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martes, 3 de septiembre de 2013


Tomar la medida.

de SIMONA DE SIMONI

 

"La lucha de clase, hoy más que nunca, se lee en el espacio”[1]. Es posible asumir esta afirmación de Henri Lefebre como una invitación a interpretar el mundo en que estamos inmersos, a comprender la espacialidad compleja del capitalismo contemporáneo y a elaborar –en contraposición – discursos y prácticas para experimentar y organizar nuevas formas sociales y de vida. La tarea no es fácil y no puede ser resuelta a partir de una única perspectiva: el espacio, en efecto, posee una estructura móvil y relacional que debe analizarse en un proceso continuo, situado, incansable y apasionado. En esta lugar, sin embargo, se intentará centrar la atención en el llamado "espacio urbano", sin confundir con la imagen morfológicamente estable de la ciudad tradicional e imposible de superponer integralmente a la figura de metrópolis específicas. La progresiva urbanización del planeta, en efecto, no constituye un fenómeno meramente cuantitativo[2]. Sino que también marca un verdadero cambio cualitativo que rediseña la relación entre espacio y política, a todo nivel y escala. Hoy, la "revolución urbana" (es decir, la ruptura drástica del paradigma espacial y político de matriz fordista) parece acabada. Esto no significa que ensamblajes políticos e institucionales consolidados, como, por ejemplo, el sistema internacional de los Estados hayan desaparecido, sino que, su función se ha redefinido ampliamente dentro de una geografía del capital en continua transformación.[3] A nivel diagnóstico, con matices y declinaciones diferentes que no es posible agotar en este momento, la función estratégica de las metrópolis y de su propia conexión reticular en el marco del capitalismo global contemporáneo ha sido puesta en evidencia en varios frentes.[4] Mientras se asume la irreducibilidad de los procesos económicos y políticos actuales a una escala privilegiada, resulta fundamental, en efecto, reconocer una verdadera articulación on urban scale del neoliberalismo.[5] Como se ha observado, por ejemplo, el comando capitalista se desarrolla en una red de "ciudades globales" que trasciende ampliamente el viejo sistema internacional de los Estados, mientras que el espacio urbano se caracteriza cada vez más como el terreno fértil para una economía de la renta que se basa en la puesta en valor especulativa de los suelos y el aprovechamiento de las formas de vida como tales, sin necesariamente pasar por la inclusión salarial.[6] Por otro lado, sin embargo, flujos cada vez más importantes de mercancías, trabajo, información, conocimientos, seres humanos, etc. desafían y rompen todo binarismo morfológico a partir del cual se articulan los pares centro/periferia, norte/sur, este/oeste, dentro/fuera, abriendo, así, imaginarios inéditos de alta potencialidad política y liberadora.

Los espacios metropolitanos contemporáneos –que se están transmitiendo en una "sociedad urbana" articulada, diferenciada y heterogénea – parecen, por lo tanto, competir ampliamente para determinar los procesos de ósmosis multiescalar que caracterizan el capitalismo contemporáneo. A su vez se constituyen como espacios de flujos, de escritura y reescritura de fronteras, de montaje y desmembración continua. Y, precisamente por eso, resultan centrales para el análisis y las prácticas de insurgencia, de impugnación y de conflicto. La ciudad, por tanto, adquiere un relieve fundamental, no como una aglomeración estática, tanto menos como proyección ideológica de un abstracto "espacio público”, sino como conjunto de relaciones conflictivas dentro de las cuales se determinan formas de vida. No existe, en efecto, una "cuestión urbana" desligada de los problemas de la renta, del vivir, de la salud, de la movilidad, de la alimentación, de la formación, del placer y así sucesivamente. Y al mismo tiempo, la dimensión urbana – irreducible, como hemos visto, a cualquier aglomeración específica y, ni siquiera, a ninguna matriz morfológica estable-, que indica, más bien, un isomorfismo entre aglomeraciones complejas y heterogeneas, parece ofrecer un coeficiente dimensional apropiable y manejable para una suerte de "ciudadanía insurgente".[7]

Y esto no lo demuestra tanto y sólo la teoría, sino, sobre todo, la práctica: no es difícil reconocer, en primer lugar, la matriz urbana de los movimientos sociales de los últimos años, en Europa como en otros lugares. Piénsese, por ejemplo, en  Occupy Wall Street o en las Acampadas españolas; en la plaza Taharir como en la plaza Syntagma, en el más reciente levantamiento turco o –en forma aún más radical– en el extraordinario movimiento brasileño.

Cada vez más, pues, las turbulencias globales – fenómenos de magnitud variable en la constelación de las luchas sociales –afectan las metrópolis como terreno de expresión y de organización y, al mismo tiempo, como objeto específico de reivindicación. Desde este punto de vista, se podría decir que acá nos encontramos frente a la variación actual de un tema recurrente,  frente al resurgimiento de tensiones nunca extinguidas. Aunque teniendo en cuenta las grandes diferencias, en efecto, la "urbanización del capital” se acompaña de numerosas luchas repartidas en el tiempo y el espacio. Un archivo muy rico de experiencias, lenguajes, prácticas y expresiones creativas, traza las coordenadas históricas y geográficas de una conflictividad urbana de alta intensidad. En el fondo, como señalara ya Engels, frente a la formación del  Manchester industrial del siglo XIX, la ciudad ha sido la primera sede de la lucha de clase y el trasfondo sobre el que se ha consolidado una imagen revolucionaria de extraordinaria intensidad: la barricada. Y, en los riots metropolitanos contemporáneos, se ha propagado una práctica explícita de la "cita" en sentido literalmente benjaminiano: así como en París los jacobinos "citaban" a la antigua Roma, así hoy en Brasil se menciona Taksim, en  Taksim se menciona Tahrir y así sucesivamente en una circulación de prácticas e imaginarios en que se juega el reto de una redefinición constituyente de la relación entre espacio y política.

La metrópoli –o más en general el colapso de las fronteras netas entre dentro y fuera, entre ciudades y campaña, entre local y global –como matriz que genera y alimenta formas constituyentes, sin embargo, no refleja únicamente una localización estratégica o el depósito de un sugestivo imaginario contra-cultural y antagonista. Más bien la metrópoli indica la norma de un espacio global, fragmentado y diferenciado, de acumulación capitalista y de reorganización de las formas del trabajo.

En la metrópolis, en efecto, se realiza la tensión entre austeridad y crecimiento que alimenta los nuevos sueños del capital y marca políticas de espíritu empresarial urbana de gestión mixta (público/privado, local/global) y de alta competitividad interurbana: a distintas latitudes y longitudes, la precarización del trabajo, la mercantilización de los servicios y del welfare, el aumento del control social y de la represión, la criminalización de la pobreza, las políticas inmobiliarios especulativas y así sucesivamente, parecen fenómenos comunes bastante evidentes. En este terreno se inscriben "citas" productivas entre contextos de lucha diferentes. Pero, como el espacio no es ni un sujeto ni un objeto, sino el producto de un haz de relaciones, es necesario reconocer que la agresividad de las políticas urbanas neoliberales responde – tratando de dominarla– a la potencia inmanente de las subjetividades que viven y cruzan los espacios metropolitanos. Subjetividades diferentes, productivas, a menudo indisciplinadas y cada vez más determinadas a apropiarse del fruto de su actividad cotidiana y cooperativa, el espacio urbano mismo. Reapropiarse de espacios por vivir, lugares para estudiar o trabajar, canales de circulación, tiempos para descansar y para el cuidado de sí mismo y de los/las demás/, no sólo significa satisfacer necesidades sacrosantas o resistir a las políticas vampiresas de una valorización tout court y sin mediación de la existente, sino también repensar lo urbano en cuanto tal. Y, si se admite una suerte de analogía entre la sociedad urbana y la sustancia de los filósofos[8] –es decir, la totalidad inmanente de los atributos del mundo– se puede asumir que apoderarse de las ciudades quiera también decir recuperar pieza a pieza un mundo entero. Citando un lema muy célebre: we have a World to Win!

 

Traducción: César Altamira

Publicado en el sitio: http://commonware.org/index.php/cloe/41-prendere-le-misure



[1] H. Lefebvre, La produzione dello spazio, Moizzi, Milano 1976, p. 74
[2] Hoy la mitad de la población mundial vive en las grandes metrópolis o al interior de una región urbana. Ver Reporte HABITAT, programa de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos: http://www.unhabitat.org/categories.asp?catid=9
[3] A título introductorio ver: N. Brenner, B. Jessop, M. Jones, e G. MacLeod (compilación), State/Space. A Reader, Blackwell, Oxford 2003.   
[4] La literatura es verdaderamente amplia; para una reseña de los problemas ver: U. Rossi, A. Vanolo, Geografia politica urbana, Laterza, Roma-Bari 2010; A. Latham, D. McCormack, K., McNamara, D. McNeill, Key Concept in Urban Geography, Sage, London 2009.
[5] Para un reconocimiento general de la cuestión, ver: “The Urbanization of Neoliberalism: Theoretical Debates», Antipode, 34, 2, 2002
[6] Ver  S. Sassen, Le città nell'economia globale, il Mulino, Bologna 2010; M. P. Smith, Transnational Urbanism: Locating Globalization, Blackwell, Oxford 2001.
[7] La fórmula ha sido tomada del antropólogo J. Holston, a propósito de la forma de auto-organización y de lucha que se expresaron en la periferia de San Pablo y de otras mega metrópoli brasileñas a partir de fines de los años 70, J. Holston, Insurgent Citizenship. Disjunctions of democracy and modernity in Brazil, Princeton University Press, 2008.
 

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