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domingo, 20 de octubre de 2013


La precariedad: condición existencial del trabajo.

              De acuerdo a la óptica prevaleciente en el gobierno y en la propia oposición, uno de los parámetros más importantes de la llamada inclusión social, quizás el más significativo entre ellos, es la tasa de incorporación de los trabajadores al mercado de trabajo formal. Entendiendo por trabajador formal aquel que recibe cobertura médica, aportes patronales, seguro contra riesgos en el trabajo y otros beneficios agregados a los Convenios Colectivos de Trabajo. A pesar del discurso oficial, luego de casi 10 años de crecimiento ininterrumpido de la producción nacional, subsiste aún un alto porcentaje de trabajo precario, con mayor impacto sobre los jóvenes, en especial sobre quienes pertenecen al sector de la población más pobre. Han sido múltiples los planes sociales puestos en marcha por el actual gobierno, muchos de ellos continuadores, con otro nombre, de planes sociales lanzados anteriormente, a raíz de la crisis del 2001. Una última medición recientemente publicada arroja un 34,5% de empleo en negro, equivalente a 4.200.000 de trabajadores sobre casi 12,2 millones de asalariados privados y del sector público. Dicho de otro modo, uno de cada 3 empleados en relación de dependencia no tiene derecho a la jubilación, no está cubierto por una obra social o ART o gana menos y tiene menos beneficios laborales que el resto de los empleados registrados. Si se descuenta el empleo público el trabajo en negro en el sector privado rondaría el 45%. Los indicadores muestran que la calidad laboral no mejoró pese a que, de acuerdo a los datos oficiales, la economía podría crecer este año más del 5%. En la región metropolitana, el empleo en negro se mantiene estancado respecto a un año atrás, con alguna  disparidad, aumentó en el Conurbano Bonaerense del 38,6 al 39,1%, mientras en la Capital bajó del 22,7 al 21,6%. En ambos casos el empleo en negro aumentó con relación al último trimestre.

Ante este fenómeno no pocos admiten dudas sobre la efectividad de los planes sociales para mejorar la calidad del empleo. Dejamos de lado el análisis de la posible desviación de fondos hacia objetivos diferentes, así como el de un uso para la  sujeción de los sectores desposeídos, como forma de reproducción del clientelismo. Nos preguntamos acerca de la tenacidad y la buena salud que goza la precariedad (informalidad) laboral a pesar de haberse creado casi 3 millones de nuevos empleos en el país en los últimos 10 años. Si bien el desempleo disminuyó (de tasas de 24 % en el pico de la crisis a tasas del orden del 8 % en estos días), la tasa de precarización laboral, que llegara al 50 % en su peor momento, no puede perforar el piso del 35 %. Este fenómeno de vulnerabilidad laboral alcanza a los trabajadores cuentapropistas, muchos de los cuales disponen de trabajo precario, a los desempleados así como a los asalariados con contrato a término. Si a estos le sumamos aquellos precarizados por ingresos, es decir aquellos cuyos salarios se encuentran por debajo del salario mínimo, que alcanzaban al 15 % en el segundo trimestre del 2012, entonces la tasa de precarización llega a los 50 puntos porcentuales.  

 En los 70’s y 80’s cuando recién comenzaba el desmantelamiento del sistema fordista de producción y con él los salarios garantizados ligados a la producción industrial, el trabajo precario aparecía como un fenómeno temporario y marginal, referenciado fundamentalmente en los jóvenes que se integraban al mercado laboral. Hoy queda claro que el trabajo precario ha dejado de ser una condición marginal para convertirse en la oveja negra del proceso de producción capitalista. La precarización es consecuencia del proceso de desterritorialización en todos los aspectos de la producción. No existe continuidad en la experiencia laboral: no se concurre al mismo lugar de trabajo, ni se mantiene la misma jornada laboral, ni se encuentra a las mismas personas todos los días en el trabajo, como ocurría en la era industrial. Se trata de un panorama que atenta contra formas de organización social permanente. Desde que el trabajo devino precario, gracias a la transformación reticular y celular, el problema de la organización autónoma del trabajo debe ser completamente repensada. No sabemos aún cuál es la forma más adecuada de organización. Es éste el principal problema político del presente.

Nos enfrentamos a tensiones derivadas de la creciente vulnerabilidad social y de su dramática extensión a sectores considerados tradicionalmente "privilegiados". Una lectura apropiada sobre el fenómeno de la precarización y las nuevas formas emergentes de desigualdad social, exige incorporar, simultáneamente, el análisis de los cambios y de las transformaciones producidos en la dinámica de acumulación asociada a la economía capitalista contemporánea y, en particular el de las maneras en que, bajo un nuevo paradigma, se ha organizado y  re-institucionalizado el trabajo con el objeto de adaptarlo a las nuevas formas de producción del valor. Las causas deben buscarse en el avance de un nuevo régimen de acumulación capitalista con creciente importancia de los recursos inmateriales y cognitivos en la producción y con dificultades para mantener la clásica diferenciación marxista entre capital constante y capital variable. En otros términos - siguiendo la gramática del obrerismo-, no es posible interpretar la nueva redefinición del trabajo y su complicada fenomenología social sin comprender la relación existente entre la composición técnica y social del trabajo y la cambiante dinámica de valorización del capital. En segundo lugar, parece útil destacar, cómo las nuevas formas de la desigualdad social, intrínsecamente ligadas a lo que puede definirse como la "generalización social de la precariedad", vuelven más comprensible el entramado social de las nuevas generaciones, que experimentan nuevas prácticas de trabajo en un contexto muy diferente, desde muchos puntos de vista (jurídicos, políticos, culturales y económicos), al del pasado fordista reciente.

 Si se desea analizar la composición social y política del trabajo contemporáneo, la precariedad, como temática, debe abordarse como un dato paradigmático de la relación capital trabajo, y no como el producto de una específica situación laboral. Es necesario invertir el orden de los factores. El lenguaje común que recorre las luchas de los tercerizados- (pensemos en las recientes luchas de los ferroviarios que derivara en el asesinato de M. Ferreyra), la de los trabajadores de los call center, la de los motoqueros ligados a los servicios de mensajería, la de los trabajadores ligados a los talleres textiles clandestinos, la de los contratados en el estado,- no se asocia a su carácter obrero o proletario, sino a su condición precaria. Analizar las luchas desde esta perspectiva significa modificar el ángulo de abordaje. Se trata de una diferencia política sustancial.    

Debemos saber detectar en las desconocidas formas de resistencia, -discontinuas , de ruptura y capaces de oponerse a las nuevas técnicas de dominación y explotación,- aquellos elementos reiterados que las unifican y potencian como un torrente común. Se trata de códigos y prácticas colectivas que presentan dificultades para trascender el marco específico de la lucha y ser reconocidos por la sociedad en su conjunto. Por ello la necesidad de una adecuada interpretación de las luchas y de una, no menos clara, traducción de su contenido. Son luchas que hablan de una nueva era, la de la "precariedad ontológica”. Se requieren tender lazos de comunicación y organización entre las distintas luchas del precariado para impulsar el ingreso de ciudadanía como parte de un nuevo léxico político en el plano nacional. El riesgo es que las nociones de precariedad, del ingreso ciudadano sean vaciados de contenido, mientras el gobierno, reponiendo aquellas viejas recetas welfarianas, convalida las desigualdades existentes. Así la precariedad y la política de ingresos asociada son temáticas englobadas tras las políticas del workfare, donde el acceso al ingreso está condicionado a estar inscripto en un plan social que exige, a su vez, una contrapartida laboral. Mientras la precariedad se conjugue como la persistencia de los efectos de las políticas de austeridad neoliberales, el ingreso de ciudadanía se encontrará fuera del horizonte de las políticas sociales. El desafío es alcanzar el ingreso de ciudadanía como expresión de la síntesis entre libertad e igualdad; como forma de superación del régimen fundado en el trabajo asalariado.


 La fuerza de trabajo flexible y precaria con la que nos encontramos hoy remite a una multiplicidad en movimiento, población flotante imposible de controlar de manera directa mediante las viejas técnicas de los espacios cerrados de las fábricas. Se trata de una fuerza de trabajo que ha dejado de ser una especificidad neoliberal y cuyo sometimiento se ejercita modulando la precarización y la inseguridad[1]. Se trata sin duda de una explicación clave de la constatación que la precariedad es al trabajo en el capitalismo cognitivo como la fragmentación de las tareas operarias propias del taylorismo lo fue en el capitalismo industrial. La actual política social, a pesar de su cara keynesiana, favorece una peculiar proliferación de la desigualdad social. Diríamos que se trata del “gobierno de las desigualdades sociales” antes que del “gobierno de la inclusión social”. La construcción y permanencia del precario, del desocupado, del pobre, del trabajador pobre, la práctica de la individualización, fragiliza no sólo al individuo que se encuentra en esa situación, sino que se proyecta sobre el conjunto de las “posiciones” del mercado laboral debilitando su resistencia en la medida que proyecta un futuro de inseguridades y precarizaciones.

Asistimos, en numerosas actividades productivas, al pasaje de una división taylorista a una división cognitiva del trabajo fundada en la creatividad  y en la capacidad de aprender del trabajador. En este contexto el tiempo de trabajo dedicado a la producción durante la jornada de trabajo oficial  deviene solo una fracción del tiempo social de producción. La frontera entre el trabajo y no trabajo aparece, cuando menos atenuada, atravesada por una dinámica contradictoria. De un lado, el tiempo libre no se reduce a la función  de reproducción del potencial de autovalorización, sino que, simultáneamente, se desarrollan actividades donde los individuos transportan su saber de un lugar y tiempo social a otro, incrementando el valor de uso individual y colectivo de la fuerza de trabajo. Por otro lado, se genera un conflicto y tensión creciente entre la tendencia a la autonomía del trabajo y la tendencia del capital a someter el conjunto del tiempo social a la lógica heterónoma de la valorización del capital. Reconocer el ingreso de ciudadanía significa reconocer la extensión del tiempo de trabajo no retribuido, más allá del tiempo correspondiente a la jornada oficial que participa de la formación del valor capturado por el capital. El ingreso como salario social corresponde a la remuneración colectiva de una parte de esta actividad creadora de valor, que se efectúa sobre la totalidad del tiempo social (tiempo de trabajo + tiempo de no trabajo) y que da lugar a una enorme masa de trabajo no retribuida.    

En el capitalismo cognitivo el trabajo no puede ser prescripto y reducido a simple gasto de energía efectuado en un tiempo dado. El capital requiere ahora una implicación activa de los saberes y del tiempo de vida. La “prescripción de la subjetividad”[2], el trabajo por objetivos, la presión del cliente junto a las restricciones ligadas directamente a la precariedad son las principales vías que ha tomado el capitalismo para responder a esta nueva autonomía del trabajo. Las diversas formas de precarización de la relación salarial constituyen de hecho el instrumento del que se vale el capital para imponer y beneficiarse gratuitamente de esta subordinación total sin pagar y reconocer el salario correspondiente de este tiempo no integrado y no medible en el contrato de trabajo.     

Precarización y desigualdad social constituyen las características centrales del capitalismo argentino en estos días. Veamos. La proporción de la fuerza laboral que se encuentra precarizada, ya sea por el tipo de  contratación o por los ingresos, a nivel general  afecta a 52% mientras en lo que respecta la generación juvenil este flagelo se siente con mayor crudeza: el 77,1% de trabajadores  jóvenes  entre 18 y 24 años[3] sufren  alguna  modalidad  de  precariedad  laboral.  Esto  es, 1.750.000 personas de 18 a 24 años de edad. Entre los jóvenes que no estudian, y que representan el 54% del total,  el 41% tampoco trabaja. Esto es, el 22,1% del total de jóvenes,  cerca de un millón de personas entre 18 y 24 años,  no estudia ni trabaja, lo que da cuenta del estado de desaliento frente a la ausencia de oportunidades existente. La desigualdad con relación al empleo se manifiesta también de diferentes formas. A) en 2012 sólo el 36 % de las mujeres activas tenían pleno empleo, mientras que este porcentaje era del  50 % en el caso de los hombres; B) del 35 % de empleos precarios en 2012, las mujeres eran el 41 % mientras que los hombres sólo llegaban al 31 %; C) mientras el 42 % de activos sin secundario completo son precarios, esta cifra sólo llega al 31 % en el caso de activos con secundario completo; D) mientras sólo el 28 % de los activos con secundario incompleto alcanzaba empleos de calidad, esta cifra sube al 55 % en el caso de activos con secundario completo; E) mientras sólo el 12 % de los activos pertenecientes al cuarto de estrato inferior de la población tienen pleno empleo, este porcentaje crece al 72 % para el caso de estrato superior; F) mientras que el 60 % de los trabajadores pertenecientes al estrato económico más bajo no recibían aportes jubilatorios, esta cifra es del 17 % en el caso de los trabajadores pertenecientes a los estratos medio altos; G) el 47 % de los activos sin secundario completo carecen de cobertura médica, mientras que esta cifra es del 19 % en el caso de quienes tienen secundario completo.[4]

 Tanto la intelectualidad progresista como numerosos economistas alejados del pensamiento neoliberal, adhieren a la idea de que la precariedad laboral y la desigualdad social deben ser vistas como una anomalía, entendiendo que ellas son la secuela de los años neoliberales que la sociedad deberá superar mediante una adecuada intervención estatal a través de políticas keynesianas.

Mientras la precariedad deviene una norma general, mayor es la posibilidad de expropiación de la capacidad innovadora del trabajo. La precariedad es el dispositivo moderno que regula la relación entre capital y trabajo vivo. La diferenciación generacional, de razas, de colores y de sexos es parte integrante del gobierno de la desigualdad que resulta ser el marco donde se inserta la temática de la precariedad. El proceso de racialización implícito en los talleres textiles clandestinos contribuye a la construcción de un mercado de trabajo jerarquizado donde se cristaliza, al decir de Fanon, la subordinación de algunos grupos sociales con relación a otros, debilitando la solidaridad y cualquier proceso de unificación. Y esto, a pesar de la común condición de ser trabajadores sujetos al comando y a la explotación  del capital, que conforman una fuerza de trabajo segmentada y jerarquizada,  más allá de las diferencias de nacionalidades.   

Por un lado queda clara la imposibilidad del retorno a normas que regularon la relación entre capital y trabajo. La precariedad no es un accidente del presente destinado a desaparecer sino, por el contrario, el presente y futuro del trabajo vivo. Por otra parte, los diversos movimientos sociales han puesto de manifiesto su rechazo a funcionar como objetos pasivos de los cambios que se están produciendo.

            La precariedad ya no es más una característica marginal y provisional sino la forma general que adopta la relación laboral en la esfera productiva digitalizada, reticular y recombinativa[5].

 

La “nueva” precarización.

  A la persistencia, en el tejido social contemporáneo, de formas de desigualdad tradicional (caracterizadas por la pobreza "tradicional") se une hoy el tema de una emergente vulnerabilidad generalizada, que afecta a las nuevas subjetividades del trabajo inmersas en una precariedad  "constitucionalmente" ontológica y donde todo proyecto de vida autónomo deviene imperativo, azaroso y, en algunos aspectos, incluso caprichoso. De aquí la consternación y el malestar generalizado frente a la anomia que provoca la separación entre el accionar subjetivo individual y la práctica social. Se trata de una desesperanza arraigada en el deterioro del vínculo social que la precariedad difusa generaliza, desviación que plantea, de manera concreta, el riesgo de una progresiva erosión de todo aquello que es común, a causa de la extrema rivalidad competitiva extendida en el trabajo.

El proceso de precarización alcanza al conjunto de las relaciones sociales, tanto en las metrópolis desarrolladas cuanto en los países en desarrollo, invade el empleo público igualmente como el privado, horadando la asistencia médica como las jubilaciones, mientras debilita cotidianamente las instituciones del welfare, provocando un clima de zozobra e incertidumbre en la medida que la inseguridad laboral se difunde por contagio como verdadera epidemia. En realidad la palabra precario deriva de la voz latina prex  plegaria, por lo que precariedad es aquello que se consigue mediante súplicas, por voluntad o concesión de  otros. Por lo que el adjetivo precario confiere al sustantivo precario, asociado al individuo, característica de inseguridad, propia de toda condición fundada en alguna concesión o beneficio derivado de algún permiso adquirido, aunque sin ninguna seguridad por su permanencia.

 
Debemos reconocer que la condición de precariedad ha asumido, con el tiempo, nuevas formas. El trabajo humano, en el curso del capitalismo, ha adquirido formas precarias más o menos difusas dependiendo de la coyuntura y de las cambiantes relaciones de fuerza.  Adoptó una forma masiva en la época del capitalismo pre-taylorista y así fue, aunque en menor medida, en el capitalismo fordista. Pero en esos tiempos se hablaba de la precariedad de las condiciones de trabajo: la realización de un trabajo principalmente manual implicaba, en todos los casos, una distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de vida, entendido como el tiempo de no trabajo o de ocio; y la precarización del empleo estuvo muchas veces relacionada con extensiones abusivas y autoritarias del comando del capital con relación al tiempo de trabajo. Las luchas laborales de los siglos XIX y XX, tuvieron como objetivo muchas veces la reducción de tiempo de trabajo a favor del tiempo de no trabajo y de la mejora en las condiciones laborales.

 

 En la transición del capitalismo industrial fordista al capitalismo bio-cognitivo, el trabajo cognitivo y relacional se ha extendido hasta definir la principal modalidad de la prestación laboral. Este fenómeno ha significado el fin de la separación entre el hombre y la máquina que regula, organiza y sistematiza el trabajo manual. En el momento en que el cerebro y el bios (vida) forman parte integrante del trabajo, en ese mismo momento también la distinción entre el tiempo de vida y el tiempo de trabajo pierde significado. He aquí pues donde el individualismo contractual, que se encuentra en la base de la precariedad del trabajo legal, atraviesa la subjetividad de los propios individuos, influyendo en su comportamiento y se transforma en  precariedad existencial. En la época del capitalismo cognitivo la distinción entre tiempo de trabajo y no trabajo, es decir entre ocupados y no ocupados, no resulta tan clara como en la época del fordismo. Hoy el control se asocia a la individualización jerárquica de la relación laboral y a la presión a través de los ingresos[6]. Es precisamente esta condición precaria, aunque percibida de manera diferenciada entre los individuos, la que nutre y define el nuevo ejército industrial de reserva. Un ejército de reserva que ya no se encuentra por fuera del mercado de trabajo, sino que es interior al mismo. Así como en el período fordista no era conveniente alcanzar la plena ocupación manteniendo un ejército industrial de reserva para contener los salarios, en el capitalismo cognitivo parecen haber buenos motivos para mantener un determinado nivel de precariedad.

                La lucha contra la precariedad es concebida en los espacios gubernamentales kirchneristas como la "abolición de la precariedad"; cuestión que hace manifiesta la falta de comprensión a tener acerca de la nueva situación laboral; es como si, en algún momento del siglo XX, se hubiera propuesto la supresión del "proletariado". Se ha vuelto difícil  investigar sobre la complejidad del sujeto  precario, porque, al mismo tiempo, se ha considerado a la precariedad como una condición “objetiva" y no como la expresión de una subjetividad múltiple. Ha sido interpretada como una condición laboral neutra, uniforme y homogénea.

  El término "precario" ha sido utilizado abusivamente, aunque esto no significa que se hable de la condición precaria como característica existencial. Más bien se habla de los distintos segmentos del empleo precario (del investigador y profesor universitario, del trabajador interino, del migrante), mientras se individualiza simultáneamente el sujeto de vanguardia único, detonador de las luchas.


Cierto es también que la condición de precariedad no adquiere el status que dé lugar a una clase de "precarios"; ni siquiera existe un proceso homogéneo de toma de conciencia. Mientras en el capitalismo fabril la determinación del nivel de conciencia del individuo se referenciaba en la condición objetiva del empleo, como condición “externa” a la persona, en el capitalismo bio-cognitivo, como la prestación laboral deviene casi completamente internalizada, la toma de conciencia, o es autconciencia de sí, o no es.[7]


El precariado no es una clase para sí; en parte porque está en conflicto permanente consigo mismo. Cada grupo precario busca echarle la culpa a otro de su condición de vulnerabilidad e indignidad. Los trabajadores temporarios con bajos salarios son inducidos a pensar que el "bienestar” es alcanzado a sus expensas. Los residentes nacionales urbanos, con  bajos ingresos, pueden ver como enemigo a los nuevos inmigrantes que accediendo a mejores trabajos reciben beneficios que le son denegados[8]. Las tensiones dentro del precariado enfrentan a las personas entre sí, lo que les  impide reconocer que es la estructura social y económica la que genera las vulnerabilidades comunes. En ese contexto no son pocos los precarios que se han sentido atraídos por políticas populistas y por ideas, en algunos casos, neo-fascistas, como es el caso de EEUU y de algunos países de Europa.
 

                Los cambios producidos en la naturaleza del trabajo al interior del capitalismo postfordista y cognitivo vuelven a la fuerza de trabajo más autónoma e independiente con relación al capital, en la medida que concentra el capital constante y el capital variable. Este modo de producción antropogenético, al decir de C. Marazzi, -propio de la economía financiarizada que caracteriza el actual proceso de extracción de riqueza en la sociedad global-, empuja al capital a precarizar la nueva fuerza de trabajo asalariada, generando una governance autoritaria sobre el mercado laboral que constituye un momento clave en el control que el comando del capital ejerce sobre el trabajo. En este contexto el miedo y la inseguridad conforman la base del control. Mientras el miedo constituye la base del control social, la evocación de la estabilidad perdida (asociada a los viejos tiempos) se convierte en programa político encantado. Bien podemos decir que se trata de un neoludismo: se intenta superar el malestar asociado a la desaparición de la distinción entre tiempo de trabajo y de no trabajo, propio de jornadas de trabajo pasadas, demandando formas de producción perimidas. El viejo sistema de fábrica ha dejado de ser hegemónico y no se puede reponerlo en el lugar pasado.


            Trabajo "autónomo"

                El fenómeno de la precariedad en estos días no está referido solamente a aquel tipo de trabajo interino o a término, sino que atraviesa y se extiende a los autónomos con diversos tipos de contratos, muchos de ellos trabajando a tiempo indeterminado en la pequeña y mediana empresa, incorporados incluso en los diversos sistemas de contratación utilizados por el estado.


                La experiencia laboral es vista hoy como una tarea individual que se incorpora como acción individual, y que el mercado convalida como “capital humano”. En un contexto donde se pasa de la fase de la objetivación del trabajo a la de la objetivación del  trabajador, no son pocos quienes entienden al trabajador como una suerte de empresa en sí misma; el trabajo se convierte además de “una actividad productiva inmediata" en una actividad estratégica “arriesgada", que se ejercita sólo parcialmente al interior de un rígido y disciplinado comando heterodireccionado.

 
                Conviene precisar que esta modificación no puede leerse como un progresivo deslizamiento del trabajo asalariado hacia el trabajo autónomo. No se trata de considerar la forma jurídica del trabajo como la figura que dirige este cambio sino, por el contrario, asumir que dichos cambios pivotean sobre inéditas normas sociales de producción y regulación del valor. La distinción entre el trabajo asalariado y el trabajo independiente, tiende a perder importancia y a confundirse bajo formas inéditas e imprevisibles. Es necesario remarcar que el comando sobre el trabajo se ejerce por fuera de la fábrica y sobre la actividad inmediata de producción, desde un nivel diferente, -que podríamos definir como biopolítico-, como poder de "inhibición” y de control del trabajo, un lugar propiamente social y político. La progresiva transformación del trabajo en el capitalismo post-fordista y cognitivo empuja, por lo tanto, a la fuerza de trabajo asalariada tradicional (disfuncional ahora al desarrollo capitalista por su rigidez y resistencia) a adoptar formas de "empresa tipo individual con fuerte sesgo comunicacional".

                El  aumento  relativo  y  absoluto  del  trabajo  independiente - una  de  las  tendencias presentes en las décadas anteriores- parece haberse detenido: en la presente década, el trabajo por “cuenta propia” fluctúa en una proporción cercana a la quinta parte de la población activa.

 
Debemos remarcar que la llamada “autonomización” del trabajo (habiendo también aquí fuertes diferencias según los sectores) no está organizada sólo o principalmente en función de la reducción de los costes y de la flexibilización de la producción, sino fundamentalmente para capturar la “externalidad” positiva y social que la cooperación produce y organiza espontáneamente.


                Aunque no todo lo que reluce es oro. Tras el aspecto liberador e innovador que ponen en primer plano las teorizaciones del general intellect, subyace también el aspecto oscuro y trágico de las nuevas condiciones laborales como manifestación contradictoria de las nuevas modalidades de producción. El posfordismo no es solamente “producción de mercancías por medio del lenguaje”, intelectualidad de masas, comunicación, sino también un retorno a formas de explotación prefordista. Incluso, al decir de Bologna[9], los trabajadores autónomos son más explotados que los trabajadores fordistas.

                 La exaltación de este aspecto “material” de la explotación y del “sufrimiento” corre, sin embargo, el riesgo de hacer pasar a un segundo plano la cualidad general de la relación social posfordista y del trabajo (del cual el “trabajo autónomo” es sólo una parte). La continuidad de la explotación no debe impedirnos apreciar la discontinuidad de sus formas de organización y dominio. Lo que separa el “trabajo autónomo” y el “artesanado” de la época fordista y prefordista del trabajo autónomo de segunda generación y el artesanado posfordista, es la socialización-intensificación de los niveles de cooperación, de los saberes, de la subjetividad de los trabajadores, de los dispositivos tecnológicos y organizativos, que redefine completamente los términos de la cuestión.

 
El ingreso y tránsito por el mercado de trabajo se presenta pues, sobre todo para las nuevas generaciones, como un temerario intento ante contratos de trabajo atípicos y fuera de todo standard laboral, obligados a peregrinar por circuitos socialmente desprotegidos, que exigen el desarrollo de prácticas reflexivas (por la necesidad de una continua corrección), inestables y nunca definidas de una sola vez, y compuestas por situaciones sociales de hibridación entre tiempos/espacios educativos, laborales y relacionales.

 El punto que aquí nos importa destacar es por un lado el giro paradojal al que por un lado es sometido el proceso de individualización en la evolución del capitalismo contemporáneo y por otro la ambivalencia intrínseca con la que se encuentra tal dinámica.

 

Individualización y máquina de sometimiento.

  El concepto de individuo como empresario de sí mismo es el mayor logro del capital como máquina de sometimiento. El capital actúa como una formidable máquina de sometimiento constituyendo los hombres en sujetos, pero mientras a unos los convierte en sujetos de la enunciación, los otros son sujetos del enunciado, sometidos a las máquinas técnicas. Con el capital humano se puede hablar del doble proceso de sometimiento y de explotación. Ya que si por un lado el sujeto pone en juego todas sus recursos inmateriales, afectivos y cognitivos de sí, por otra parte, todo empresario de sí es, al mismo tiempo, patrón y esclavo de sí mismo, identificándose la individualización y la explotación.

El capital en tiempos de bioeconomía necesita expandirse libremente por todos los rincones  para poder encontrar aquellos fragmentos de tiempo de trabajo vivo disponibles y explotarlos mediante miserables salarios. Si bien el trabajador aparece como libre, su tiempo de vida es ahora capturado por un biopoder que se expande por los intersticios de la sociedad. Se trata de la subsunción de la mente. Si en el fordismo la mente trabajaba como soporte fisiológico del movimiento muscular, tras un automatismo repetitivo, ahora la mente opera en un proceso de producción donde la capacidad cognitiva se convierte en el principal recurso productivo. Es esta subsunción de la mente lo que conduce a una mutación  sustantiva del proceso de valorización capitalista. La conciencia y los órganos sensitivos son sometidos a una fuerte presión competitiva, a una aceleración de los estímulos y a un permanente stress de atención generándose una atmósfera productiva psicopatogénica[10].

 El aspecto novedoso no radica en el carácter precario del mercado de trabajo sino en las condiciones técnicas y culturales ligadas a la recombinación digital del nuevo trabajo en red[11], donde la nueva naturaleza del trabajo (cognitivo, relacional, comunicacional, afectivo) se precariza. 

Cuando nos movemos en la esfera del trabajo cognitivo ya no hay necesidad de comprar la fuerza de trabajo durante ocho horas diarias sino que alcanza con comprar paquetes de tiempo separados de sus ocasionales e intercambiables portadores. Las extensiones de tiempo se encuentran meticulosamente empaquetadas; las celdas de tiempos productivos pueden ser movilizadas de manera puntual, casual, fragmentadas y recombinadas a través de las redes. El celular es la herramienta que hace posible la conexión entre las necesidades del semio capital y la movilización del trabajo vivo en el ciberespacio. Los ring tones de los celulares convocan a los trabajadores a reconectar sus tiempos abstractos al flujo reticular. En ese contexto las personas son libres pero su tiempo es esclavo del capital. El tiempo de trabajo se fractaliza, se reduce a mínimos fragmentos que pueden ser ensamblados para permitir al capital encontrar las condiciones para un salario mínimo[12].  

 El mercado es ahora el lugar donde los signos y significados nacientes, deseos y proyecciones se encuentran. Si se trata de hablar de oferta y demanda debemos razonar en términos de flujos de deseos y atracciones semióticas. En la economía en red la flexibilidad se ha desarrollado siguiendo a la fractalización del poder[13]. La fractalización implica una fragmentación modular y recombinante de los tiempos de actividad. El trabajador es sólo un productor que intercambia micro fragmentos de semiosis (signos) recombinantes que entran en el continuo flujo de la red. El capital ya no paga por la disponibilidad del trabajador para ser explotado por un largo período de tiempo; no paga un salario que cubre el rango entero de las necesidades económicas de una persona. El trabajador, usado ahora por espacios de tiempo fragmentados, recibe un pago por sus ocasionales servicios temporarios. El tiempo de trabajo se utiliza en espacios fragmentados que adquieren una topología celular. Se trata de celdas de tiempo que se ponen a la venta en la red, donde los capitalistas pueden comprar tanto como quieran, sin estar obligados a dar protección social al trabajador.         

 
Se ha hablado mucho del fin de la clase obrera y del trabajo asalariado, sin embargo el
nuevo régimen  de  producción y  la subsunción  real  del  trabajo  en  el  capital  penetran
cada  día más numerosas  ramas  de  la  producción,  tales  como  comercio,  finanzas, esparcimiento.
 

Paralelamente, se proletarizan o pasan a ser asalariados sectores profesionales que en su mayor parte ejercían su labor en forma independiente, y categorías de trabajadores que tenían un gran control sobre su proceso de trabajo. Abogados,  contadores, arquitectos, trabajan para  grandes  estudios  o consultoras  que  compran  su  fuerza  de  trabajo  e  imponen  sus  condiciones  laborales. Otro tanto sucede con los profesionales de la salud que son empleados por clínicas o instituciones de medicina prepaga con remuneraciones, ritmos y condiciones de trabajo definidas  por  el  empleador,  más  allá de  si  se  lo  reconoce  como  asalariado  o  se  lo “disfraza” como monotributista.

 
                El  mismo  proceso  puede  verse en la  rama  de  transportes.  De  la  vieja figura del colectivero dueño de su vehículo, se pasó a la figura del “tropero” (dueño  de  una  cantidad  elevada  de  vehículos  que  trabaja  con  peones),  y  en  la actualidad son grandes sociedades anónimas que controlan varias líneas de transporte. En el caso de los taxímetros está teniendo lugar un proceso semejante.

 
En este contexto el proceso de individualización no remite a la generación de libertades positivas, de emancipación y de una progresiva autonomía subjetiva, sino que se inscribe (no sin tensiones) como un nuevo modelo de management de los recursos humanos donde las personas están permanentemente llamadas a dar prueba de sí mismas en las diferentes prácticas que están implicadas. En el plano más restringido de la transformación del trabajo, este giro paradójico se aprecia en el creciente proceso de objetivación del trabajador que hemos mencionado más arriba: a la relación social jerárquica con su jefe se une (y sustituye de manera creciente) cada vez más, la sumisión del trabajador ante el poder anónimo de los objetivos por alcanzar (desde el control por procedimientos al control por resultados) y de los mecanismos de mercado que se encuentran cada vez más directa y personalmente expuestos. Al mismo tiempo, aunque sólo sea en términos de la representación social y de la hegemonía sobre ella, la referencia al principio de individualización parece tener, sobre todo en las jóvenes generaciones, una indudable fuerza convocante.

Reflexión acorde a Christian Marazzi para quien "los salarios se vuelven fuertemente individualizados: la calificación adquirida por el obrero (edad, competencias y nivel de formación inicial) determina sólo una parte del ingreso salarial, mientras que una parte creciente se determinará en el lugar de trabajo sobre la base del grado de implicación, del "celo" y del interés demostrado durante el proceso de trabajo, es decir, luego del momento de la contratación. De este modo el salario se disocia del puesto de trabajo ocupado, perdiendo sus connotaciones profesionales para transformarse siempre más en una remuneración individual”... “La connotación servil del trabajo post-fordista se inscribe perfectamente en esta nueva forma de la relación salarial, esta parte variable y reversible del salario que depende de la implicación y del involucramiento personal del obrero  en la suerte de la empresa”[14]

 
                La fragmentación e individualización de la relación salarial atraviesa las instituciones sociales de la modernidad dificultando la promoción de medidas de protección y de impulso al trabajo. Mientras la vulnerabilidad ha devenido en condición social generalizada para la mayoría de los trabajadores, la precariedad se combina con el crecimiento del desempleo (y de la desocupación) juvenil, sobre todo en el conurbano y las provincias más pobres, donde alcanza elevados niveles. Se trata de un fenómeno acompañado por un sistema de welfare inadecuado, cada vez más débil, parcial y residual, incapaz de intervenir positivamente sobre la condición social y  mejorar el bienestar. Estas son las premisas que se encuentran atrás de lo que algunos llaman los ni-ni, utilizando un nuevo y eficaz concepto en clave anglosajón. (la generación neet, not in employment, education and training; ni trabaja, ni estudia, ni recibe formación). En nuestro país estos jóvenes, entre 16 y 24 años que suman 900 mil, y que constituyen la “tercera generación de los “ni ni”, comparten con capas importantes de la población condiciones de extremas condiciones de vida.


Bajo este entorno la condición precaria adquiere una particular fortaleza conflictiva y representa actualmente la contradicción más evidente de la vida. 

Los sindicatos no se sienten interpelados por la particular condición laboral existente ya que el discurso sobre la precariedad ha estado subordinado y sido desplazado históricamente por el de la recuperación del trabajo asalariado y la creación de empleo; en particular luego del período neoliberal. Esta dinámica encuentra igualmente sus raíces en el rol que el trabajo asalariado ha jugado en el imaginario político peronista desde sus orígenes, sustentando una lectura productivista que otorga relevancia al trabajo asalariado como fuerza inmanente de liberación y empoderamiento social. En realidad, la precarización laboral, como consigna, no ha formado parte de las luchas obreras y sindicales nacionales. Estas han estado asociadas más a una demanda de trabajo como garante de la ciudadanía y de una pertenencia nacional, que a un reclamo sobre la calidad del trabajo. Aunque debemos reconocer que las disputas sindicales, más allá de las luchas salariales, han incorporado las condiciones de trabajo fabriles.

 

Frente a estas circunstancias la pregunta que nos hacemos es ¿cuál es el rol que la precarización como condición existencial de los trabajadores, tal como la hemos definido, puede jugar hoy día como consigna política de movilización social?  Es cierto igualmente que, en las condiciones actuales, el énfasis puesto sobre el trabajo, en términos de inversión política y simbólica y su directa relación con el provecho de la ciudadanía deja mucho que desear. Todo indica que, a pesar del rol político que ha desempeñado el trabajo en la vida sindical nacional, éste no ha cubierto las promesas sobre una vida digna en la Argentina democrática de estos días: los working poors (precarizados por ingresos) están a la orden del día. A pesar de ello tanto el gobierno como los sindicatos  continúan asociando la ciudadanía del siglo XXI con el trabajo. Si toda política emancipatoria debe sustentarse en el sujeto del trabajo, la generalización de la precariedad como condición “natural” de la bioeconomía significará la necesidad de incorporar este fenómeno como un elemento sustantivo del proceso de subjetivación político. No se trata de una cuestión doctrinaria, ni tampoco de la necesidad de instalación de una simple nueva gramática adecuada al siglo XXI. Interesa el análisis del movimiento real que mantiene el orden de las cosas presentes mediante el control autoritario que caracteriza al actual gobierno kirchnerista. La  restauración de las viejas conquistas fordistas y la reestructuración de normas laborales fabriles que favorece a una porción muy reducida de trabajadores (25 %) deja de lado a un cúmulo de trabajadores precarios que no aceptan  el lugar al que los arroja el sistema buscando dar vida a un movimiento que revierta el sistema de relaciones económicas, sociales, humanas y ambientales que se tornan inaceptables. 
 
El kirchnerismo, a pesar de su discurso, ha sido incapaz de recuperar las instituciones del viejo estado de bienestar, sustento de la ciudadanía social[15]. Necesitamos impulsar un salto al futuro, esto es la construcción de espacios y formas de vida donde reinventar instrumentos y categorías para una integración positiva de las luchas, Se trata de proyectar un nuevo welfare, una nueva ciudadanía que llene el vacío producido ante la desvinculación entre estado y ciudadanía ya que la precarización existencial imposibilita recuperar el vínculo entre ciudadanía y trabajo, propio del fordismo. Ser capaces de construir un nuevo discurso político que incorpore la multiplicidad de demandas de libertad, igualdad y justicia que se expresan en las luchas de los estudiantes, docentes, tercerizados, trabajadores de los call center, de la salud, de la cultura. Contra la captación parasitaria del capital financiero de la cooperación del trabajo vivo, la construcción de un nuevo welfare, de nuevas autonomías en el terreno de la salud y educación, cultura y servicios, vivienda y transporte. En ese marco la urgencia de un ingreso de ciudadanía que reconozca los tiempos de vida apropiados por el capital y no pagado como camino para la generación del nuevo welfare.  
 
César Altamira                                                                               20-10-2013




[1] Ver L. Bolantski-E. Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, Gallimard, 1999, pag 301 y ss.
[2] C. Vercellone, Il reddito sociale garantito como reddito primario,  Quaderni di San Precario Nº 5.
[3] Voto joven y empleo, Las paradojas de la política oficial las promesas de un futuro en un presente de postergación. IPPYP, Agosto 2013
[4] Datos obtenidos del Observatorio de la Deuda Social Argentina, Desajustes en el desarrollo humano y social 2010-2011-2012, Universidad Católica Argentina. 2013.
[5] Franco Berardi (Bifo), Precarious Rhapsody, semiocapitalism and the pathologies of the post-alfa generation,  Minor Composition, 2009, pág. 34.
[6] L. Bolantski-E. Chiapello ibidem.
[7] C. Morini-A. Fumagalli, Ontología de la precariedad, Uninomade 2.0 Diciembre 2010.
[8] Ver Guy Standing, The precariat, the new dangerous class, Bloomsbury, 2011.
[9] S. Bologna, D. Banfi, Vita da freelance, Feltrinelli, 2011.
[10] Franco Berardi (Bifo), ibidem, pág. 36.
[11] Ibidem
[12] Ibidem
[13] Una geometría fractal es aquella cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas.
[14] C. Marazzi, La place des chaussettes, Edit. Lyber L’eclat, 1994 pág. 41-42.
[15] "Hay 10 millones de pobres y 2 millones de indigentes; 1,2 millones de hogares precarios; 3,5 millones de hogares sin cloacas; casi 4 millones de mayores de 18 años sin proyecto futuro",  Agustín Salvia ODSA, UCA, Clarín, 18-10-2013.

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