La precariedad: condición existencial del trabajo.
Ante este fenómeno no pocos admiten
dudas sobre la efectividad de los planes sociales para mejorar la calidad del
empleo. Dejamos de lado el análisis de la posible desviación de fondos hacia
objetivos diferentes, así como el de un uso para la sujeción de los sectores desposeídos, como
forma de reproducción del clientelismo. Nos preguntamos acerca de la tenacidad
y la buena salud que goza la precariedad (informalidad) laboral a pesar de
haberse creado casi 3 millones de nuevos empleos en el país en los últimos 10
años. Si bien el desempleo disminuyó (de tasas de 24 % en el pico de la crisis
a tasas del orden del 8 % en estos días), la tasa de precarización laboral, que
llegara al 50 % en su peor momento, no puede perforar el piso del 35 %. Este
fenómeno de vulnerabilidad laboral alcanza a los trabajadores cuentapropistas,
muchos de los cuales disponen de trabajo precario, a los desempleados así como
a los asalariados con contrato a término. Si a estos le sumamos aquellos
precarizados por ingresos, es decir aquellos cuyos salarios se encuentran por
debajo del salario mínimo, que alcanzaban al 15 % en el segundo trimestre del
2012, entonces la tasa de precarización llega a los 50 puntos porcentuales.
En los 70’s y 80’s cuando recién comenzaba el
desmantelamiento del sistema fordista de producción y con él los salarios garantizados
ligados a la producción industrial, el trabajo precario aparecía como un
fenómeno temporario y marginal, referenciado fundamentalmente en los jóvenes
que se integraban al mercado laboral. Hoy queda claro que el trabajo precario
ha dejado de ser una condición marginal para convertirse en la oveja negra del
proceso de producción capitalista. La precarización es consecuencia del proceso
de desterritorialización en todos los aspectos de la producción. No existe
continuidad en la experiencia laboral: no se concurre al mismo lugar de trabajo,
ni se mantiene la misma jornada laboral, ni se encuentra a las mismas personas
todos los días en el trabajo, como ocurría en la era industrial. Se trata de un
panorama que atenta contra formas de organización social permanente. Desde que
el trabajo devino precario, gracias a la transformación reticular y celular, el
problema de la organización autónoma del trabajo debe ser completamente
repensada. No sabemos aún cuál es la forma más adecuada de organización. Es
éste el principal problema político del presente.
Nos enfrentamos a tensiones
derivadas de la creciente vulnerabilidad social y de su dramática extensión a sectores
considerados tradicionalmente "privilegiados". Una lectura apropiada
sobre el fenómeno de la precarización y las nuevas formas emergentes de desigualdad
social, exige incorporar, simultáneamente, el análisis de los cambios y de las transformaciones
producidos en la dinámica de acumulación asociada a la economía capitalista
contemporánea y, en particular el de las maneras en que, bajo un nuevo paradigma,
se ha organizado y re-institucionalizado
el trabajo con el objeto de adaptarlo a las nuevas formas de producción del
valor. Las causas deben buscarse en el avance de un nuevo régimen de
acumulación capitalista con creciente importancia de los recursos inmateriales
y cognitivos en la producción y con dificultades para mantener la clásica
diferenciación marxista entre capital constante y capital variable. En otros
términos - siguiendo la gramática del obrerismo-, no es posible interpretar la
nueva redefinición del trabajo y su complicada fenomenología social sin comprender
la relación existente entre la composición técnica y social del trabajo y la
cambiante dinámica de valorización del capital. En segundo lugar, parece útil
destacar, cómo las nuevas formas de la desigualdad social, intrínsecamente
ligadas a lo que puede definirse como la "generalización social de la
precariedad", vuelven más comprensible el entramado social de las nuevas
generaciones, que experimentan nuevas prácticas de trabajo en un contexto muy
diferente, desde muchos puntos de vista (jurídicos, políticos, culturales y
económicos), al del pasado fordista reciente.
Debemos saber detectar en las
desconocidas formas de resistencia, -discontinuas , de ruptura y capaces de
oponerse a las nuevas técnicas de dominación y explotación,- aquellos elementos
reiterados que las unifican y potencian como un torrente común. Se trata de códigos
y prácticas colectivas que presentan dificultades para trascender el marco
específico de la lucha y ser reconocidos por la sociedad en su conjunto. Por
ello la necesidad de una adecuada interpretación de las luchas y de una, no
menos clara, traducción de su contenido. Son luchas que hablan de una nueva era,
la de la "precariedad ontológica”. Se requieren tender lazos de
comunicación y organización entre las distintas luchas del precariado para impulsar
el ingreso de ciudadanía como parte de un nuevo léxico político en el plano
nacional. El riesgo es que las nociones de precariedad, del ingreso ciudadano sean
vaciados de contenido, mientras el gobierno, reponiendo aquellas viejas recetas
welfarianas, convalida las desigualdades existentes. Así la precariedad y la
política de ingresos asociada son temáticas englobadas tras las políticas del workfare, donde el acceso al ingreso
está condicionado a estar inscripto en un plan social que exige, a su vez, una
contrapartida laboral. Mientras la precariedad se conjugue como la persistencia
de los efectos de las políticas de austeridad neoliberales, el ingreso de
ciudadanía se encontrará fuera del horizonte de las políticas sociales. El
desafío es alcanzar el ingreso de ciudadanía como expresión de la síntesis
entre libertad e igualdad; como forma de superación del régimen fundado en el
trabajo asalariado.
La fuerza de trabajo flexible y precaria con
la que nos encontramos hoy remite a una multiplicidad en movimiento, población
flotante imposible de controlar de manera directa mediante las viejas técnicas de
los espacios cerrados de las fábricas. Se trata de una fuerza de trabajo que ha
dejado de ser una especificidad neoliberal y cuyo sometimiento se ejercita
modulando la precarización y la inseguridad[1].
Se trata sin duda de una
explicación clave de la constatación que la precariedad es al trabajo en el
capitalismo cognitivo como la fragmentación de las tareas operarias propias del
taylorismo lo fue en el capitalismo industrial. La actual política social, a pesar de su
cara keynesiana, favorece una
peculiar proliferación de la desigualdad social. Diríamos que se trata del
“gobierno de las desigualdades sociales” antes que del “gobierno de la
inclusión social”. La construcción y permanencia del precario, del desocupado,
del pobre, del trabajador pobre, la práctica de la individualización, fragiliza
no sólo al individuo que se encuentra en esa situación, sino que se proyecta
sobre el conjunto de las “posiciones” del mercado laboral debilitando su
resistencia en la medida que proyecta un futuro de inseguridades y
precarizaciones.
Asistimos, en numerosas
actividades productivas, al pasaje de una división taylorista a una división
cognitiva del trabajo fundada en la creatividad
y en la capacidad de aprender del trabajador. En este contexto el tiempo
de trabajo dedicado a la producción durante la jornada de trabajo oficial deviene solo una fracción del tiempo social
de producción. La frontera entre el trabajo y no trabajo aparece, cuando menos
atenuada, atravesada por una dinámica contradictoria. De un lado, el tiempo
libre no se reduce a la función de
reproducción del potencial de autovalorización, sino que, simultáneamente, se desarrollan
actividades donde los individuos transportan su saber de un lugar y tiempo
social a otro, incrementando el valor de uso individual y colectivo de la
fuerza de trabajo. Por otro lado, se genera un conflicto y tensión creciente
entre la tendencia a la autonomía del trabajo y la tendencia del capital a
someter el conjunto del tiempo social a la lógica heterónoma de la valorización
del capital. Reconocer el
ingreso de ciudadanía significa reconocer la extensión del tiempo de trabajo no
retribuido, más allá del tiempo correspondiente a la jornada oficial que
participa de la formación del valor capturado por el capital. El ingreso como
salario social corresponde a la remuneración colectiva de una parte de esta
actividad creadora de valor, que se efectúa sobre la totalidad del tiempo
social (tiempo de trabajo + tiempo de no trabajo) y que da lugar a una enorme
masa de trabajo no retribuida.
En el capitalismo cognitivo el trabajo no puede ser
prescripto y reducido a simple gasto de energía efectuado en un tiempo dado. El
capital requiere ahora una implicación activa de los saberes y del tiempo de
vida. La “prescripción de la subjetividad”[2],
el trabajo por objetivos, la presión del cliente junto a las restricciones
ligadas directamente a la precariedad son las principales vías que ha tomado el
capitalismo para responder a esta nueva autonomía del trabajo. Las diversas
formas de precarización de la relación salarial constituyen de hecho el
instrumento del que se vale el capital para imponer y beneficiarse
gratuitamente de esta subordinación total sin pagar y reconocer el salario
correspondiente de este tiempo no integrado y no medible en el contrato de
trabajo.
Precarización y desigualdad social constituyen las
características centrales del capitalismo argentino en estos días. Veamos. La
proporción de la fuerza laboral que se encuentra precarizada, ya sea por el
tipo de contratación o por los ingresos,
a nivel general afecta a 52% mientras en
lo que respecta la generación juvenil este flagelo se siente con mayor crudeza:
el 77,1% de trabajadores jóvenes entre 18 y 24 años[3]
sufren alguna modalidad
de precariedad laboral.
Esto es, 1.750.000 personas de 18
a 24 años de edad. Entre los jóvenes que no estudian, y que representan el 54%
del total, el 41% tampoco trabaja. Esto
es, el 22,1% del total de jóvenes, cerca
de un millón de personas entre 18 y 24 años,
no estudia ni trabaja, lo que da cuenta del estado de desaliento frente
a la ausencia de oportunidades existente. La desigualdad con relación al empleo
se manifiesta también de diferentes formas. A) en 2012 sólo el 36 % de las
mujeres activas tenían pleno empleo,
mientras que este porcentaje era del 50
% en el caso de los hombres; B) del 35 % de empleos precarios en 2012, las
mujeres eran el 41 % mientras que los hombres sólo llegaban al 31 %; C)
mientras el 42 % de activos sin secundario completo son precarios, esta cifra
sólo llega al 31 % en el caso de activos con secundario completo; D) mientras
sólo el 28 % de los activos con secundario incompleto alcanzaba empleos de
calidad, esta cifra sube al 55 % en el caso de activos con secundario completo;
E) mientras sólo el 12 % de los activos pertenecientes al cuarto de estrato
inferior de la población tienen pleno empleo, este porcentaje crece al 72 %
para el caso de estrato superior; F) mientras que el 60 % de los trabajadores
pertenecientes al estrato económico más bajo no recibían aportes jubilatorios,
esta cifra es del 17 % en el caso de los trabajadores pertenecientes a los
estratos medio altos; G) el 47 % de los activos sin secundario completo carecen
de cobertura médica, mientras que esta cifra es del 19 % en el caso de quienes
tienen secundario completo.[4]
Mientras la precariedad deviene una
norma general, mayor es la posibilidad de expropiación de la capacidad innovadora
del trabajo. La precariedad es el dispositivo moderno que regula la relación
entre capital y trabajo vivo. La diferenciación generacional, de razas, de colores
y de sexos es parte integrante del gobierno de la desigualdad que resulta ser
el marco donde se inserta la temática de la precariedad. El proceso de
racialización implícito en los talleres textiles clandestinos contribuye a la
construcción de un mercado de trabajo jerarquizado donde se cristaliza, al
decir de Fanon, la subordinación de algunos grupos sociales con relación a
otros, debilitando la solidaridad y cualquier proceso de unificación. Y esto, a
pesar de la común condición de ser trabajadores sujetos al comando y a la
explotación del capital, que conforman
una fuerza de trabajo segmentada y jerarquizada, más allá de las diferencias de
nacionalidades.
Por un lado queda clara la
imposibilidad del retorno a normas que regularon la relación entre capital y trabajo.
La precariedad no es un accidente del presente destinado a desaparecer sino,
por el contrario, el presente y futuro del trabajo vivo. Por otra parte, los
diversos movimientos sociales han puesto de manifiesto su rechazo a funcionar
como objetos pasivos de los cambios que se están produciendo.
La precariedad ya no
es más una característica marginal y provisional sino la forma general que
adopta la relación laboral en la esfera productiva digitalizada, reticular y
recombinativa[5].
La “nueva” precarización.
El proceso de precarización
alcanza al conjunto de las relaciones sociales, tanto en las metrópolis
desarrolladas cuanto en los países en desarrollo, invade el empleo público
igualmente como el privado, horadando la asistencia médica como las
jubilaciones, mientras debilita cotidianamente las instituciones del welfare,
provocando un clima de zozobra e incertidumbre en la medida que la inseguridad
laboral se difunde por contagio como verdadera epidemia. En realidad la palabra
precario deriva de la voz latina prex
plegaria, por lo que precariedad es aquello que se consigue mediante
súplicas, por voluntad o concesión de
otros. Por lo que el adjetivo precario confiere al sustantivo precario,
asociado al individuo, característica de inseguridad, propia de toda condición
fundada en alguna concesión o beneficio derivado de algún permiso adquirido,
aunque sin ninguna seguridad por su permanencia.
Debemos reconocer que la
condición de precariedad ha asumido, con el tiempo, nuevas formas. El
trabajo humano, en el curso del capitalismo, ha adquirido formas precarias más
o menos difusas dependiendo de la coyuntura y de las cambiantes relaciones de
fuerza. Adoptó una forma masiva en la época del capitalismo
pre-taylorista y así fue, aunque en menor medida, en el capitalismo
fordista. Pero en esos tiempos se hablaba de la precariedad de las
condiciones de trabajo: la realización de un trabajo principalmente manual
implicaba, en todos los casos, una distinción entre tiempo de trabajo y tiempo
de vida, entendido como el tiempo de no trabajo o de ocio; y la precarización
del empleo estuvo muchas veces relacionada con extensiones abusivas y autoritarias
del comando del capital con relación al tiempo de trabajo. Las luchas laborales
de los siglos XIX y XX, tuvieron como objetivo muchas veces la reducción de
tiempo de trabajo a favor del tiempo de no trabajo y de la mejora en las condiciones
laborales.
En la transición del
capitalismo industrial fordista al capitalismo bio-cognitivo, el trabajo
cognitivo y relacional se ha extendido hasta definir la principal modalidad de
la prestación laboral. Este fenómeno ha significado el fin de la separación
entre el hombre y la máquina que regula, organiza y sistematiza el trabajo
manual. En el momento en que el cerebro y el bios (vida) forman parte
integrante del trabajo, en ese mismo momento también la distinción entre el
tiempo de vida y el tiempo de trabajo pierde significado. He aquí pues
donde el individualismo contractual, que se encuentra en la base de la
precariedad del trabajo legal, atraviesa la subjetividad de los propios
individuos, influyendo en su comportamiento y se transforma en precariedad
existencial. En la época del
capitalismo cognitivo la distinción entre tiempo de trabajo y no trabajo, es
decir entre ocupados y no ocupados, no resulta tan clara como en la época del
fordismo. Hoy el control se asocia a la individualización jerárquica de la
relación laboral y a la presión a través de los ingresos[6].
Es precisamente esta condición precaria, aunque percibida de manera
diferenciada entre los individuos, la que nutre y define el nuevo ejército
industrial de reserva. Un ejército de reserva que ya no se encuentra por fuera
del mercado de trabajo, sino que es interior al mismo. Así como en el período
fordista no era conveniente alcanzar la plena ocupación manteniendo un ejército
industrial de reserva para contener los salarios, en el capitalismo cognitivo parecen haber buenos motivos para
mantener un determinado nivel de precariedad.
Cierto es también que la
condición de precariedad no adquiere el status que dé lugar a una clase de
"precarios"; ni siquiera existe un proceso homogéneo de toma de
conciencia. Mientras en el capitalismo fabril la determinación del nivel
de conciencia del individuo se referenciaba en la condición objetiva del
empleo, como condición “externa” a la persona, en el capitalismo bio-cognitivo,
como la prestación laboral deviene casi completamente internalizada, la toma de conciencia, o es autconciencia de sí,
o no es.[7]
El precariado no es una clase para sí; en parte porque está en conflicto
permanente consigo mismo. Cada grupo precario busca echarle la culpa a otro de
su condición de vulnerabilidad e indignidad. Los trabajadores temporarios con
bajos salarios son inducidos a pensar que el "bienestar” es alcanzado a
sus expensas. Los residentes nacionales urbanos, con bajos ingresos, pueden ver como enemigo a los
nuevos inmigrantes que accediendo a mejores trabajos reciben beneficios que le
son denegados[8]. Las
tensiones dentro del precariado enfrentan a las personas entre sí, lo que
les impide reconocer que es la estructura
social y económica la que genera las vulnerabilidades comunes. En ese contexto no
son pocos los precarios que se han sentido atraídos por políticas populistas y por
ideas, en algunos casos, neo-fascistas, como es el caso de EEUU y de algunos países
de Europa.
Los cambios producidos
en la naturaleza del trabajo al interior del capitalismo postfordista y
cognitivo vuelven a la fuerza de trabajo más autónoma e independiente con
relación al capital, en la medida que concentra el capital constante y el
capital variable. Este modo de producción antropogenético, al decir de C.
Marazzi, -propio de la economía financiarizada que caracteriza el actual proceso
de extracción de riqueza en la sociedad global-, empuja al capital a precarizar
la nueva fuerza de trabajo asalariada, generando una governance autoritaria
sobre el mercado laboral que constituye un momento clave en el control que el
comando del capital ejerce sobre el trabajo. En este contexto el miedo y la
inseguridad conforman la base del control. Mientras el miedo constituye la base
del control social, la evocación de la estabilidad perdida (asociada a los
viejos tiempos) se convierte en programa político encantado. Bien podemos decir
que se trata de un neoludismo: se intenta superar el malestar asociado a la
desaparición de la distinción entre tiempo de trabajo y de no trabajo, propio
de jornadas de trabajo pasadas, demandando formas de producción perimidas. El
viejo sistema de fábrica ha dejado de ser hegemónico y no se puede reponerlo en
el lugar pasado.
Trabajo
"autónomo"
El fenómeno de la precariedad en estos días no está referido solamente a aquel tipo de trabajo interino o a término, sino que atraviesa y se extiende a los autónomos con diversos tipos de contratos, muchos de ellos trabajando a tiempo indeterminado en la pequeña y mediana empresa, incorporados incluso en los diversos sistemas de contratación utilizados por el estado.
La experiencia laboral
es vista hoy como una tarea individual que se incorpora como acción individual,
y que el mercado convalida como “capital humano”. En un contexto donde se pasa
de la fase de la objetivación del trabajo a la de la objetivación del trabajador, no son pocos quienes entienden al
trabajador como una suerte de empresa en sí misma; el trabajo se convierte además
de “una actividad productiva inmediata" en una actividad estratégica
“arriesgada", que se ejercita sólo parcialmente al interior de un rígido y
disciplinado comando heterodireccionado.
Conviene precisar que
esta modificación no puede leerse como un progresivo deslizamiento del trabajo
asalariado hacia el trabajo autónomo. No se trata de considerar la forma
jurídica del trabajo como la figura que dirige este cambio sino, por el
contrario, asumir que dichos cambios pivotean sobre inéditas normas sociales de
producción y regulación del valor. La distinción entre el trabajo asalariado y
el trabajo independiente, tiende a perder importancia y a confundirse bajo formas
inéditas e imprevisibles. Es necesario remarcar que el comando sobre el trabajo
se ejerce por fuera de la fábrica y sobre la actividad inmediata de producción,
desde un nivel diferente, -que podríamos definir como biopolítico-, como poder
de "inhibición” y de control del trabajo, un lugar propiamente social y
político. La progresiva transformación del trabajo en el capitalismo
post-fordista y cognitivo empuja, por lo tanto, a la fuerza de trabajo
asalariada tradicional (disfuncional ahora al desarrollo capitalista por su
rigidez y resistencia) a adoptar formas de "empresa tipo individual con
fuerte sesgo comunicacional".
El aumento
relativo y absoluto
del trabajo independiente - una de
las tendencias presentes en las
décadas anteriores- parece haberse detenido: en la presente década, el trabajo
por “cuenta propia” fluctúa en una proporción cercana a la quinta parte de la
población activa.
Debemos remarcar que la llamada “autonomización”
del trabajo (habiendo también aquí fuertes diferencias según los sectores) no
está organizada sólo o principalmente en función de la reducción de los costes
y de la flexibilización de la producción, sino fundamentalmente para capturar
la “externalidad” positiva y social que la cooperación produce y organiza
espontáneamente.
Aunque no todo lo que
reluce es oro. Tras el aspecto liberador e innovador que ponen en primer plano
las teorizaciones del general intellect,
subyace también el aspecto oscuro y trágico de las nuevas condiciones laborales
como manifestación contradictoria de las nuevas modalidades de producción. El
posfordismo no es solamente “producción de mercancías por medio del lenguaje”,
intelectualidad de masas, comunicación, sino también un retorno a formas de
explotación prefordista. Incluso, al decir de Bologna[9], los trabajadores autónomos son más explotados que
los trabajadores fordistas.
El ingreso y tránsito por el
mercado de trabajo se presenta pues, sobre todo para las nuevas generaciones,
como un temerario intento ante contratos de trabajo atípicos y fuera de todo
standard laboral, obligados a peregrinar por circuitos socialmente
desprotegidos, que exigen el desarrollo de prácticas reflexivas (por la
necesidad de una continua corrección), inestables y nunca definidas de una sola
vez, y compuestas por situaciones sociales de hibridación entre
tiempos/espacios educativos, laborales y relacionales.
Individualización
y máquina de sometimiento.
El capital en tiempos de
bioeconomía necesita expandirse libremente por todos los rincones para poder encontrar aquellos fragmentos de
tiempo de trabajo vivo disponibles y explotarlos mediante miserables salarios.
Si bien el trabajador aparece como libre, su tiempo de vida es ahora capturado
por un biopoder que se expande por los intersticios de la sociedad. Se trata de
la subsunción de la mente. Si en el fordismo la mente trabajaba como soporte
fisiológico del movimiento muscular, tras un automatismo repetitivo, ahora la
mente opera en un proceso de producción donde la capacidad cognitiva se
convierte en el principal recurso productivo. Es esta subsunción de la mente lo
que conduce a una mutación sustantiva
del proceso de valorización capitalista. La conciencia y los órganos sensitivos
son sometidos a una fuerte presión competitiva, a una aceleración de los
estímulos y a un permanente stress de atención generándose una atmósfera
productiva psicopatogénica[10].
Cuando nos movemos en la esfera
del trabajo cognitivo ya no hay necesidad de comprar la fuerza de trabajo
durante ocho horas diarias sino que alcanza con comprar paquetes de tiempo
separados de sus ocasionales e intercambiables portadores. Las extensiones de
tiempo se encuentran meticulosamente empaquetadas; las celdas de tiempos
productivos pueden ser movilizadas de manera puntual, casual, fragmentadas y recombinadas
a través de las redes. El celular es la herramienta que hace posible la
conexión entre las necesidades del semio capital y la movilización del trabajo
vivo en el ciberespacio. Los ring tones de los celulares convocan a los
trabajadores a reconectar sus tiempos abstractos al flujo reticular. En ese
contexto las personas son libres pero su tiempo es esclavo del capital. El
tiempo de trabajo se fractaliza, se reduce a mínimos fragmentos que pueden ser
ensamblados para permitir al capital encontrar las condiciones para un salario
mínimo[12].
Se ha hablado mucho del fin de la
clase obrera y del trabajo asalariado, sin embargo el
nuevo régimen de producción y
la subsunción real del
trabajo en el
capital penetran cada día más numerosas ramas de la producción, tales como comercio, finanzas, esparcimiento.
Paralelamente, se proletarizan o
pasan a ser asalariados sectores profesionales que en su mayor parte ejercían
su labor en forma independiente, y categorías de trabajadores que tenían un
gran control sobre su proceso de trabajo. Abogados, contadores, arquitectos, trabajan para grandes
estudios o consultoras que compran su
fuerza de trabajo
e imponen sus
condiciones laborales. Otro tanto
sucede con los profesionales de la salud que son empleados por clínicas o
instituciones de medicina prepaga con remuneraciones, ritmos y condiciones de
trabajo definidas por el
empleador, más allá de si
se lo reconoce
como asalariado o
se lo “disfraza” como
monotributista.
El mismo
proceso puede verse en la
rama de transportes.
De la vieja figura del colectivero dueño de su
vehículo, se pasó a la figura del “tropero” (dueño de
una cantidad elevada
de vehículos que
trabaja con peones),
y en la actualidad son grandes sociedades anónimas
que controlan varias líneas de transporte. En el caso de los taxímetros está
teniendo lugar un proceso semejante.
En este contexto el proceso de
individualización no remite a la generación de libertades positivas, de
emancipación y de una progresiva autonomía subjetiva, sino que se inscribe (no
sin tensiones) como un nuevo modelo de management de los recursos humanos donde
las personas están permanentemente llamadas a dar prueba de sí mismas en las
diferentes prácticas que están implicadas. En el plano más restringido de la
transformación del trabajo, este giro paradójico se aprecia en el creciente
proceso de objetivación del trabajador que hemos mencionado más arriba: a la
relación social jerárquica con su jefe se une (y sustituye de manera creciente)
cada vez más, la sumisión del trabajador ante el poder anónimo de los objetivos
por alcanzar (desde el control por procedimientos al control por resultados) y
de los mecanismos de mercado que se encuentran cada vez más directa y
personalmente expuestos. Al mismo tiempo, aunque sólo sea en términos de la
representación social y de la hegemonía sobre ella, la referencia al principio
de individualización parece tener, sobre todo en las jóvenes generaciones, una
indudable fuerza convocante.
Reflexión acorde a Christian Marazzi
para quien "los salarios se vuelven fuertemente individualizados: la
calificación adquirida por el obrero (edad, competencias y nivel de formación
inicial) determina sólo una parte del ingreso salarial, mientras que una parte
creciente se determinará en el lugar de trabajo sobre la base del grado de
implicación, del "celo" y del interés demostrado durante el proceso
de trabajo, es decir, luego del momento de la contratación. De este modo el
salario se disocia del puesto de trabajo ocupado, perdiendo sus connotaciones
profesionales para transformarse siempre más en una remuneración individual”...
“La connotación servil del trabajo post-fordista se inscribe perfectamente en
esta nueva forma de la relación salarial, esta parte variable y reversible del
salario que depende de la implicación y del involucramiento personal del
obrero en la suerte de la empresa”[14]
La fragmentación e
individualización de la relación salarial atraviesa las instituciones sociales
de la modernidad dificultando la promoción de medidas de protección y de impulso
al trabajo. Mientras la vulnerabilidad ha devenido en condición social
generalizada para la mayoría de los trabajadores, la precariedad se combina con
el crecimiento del desempleo (y de la desocupación) juvenil, sobre todo en el conurbano
y las provincias más pobres, donde alcanza elevados niveles. Se trata de un fenómeno
acompañado por un sistema de welfare inadecuado, cada vez más débil, parcial y
residual, incapaz de intervenir positivamente sobre la condición social y mejorar el bienestar. Estas son las premisas
que se encuentran atrás de lo que algunos llaman los ni-ni, utilizando un nuevo
y eficaz concepto en clave anglosajón. (la generación neet, not in employment,
education and training; ni trabaja, ni estudia, ni recibe formación). En
nuestro país estos jóvenes, entre 16 y 24 años que suman 900 mil, y que constituyen
la “tercera generación de los “ni ni”, comparten con capas importantes de la
población condiciones de extremas condiciones de vida.
Bajo este entorno la condición
precaria adquiere una particular fortaleza conflictiva y representa actualmente
la contradicción más evidente de la vida.
Los sindicatos no se sienten
interpelados por la particular condición laboral existente ya que el discurso
sobre la precariedad ha estado subordinado y sido desplazado históricamente por
el de la recuperación del trabajo asalariado y la creación de empleo; en
particular luego del período neoliberal. Esta dinámica encuentra igualmente sus
raíces en el rol que el trabajo asalariado ha jugado en el imaginario político
peronista desde sus orígenes, sustentando una lectura productivista que otorga
relevancia al trabajo asalariado como fuerza inmanente de liberación y
empoderamiento social. En realidad, la precarización laboral, como consigna, no
ha formado parte de las luchas obreras y sindicales nacionales. Estas han
estado asociadas más a una demanda de trabajo como garante de la ciudadanía y
de una pertenencia nacional, que a un reclamo sobre la calidad del trabajo.
Aunque debemos reconocer que las disputas sindicales, más allá de las luchas
salariales, han incorporado las condiciones de trabajo fabriles.
Frente a estas
circunstancias la pregunta que nos hacemos es ¿cuál es el rol que la
precarización como condición existencial de los trabajadores, tal como la hemos
definido, puede jugar hoy día como consigna política de movilización social? Es cierto igualmente que, en las condiciones
actuales, el énfasis puesto sobre el trabajo, en términos de inversión política
y simbólica y su directa relación con el provecho de la ciudadanía deja mucho
que desear. Todo indica que, a pesar del rol político que ha desempeñado el
trabajo en la vida sindical nacional, éste no ha cubierto las promesas sobre
una vida digna en la Argentina democrática de estos días: los working poors (precarizados por ingresos)
están a la orden del día. A pesar de ello tanto el gobierno como los
sindicatos continúan asociando la
ciudadanía del siglo XXI con el trabajo. Si toda política emancipatoria debe
sustentarse en el sujeto del trabajo, la generalización de la precariedad como
condición “natural” de la bioeconomía significará la necesidad de incorporar este
fenómeno como un elemento sustantivo del proceso de subjetivación político. No
se trata de una cuestión doctrinaria, ni tampoco de la necesidad de instalación
de una simple nueva gramática adecuada al siglo XXI. Interesa el análisis del
movimiento real que mantiene el orden de las cosas presentes mediante el
control autoritario que caracteriza al actual gobierno kirchnerista. La restauración de las viejas conquistas
fordistas y la reestructuración de normas laborales fabriles que favorece a una
porción muy reducida de trabajadores (25 %) deja de lado a un cúmulo de
trabajadores precarios que no aceptan el
lugar al que los arroja el sistema buscando dar vida a un movimiento que
revierta el sistema de relaciones económicas, sociales, humanas y ambientales
que se tornan inaceptables.
El kirchnerismo, a pesar
de su discurso, ha sido incapaz de recuperar las instituciones del viejo estado
de bienestar, sustento de la ciudadanía social[15].
Necesitamos impulsar un salto al futuro, esto es la construcción de espacios y formas
de vida donde reinventar instrumentos y categorías para una integración
positiva de las luchas, Se trata de proyectar un nuevo welfare, una nueva
ciudadanía que llene el vacío producido ante la desvinculación entre estado y
ciudadanía ya que la precarización existencial imposibilita recuperar el
vínculo entre ciudadanía y trabajo, propio del fordismo. Ser capaces de
construir un nuevo discurso político que incorpore la multiplicidad de demandas
de libertad, igualdad y justicia que se expresan en las luchas de los
estudiantes, docentes, tercerizados, trabajadores de los call center, de la
salud, de la cultura. Contra la captación parasitaria del capital financiero de
la cooperación del trabajo vivo, la construcción de un nuevo welfare, de nuevas
autonomías en el terreno de la salud y educación, cultura y servicios, vivienda
y transporte. En ese marco la urgencia de un ingreso de ciudadanía que reconozca
los tiempos de vida apropiados por el capital y no pagado como camino para la generación
del nuevo welfare.
César Altamira
20-10-2013
[1] Ver L. Bolantski-E. Chiapello, Le nouvel
esprit du capitalisme, Gallimard, 1999, pag 301 y ss.
[2] C. Vercellone, Il reddito sociale garantito como reddito primario, Quaderni di San Precario Nº 5.
[3] Voto joven y empleo, Las paradojas de la política
oficial las promesas de un futuro en un presente de postergación. IPPYP, Agosto 2013
[4] Datos obtenidos
del Observatorio de la Deuda Social
Argentina, Desajustes en el desarrollo humano y social 2010-2011-2012,
Universidad Católica Argentina. 2013.
[5] Franco Berardi (Bifo), Precarious Rhapsody,
semiocapitalism and the pathologies of the post-alfa generation, Minor Composition, 2009, pág. 34.
[6] L. Bolantski-E. Chiapello ibidem.
[7] C. Morini-A. Fumagalli, Ontología de la precariedad, Uninomade
2.0 Diciembre 2010.
[8] Ver Guy Standing, The precariat, the new
dangerous class, Bloomsbury, 2011.
[9] S. Bologna, D. Banfi, Vita da
freelance, Feltrinelli, 2011.
[10] Franco Berardi (Bifo), ibidem,
pág. 36.
[11] Ibidem
[12] Ibidem
[13] Una geometría fractal es aquella cuya estructura básica, fragmentada o
irregular, se repite a diferentes escalas.
[14] C. Marazzi, La
place des chaussettes, Edit. Lyber L’eclat, 1994 pág. 41-42.
[15] "Hay 10 millones de pobres y 2 millones de indigentes; 1,2 millones de
hogares precarios; 3,5 millones de hogares sin cloacas; casi 4 millones de
mayores de 18 años sin proyecto futuro", Agustín Salvia ODSA, UCA, Clarín, 18-10-2013.
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