Tomar la medida.
de SIMONA DE SIMONI
"La lucha de clase, hoy más que nunca, se
lee en el espacio”[1]. Es
posible asumir esta afirmación de Henri Lefebre como una invitación a
interpretar el mundo en que estamos inmersos, a comprender la espacialidad
compleja del capitalismo contemporáneo y a elaborar –en contraposición –
discursos y prácticas para experimentar y organizar nuevas formas sociales y de
vida. La tarea no es fácil y no puede ser resuelta a partir de una única
perspectiva: el espacio, en efecto, posee una estructura móvil y relacional que
debe analizarse en un proceso continuo, situado, incansable y apasionado. En
esta lugar, sin embargo, se intentará centrar la atención en el llamado
"espacio urbano", sin confundir con la imagen morfológicamente estable
de la ciudad tradicional e imposible de superponer integralmente a la figura de
metrópolis específicas. La progresiva urbanización del planeta, en efecto, no
constituye un fenómeno meramente cuantitativo[2]. Sino
que también marca un verdadero cambio cualitativo que rediseña la relación
entre espacio y política, a todo nivel y escala. Hoy, la "revolución
urbana" (es decir, la ruptura drástica del paradigma espacial y político
de matriz fordista) parece acabada. Esto no significa que ensamblajes políticos
e institucionales consolidados, como, por ejemplo, el sistema internacional de
los Estados hayan desaparecido, sino que, su función se ha redefinido ampliamente
dentro de una geografía del capital en continua transformación.[3] A
nivel diagnóstico, con matices y declinaciones diferentes que no es posible
agotar en este momento, la función estratégica de las metrópolis y de su propia
conexión reticular en el marco del capitalismo global contemporáneo ha sido puesta
en evidencia en varios frentes.[4] Mientras
se asume la irreducibilidad de los procesos económicos y políticos actuales a
una escala privilegiada, resulta fundamental, en efecto, reconocer una
verdadera articulación on urban scale
del neoliberalismo.[5] Como se
ha observado, por ejemplo, el comando capitalista se desarrolla en una red de
"ciudades globales" que trasciende ampliamente el viejo sistema
internacional de los Estados, mientras que el espacio urbano se caracteriza
cada vez más como el terreno fértil para una economía de la renta que se basa
en la puesta en valor especulativa de los suelos y el aprovechamiento de las
formas de vida como tales, sin necesariamente pasar por la inclusión salarial.[6] Por
otro lado, sin embargo, flujos cada vez más importantes de mercancías, trabajo,
información, conocimientos, seres humanos, etc. desafían y rompen todo binarismo
morfológico a partir del cual se articulan los pares centro/periferia,
norte/sur, este/oeste, dentro/fuera, abriendo, así, imaginarios inéditos de
alta potencialidad política y liberadora.
Los espacios metropolitanos contemporáneos –que
se están transmitiendo en una "sociedad urbana" articulada,
diferenciada y heterogénea – parecen, por lo tanto, competir ampliamente para determinar
los procesos de ósmosis multiescalar que caracterizan el capitalismo
contemporáneo. A su vez se constituyen como espacios de flujos, de escritura y
reescritura de fronteras, de montaje y desmembración continua. Y, precisamente
por eso, resultan centrales para el análisis y las prácticas de insurgencia, de
impugnación y de conflicto. La ciudad, por tanto, adquiere un relieve
fundamental, no como una aglomeración estática, tanto menos como proyección
ideológica de un abstracto "espacio público”, sino como conjunto de
relaciones conflictivas dentro de las cuales se determinan formas de vida. No
existe, en efecto, una "cuestión urbana" desligada de los problemas
de la renta, del vivir, de la salud, de la movilidad, de la alimentación, de la
formación, del placer y así sucesivamente. Y al mismo tiempo, la dimensión
urbana – irreducible, como hemos visto, a cualquier aglomeración específica y,
ni siquiera, a ninguna matriz morfológica estable-, que indica, más bien, un
isomorfismo entre aglomeraciones complejas y heterogeneas, parece ofrecer un
coeficiente dimensional apropiable y manejable para una suerte de
"ciudadanía insurgente".[7]
Y esto no lo demuestra tanto y sólo la teoría, sino,
sobre todo, la práctica: no es difícil reconocer, en primer lugar, la matriz
urbana de los movimientos sociales de los últimos años, en Europa como en otros
lugares. Piénsese, por ejemplo, en Occupy Wall Street o en las Acampadas
españolas; en la plaza Taharir como en la plaza Syntagma, en el más reciente
levantamiento turco o –en forma aún más radical– en el extraordinario
movimiento brasileño.
Cada
vez más, pues, las turbulencias globales – fenómenos de magnitud variable en la
constelación de las luchas sociales –afectan las metrópolis como terreno de
expresión y de organización y, al mismo tiempo, como objeto específico de
reivindicación. Desde este punto de vista, se podría decir que acá nos encontramos
frente a la variación actual de un tema recurrente, frente al resurgimiento de tensiones nunca
extinguidas. Aunque teniendo en cuenta las grandes diferencias, en efecto, la
"urbanización del capital” se acompaña de numerosas luchas repartidas en el
tiempo y el espacio. Un archivo muy rico de experiencias, lenguajes, prácticas
y expresiones creativas, traza las coordenadas históricas y geográficas de una
conflictividad urbana de alta intensidad. En el fondo, como señalara ya Engels,
frente a la formación del Manchester
industrial del siglo XIX, la ciudad ha sido la primera sede de la lucha de
clase y el trasfondo sobre el que se ha consolidado una imagen revolucionaria
de extraordinaria intensidad: la barricada. Y, en los riots metropolitanos contemporáneos, se ha propagado una práctica
explícita de la "cita" en sentido literalmente benjaminiano: así como
en París los jacobinos "citaban" a la antigua Roma, así hoy en Brasil
se menciona Taksim, en Taksim se
menciona Tahrir y así sucesivamente en una circulación de prácticas e
imaginarios en que se juega el reto de una redefinición constituyente de la
relación entre espacio y política.
La
metrópoli –o más en general el colapso de las fronteras netas entre dentro y
fuera, entre ciudades y campaña, entre local y global –como matriz que genera y
alimenta formas constituyentes, sin embargo, no refleja únicamente una
localización estratégica o el depósito de un sugestivo imaginario
contra-cultural y antagonista. Más bien la metrópoli indica la norma de un
espacio global, fragmentado y diferenciado, de acumulación capitalista y de reorganización
de las formas del trabajo.
En
la metrópolis, en efecto, se realiza la tensión entre austeridad y crecimiento que alimenta los nuevos sueños del capital
y marca políticas de espíritu empresarial urbana de gestión mixta
(público/privado, local/global) y de alta competitividad interurbana: a
distintas latitudes y longitudes, la precarización del trabajo, la mercantilización
de los servicios y del welfare, el
aumento del control social y de la represión, la criminalización de la pobreza,
las políticas inmobiliarios especulativas y así sucesivamente, parecen
fenómenos comunes bastante evidentes. En este terreno se inscriben
"citas" productivas entre contextos de lucha diferentes. Pero, como
el espacio no es ni un sujeto ni un objeto, sino el producto de un haz de
relaciones, es necesario reconocer que la agresividad de las políticas urbanas
neoliberales responde – tratando de dominarla– a la potencia inmanente de las subjetividades
que viven y cruzan los espacios metropolitanos. Subjetividades diferentes,
productivas, a menudo indisciplinadas y cada vez más determinadas a apropiarse del
fruto de su actividad cotidiana y cooperativa, el espacio urbano mismo. Reapropiarse
de espacios por vivir, lugares para estudiar o trabajar, canales de
circulación, tiempos para descansar y para el cuidado de sí mismo y de los/las
demás/, no sólo significa satisfacer necesidades sacrosantas o resistir a las
políticas vampiresas de una valorización tout
court y sin mediación de la existente, sino también repensar lo urbano en
cuanto tal. Y, si se admite una suerte de analogía entre la sociedad urbana y
la sustancia de los filósofos[8] –es
decir, la totalidad inmanente de los atributos del mundo– se puede asumir que apoderarse
de las ciudades quiera también decir recuperar pieza a pieza un mundo entero. Citando
un lema muy célebre: we have a World to Win!
Traducción: César Altamira
Publicado en el sitio: http://commonware.org/index.php/cloe/41-prendere-le-misure
[1] H. Lefebvre, La produzione dello
spazio, Moizzi, Milano 1976, p. 74
[2] Hoy la mitad de la población mundial vive en las grandes metrópolis o al
interior de una región urbana. Ver Reporte HABITAT, programa de las Naciones
Unidas para los asentamientos humanos: http://www.unhabitat.org/categories.asp?catid=9
[3] A título
introductorio ver: N. Brenner, B. Jessop, M. Jones, e G. MacLeod (compilación),
State/Space. A Reader, Blackwell, Oxford 2003.
[4] La
literatura es verdaderamente amplia; para una reseña de los problemas ver: U.
Rossi, A. Vanolo, Geografia politica urbana, Laterza, Roma-Bari 2010; A.
Latham, D. McCormack, K., McNamara, D. McNeill, Key Concept in Urban Geography,
Sage, London 2009.
[5] Para un
reconocimiento general de la cuestión, ver: “The Urbanization of Neoliberalism:
Theoretical Debates», Antipode, 34, 2, 2002
[6] Ver
S. Sassen, Le città nell'economia globale, il Mulino, Bologna 2010; M.
P. Smith, Transnational Urbanism: Locating Globalization, Blackwell, Oxford
2001.
[7] La fórmula
ha sido tomada del antropólogo J. Holston, a propósito de la forma de
auto-organización y de lucha que se expresaron en la periferia de San Pablo y
de otras mega metrópoli brasileñas a partir de fines de los años 70, J.
Holston, Insurgent Citizenship. Disjunctions of democracy and modernity
in Brazil, Princeton University Press, 2008.
[8] ver texto de una conferencia dictada en Durham el
5.12.2012: http://www.dur.ac.uk/geography/urban_worlds/thinking_urban_worlds_workshop_archive/recordings/
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