Apuntes para una lectura crítica de la coyuntura.
Punto de partida: capitalismo cognitivo: nueva composición técnica y política
Las sociedades capitalistas se encuentran en constante movimiento y mutación variando sus perfiles sociales y económicos, a la sombra, generalmente, de las alteraciones que se producen en la relación capital trabajo. Los gobiernos y el propio capital, al compás de esas tendencias, buscan incidir políticamente sobre esas mutaciones intentando adaptarlas y direccionarlas hacia políticas afines a sus intereses. La dinámica de antagonismo del capital y el trabajo, es decir la sucesión de luchas de resistencia del trabajo e intentos de dominación y control del capital, construye el ciclo de luchas, según una sucesión marcada por: resistencia del trabajo-respuesta del capital-nueva resistencia del trabajo. En momentos de crisis, de cambios de época, donde la composición política y composición técnica de los sujetos laborales se ve alterada de manera significativa, los intentos del capital y los gobiernos se vuelven más enérgicos. En nuestros días todo parecería indicar que hemos pasados de la llamada sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Donde lo que está en juego definitivamente para el capital es el control y la explotación sobre el bios, la vida.
ADDENDA 1
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Partimos de un supuesto básico: el reconocimiento de cambios en el modelo de producción (la producción serial fabril) y de explotación del capitalismo a nivel del conjunto de los países más desarrollados. Cambios que se ven reflejados, aunque no de una manera directa y espejada, en nuestras sociedades latinoamericanas, argentina en particular. Para nosotros, afirmar que el modo de producir y de explotar se ha modificado, significa reconocer que la fábrica ha dejado de ser el lugar por antonomasia de la producción proletaria y de conflictividad obrera. Cuando hacemos mención al capitalismo cognitivo, al trabajo inmaterial, a la cooperación social, a la circulación de los saberes de la inteligencia colectiva estamos tentando poner en cuestión simultáneamente el nuevo objeto de saqueo del capital, ahora la vida; planteando al mismo tiempo que las inversiones capitalistas no están restringidas a la fábrica sino que se extienden al conjunto de la sociedad y que simultáneamente con ello se produce una generalización del dominio de las luchas, la transformación del lugar de la resistencia y de la producción como espacio de las resistencias posibles. El baricentro de la producción de valor se ha desplazado. Crear valor hoy es poner a trabajar las subjetividades en la cooperación social, en la red social productiva, y esto es precisamente el común. Hoy el valor se produce en el espacio del común de las subjetividades. Ya no es posible desubjetivar a los hombres, individualizarlos serializarlos, como si fueran golem de dos cabezas: una, vista como unidad productiva; la otra, formando parte de la población y como tal, objeto de una gestión masificada (Foucault) Y esto ya no es posible porque en el capitalismo de nuevo tipo lo que produce valor es la producción común de subjetividades. Aunque debemos aclarar que afirmar que la producción ha devenido común no significa negar la existencia de las fábricas, donde los cuerpos siguen siendo carne de cañón, encadenados al trabajo fabril.
Pero los cambios de época no solo se recogen en las nuevas modalidades de dominación de las clases dominantes. Resulta posible igualmente detectarlos en las formas de resistencia, en las particularidades y ritmos que adquieren sus contenidos y direccionalidades, en las agendas abiertas y ocultas de las que son portadores. Hemos asistido en América Latina en general y en nuestro país en particular, ya desde hace casi veinte años, a levantamientos populares de nuevo tipo protagonizados por actores diversos y múltiples: Quito en febrero del 1997 y enero del 2000; Lima y Cochabamba en enero del 2000; Buenos Aires en diciembre del 2001; Arequipa en junio del 2002; Caracas en abril del 2002; La Paz en febrero del 2003 y El Alto en octubre del 2003 son demostrativos de esta diversidad de actores y su diferenciación. Pobres urbanos y campesinos diseminados en los territorios, con experiencias sociales distintas y saberes y prácticas culturales diferentes, creencias y memorias históricas disímiles. Todo ello muestra la existencia de grupos heterogéneos de actores en la resistencia a la dominación del capital. Es indudable que ya no nos encontramos frente a un único sujeto político definido por una identidad productiva, organización común y problemática común. Por el contrario la geografía de la resistencia latinoamericana se tiñe con campesinos, indígenas aymaras y mapuches, quechuas y lacandones, zotziles y guaraníes. En espacios diversos: desde el Matto Grosso brasileño a la selva lacandona; desde el frío Aluminé en la antesala de la Cordillera al altiplano boliviano; desde las sierras de Ayacucho y Puno peruano a las orografías ecuatorianas. En este variopinto geográfico, crisol de razas y singularidades se destacan las diferencias políticas, sociales, culturales, de lengua y de tradición que sostienen las también desiguales demandas políticas y sociales. Desde la nacionalización de los recursos naturales en Bolivia y la conformación de un estado de nuevo tipo plurinacional con su lema del buen vivir y reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos originarios a las demandas de los desocupados argentinos por un trabajo digno y autonomía y obtención de una nueva ciudadanía social, pasando por las demandas ante el estado de docentes y estudiantes de diversos países latinoamericanos quienes, tras sus reclamos en el ámbito de la salud, educación y servicios públicos, proyectan una revalorización y reconstrucción del espacio público.
Con referencia a la composición técnica del trabajo la producción ha devenido común. La composición política, por su lado, exige que a esa producción común le correspondan categorías jurídicas y políticas nuevas, que aún, debemos reconocer, no están definidas. Categorías idóneas para organizar el común, describir las nuevas instituciones, su funcionamiento interno y determinar su centralidad. Categorías hoy inexistentes. Sin embargo, el hecho de que aún no existan no obliga a razonar en términos ya obsoletos: fábrica, individuos aislados y encadenados a un trabajo taylorizado y fabril, masificados ya como población, como pueblo o como nación. Abordar la realidad, como si nada hubiera pasado, conforma la mayor de las mistificaciones con relación al poder.
Ciclos de lucha
Es posible hablar de la existencia en nuestro país de dos grandes ciclos de lucha en los últimos veinte años.
Un primer ciclo de luchas –durante la década de los 90’s- hegemonizado por aquellos sujetos sociales cuyas características socio económicas y organización política respondían aún a la vieja matriz keynesiana fordista. Nos referimos a las luchas de los trabajadores telefónicos, ferroviarios, mineros del carbón (Río Turbio), metalúrgicos de San Nicolás etc. cuya resistencia a las políticas de privatización y reestructuración capitalista otorgaron a la etapa de resistencia una impronta particular. Ciclo de luchas que habría de culminar con el largo conflicto docente y la resistencia de los trabajadores de Aerolíneas ante la posibilidad cierta del cierre de la empresa. Por su naturaleza estas luchas adoptaron una modalidad reactiva, fundamentalmente defensiva de sus derechos y compromisos que se veían amenazados por la privatización de los servicios públicos y los intentos de reestructuración capitalista del sector. Simultáneamente, durante los últimos tiempos de esta etapa, se fueron conformando nuevos núcleos de resistencia en la medida que comenzaban a recogerse los frutos de las privatizaciones y de la apertura indiscriminada a la que había sido sometida la economía nacional.
Se abre un segundo-nuevo ciclo de luchas –en algunos casos superpuesto con el anterior- con actores diferentes, inéditos en la historia de las luchas obreras argentinas, no sólo por su composición social sino también por las características y modalidades que habrían de adoptar los enfrentamientos. Los nuevos enclosures promueven una recomposición radical de los reclamos sociales personificados ahora por nuevos sujetos sociales, los piqueteros, desempleados, empleados precarios, estudiantes con trabajos temporarios, pequeños comerciantes arruinados, circulación de luchas que no solo se planteó la búsqueda y concreción de alianzas cruzadas, sino que con el avance de la resistencia comenzaron a hacer propias las luchas de otros sectores. En este nuevo ciclo de luchas los sectores del trabajo con fuerte incidencia laboral y organización de tipo fordista adquirieron un papel secundario y en general subordinado a los nuevos sujetos sociales. Su intervención –salvo el caso de los empleados estatales nacionales y provinciales que responden a ATE- adoptó una característica fundamentalmente pasiva tras las huelgas generales convocadas por las diferentes centrales sindicales. Sin duda que en este comportamiento influyó la política de disciplinamiento social orientada por la permanente expulsión de mano de obra de las antiguas fortalezas fabriles fordistas. A pesar de los intentos de las diferentes fuerzas de izquierda por hegemonizar estos movimientos, su marco referencial político e ideológico se asentó en un continuo proceso de composición y recomposición al interior de los diferentes sujetos sociales donde la experiencia territorial de lucha alcanzó un significado particular. La característica reveladora de este proceso de recomposición se asienta en las multidimensionales realidades que adquirieron las relaciones de opresión y explotación manifestadas en las experiencias de vida de los numerosos sujetos sociales insertos ahora en una economía globalizada. Por si sólo cada uno de estos movimientos se mostró incapaz de poder hacer frente al hegemónico y monolítico pensamiento único que legitimaba la estrategia neoliberal. Sin embargo la interacción entre ellos en diferentes ocasiones de lucha contribuyó a consolidar un modo alternativo de acción y pensamiento capaz de echar raíces en las múltiples necesidades humanas y aspiraciones en el universalismo de la condición humana. No fueron pocos quienes apostaron en este proceso de recomposición social al surgimiento de una nueva filosofía de la emancipación.
La crisis del fordismo transformó igualmente las dimensiones espaciales del ciclo de producción y reproducción del capital tras el desmembramiento de los grandes polos industriales urbanos. Nuestro país abunda en ejemplos: Villa Constitución en Santa Fe; los cordones industriales de Córdoba y Rosario; la ciudad de San Nicolás. En fin, territorios que luego de una alta concentración del trabajo en los 70 y de la mano de una pronunciada movilidad social y territorial de la fuerza de trabajo fueron testigos de verdaderos flujos migratorios fabriles inversos a la constitución de las grandes urbes industriales. Sectores enteros de fuerza de trabajo iniciaron un nuevo ciclo de actividades comerciales e industriales, formales e informales en estos territorios. Es así como se produce una transformación territorial dando lugar a la proliferación de un conjunto de nuevas formas de empresariado, de trabajos autónomos, que acompañaron y acompañan a los procesos de reestructuración industrial. Paralelamente a la descentralización y reestructuración productiva acorde a una producción cada vez más globalizada surgieron empresas de tipo familiar, -pequeños comercios, pequeños talleres, prestadores de distintos servicios-que con el correr del tiempo, muchos de ellos, engrosarán las filas de los futuros desempleados ante el fracaso de sus negocios y el avance de la crisis. En algunos casos los trabajos que se generaron nacieron ya precarios; en otros casos se conformaron empresas de servicio con fuerte contenido tecnológico. Aunque no faltaron aquellas empresas que cubrieron los espacios de los servicios tradicionales con escaso o casi nulo componente tecnológico[1].
El pasaje al postfordismo significó entonces el establecimiento de flamantes relaciones entre la nueva fábrica y el territorio, entre las fuerzas del trabajo y la sociedad, entre la propia sociedad y el territorio, así como entre los servicios públicos y los usuarios. El nuevo tipo de trabajo que viabiliza la integración productiva, lo hace ahora a través de los territorios y las redes sociales que los diseñan mediatizado igualmente por los comportamientos de consumo. El paradigma fundamental del posfordismo -como modo de producción altamente socializado basado en la comunicación social de actores flexibles y móviles- es el del trabajo inmaterial[2] El trabajador inmaterial aparece como una fuerza de trabajo con nuevas características y donde el ciclo del trabajo inmaterial se preconstituye a partir de una fuerza de trabajo social autónoma, capaz de organizar su propio trabajo así como sus relaciones con las empresas. La industria no forma esta fuerza de trabajo nueva sino que la recupera adaptándola; el control de la industria sobre esta fuerza de trabajo es externo. Nos encontramos frente a un trabajador que está dotado de una capacidad de gestión de las relaciones sociales que supera el perímetro de la empresa y cuyas calificaciones dependen de su capacidad de desarrollar al mismo tiempo actividades informacionales y de tipo gerencial. Si el trabajador taylorista ejecutaba su trabajo en silencio sujeto a las órdenes jerárquicas de la máquina, el trabajador postfordista trabaja hablando y comunicando. El trabajo inmaterial es un trabajo altamente cooperativo ya que se constituye sobre formas inmediatamente colectivas y no existe sino bajo formas de red y de flujo. Su contratatación material, su valorización bajo la forma mercantil no es posible sino a través de la cooperación horizontal. Simultáneamente en aquellos sectores con fuerte incidencia del trabajo inmaterial (modas, audiovisual, publicidad, cine, fotografía) se observa un fuerte enriquecimiento de las especialidades que profundiza la cooperación.
Es posible afirmar entonces que los movimientos de resistencia en nuestro país, especialmente desde el 2001, dieron testimonio definitivamente de la emergencia de un nuevo sujeto en la sociedad argentina que, en su dinámica de enfrentamiento con el gobierno, transparentó la crisis de representatividad política, expresión de la crisis del fordismo que conmueve a la sociedad. Plasmado en el movimiento asambleario de la época tras la consigna de “que se vayan todos”,2001 marcó el punto de antagonismo político con el sistema más alto expresado desde 1983.
El conjunto de políticas de resistencia desde el 19 y 20 de diciembre en Argentina: cortes de calles y rutas, desarrollo del movimiento de piqueteros, cacerolazos, lucha de los ahorristas contra las confiscaciones bancarias, asambleas barriales, fábricas recuperadas, redes de economía solidaria, dan cuenta de una nueva configuración del trabajo y de su voluntad de moverse políticamente más allá del estado y del mercado. La dinámica social que adquirieron los movimientos a contrapelo del debilitamiento manifiesto de la relación salarial canónica, confirma la potencia del movimiento y da cuenta, simultáneamente, de cuanta libertad puede generar la crisis de la relación de servidumbre que expresa el trabajo asalariado. Estas figuras múltiples, irreducibles a la del trabajador industrial y sus formas de organización no pueden ser representadas por el sujeto único de la clase obrera, antes capaz de unificar la totalidad de comportamientos. El gobierno, como la izquierda tradicional, considera que las políticas activas de empleo son la condición necesaria para salir de la sociedad de la asistencia y refundar una sociedad del trabajo. El trabajo dignifica nos dicen weberianamente. La realidad demuestra que el empleo no es gran cosa en la sociedad precarizada y flexibilizada; los working poor portadores de salarios por debajo de la línea de pobreza lo confirman. Nos enfrentamos a la primera desconexión al interior de la lógica del capital global: el empleo no es garantía de un ingreso aceptable. La experiencia argentina igualmente es testigo que el crecimiento de la producción y los beneficios no garantiza la creación de empleos como en la etapa fordista. El pasaje del welfare state al workfare state - para dar respuesta a las críticas de los industriales y cámaras empresarias y subordinar lo social a lo económico, o para restablecer el orden correcto entre producción y redistribución, según la versión del ministerio de trabajo-, debe ser subvertido radicalmente. No se trata de incorporar el crecimiento de los gastos sociales sino de analizar su composición, en la medida que es su composición la que expresa el alcance y contenido del proyecto social perseguido. Ni las fuentes de la producción se encuentran en las empresas, ni el trabajo asalariado es el único creador de riquezas en estos tiempos. La valorización capitalista no se funda hoy solamente sobre la explotación del trabajo asalariado sino sobre aquella de la propia vida, sobre la explotación de lo que la humanidad produce en común, es decir los recursos comunicacionales, científicos, intelectuales, así como los recursos naturales, genéticos, los territorios. Captación que se asienta sobre nuevos dispositivos de poder a los que se integran los clásicos conocidos de las empresas. ¿Qué otra cosa son las finanzas globales y las nuevas leyes de propiedad (derechos de autor, copywright, patentes), sino la moderna modalidad de captación de la valorización de la cooperación social?
La fortaleza inicial del kirchnerismo se explica porque supo interpretar las demandas políticas del 2001 tras sus políticas de transversalidad, acercamientos a los movimientos sociales, distanciamiento con el PJ, e impulso a las libertades democráticas: derechos humanos, derechos sociales (cambios en el Poder Judicial, convenciones colectivas de trabajo etc.) El gobierno alcanzó un alto grado de adhesión política a partir de la promoción de estas políticas.
Sin embargo, este sostén político que se mantuvo hasta mediados del 2008 comienza a agrietarse cuando, embarcado en su enfrentamiento con el “campo”, promueve una interpelación a la sociedad asentada en una lógica política de carácter binario. El “amigo-enemigo”, “conmigo-contra mí”, “pueblo-oligarquía”, “patria-colonia”, “gobierno-corporaciones”, fundan la nueva política oficial que exacerba las tensiones, polariza la sociedad y determina inmediatamente los aliados oficiales. Fueron 120 días de una batalla política abierta entre el gobierno y las entidades del campo cuyo botín eran las retenciones al comercio exterior de granos. El gobierno imprime a esa disputa una lógica de “matar o morir” rechazando toda modificación a su proyecto, incluso aquellas que hubieran podido mejorar su relación con los pequeños y medianos productores agrarios. En esa disputa el gobierno leerá cualquier concesión al proyecto oficial como signo de debilitamiento y futura dependencia hacia el “capital concentrado y corporaciones”. La batalla de las retenciones comportó un verdadero parte aguas político de la etapa, cuyo resultado político se transparentaría en las elecciones de junio del 2010.
Una lectura política crítica de esta disputa y sus resultados exige incorporar y reconocer la existencia de una nueva trama socio política nacional derivada de las nuevas modalidades de acumulación que vienen perfilando nuestra sociedad desde hace ya un par de décadas. Si bien quizás no sea posible hablar de una total decantación de las nuevas formas de producir, sí es posible advertir una tendencia acorde a las modalidades que ya se observa de manera nítida en los países capitalistas más desarrollados.
No creemos que el desolador paisaje social proyectado sobre nuestra sociedad luego de la crisis del 2001 pueda ser abordado solamente como efecto de la perversa política neoliberal desatada desde comienzos de los 90’s. Si así fuera, ¿cómo dar cuenta de la persistencia de altos porcentajes de asalariados informales luego de un inédito periodo de tasas crecimiento del orden del 8 %?; ¿cómo dar cuenta de un crecimiento del PBI industrial con un número de asalariados comprometidos en esa producción 40 % inferior al registrado 30 años atrás?; ¿cómo dar cuenta de la persistencia de una tasa de desocupación inflexible a la baja,a pesar de haber llegado a un nivel muchísimo menor del registrado en el 2001, más allá de las fuentes que adoptemos?; ¿cómo explicar la persistencia de una masa aún de excluidos y la dificultad para su inclusión?; ¿cómo dar cuenta del significativo crecimiento de los asalariados en el área de servicios con relación a la registrada en las áreas clásicamente industriales?; ¿cómo explicar la importancia que adquieren las nuevas modalidades de producción en red que trascienden los clásicos espacios fabriles? Está implícita en estos interrogantes la idea que tampoco pueden interpretarse estos vacíos como el lado perverso de una política de gobierno que, manifiestamente se ha propuesto mantener en la marginalidad y pobreza a importantes sectores de la población. Pero si estas son nuestras arcanos y supuestos, ¿cómo explicarlos?, ¿cómo expresarlos? Porque todo parecería significar que la marginalidad, la desocupación, la pobreza, la informalidad laboral, son todos fenómenos que habrían venido para quedarse.
Entonces debemos optar por una nueva gramática política, por la generación de nuevas categorías políticas capaces de reinterpretar y transformar el presente. En esa perspectiva es importante evitar ese eclecticismo, propio de una práctica académica en las ciencias sociales, consistente en reunir en la caja de herramientas foucaultiana útiles teóricos y metodológicos asociados a concepciones diferentes buscando incorporar aportes diversos. Aunque debemos aclarar, no se trata de tareas individuales, mucho menos académicas.
ADDENDA 2
Una digresión: sólo será posible avanzar en esa dirección si somos capaces de crear redes donde concurran a reflexionar, discutir, polemizar, comprometerse en la tarea activistas sociales ligados a los movimientos, intelectuales e investigadores predispuestos a aprender y co-militar bajo un paraguas global comprometidos con LA PRODUCCIÓN de herramientas de autoeducación y reflexión colectiva.
Kirchenrismo, ¿Nuevo modelo económico?
Luego de siete años de gobierno kirchnerista es posible afirmar, con relación al discurso oficial que propaga la idea de un modelo económico de acumulación industrial con inclusión social, que no se alcanzó ni una ni otra cosa. Y ello, a pesar de que en el período 2002-2008 la economía y la industria argentina crecieron a tasas extraordinarias de expansión -8,5 y 9,4 % anual acumulativas respectivamente- holgadamente superiores a las registradas en países como Brasil (4,1 y 3,6 %), México (3,0 y 3,2 %) y las de América Latina en su conjunto (4,8 y 4,2 %). Una idea de los cambios operados en el régimen de acumulación lo da la comparación de los diferentes crecimientos alcanzados en el período 1991-2001: mientras el PIB creció en este período un 29 % a precios constantes, el sector manufacturero lo hizo en un 10 %.
Comparando el crecimiento de los precios industriales con el del resto de la economía, en el período 2003-2007, se observa un deterioro de los mismos respecto a los precios mayoristas generales, fenómeno que desestima aquella lectura que deposita en la industria la actividad ganadora del período. Mientras tanto el perfil manufacturero que se afirmaba en esos años, no difería del que se consolidara durante los 90’s: el dólar alto profundizó los rasgos de especialización en áreas con escaso dinamismo a escala mundial, como fue el caso de la agroindustria y de las commodities fabriles proyectando exiguos efectos a nivel del empleo, escasa diversificación del tejido industrial, con casi nulo eslabonamiento productivo virtuoso, fenómeno que aparta significativamente esta etapa del floreciente período de sustitución de importaciones del período 1964-1974.
El kirchnerismo careció verdaderamente de una estrategia de desarrollo productivo industrial prolongando la política desarrollada terminada la convertibilidad que se asentaba esencialmente en el “dólar alto” o competitivo. En efecto, durante los años kirchneristas la economía funcionó en piloto automático lo que implicaba desechar toda política activa mientras la macro funcionara correctamente. El “dólar alto” promovió el crecimiento intensivo del empleo potenciado por un efecto demanda asociado a los nuevos puestos de trabajo que se creaban en el sector productor de bienes transables estimulados, a su vez, por los sectores exportadores y de sustitución de importaciones.
El crecimiento estuvo asociado a áreas manufactureras[3] de estructura oligopólica, dependientes de un acotado grupo de grandes corporaciones transnacionales y un reducido grupo de empresas nacionales, donde los salarios desempeñaron y desempeñan un papel más ligado a los costes empresarios que a los de dinamizadores de la demanda interna. Simultáneamente, el proceso de promoción industrial impulsado reforzaba el perfil primario exportador ya que se focalizó en la pampa húmeda, donde se encuentran enclavados los sectores dinámicos funcionales a este crecimiento, en el apoyo a los grandes productores del NOA-NEA y en los productores sojeros de Santiago del Estero, en desmedro de los pequeños productores del interior.
Las características fundamentales y consecuencias sociales del modelo industrial impulsado por el kirchnerismo pueden resumirse en:
1- La consolidación de un perfil exportador altamente concentrado que pivoteó sobre sectores capital intensivos, con escasa generación de empleos por unidad productiva;
2- El afianzamiento de un crecimiento ligado al procesamiento de recursos naturales con una débil integración al resto de la estructura económica;
3- La generación de una balanza comercial deficitaria y una creciente desigualdad regional;
4- La gestación de un acelerado crecimiento industrial hasta el 2008 acotado cualita y cuantitativamente[4] sin que se produjera en ese lapso algún cambio estructural en la industria doméstica, esto es, redefinición en el perfil de especialización productiva;
5- Una recuperación de la industria manufacturera en estrecha relación con la utilización de la capacidad productiva excedentaria hasta ese momento, que lo diferencia del período 64-74 donde el crecimiento se sustentó en la incorporación de nuevas plantas fabriles y ramas de actividad;
6- Un ritmo de crecimiento manufacturero marcado más por las ventas al exterior que por la dinamización del mercado interno[5] (preeminencia de la globalización capitalista)
7- Un incremento del 27 % de la ocupación fabril entre 2002-2008, aunque el total de la fuerza de trabajo empleada en dicho sector resultara ser un 30 % menor con relación a fines de los 80’s. El sector industrial fue, sin duda, el que más aportó a la precarización y desocupación.
8- Se observan cambios en las categorías ocupacionales. Así, mientras los trabajadores por cuenta propia se incrementan en casi un 50 % entre 1995 y 2005, se produce simultáneamente una reducción de los trabajadores asalariados que pasan de una proporción del 79% al 75 % una década más tarde.
9- Se advierte también al interior de los asalariados sobre un importante crecimiento del trabajo informal el que pasa de un 29 % con relación a la totalidad de los asalariados en 1995 a un 39 % en 2006. Estas modificaciones dan cuenta de una profundización en la heterogeneidad de los ingresos de los asalariados; para la época analizada el ingreso de los trabajadores informales alcanzaba al 40 % de los trabajadores “en blanco” y sólo al 60 % de la canasta de alimentos que marca la frontera entre los pobres y no pobres.
10- El resultado fue la creación de trabajadores pobres de ingresos, presentes en muchos sectores de la actividad económica, indicador de una regresividad en el ingreso, más allá del crecimiento económico y disminución del desempleo observado.
11- Simultáneamente se profundiza la fragmentación de los asalariados debilitando su poder de resistencia. Las diferencias salariales entre los trabajadores formales y no formales profundiza este clivaje.
12- A nivel del comercio exterior manufacturero se mantuvo la dualidad estructural de la convertibilidad donde pocos sectores de producción primaria mantuvieron una balanza positiva, frente a manufacturas complejas intensivas en la utilización de conocimientos con saldo negativo, proceso que confirma la inexistencia de cambios estructurales en el sector industrial.
13- Los reducidos sectores generadores de divisas asumen una centralidad decisiva en la economía nacional con poder de veto sobre las políticas públicas y el funcionamiento del aparato estatal.
14- Con relación a los puestos laborales en 2007 la industria ocupó un 36 % más de trabajadores que en el 2002, mientras crecía un 57 % respecto al 2001. El resultado es un sustancial crecimiento de la productividad, con aumento de salarios siempre por debajo de los aumentos de la producción.
15- La consecuencia es un 23 % de crecimiento en el margen de explotación, una fenomenal transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los empresarios y continuidad, en este aspecto, con el modelo financiero de la convertibilidad.
16- Asistimos a importantes cambios en las categorías ocupacionales. Un incremento de los trabajadores por cuenta propia del 50 % entre 1995 y 2005; una disminución de los trabajadores asalariados de un 79 a un 75 % en el mismo período.
17- Al interior de los asalariados se observa un incremento importante del trabajo informal: 29 % en 1995, 35 % en 2001, 36 % en 2006 y mantenimiento de tasas similares en 2010. Cambios que agudizan la heterogeneidad salarial: el salario de los trabajadores informales es aproximadamente el 40 % de los trabajadores formales. Estamos en presencia de trabajadores pobres de ingresos: su salario alcanza al 60 % de la canasta básica.
ADDENDA 3
Es un hecho conocido que en el capitalismo de nuestros días el mercado de trabajo se encuentra en constante ebullición. Atrás han quedado los días donde la estabilidad laboral representaba una de las pocas certezas de la vida cotidiana. Sin embargo, la implosión de la fábrica fordista, con toda su carga de control, jerarquía, comando, subordinación y alienación, no ha sido capaz de promover ni la oportunidad ni la potencialidad de alcanzar una vida mejor. Desaparecido la distinción entre tiempo de vida y tiempo de trabajo, lejos de liberar la vida del trabajo asistimos a un sometimiento y chantaje de la vida por el trabajo. Todo comienza hacia mediados de la década de los 70’s cuando el comando capitalista promueve ya la racionalización fabril (downsourcing), ya la deslocalización (outsourcing). Se ha modificado la geografía productiva localizada hasta esos días en los grandes centros industriales: Villa Constitución, San Nicolás, San Martín, Avellaneda, Ferreyra, Zona Norte Gran Buenos Aires etc.
Sergio Bologna[6] acuñó a fines de los 90’s, la categoría “trabajador autónomo de segunda generación” para dar cuenta de las nuevas subjetividades laborales que iban más allá de la típica figura del asalariado fordista sujetos ahora a nuevos tipos de contrato que rompían con la dicotomía trabajador dependiente-independiente. El trabajador autónomo de primera generación propio de la época fordista estaba relacionado con las actividades artesanales y/o de prestación de servicios para el consumo corazón de aquella pequeña burguesía sometida a los conflictos de fábrica. La principal preocupación de Bologna en aquella época era la de comprender y analizar la nueva cadena de comando del capital en momentos en que la centralidad de la fábrica se debilitaba y comenzaba a expandirse en el terreno social. El trabajo autónomo de segunda generación se convertía en una actividad funcional a la nueva empresa en la medida que ésta ahora adoptaba un nuevo modelo organizativo según una estructura reticular. Se atemperaba así el conflicto capital trabajo y comenzaba un proceso de fragmentación del propio trabajo y su subjetividad acorde a la reestructuración e informatización del aparato productivo. Del trabajo dependiente, sindicalizado, con representación, homogéneo se pasa al trabajo autónomo formalmente independiente dirigido y controlado fuera de toda norma y regla sindical (Incorporar cifras sobre trabajadores autónomos independientes y su progresión) El incremento de aquellas empresas con dos o tres empleados debe ser tenido en cuenta como un aumento del trabajo independiente
Los comienzos del gobierno kirchnerista fueron también los del intento de construcción política desde una política transversal - se buscaba recrear la vieja representación política en crisis a partir de nuevos espacios que incorporaban a sectores de diferentes partidos políticos tradicionales-. Ante el fracaso de estos primeros ensayos el kirchnerismo apostó a una acumulación de poder asentado en la recuperación y lanzamiento de las viejas estructuras políticas partidarias y sindicales, el Partido Justicialista y la CGT, así como en la posibilidad de la recreación del Pacto Social (este último dejado de lado muy rápidamente). Objetivos, todos ellos, que al aglutinarse alrededor de la vieja sociedad fordista postergaban toda posibilidad de reconocimiento sobre la nueva sociedad en construcción.
Ya en los últimos tiempos del primer mandato kirchnerista el gobierno promovió la idea de una concertación social, cuyo horizonte era el de un pacto fordista aggiornado a los tiempos: compromiso social entre estado, sindicatos y organizaciones empresarias para garantizar el crecimiento económico en consonancia con una distribución equitativa entre ganancias y salarios. Este proyecto, fiel a la tradición peronista de la idea de patria, nación y pueblo, fue enunciado por Cristina Kirchner antes de las elecciones de octubre de 2007, esperó su relanzamiento para el 9 de julio de 2008 postergado por la 125 y ahora nuevamente reflotado.
Sin embargo, en las actuales condiciones del capitalismo dicho Pacto es una quimera. En primer lugar, los sindicatos no concentran más que el 25 % de la fuerza de trabajo ya que el 40 % de los trabajadores son informales y un 35 % de ellos autónomos. A su vez el 30 % de los trabajadores formales, que forman la base de la pirámide, tienen un salario, por debajo de la línea de pobreza, de 750 $. En segundo lugar, el welfare state está en extinción: la salud, la educación y la vivienda ya no forman parte del salario social. La expropiación de ese común, propio del postfordismo privatizado, resulta en un pacto social mentiroso que congela en la precariedad y la flexibilidad a una gran parte de la fuerza de trabajo. El compromiso social promovido por el gobierno deja de lado el 60 % de la fuerza de trabajo. ¿Qué tipo de acuerdo es posible con los desocupados y pobres del conurbano? ¿Quién los representa en la mesa tripartita? Está claro que el acuerdo solo puede gestarse sobre el común. Pero, ¿quien define el común, hoy?
El discurso oficial promueve la idea que el crecimiento de la economía Argentina a tasas chinas se asentó en políticas oficiales de orientación keynesiana o neokeynesiana (mercado interno, consumo, industrialización fordista etc) Ya hemos visto cuánto se apartan las políticas oficiales de las concepciones del británico. Negando e ignorando las nuevas condiciones del capitalismo, el kirchnerismo apuesta a mantener dichas políticas. El relanzamiento del Pacto Social, al estilo de La Moncloa, en estos días es el medio con el que pretende fortalecerlas. ¿Por qué el Pacto Social hoy? Todo parecería indicar que este nuevo impulso hacia un acuerdo social estaría urgido por la aceleración de la inflación observada en los últimos meses así como por la necesidad de alcanzar un acuerdo mayor con los sectores del capital. En realidad la inflación, negada por el gobierno, a pesar de haber entrado en escena hace ya cuatro años, proyecta consecuencias devastadoras hacia los asalariados: mientras corroe el salario, se convierte en un factor esencial para incrementar la pobreza, invirtiendo la tendencia a la baja que mostrara en los primeros tres años del gobierno kirchnerista. La reaparición de la inflación en época de globalización muestra los límites del crecimiento económico neokeynesiano en los marcos de las fronteras nacionales. El crecimiento encuentra rápidamente su techo y/o obstáculos para la acumulación virtuosa. Y ello no se debe tanto a la resistencia del trabajo como a los precisos límites nacionales y a la magnitud de mercado.
Volvamos sobre los treinta gloriosos años. Es conocida la respuesta del capital a la ruptura del pacto fordista, a la crisis financiera del estado. Para superar los límites que la acción de la resistencia obrera imponía se buscó desreglamentar y desregular el welfare state así como los diversos procesos de privatización. Sin embargo, en los países latinoamericanos, y en la actual fase de declinación del neoliberalismo, mientras aun se mantienen algunos aspectos del welfare state – algunas áreas de la jubilación, la educación y la salud- podemos afirmar que la batalla por el welfare state está aún viva, abierta. En efecto, si consideramos que el estado de bienestar no fue una concesión del estado, en tanto proyección de la necesidad del capital, sino el resultado de luchas obreras; de la construcción de la potencia del trabajo, entonces, solo desde esta perspectiva sostenemos la actualidad de la batalla por el welfare state. Más aún, frente a la nueva organización del trabajo, en la medida que el trabajo, la capacidad laboral penetra todos los intersticios y nexos del proceso social, la lucha por un estado de bienestar de nuevo tipo se ha ampliado, se ha extendido. Pero se trata en este caso de otro welfare state, alejado del trabajo asalariado industrial, de toda representatividad sindical e incluso de toda representación patronal. En definitiva alejado de cualquier reminiscencia del pacto fordista.
La disputa entre piqueteros y gobierno desplazó el terreno del enfrentamiento entre capital y trabajo. Si antes la referencia del enfrentamiento era el salario, hoy, la precarización del trabajo es tal que la lucha de piqueteros y desocupados se convierte en lucha por la vida, por subsistir. Y por ello mismo sus objetivos son también los del trabajador inmaterial: autónomos e independientes explotados por el capital a través de la red de cooperación productiva establecida entre ellos. Han visto como el biopoder avanza sobre sus vidas buscando un control que no tiene fronteras. El poder ha investido a la vida y la totalidad de los acontecimientos que la constituyen; en el nuevo tipo de organización del trabajo ya no existe división entre tiempo de trabajo y tiempo de vida. Y la lucha, entonces, se da en el terreno del común, común que incorpora no solo el terreno de la cooperación social sino también el de las relaciones entre productores, sistema de red extendida y que conforma el lugar, hoy por hoy, de excelencia de la explotación.
En el contexto de la inmaterialidad del trabajo, la explotación ha devenido explotación no tanto del consumo de la fuerza de trabajo, sino de su disponibilidad a ofrecerse como sujeto de la explotación. La explotación no es solo explotación en la producción, sino en la cooperación. El capital capta el excedente a nivel social. Y es a nivel social precisamente donde se da la lucha de los desempleados y precarios. La movilización de los precarios, la resistencia de los piqueteros, la demanda de los desempleados, la lucha contra la precarización de los informales dan muestra del perfil que adopta la lucha salarial en la sociedad biopolítica. ¿Qué otra cosa demandan, sino es vivienda, alimentación, salud y educación para sus hijos, el derecho a conformar familias no amenazadas por las condiciones de vida presente? Demandan participación en la vida ciudadana, en la creación de espacios públicos y nuevos modos sociales de vida. En última instancia, gritan que la vida no es negociable. ¿Qué diferencia tiene esta demanda con la del trabajador inmaterial; el de los servicios informáticos que solicita acceso libre al software vedado, o el del estudiante que demanda tiempo para su formación o la de la madre que permanece en la casa al cuidado de los niños? En todos los casos es la vida de los hombres y mujeres la que está en la base del proceso productivo; e inversamente la valorización atraviesa la existencia de cada uno de ellos. Lo que estos movimientos plantean es la creación de derechos relacionados con la reproducción de la vida, sanidad, cultura, educación de sus hijos. Pero en tal caso, ¿no son estos derechos una forma de salario relativos al ejercicio de los mismos? ¿No representa esto la idea del salario universal? Hemos pasado de la relación capital trabajo a la relación capital vida. Del asalariado a la vida del asalariado. Porque el capitalismo de hoy en día no es solo explotación del trabajo en el sentido industrial del término, se funda en el conocimiento, sobre lo viviente, la salud, la educación, el tiempo libre, la cultura, sobre los recursos relacionales entre los individuos. También se producen y venden formas de vida, no solo productos materiales o inmateriales. Por ello es que la vida y sus diferencias deviene factores de valorización. Resistimos a las políticas neoliberales a partir de la afirmación de la potencia de la vida. Y así nos separamos de las demandas de izquierda tradicional que luchan por aumento de Planes sociales, medidas ciertamente necesarias pero pensadas por fuera de las nuevas formas de acumulación y de vida. Se corre el riesgo de reducir la lucha a medidas neokeynesianas o desarrollistas de gestión y de regulación de los pobres, con o sin trabajo.
Es necesario precisar los marcos del nuevo pacto en momentos en que la relación salarial ha dejado de constituir la base de la gran confrontación entre capital y trabajo. Cuando la ley del valor y de mediación ya no funciona como parámetro de mensura de los agregados económicos, ¿qué es lo que debe ser distribuido?, cuando el modo de producción postfordista elimina la frontera entre producción y reproducción fordista y por tanto la propia consistencia de la riqueza. Y, en cuanto a la torta a distribuir; ¿cómo medir la dinámica del desarrollo del Pacto si ya no podemos hablar de correlación entre el incremento del PBI y el incremento de la ocupación? ¿Cuál es el espacio público del pacto ante la crisis inobjetable de la soberanía del estado nación? El único pacto posible es el que pone al trabajo por encima de las relaciones capitalistas de producción y de dominio abriendo nuevos espacios y tiempos constructivos. No se trata de la distribución de los frutos del crecimiento, sino de las dinámicas de producción de riquezas. La constitución de las bases materiales de la ciudadanía se identifica con esta dinámica de producción de la riqueza: construir riqueza, producir riqueza equivale a tener derechos. Se trata de pensar estrategias que bloqueen esta apropiación de bienes colectivos y comunes por las finanzas globales y al mismo tiempo que se reconozca la nueva naturaleza de la cooperación social de producción de bienes colectivos y comunes y los sujetos de esta producción. Por ello la necesidad de un ingreso garantizado como necesario proceso que abra una fase constituyente a nivel económico y social; no como elemento de la redistribución sino como radical superación de una repartición de la riqueza fundada sobre el capital y el trabajo; como elemento de superación de la relación entre cooperación social y la división smithiana del trabajo, que se afirme como verdadero elemento de autovalorización de la cooperación, de la potencia creadora de la multiplicidad y de la diferencia.
[1] “La ocupación en los servicios fue la que experimentó el mayor dinamismo en los años noventa, en particular cabe destacar la evolución de las correspondientes a ramas como hoteles y restaurantes, las actividades financieras, los servicios a las empresas y el transporte” L. Beccaria Empleo e integración social FCE 2001
[2] El trabajo inmaterial puede ser definido como aquel trabajo vivo que para concretizarse no precisa subsumirse desde la máquina o desde algún proceso de máquinas; no requiere alienarse en el trabajo muerto; es trabajo no materializado, aunque vivo que existe como proceso, como acto. C.Marx Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Borradores Grundrisse) Siglo XXI, 1978.
[3] Agroindustria, automotriz (con régimen de especialización) y productoras de commodities (siderurgia, aluminio primario, química básica y cemento)
[4] Nueve actividades industriales dieron cuenta del 80 % del incremento del PBI en el período 2001-2007.
[5] En el período 2001-2007 las ventas al exterior de productos manufacturados se incrementaron en un 127 % mientras que el valor de la producción local lo hizo en un 53 %. En el sector alimenticio, rubro de mayor dinamismo en términos de valor de la producción y de generación de ventas al exterior, el 76 % del aumento de la producción medido en dólares se destinó al mercado exterior, a pesar de tratarse de productos ligados directamente a los requerimientos de la demanda interna. Este fenómeno indica también el papel secundario de los salarios en la dinámica de acumulación de capital ya que están ligados al mercado interno. En el sector automotriz, segundo en el aporte a los incrementos manufactureros, las ventas al exterior crecieron un 167 % entre 2001-2007 mientras la producción solamente se duplicaba. Las ¾ partes de la producción automotriz fue destinada al mercado exterior y de ella el 60% al Brasil.
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