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domingo, 8 de enero de 2012


La constitución del común y las razones de la izquierda


 Michael Hardt y Antonio Negri


1. ¿Que quedó de la izquierda?


Existía en algún tiempo un nuevo iluminismo académico (Norberto Bobbio por ejemplo) que definía a la izquierda como la portadora de los valores de la igualdad, mientras consideraba a la derecha como la portadora de los de la libertad.... aunque lo ideal era mantener ambos unidos. Pero dejemos esta fábula al único ideólogo que que aún la mantiene, Habermas.  Sin embargo, cuando el binomio igualdad-libertad fue hecho propio por la reforma británica blairiana del Partido Laborista, este proyecto terminó en la nada. Mejor dicho en catástrofe. En este momento, de hecho, nos encontramos frente a una serie de autocríticas tan generalizadas, que no resulta sorprendente que se han hecho eco incluso, Pierre Rosanvallon y Anthony Giddens. De hecho, en el neoliberalismo triunfante la distinción entre derecha e izquierda se volvió muy sutil y flexible. La izquierda defiende el welfare state mientras su costo no afecte demasiado a la deuda pública, es decir la voluntad de mantener el orden jerárquico de la sociedad; y la derecha destruye el estado de bienestar para que el orden público y la seguridad no sean puestos en peligro. La dimensión monetaria ha devenido fundamental en la gestión, bajo la máscara de la igualdad-libertad, de la desigualdad social. En el terreno militar la distinción entre izquierda y derecha se ha vuelto aún más hipócrita: allí donde la derecha conduce la guerra imperial y la ocupación de los territorios, la izquierda contribuye a esta guerra a través de los bombardeos humanitarios desde el cielo. En todo caso también estas distinciones son superficiales: al trascendentalismo ideológico de la propaganda de la derecha y de la izquierda corresponde una práctica mucho más brutal que no hace distinciones.  Eso sí, nuestra tabla rasa de las prácticas de la izquierda con relación a la derecha, no resulta ser verdaderamente caricaturesca, no está muy alejada de la realidad. Sin embargo, como quiera que se entienda el concepto de izquierda, no parece tener mucho espacio en la governance imperial. El proyecto de un movimiento de lucha y de gobierno (viejo paradigma de la izquierda) no funciona más porque cuando se confronta con la governance imperial, el poder de captura de las instituciones es más fuerte que cualquier intento de renovar el orden de la sociedad y de democratización de la administración.  Sin embargo, no creemos que el concepto de izquierda se haya convertido en algo inútil e insensato. Por el contrario, puede llegar a ser importante a la hora de ser concebido como concepto de poder constituyente.

2. Obama y la ilusión de la reforma.

           ¿Por qué nos gustaba Obama? Porque, en las primarias demócratas así como en la elección presidencial, había expresado la intención constituyente (no sólo como forma de su proyecto sino como fuerza de su política) de transformación, a través del ejecutivo, de la sociedad americana. Todo esto se convirtió en una ilusión. Frente a la crisis financiera Obama no supo dar otra respuesta que no fuera la renovación de la confianza en los organismos financieros que dominan la política mundial y que han sido causa de la propia crisis; frente a la guerra desencadenada por Bush, Obama no solo no logró liberarse sino que renovó la agresividad militar y policial; en lo que se refiere a la política del welfare y en particular a aquella ligada a la reforma de salud Obama ha complicado la única medida reformista con retrocesos y compromisos paralizantes.   

Pero el problema no es Obama (aunque evidentemente lo es): el problema es la incapacidad de la izquierda para mantener sus promesas una vez que se ha adentrado en el sistema de poder. ¿Dónde está ese límite? En no reabrir las luchas cuando gobierna. ¿Podemos pensar que la pesadez de las estructuras de poder ha llegado a un nivel de complejidad tal que impide la correspondencia entre los plazos electorales y los tiempos de cualquier reforma? ¿O hay otras razones (no solo institucionales) que vuelven ilusoria toda propuesta de reforma de parte de la izquierda?

Para responder a esta pregunta debemos recordar que tanto en los EEUU como en Europa se ha producido una fuerte expansión del poder ejecutivo en los últimos treinta años. O sea que la burocracia ejecutiva ha desarrollado una estructura que duplica y rivaliza con los otros dos poderes: en los EEUU el ministerio de Justicia del ejecutivo domina sobre el poder judicial; la Oficina de Asuntos Legales del ejecutivo ha devenido más importante que el Asesor General; los expertos económicos de la presidencia dominan al poder legislativo. En Europa, desde un tiempo a esta parte, el gobierno ha vaciado al poder parlamentario mediante decretos; el ministerio del interior y de policía han sido sustraídos de todo control. El poder sobre la guerra y la gestión del ejército representan quizás el momento más dramático de esta transformación. ¿Porqué ahora, frente a esta desproporción del poder del ejecutivo en su confrontación con los otros poderes, Obama no ha sido capaz de desarrollar sus propios proyectos?

                Obama puso fin al uso de los poderes que en la época de Bush se identificaban como excepcionales: ¿porque ahora no ha sido capaz de utilizarlos efectivamente? ¿En qué medida Obama mismo es prisionero de esa estructura ejecutiva de la cual el debería ser el patrón? Ciertamente Obama no es un revolucionario, pero asumió el poder con la intención de realizar algunas modestas y significativas reformas. La misma cosa se podría decir para la izquierda en Europa: el último ejemplo de fuerte reforma de la izquierda en Europa fue durante el primer bienio de Miterrand. Después de 1983 la izquierda en el poder no ha sido capaz de renovar la sociedad a través de proyectos reformistas.

                Para responder a este interrogante creemos que se necesita primero subrayar la diferencia entre la eficacia y la capacidad de la reforma de la derecha (Reagan por ejemplo) y la ineficacia y el fracaso de la reforma de la izquierda y analizarlas. Creemos que la derecha puede hacer su reforma porque las constituciones democráticas prefiguran esta posibilidad sólo para la derecha.  La constitución democrática, sea aquella antigua, sea la construida después de la segunda guerra, han sido edificadas con el  sello liberal. El único ejemplo contrario, la única reforma radical de izquierda, el New Deal de Roosevelt, no puede demostrar lo contrario; así como no sirven los triunfos socialdemócratas europeos luego de la segunda guerra. En esos caso, fue más bien el desastre de la economía capitalista y la guerra que terminaba las que impusieron aquellas reformas: en realidad no fueron reformas sino compromisos transitorios y reversibles.

                Por el contrario, se puede observar que la transformación y expansión del poder ejecutivo en los EEUU, comenzado bajo la administración de Reagan, no quedó reducido sólo a la administración de los republicanos, sino que fue perfeccionado también durante la administración demócrata. La política de la Casa Blanca durante la administración de Clinton y Obama siguieron el camino de la concentración del poder en el ejecutivo del que hablamos. También en Europa el movimiento de izquierda no ha podido imponer sobre el poder ejecutivo una fuerza detonante en el sentido de la reforma.

                                          

3. Los tres poderes en crisis.

             Ha habido tentativas (y en Italia hay una en curso) para alcanzar nuevos equilibrios constitucionales y de apertura reformista a través del uso y la movilización del poder judicial. En los EEUU, tentativas de este  género han sido igualmente buscadas y a veces conseguidas: la jurisprudencia de la Corte Suprema en los años treinta y en los años sesenta contribuyeron a la reforma social y a las modificaciones libertarias y anti racistas de la propia Constitución. Pero, como decíamos anteriormente, esto dependió de las condiciones excepcionales de la crisis económica o de los conflictos que pusieron  en riesgo el orden social.  Las cosas han cambiado rápidamente y el poder judicial es nueva ( y banalmente) reconocido   como  conservador. Sin recordar el rol crucial de la Corte de EEUU en le elección de Bush en el 2000, basta insistir sobre la reciente decisión de permitir contribuciones ilimitadas a la campaña electoral de parte de las empresas, validando aquellas contribuciones como protección del derecho constitucional del libre pensamiento. También en Europa vemos tentativas de considerar a la magistratura como una máquina constituyente. Aquí se renueva una vieja utopía jacobina. aunque eficaz, siempre ambigua. En Italia, en particular, el poder reformista de los jueces produce una deformación del lugar constitucional atribuido a la magistratura: cuando los jueces funcionan de una manera no conservador, lo hacen en función subrogante del poder político. Y esto provoca una desastre sin fin.  

Es de destacar también lo terrible del vaciamiento de aquellos lugares dedicados a la reforma  como el poder legislativo. La crisis de la representación democrática parece constituir hoy el punto de mayor debilidad en el sistema occidental de organización del poder. El poder legislativo tiene ahora una capacidad debilitada, casi inexistente, para proponer proyectos sociales, presupuestarios y sobre todo para ser eficaz en el control de los negocios militares. Su rol primario de hecho ha devenido en aquel de construir apoyo o crear obstáculos a las propuestas del ejecutivo.  La actividad más grande de la cual es capaz el Congreso de los EEUU  parece ser la de bloquear las iniciativas del ejecutivo y las de  obstruir el gobierno. En esta actividad se destaca la izquierda cuando confía en el poder legislativo (único espacio en el cual está a menudo presente) enredándose o ilusionándose con su eficacia. 

Como siempre en estos casos el sentido del extrañamiento que los ciudadanos sienten frente a los partidos políticos (que son la columna vertebral de la representación parlamentaria) continúa creciendo. Tanto más cuanto este recelo se determina en la confrontación de los partidos de la izquierda.  Algunos denuncian el hecho de que el rol de los partidos se han complicado extremadamente entre el siglo XX y el XXI: más allá de los problemas clásicos de la representación de la sociedad civil, los partidos se enfrentan al problema de la deuda pública, de las migraciones, de los cambios climáticos, de la política energética etc. así es que dentro de esta complejidad la propia capacidad de representación debería extenderse y especializarse. En realidad se anula. En este cuadro el sistema parlamentario (acechado por los lobbies) parece ser del todo insuficiente. Pero, ¿cómo reformarlo, como renovarlo?  Hacer esto exigiría nuevas formas de representación, un nuevo terreno civil de discusión y de propuesta, nuevos sujetos constituidos en un proceso constituyente desde abajo hacia arriba; pero ¿cómo abrir este proceso? La izquierda a la que compete este cometido no dice nada a propósito. El debate sobre la figura electoral de la representación  parlamentaria ha devenido inútil e incomprensible. En Europa cuando se afronta el tema de la ley electoral no se puede distinguir entre ironía y cinismo. En todo caso parece olvidarse que el dinero juega  un rol predominante en la política electoral, sea a través de de la contribución de los poderes económicos sea a través de los medios , siempre expresión de los poderes económicos. La pretensión de la representación de la sociedad desaparece dentro del poder del dinero y de la corrupción que aquí, paradojalmente, deviene, sobre todo para la izquierda, un camino casi inevitable. En resumen, los partidos de izquierda  se muestran particularmente incapaces de estructurar correctamente la relación con la sociedad civil. Aquí nos preguntamos de nuevo, ¿porqué?    


4. Conservadorismo de la izquierda, reformismo de la derecha.


                Los partidos de izquierda han devenido partidos de las lamentaciones. En Europa se lamentan de la incapacidad del capital para dar trabajo a la población, de la destrucción del Welfare State, de las intervenciones militares imperiales y, eventualmente también, de la corrupción de la propia representación y de la ineficacia de la propia legitimidad representativa. La única posición que suelen adoptar de manera agresiva es la del recurso defensivo de la Constitución: protegiendo un pasado imaginario, consagrado al antifascismo y a un compromiso constitucional con los poderes capitalistas. Están afectados por un "extremismo de centro" que a menudo recuerdan como un pasado idílico. En cuanto a los intelectuales de izquierda (en caso de que existieran aún en Europa) lamentan la corrupción de la Constitución y que la estructura de la representación haya sido vaciada. Otro tanto ocurre en los EEUU. Bruce Ackerman, por ejemplo, se preocupa de la expansión del poder del ejecutivo creando peligros dictatoriales; Sheldon Wolin pretende que la capacidad democrática de la constitución americana se ha vaciado hasta el punto de crear un totalitarismo invertido: allí donde el estado controla la estructura capitalista, en el "capitalismo invertido" la estructura capitalista controla directamente la estructura del estado. En Europa, Rosanvallon, uno de los padres de la tercera vía, admite ahora la imposibilidad de controlar el poder financiero por parte del estado. Giddens, igualmente, se lamenta del exceso de poder del monstruo mediático denunciando los efectos totalitarios.  

                Hemos llegado a un punto (un tanto paradojal) que solo el movimiento populista Tea Party o la Liga, o algún otro, son los que plantean el problema de la reforma de la Constitución. En lo que se refiere al Tea Party en particular, por cuanto indudablemente una parte de él había asumido la retórica standard del partido republicano en defensa de la Constitución (interpretación literal y retorno a la voluntad de los Padres Fundadores), la base del movimiento todavía reconoce que la representación ha dejado de funcionar y que el parlamento no los representa más. Por lo tanto, piden una asamblea constituyente. Los contenidos programático del Tea Party  son en gran parte reaccionarios e igualmente explícitamente racistas; sin embargo las propias asunciones políticas  fundamentales son correctas. Se podría decir lo mismo,  tal vez de los principios que sostienen el populismo de la Liga, igualmente reaccionario y racista, pero indudablemente eficaz cuando insisten sobre la crisis del sistema constitucional representativo. La izquierda institucional hoy no alcanza a comprender la profundidad de la crisis de la representación, no alcanza a concebir la necesidad de una reforma constitucional. En Italia, en particular, la izquierda no ha sido ni siquiera capaz de acertar en el hecho de que el reciente referéndum no se encontraba a la defensiva sino que era en cierta forma innovador en materia constitucional. De hecho, una de las grandes contribuciones de la "revolución española" del 15 M es la de haber concentrado la energía crítica sobre la crisis de la representación, no para restaurar la ilusoria legitimidad del sistema sino más bien para experimentar nuevas formas de expresión democrática: democracia real ya. El movimiento de Occupy Wall Street  es portador de esta crítica de la representación y de esta petición de democracia. Los acampados de la puerta del Sol y de Wall Street desean un proceso constituyente.                      

  
5. ¿Puede la izquierda transformarse en poder constituyente?


                Con toda probabilidad, precisamente a raíz de esta pregunta nuestro discurso debe recomenzar nuevamente, porque dudamos que la izquierda tenga hoy en día la capacidad para  entender la radicalidad del problema a la que una política democrática debe enfrentarse. Se trata del problema del poder constituyente. Precisamente sobre ese tema debe introducirse el debate público. Estamos convencidos que solo la apertura de un debate constituyente  puede destapar de nuevo la razón de la izquierda. Comencemos entonces a enumerar los grandes problemas de un dispositivo constituyente en la actualidad. 

                El primer problema aparece cuando observamos que la constitución liberal-democrática se funda sobre la propiedad privada mientras que hoy la producción se realiza de manera siempre común.  La innovación y la expansión de la fuerza productiva se basan cada vez más en el acceso libre y abierto a los bienes comunes, al conocimiento y a la información, mientras que el retraimiento del común en manos privadas reduce y obstaculiza la productividad. La acumulación capitalista es organizada ahora en términos financieros; el capital explota una riqueza socialmente producida  y la captura preferentemente bajo la forma de renta financiera. De esta manera, más dramáticamente en nuestra época, la naturaleza social de la producción colisiona con la naturaleza privada de la acumulación capitalista. Es este el primer marco de referencia de una política constituyente para una izquierda alternativa: está determinada con relación a la expresión del común e intenta fijarse al criterio de una producción del hombre por el hombre. En este cuadro el primer obstáculo objetivo está constituido pues por la propiedad privada y la renta. El poder constituyente debe organizar la apertura de los bienes comunes a la productividad social  y la reapropiación de la estructura financiera de la producción para destinarla a una finalidad común. La reproducción de la vida prevalece sobre la acumulación del capital, el welfare prevalece sobre la renta financiera.  

                El segundo problema, mejor dicho el segundo tema que debe incorporar el poder constituyente de una izquierda alternativa hoy, es el del valor cognitivo del trabajo. Se trata de desarrollar constitucionalmente políticas de autoformación y de formación común que incorporen todo el cuadro productivo. La política universitaria y aquella de la comunicación deben superar no solo la actual condición de miseria privatista, sino también el nivel de organización pública de la enseñanza para convertirse en motor de la construcción del común y de la integración social. Sobre este terreno la izquierda debe, ante todo, demostrar su existencia y voluntad política. El populismo de derecha puede ser derrotado en este terreno a través de la expropiación de los instrumentos de producción y de comunicación, hoy en manos del capital privado y público. La libertad de expresión se mide, de hecho, por la capacidad de volver común la verdad y la libertad de producir se mide por la capacidad de volver común la vida. 

                El tercer punto en torno al cual una izquierda alternativa debería organizar su capacidad constituyente consiste en la superación de la representación política como profesión. Es ésta una de las pocas consignas de la tradición socialista que puede ser puesta en el centro de nuestra condición civil. La ampliación de los instrumentos de la democracia directa es fundamental y no puede más que extenderse a temas como los de la seguridad de la vida común y de la función de tutela y de control, sea de la privacidad, sea de la relaciones sociales.  Está claro también que la función de justicia se relaciona con la democracia directa, dejando de lado la ilusión que una magistratura profesional pueda  garantizar independencia y  comprensión del privilegio económico y de la superioridad social.

                Un cuarto punto fundamental se refiere al programa federal, es decir a la difusión del poder sobre el territorio. La crisis del estado nación solo puede ser resuelta a través de una profundización de la instancia federal del gobierno, próxima a la base, difundida sobre el territorio, capaz de intervenir sobre el conjunto de las figuras sociales y productivas; en definitiva a través de la governance de la vida común.  La soberanía moderna ha terminado. La izquierda, como figura interna en la lucha por el poder en la modernidad, simétrica y cómplice de la derecha, ha también caducado.  Si existe aún una "razón de izquierda" ésta ya no guarda relación con la aspiración al poder de grupos dirigentes, o con la selección de las élites, sino con la participación democrática de base en un proceso constituyente siempre abierto. 

                Un último punto de polémica (para la definición de una izquierda alternativa) es la capacidad para poder hacer corresponder de manera permanente la governance con las modificaciones del sistema social. Un sistema de reglas constitucionales debe poder ser modificado con rapidez y velocidad. Su problema es el de seguir las variaciones de la productividad en un sistema económico que asume como finalidad la "producción del hombre por el hombre" y estimular y profundizar la participación de la ciudadanía en las funciones de la governance.
                

6. La reapropiación social del común.

            La fase actual se caracteriza por la crisis de toda la izquierda que no se asume como constituyente. Vivimos un periodo de lucha frente a la crisis económica y política del capitalismo; luchas que revelan de una manera más amplia un espíritu revolucionario. El movimiento insurreccional en los países árabes como en los países europeos se levanta contra la dictadura política de las élites corruptas y la dictadura política-económica de nuestra aparente democracia.  No intentamos ciertamente confundir la una con la otra, aunque no puede negarse que existe ahora un deseo de democracia radical que identifica un "común de la lucha" a partir de frentes diferentes. Hoy la lucha se presenta de diferentes maneras aunque se unifica, frente a la recomposición de la población, contra las nuevas miserias y las antiguas corrupciones. Son luchas que desde la indignación y las revueltas multitudinarias se mueven hacia  la organización de una permanente resistencia y expresión de potencia constituyente; que no se oponen simplemente a la constitución liberal y la estructura liberal de los gobiernos y estados sino que elaboran también consignas positivas como el rédito garantizado, la ciudadanía global, la reapropiación social de la producción común. En múltiples aspectos la experiencia de  América Latina en el último decenio del siglo XX puede ser considerada como un preámbulo de estos objetivos, incluso para los países centrales del capitalismo altamente desarrollado.

¿Puede la izquierda moverse más allá de lo moderno? ¿Pero qué cosa significa ir más allá de lo moderno? Lo moderno ha estado signado por la acumulación capitalista bajo el signo de la soberanía del estado nación.  La izquierda se ha manifestado a menudo dependiente  de este desarrollo y por lo tanto corporativa y corrupta en su actividad. Aunque se trata también de una izquierda que se ha manifestado dentro y contra del desarrollo capitalista, dentro y contra de la soberanía, dentro y contra de la modernidad. Nos interesa de esta segunda izquierda aquellas razones que al menos no han devenido obsoletas. Si la modernidad capitalista sufre un estado de crisis irreversible, también la práctica anti moderna, progresista en el pasado, ha perdido su propia razón. Si queremos hablar ahora de la razón de la izquierda, hoy solo se puede hablar de una razón altermoderna, capaz de revitalizar radicalmente el espíritu antagonista del antiguo socialismo

Ni los instrumentos regulatorios de la propiedad privada ni aquellos del dominio público pueden interpretar las necesidades de esta alternativa a lo moderno.  El único terreno sobre el cual activar el proceso constituyente es hoy el común, común concebido como la tierra y los otros recursos de los que participamos, aunque también y sobre todo aquel común como producto del trabajo social. Este común todavía deber ser construido y organizado. Así como el agua  no es considerada del todo común hasta que no sea montada toda una red de instrumentos y de dispositivos que aseguren su distribución y utilización, así también la vida social basada en el común, no es inmediata y necesariamente calificada como una vida de libertad  y de igualdad. No solo el acceso al común, también su gestión debe ser organizado y asegurado tras una participación democrática. Tomado en sí mismo, el común no alcanza a cortar el nudo gordiano de la razón de izquierda aunque marca el terreno sobre el cual ésta deber ser reconstruida. La izquierda debe comprender que sólo una nueva Constitución del Común (y no la defensa de la constitución del XVIII o de la postguerra)  puede otorgarle existencia y poder. Las constituciones existentes, como ya lo hemos visto, son constituciones de compromiso, inspiradas en Yalta antes que en los deseos de los combatientes antifascistas. No han dado lugar a los deseos de justicia y libertad, sino que han consolidado simplemente, junto al derecho público de la modernidad, la estructura capitalista de la sociedad.  También en los EEUU la izquierda adopta la misma compostura constitucional. Debe superarla. Debe hacerlo para ir más allá de la trágica repetición periódica de una izquierda en el gobierno que refinancia  la banca que ha determinado la crisis, que continúa pagando la guerra imperial y que es incapaz de construir un welfare digno de una gran proletariado como es aquel estadounidense.

Hoy se requiere una constitución  del común y esta fábrica del común exige un Príncipe.  No creemos que se piense en este principio ontológico y en este dispositivo dinámico como lo hicieron Gramsci o los padres fundadores del socialismo. Sólo a partir de la nueva lucha por la constitución del común podrá emerger este Príncipe. Sólo una asamblea constituyente dominada por una izquierda alternativa podrá demostrarlo.
 

Traducción: César Altamira

Publicado en el sitio Uninomade 2.0 http://uninomade.org/la-costituzione-del-comune-e-le-ragioni-della-sinistra/

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