar a interrogarnos sobre
los "límites del capitalismo", dejando de lado sin embargo
previamente cualquier previsión catastrófica, como quiera que esta se
presente, y toda nostalgia de una tradición que testimonia desde hace bastante
tiempo esta ilusión. El contexto capitalista está hoy caracterizado por el
dominio del capital financiero que está consolidando su acción después de una
larga transición, que se remonta al menos a la segunda mitad de los años 70.
Hemos seguido ampliamente esta
evolución, y a menudo anticipado en nuestro trabajo colectivo: veamos pues
simplemente las conclusiones. El capital financiero es hegemónico y no se lo
puede definir más como lo hacían Marx y Hilferding, ya que se ha hecho capital directamente productivo: busca hoy su
estabilización ejerciendo actividades
extractivas sea con respecto a la naturaleza y sus riquezas, como con respecto a lo
biopolitico-social (es decir, el welfare).
Cuando hablamos de la consolidación del poder del capital financiero lo decimos
suponiendo (y es una hipótesis que se aproxima ya a una verificación final) que
la transformación del capitalismo ha provocado (entre otras cosas, aunque mi
comentario está limitado al análisis,
cuanto lo importante para concentrar este
último en lo que nos interesa) – decimos, ha provocado una muy profunda
transformación de las formas territoriales y de las estructuras institucionales
de la organización global de los Estados y de las naciones en el "siglo breve".
Esta transformación empieza al interior de
cada uno de los mercados nacionales donde, en cada uno de ellos, la estructura
productiva capitalista se reorganizó después de la primera gran guerra
(respondiendo al triunfo de la Revolución bolchevique), según módulos
contractuales keynesianos. En el segundo período de posguerra y después de las
"reconstrucción", este módulo de organización social y de comando
capitalista empieza a ser debilitado y, a veces, hecho saltar bajo la presión
obrera: es entonces que comienza la revolución neoliberal a partir de finales
de los años 70 con una extraordinaria aceleración a principios del siglo XXI. Ella
reorganiza, en primer lugar el Estado según normas fiscales para la gestión de
la crisis y según la governance de la
deuda pública. El proceder de la mundialización que interviene en ese período y
la afirmación global de los "mercados financieros" desplazan el
control de las posibilidades deudoras del Estado del poder público a las
estructuras que organizan lo privado; del equilibrio de la administración interna del Estado al
equilibrio construido bajo el dominio de los "mercados" globales.
Es en este punto que se da una definitiva
fractura entre el nuevo orden capitalista global y los sujetos que vivían en el anterior
ordenamiento capitalista de cada uno de los Estados-nación – en aquel
ordenamiento "reformista" del capital, es decir, donde después de haber
introducido keynesianamente al movimiento obrero en el contrato social,
disciplinaba su comportamientos según normas llamadas
"democráticas". Si en el
Estado fiscal, que pronto alcanzó la crisis, la deuda estatal había asumido ese
papel de anticipación del gasto que antes había tenido la inflación (en sentido
opuesto, en este caso, como instrumento de desvalorización del gasto) y si
pronto la fiscalidad no fue ya suficiente para sostener la deuda promovida por
el Estado; si por lo tanto la estructura de la deuda mudó y el neoliberalismo,
haciendo del mercado la regla del desarrollo y de los "mercados" la
justicia del planeta, impuso la privatización global del debito…. dado todo
esto entonces, la crisis capitalista se presenta hoy como la imposibilidad de
hacer actuar dentro de su propio desarrollo todo elemento de mediación,
cualquier estructura contractual, en definitiva el keynesianismo bajo las
diferentes acciones reformistas que éste pudiera asumir. Por otra parte, este
desarrollo (en lo concerniente al punto de vista de las luchas del sujeto
subversivo) nos devuelve un módulo muy consistente de lucha de clase. En efecto, por un lado todos aquellos que pueden
participar del "interés" (es
decir, del beneficio monetario– tras la participación de la práctica global de
la usura de los mercados privados y/o semipúblicos) construido en el mercado
financiero; de otro lado, todos aquellos que consideran el ejercicio de su
fuerza-trabajo, vuelta hoy socialmente útil desde su "estar juntos"
y, por lo tanto, la exigencia (necesidad y deseo) de tener garantías durante el
curso de su vida, no de la perduración de la barbarie de la posesión privada,
sino del posible disfrute del acceso al común. Y no hay "ninguna clase
media" entre estas dos realidades éticas.
El
segundo presupuesto es subjetivo. Hemos mencionado las
características éticas; ahora se trata de estudiar (también en este caso
reasumiendo un trabajo colectivamente consumado) la ontologia de la producción. En ella se recomponen pues las
modificaciones introducidas en la composición de clase trabajadora. Ella (la
composición de clase) no es más (como desde hace mucho tiempo se sabe)
"obrera" en sentido exclusivo;
tanto menos puede ser calificada como central en los procesos de
valorización: la dimensión inmaterial, intelectual, cooperativa y la red (como
tejido de cualquier actividad productiva) se han convertido en los elementos
centrales de la valorización productiva. La fuerza de trabajo se ha visto
radicalmente modificada. Ninguna nostalgia sobre la vieja clase obrera se debe
tener. Compromiso, en cambio, para reconocer el estigma en el continuo de la
"desindustrialización", determinada (no tanto por el capital
financiero) cuanto por la automatización industrial y por su expansión a todo
el sistema de servicios productivos (por
consiguiente también el obrero industrial es hoy el trabajador inmaterial). La radicalidad de esta modificación es
extrema. En otros momentos hemos definido al conjunto de la fuerza de trabajo,
bajo su dimensión de sujeto explotado en el desarrollo del capital financiero,
como compuesto por individuos "endeudados, mediatizados, securitizados,
representados". En este marco la explotación asume a la sociedad como
totalidad, inviste y subsume a toda la sociedad. Es una explotación extractiva.
La calidad extractiva de la
explotación significa que la analítica "temporal" (la marxiana, por
ejemplo) de las figuras y de las cantidades de plustrabajo y de plusvalía,
deben ser revisadas y analizadas según nuevos criterios.
Es aquí donde el capital financiero se
establece como potente agente de una "extorsión" compacta y
masificada de plusvalía, como mistificador de todo ensamblaje de trabajo
cooperativo y por último –de este modo –como fuerza extractiva del común. En
el concepto de "extracción" se modifica pues el de
"explotación". "Extracción" significa apropiación de
plusvalía mediante un continuo descremado de la actividad social, la reducción
de las singularidades que cooperan en
la producción social (y que por lo tanto expresan común) a una masa que ha
perdido todo control de sí misma y toda autodeterminación, la transformación de
la gestión empresarial capitalista en una función ahora incapaz de organizar el
trabajo, inmersa en el juego financiero y sólo atenta a los bonos bursátiles.
El concepto marxiano de explotación parece así patéticamente lejano, en su
insistencia sobre la temporalidad de la jornada laboral y la explotación
individual que en ella se mide. Si no fuera que la masa sólo existe bajo la
lógica del capital financiero (como el pueblo en aquella de los soberanos).
Mientras que la vida explotada es
singular. Desde este punto de vista, pues, las subjetividades implicadas en
este desarrollo del capitalismo, expropiadas como masa, explotadas como
singularidad, advierten que la fractura social, mejor dicho, la escisión del concepto de capital se
ha dado ahora de forma plena. Al estado que el desarrollo capitalista ha sido
llevado por la acción neoliberal, cualquier mediación interna en el desarrollo
capitalista (aunque impuesta por la multitud de trabajadores necesitados, en
definitiva cualquiera sea la forma en que ella se presente, cualquiera que sea
la forma en que las singularidad sean encerradas como masa de expropiados),
toda mediación, pues, ha sido rota. Asistimos a la puesta a cero de lo político, mejor dicho, del valor de la
composición política del sujeto antagónico: en esta perspectiva "la
política" es sólo considerada una mediación –y esta no podrá ser ejercida
sino a través de los "excluidos".
Por tanto, ¿debemos concluir que la
dialéctica obrerista que siempre tuvo presente una relación antagónica entre
desarrollo capitalista y lucha de clase obrera y que imputaba a ella todo
desarrollo, está terminada? Es posible, con toda probabilidad que ello haya
ocurrido. En efecto, la relación de singularidad que constituye la multitud ha
devenido del todo intransitiva en la relación del capital. El neoliberalismo
nos impone esta verdad. La valorización capitalista nace en efecto por el hecho
de que la multitud de singularidades es reducida a masa– se ha vuelto
"transitiva" en tanto capital variable pero no puede expresarse como
clase – ni siquiera dentro del capital, como la dialéctica
"socialista" exigía. Afirmar esto no significa que la concepción
marxiana del desarrollo sea obsoleta o que la metodología obrerista se haya
vuelto residual; sólo significa que el método debe innovarse, que las
"armas de la crítica" deben adaptarse a la nueva situación global y
que "hacer política hoy" es un concepto que no puede estar
legitimado, por ejemplo, simplemente por el recurso de la investigación obrera
– modulada sobre el par composición técnica y composición política –sino que el
tema del poder y del contrapoder, de la guerra y de la paz, del poder
constituyente y de la insurrección, en definitiva, del programa comunista,
deben ser propuestos en primera línea.
Repito. Desde hace ya tiempo que hemos
teorizado sobre el hecho que el "uno se ha dividido en dos". Esto
significa que no hay más medida entre capital y sujeto explotado, antagonico, que
no hay más mediación posible. Puede sólo
haber mediación forzosa. Esto implica
crisis, ineficiencias, límites de la forma política del capitalismo hoy
dominante, de la "democrática" en particular, cada vez más evidentes.
Si la acción política más elevada del primer movimiento obrero (entre el siglo
XIX y comienzos XX) intentó alternativamente por su acción un modelo reformista
y/o uno insurreccional; si la segunda gran época del movimiento obrero –la del
obrero fordista- consolidó bajo la forma contractual (y reformista) su
proyecto, hoy no hay nada más de esto que pueda ser nuevamente recorrido.
Algunos autores, con gran inteligencia, han subrayado que el capitalismo
neoliberal ha perdido toda característica democrática por cuanto las
instituciones de la democracia no consiguen tratar ni influir sobre las
cuestiones económicas– han permitido por tanto al neoliberalismo despegarlo de
las reglas de la democracia. Es otro modo de decir que el "uno se ha
dividido en dos". La soberanía ha sido entonces quitada de los
Estados-nación para ser transferida hacia el poder global de los
"mercados". Pero esta conclusión no concluye nada, está ella misma
implicada en el proceso de crisis y la extremiza, antes que resolverla. Es
ahora banalmente repetido por muchos, y
termina por mistificar la impotencia de los sujetos y por volver vanas las
luchas contra el capital financiero.
Hasta ahora hemos visto como el concepto de
composición política de clase obrera se ha venido a menos, como se ha reducido
a cero la nueva figura de los movimientos financieros y políticos del capital –
y en todo caso como éste no puede funcionar (la decimos de manera gruesa)
"ontológicamente", es decir en
una realidad histórica determinada: porque está ahora privado de toda
transitividad. "Como hacer política, hoy", no significa, por tanto
jugar entre composición política y composición técnica, sino redefinir
radicalmente qué es "política". Más adelante veremos cuál es la
fragilidad del mismo concepto de composición técnica. La metodología clásica
del obrerismo no funciona más, por lo tanto. Es necesario modificarla. Y
hacerlo teniendo presente que nuestra autocrítica no significa que no nos
podemos llamar marxistas; quizás significa que no nos llamaremos más
post-obreristas; probablemente nos diremos sólo comunistas –a nuestra manera,
haciendo del marxismo un dispositivo viviente para adaptarlo a la crítica de
nuestro mundo. Para empezar, es decir, para salir de la condición de puesta a
cero de la política. Sobre la cuestión del presupuesto subjetivo por ello
debemos volver ahora, armándonos de una nueva metodología que trabaje
esencialmente sobre las maneras de hacer crecer, independientemente de la
relación de capital (no-transitivamente pues), la nueva subjetividad social
explotada. En ella no serán más reconocibles composición técnica o composición
política, consecuentes la una de la otra, sino más bien una composición
simplificada y una consistencia real que intentaremos ahora aquí de definir,
describiendo la acción que es posible, que esta subjetividad, produzca. En
primer lugar, debemos tener presente que ese sujeto separado, reducido a cero
desde el punto de vista político, es un sujeto que se ha reapropiado del
capital fijo, en toda la fase de transformación del capitalismo, entre la crisis
del Estado fiscal y la consolidación del Estado del capital financiero. ¿En qué
consiste precisamente esta reapropiación? Consiste específicamente en hacer
propios, en el aferrar , en hacer prótesis corpóreas y mentales, lingüísticas
y/o afectivas, es decir, en reconducir a la propia singularidad, algunas
capacidades que antes eran solo reconocidas como propias de las máquinas con
las que se trabajaba, y en el integrar estas características maquínicas,
convertirlas en aptitudes y comportamientos primarios de la actividad de los
sujetos trabajadores. En la separación histórica que se había dicho entre
objetividad del comando (y del capital constante) y subjetividad de la fuerza
de trabajo (sujeta al capital variable) – se da, por parte de las singularidades,
una reconquista del capital fijo, una adquisición irreversible de elementos
maquínicos sustraídos a la capacidad valorizante del capital – para decirlo
brutalmente, un robo continuado de los elementos maquínicos que enriquecen de
capacidad técnica el sujeto, o mejor, como se ha dicho, que el sujeto
trabajador incorpora. Con esto se demuestra cómo el trabajo intelectual es
corpóreo, referido a su capacidad de absorber con rapidez y virtud estímulos y
potencias maquínicas.
Ahora bien, toda reapropiación es destitución del
comando capitalista. Este proceso de apropiación por parte de los trabajadores
inmateriales es muy fuerte, eficaz en su desarrollo – determinará la crisis.
Pero no se daría la crisis si considerásemos que ella nace espontáneamente de
los procesos de reapropiación y de destitución. No es así. La crisis necesita
de un enfrentamiento, de una realidad política que se mueva para la destrucción
no simplemente ya de la relación de explotación sino de la condición forzosa
que la sostiene. . En realidad, cuando se habla de reapropiación por parte del
sujeto antagónico, no se habla simplemente de la modificación de la calidad de
la fuerza de trabajo (que deriva de la absorción de porciones de capital fijo),
se habla fundamentalmente de la reapropiación de aquella cooperación que en la
reestructuración capitalista de la producción había sido fomentada y luego
expropiada –y que representa el drama esencial de esta fase crítica.
Cuando se dice recuperación del capital
fijo, reapropiación – lejos de expresarse en términos manchados de economicismo
–el análisis entra más bien en aquel terreno de la cooperación que es hoy regulado en términos biopoliticos por el capital: destituir el capital de esta función significa recuperar para la fuerza de trabajo autónoma su capacidad de cooperación. Pero dado que la sociedad
civil y la cooperación productiva son hoy dominadas por las funciones
monetarias – y las funciones monetarias forman la cabeza directamente del
capital financiero –reapropiación del capital fijo y destitución del comando
capitalista sobre la cooperación nos llevan inmediatamente dentro de lo que es
hoy más decisivo en la estructura del comando capitalista: la esfera monetaria. Si aquí se dieran significantes, serían
significantes que revelan el común. La
moneda se encuentra y se enfrenta con las características comunes de la
cooperación. Y entonces la resistencia, la lucha y la autodeterminación del
sujeto trabajador aquí asumen inmediatamente características políticas, ya que
se enfrentan con las dimensiones financieras (monetarias) del control social.
El welfare es el terreno privilegiado
de este enfrentamiento.
En segundo lugar, además de destituir al
comando sobre la cooperación e incorporarse como parte del capital fijo, la nueva fuerza de trabajo,
es decir, la clase política antagónica, socialmente recompuesta en cooperación,
se encuentra en construir lugares comunes.
Más que desearlos, en todo caso quiere
construirlos. Lugar común: ¿qué significa esto? Inmediatamente, un sentido de
orientación en el contexto propio de la movilidad y de la flexibilidad
incorporadas a la fuerza de trabajo (cooperante). Y, en segundo lugar, ¿qué son
pues los lugares comunes, mejor dicho, los conjuntos institucionales dentro de
los que el sujeto antagónico quiere reconocerse? Se trata esencialmente de
niveles estructurales de la organización del estar juntos, a menudo el contexto
social de la ciudad, mejor dicho de la metrópoli
–como lugar de encuentro y de construcción común de lenguajes y de afectos,
como plena virtualidad de las asociaciones productivas. La metrópoli está en
efecto convirtiendose, cada vez más, en el lugar donde la resistencia a la
extracción capitalista del plustrabajo de la actividad común y a la explotación
de la singularidad multitudinaria, se ha vuelto posible –quizás un lugar de
deseo. La metrópolis se ha convertido ciertamente central en la acumulación
capitalista porque allí, en la metrópoli, la intransitividad de la relación
capitalista ha alcanzado el más alto nivel de realización y de expresión, y,
como tal, debe ser gobernada por el capital. Pero, por otra parte, la metrópoli
se ha vuelto eminentemente lugar de enfrentamiento y de reapropiación
proletaria. Toda instancia de contra-poder no puede prescindir de los lugares,
espacios en los cuales desarrollarse, afirmarse, apoyarse. Si en el primer
momento que hemos considerado (aquel de la reapropiación del capital fijo) la
singularidad se reconocía al mismo tiempo en el común –y el común (en el caso,
en el conjunto de los servicios del welfare) devenía el objeto de sus
instancias de reapropiación –si esto ocurre en la metrópoli, es decir, a partir
de las multitudes que se recomponen y toman forma en lugares comunes, el
enfrentamiento entonces se define inmediatamente como lucha de un proletariado
multitudinario contra el capital financiero. Aquí la acción multitudinaria,
destinada a defender, a reconstruir, a apropiarse del welfare, se funde con el
redescubrimiento de la subjetividad activa, de aquellas singularidades
que constituyen la multitud – por eso se expresa en la solicitud del derecho de
ciudadanía –que es políticamente
"derecho a la ciudad".
Derecho es garantía de disfrute de la ciudad, de cooperación en la ciudad, de
gobierno de la ciudad, de trabajo en la ciudad. La cuestión del ingreso garantizado de todo ciudadano
pasa a ser aquí un elemento que integra esta construcción de lo político. Y si
la petición de ingreso reconoce la función productiva de cada ciudadano, no es
sin embargo ésta el aspecto fundamental: fundamental es más bien que cada
singularidad (es decir, cada trabajador y cada ciudadano) encuentre y fije en
su pretensión subjetiva del ingreso, una solicitud
de poder político adecuada a la construcción de la multitud. Ingreso
garantizado y derecho a la ciudad son un solo objetivo político. Si en el
primer lugar común que hemos construido, la singularidad multitudinaria se
realizaba en el común (en el gobierno del welfare),
aquí el común sea multitudinario y se exprese a través de la singularidad (en el derecho subjetivo a la ciudad, en el
acceso al común) –así se afirma la nueva forma de hacer política hoy.
En el neoliberalismo, en el Estado
consolidado de la transformación del comando del capital, el tejido del común es organizado por la moneda y expropiado por la Banca. Es así que, procediendo desde
abajo, se propone por nosotros, por nuestras luchas de emancipación social y de
libertad, el tema Europa. Reconstruir
horizonte europeo significa luchar por la reapropiación del welfare y por la obtención de un ingreso de ciudadanía,
igual para todos y más que decente, reconociendo en el BCE el enemigo a vencer,
el poder por extenuar. Es aquí que se da, frente a los ataques de los
"mercados" (lo que sucedió en la crisis lo ha mostrado) una
oportunidad única para desplazar el discurso político por las condiciones
asfixiantes del debate dentro de los distintos países-nación a una perspectiva
revolucionaria. Pero más aún, precisamente, si no se puede volver atrás, (y la
crisis lo ha demostrado, y su solución lo afirmará aún más duramente) Europa es
una oportunidad revolucionaria. Si no se puede volver atrás, hay que ir
adelante –y para ir adelante hay una sola vía: luchar, insistiendo sobre el welfare y el ingreso de ciudadanía, para
refundar aquella instancia democrática
del común que nos fue arrebatada vías desde la actual governance europea, hegemonizada por el neoliberalismo. El tema
Europa se plantea directamente contra la Banca, reconociendo que la lucha
multitudinaria, la lucha del proletariado social contra la Banca no reniega del
proceso de unificación europea y de los resultados alcanzados (entre ellos la
moneda única) sino que se plantea más bien el objetivo del gobierno de la moneda, de la construcción de la moneda del común. Esta es solo una
premisa, casi un anticipo ideológico de una acción comunista por reprogramar.
De nuevo preguntémonos por tanto: ¿por qué Europa? ¿Porque somos
"europeístas" incluso después de que hemos sufrido directamente
inspirado por el neoliberalismo la represión feroz, una austeridad horrible y
lo hemos hecho objeto de nuestro odio? Y después de haber reconocido
implícitamente que Europa representa en el marco institucional presente, el más
completo ejemplo de consolidación del Estado neoliberal? Dentro de la
"izquierda" muchos, la mayor parte de los que no adhieren a la
socialdemocracia, ahora (después de haber luchado largamente contra el proceso
de unificación europea, duramente domados por la crisis económica y habiendo
aprendido que atrás no se vuelve) –ahora, pues piensan que la única forma de
reconstruir Europa es establecer la reformulación del contrato constitutivo,
por parte de los Estados-nación europeos, exigen que estos se restablezcan como
sujetos soberanos de negociación. Se trataría de volver (temporaneamente?) a
los Estados-nación, de restaurar una soberanía nacional (protegida desde Europa
dentro y contra la globalización?) y así de recuperar poder sobre la moneda. Y
luego... luego se verá. El soberanismo es duro de morir y aún hay socialistas
dispuestos, desde 1914, a repetirse en la
defensa de la soberanía nacional más allá de cualquier vergonzoso
límite! Subordinadamente, de manera más tranquila, se sostiene la posibilidad
de reabrir una relación – casi contractual –entre los distintos Estados
europeos, casi soberanos, después de que ellos hayan recobrado una mayor
autonomía soberana –aquella que el pacto fiscal y los demás diabólicos acuerdos
monetarios han eliminado: en definitiva, reconstruir Europa en dos tiempos. Uno
primero, supresión de los acuerdos sobre el BCE; uno segundo, recomposición
alrededor de un acuerdo tipo Bretton Woods, donde quien manda sea un
independiente "Bancor" – moneda convencional que flexiblemente
acompañe la diversidad de situaciones europeas y guíe los movimientos de ajuste
de las balanzas y de los presupuestos al interior de los distintos países y
entre todos. Patéticos proyectos. No obstante nos afectan sólo parcialmente,
como para definir un telón de fondo. Para nosotros, el problema no se resuelve
volviendo atrás: en efecto, pensamos que Europa sea el continente mínimo para
una acción política revolucionaria que se sitúe en la globalización. El espacio
(precisamente a raíz de la globalización) vuelve a ser una dimensión política
esencial, primaria. Es sólo construyendo y consolidando la fuerza de un
ordenamiento en un espacio determinado entre actores que cooperarán, que la
legitimidad (la soberana, cierto), pero también la revolucionaria, se
afirmarán. No hay alternativa. Europa es este espacio –donde el proletariado
multitudinario en el que nos reconocemos puede surgir, convirtiendo no el
espacio (también lo haga, quizás: lo hablarán otros) pero la estructura de
poder que lo ordene. Europa y la moneda europea constituyen un ámbito de
virtual autonomía dentro de la mundialización. Sin Europa no hay posibilidad de
gobernar, limitando la presión enorme de los mercados globales y de los poderes
multinacionales. Europa es aquella dimensión espacial que representa una
posibilidad de supervivencia política y de acción autónoma de las multitudes
europeas, frente a la presión de las fuerzas soberanas, ya ordenadas sobre
dimensiones globales – configurantes
ahora como secciones continentales del poder global.
Lo que ha ocurrido sobre el tablero global
en este último treinta años, desde finales de la guerra fría, debe ser
fuertemente subrayado para aclarar que la propuesta de una lucha que se
proponga un proyecto de democracia radical en Europa, es cualquier cosa menos
un sueño. Si es cierto, en efecto, que la potencia de los mercados es enorme,
es igualmente cierto que el peso y los condicionamientos de la alianza y de la
subordinación atlántica se han convertido, en una continuidad, cada vez más
frágil y, en una perspectiva, inestable. Es debido al declive de la potencia
norteamericana que el comienzo del siglo XXI se ha caracterizado –por dos
consecuencias mayores. La primera es el conflicto latente entre Estados Unidos
y China – que está madurando y tiene una primera consecuencia que nos interesa:
tener alejado el poder norteamericano de la Europa y registrado el fuerte
debilitamiento (que no debemos subestimar) del poder norteamericano, no sólo en
Europa, sino sobre toda la dimensión mediterránea. Los Estados Unidos no han
querido nunca una Europa unida, excepto como aliado durante la guerra fría.
Después de la "caída del muro de Berlín han continuamente suscitado
oposición a la unificación y la Gran Bretaña siempre ha representado el caballo
de Troya de este sabotaje. Ahora la situación ha cambiado profundamente y, al
debilitamiento del liderazgo, se añade para la Casa Blanca la necesidad de
apoyar más eficazmente los intereses norteamericanos en el Pacífico y de
construir allí un frente estratégico por la hegemonía asiática. Como se ve, la
"provincialización de Europa" no lleva solo un ¡ay! La segunda consecuencia
es mucho más importante: se liga al desarrollo de una primavera arabe a lo
largo del Mediterráneo y en el Oriente Medio (un verdadero 1848).
Después de la "caída del muro de
Berlín han continuamente suscitado oposición a la unificación y la Gran Bretaña
siempre ha representado el caballo de Troya de este sabotaje. Ahora la
situación ha cambiado profundamente y, al debilitamiento del liderazgo, se
añade para la Casa Blanca la necesidad de apoyar más eficazmente los intereses
norteamericanos en el Pacífico y de construir allí un frente estratégico por la
hegemonía asiática. Como se ve, la "provincialización de Europa" no
lleva solo un ¡ay! La segunda consecuencia es mucho más importante: se liga al
desarrollo de una primavera arabe a lo largo del Mediterráneo y en el Oriente
Medio (un verdadero 1848).
En tercer lugar, o mejor dicho, este es el tercer presupuesto que está en la base
del razonamiento sobre la subjetividad que hemos empezado a desarrollar al
inicio de esta intervención (hace mucho tiempo,!) – se trata de consolidar,
también para nosotros, en instituciones los movimientos desde aquí descritos.
Se trata no sólo de construir contrapoderes difundidos sino de coligarlos para
producir poder constituyente. Se trata de recomponer el conjunto de las fuerzas
plurales que luchan por el ngreso y por la defensa/expansión del welfare, en torno a un telos, a una finalidad común.Nos parece
que cuando se ha presenciado la larga historia de la primavera arabe y de las
insurgencias occupy (y de las
tragedias que están marcando la aunque fuerte –a veces abierta, a veces
subterránea – continuidad de las primeras y el estancamiento –aunque a veces
potentemente reflexivo – que afecta a las segundas) – bien, no se puede
entonces no pensar –si todavía se posee un mínimo de responsabilidad teórica,
antes aún que política–en la necesidad de un
trabajo de constitución de una fuerza que sepa – de conjunto –abordar el
enemigo. La conciencia de un paso
estratégico ha sido probablemente adquirida: será necesario construir plataformas
que organicen la continuidad de las luchas y su progreso
Hacer devenir institución las luchas
significa dar propiamente un telos, incorporado a todo momento organizativo.
Que quede claro que diciendo esto no se intenta hablar de
"refundación" de la "izquierda" ( "refundar" e
"izquierda" se han reducido a palabras de mierda) ni se alude a
posibles relaciones con fuerzas parlamentarias de la vieja izquierda. Somos
comunistas, no tenemos nada que ver con la socialdemocracia en la que
reconocemos una variante ideológica del dominio capitalista. Nosotros somos
otra cosa, y nos definimos más allá del socialismo. Comencemos pues por ahora a
desarrollar en Europa coaliciones de
fuerzas en lucha, dentro Europa, contra su Constitución y las políticas del
Banco Central y tratemos de darles forma institucional. Como una vez decíamos,
en construir organización: "Quien no ha hecho investigación, que no
hable", empezamos a decir: "quien no ha construido coalición, en
Europa no hable". Este es probablemente un modo para devenir tendencia, en
Europa las formas nuevas que la multitud enseña, de construir y ocupar espacios
liberados –porque multitud es multitud de subjetividad que se encuentran en un
espacio común. Sin embargo, creo que para calificar la construcción de
coaliciones, en esta fase, sea suficiente afirmar un punto: la voluntad de destruir la propiedad
privada, de disolver en el común la propiedad pública y la soberanía que la
vuelve, y de construir y gestionar democráticamente el gobierno del común.
El espacio europeo es entonces, quizás, un
territorio privilegiado de experimentación multitudinaria en la construcción de
instituciones del común. Lo digo con mucha prudencia pero también con mucha
esperanza: porque es muy cierto que Europa ha sido provincializada y que el
proletariado europeo ha perdido su batalla de emancipación que por algunos
siglos había llevado a cabo contra el Imperio neoliberal del capital…. y sin
embargo le hemos dado tantas y todavía tenemos la fuerza de darle.
Traducción: César Altamira
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