América Latina:
entre la potencia de la autonomía y el desarrollismo anacrónico.
El pasado 2 y 3 de diciembre se
reunieron en Caracas, Venezuela, los líderes de 33 países de la región de
América, Cuba incluida, con la exclusión de Estados Unidos y Canadá, en la
Primera Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Heredera del grupo de Río y de los foros de la Cumbre de América Latina y el
Caribe, (CALC), la idea había comenzado a gestarse en Río en 2008 como
alternativa a la OEA, organismo americano, que bajo un rígido control de los
EEUU, mantiene aún a Cuba excluida desde 1962. La CELAC se inscribe en la
construcción de un camino de autonomía política de la región con respecto a los
EEUU, a la sombra del fortalecimiento del mundo multipolar que surgiera en
tiempos de globalización y del surgimiento de gobiernos progresistas en estas
geografías desde comienzos de siglo. Nadie está en condiciones de afirmar hoy
que la CELAC sustituirá a la UNASUR (Unión de Naciones del Cono Sur) surgida a
mediados del 2005 y que impulsara Brasil para reafirmar su hegemonía en AL; que
apoyara Venezuela -a partir del conflicto que Chávez mantenía con el colombiano
Uribe- y Argentina como manera de romper el aislamiento a que la había conducido
la crisis del 2001.
La acción que marcó el viraje de la
relación de América Latina con los EEUU y pavimentó el camino hacia una autonomía
política en construcción, fue el fracaso que sufriera Estados Unidos en la IV
Cumbre de las Américas efectuada en noviembre de 2005 en la ciudad de Mar del
Plata, Argentina. En dicha reunión se evidenció que los tiempos comenzaban a
cambiar, pues Estados Unidos ya no pudo imponer la llamada Área de Libre
Comercio para las Américas (ALCA) con la que pretendía continuar su ya
histórica política de concebir a América Latina como su patio trasero. Con el ALCA, Estados Unidos pretendía eliminar las
tarifas aduaneras, llevar la privatización a todos los sectores productivos y
de servicios, controlar los recursos naturales y hasta los mercados de esos
países a favor de sus poderosas compañías transnacionales. En conclusión cero independencia y restricción en las
decisiones económicas y políticas, para los países comprendidos del Río Bravo a
la Patagonia.
La CELAC se convierte en un hito superador de
la vieja doctrina Monroe de 1820, "América para
los Americanos" -proclamada por EEUU, tras la excusa de la defensa de los
territorios ante el avance europeo, que justificaría todas sus posteriores intervenciones
en estos territorios- y su reemplazo por aquella otra de "Latinoamérica para los
Latinoamericanos" como lo expresara uno de los intervinientes en la CELAC.
La correlación de fuerzas ha cambiado apoyada en las luchas biopolíticas y de
resistencia desarrolladas por los nuevos sujetos políticos latinoamericanos.
Hoy en la CELAC se promueve el respeto a la pachamama. Ni
China, ni los países de la UE entienden la importancia política, histórica y
cultural que en las geografías andinas se le asigna a la madre tierra. En
América Latina estas voces y lenguas han tomado fuerza y presencia al calor de
los últimos ciclos de lucha. Se trata de temáticas y conflictos que no se van a
resolver en otras latitudes.
Con la
creación de la CELAC los tiempos no serán impuestos por la unipolaridad de los
Estados Unidos, sino por la posibilidad de una integración regional en cuya
fortaleza y consolidación dependerá el surgimiento de una voz que afiance la
multipolaridad para mejorar la calidad
de vida de sus habitantes, en momentos que los países capitalistas centrales padecen
una profunda crisis económica que arroja sus sociedades a la mayor de las
pobrezas e indigencias.
¿Cuál es el panorama mundial? Una Europa
en crisis, desfinanciada y sumida en el miedo; unos Estados Unidos atravesados por
la incertidumbre producto de las burbujas financieras y de sus “guerras
permanentes” y “caos controlados”. Solamente China, los países del Sudeste
Asiático, Rusia y ahora América Latina son los que muestran índices de un
estable crecimiento económico. Lo extraño es que el presidente de las Bolsas y
Mercados Españoles, Antonio Zoido lanzara desde España días atrás un SOS a
América Latina acudiendo a sus 700.000 millones de dólares de reserva para
aliviar la situación española. Es la primera vez en los tiempos modernos que
los “sudacas” “no son parte del problema, sino de la solución”, según el
presidente de la Secretaría General Iberoamericana, Enrique Iglesias.
En estas condiciones la CELAC
plantea que el enorme potencial geo-económico de América Latina debe ser
dirigido al desarrollo interno de un continente de 20,5 millones de kilómetros
cuadrados y 580 millones de habitantes. El Producto Interno Bruto (PIB)
conjunto de la región supera unos seis millones de millones de dólares, con un crecimiento
económico promedio anual, entre 2005 a 2011, de 5.5 %, superior al de UE y
Estados Unidos en conjunto, y proyecciones del 6.2 % para 2012. Con yacimientos
de petróleo que alcanzan a 380 mil millones de barriles y reservas de oro de 700
toneladas frente a las 877 t. de los rusos. La región posee el 30 por ciento de
las fuentes de agua dulce del mundo, es el tercer productor de energía
eléctrica y es la mayor productora y
exportadora de alimentos. Inmenso potencial con posibilidad de promover el
crecimiento sostenido a partir del nuevo organismo. En las decisiones que
tomarán, de ahora en adelante, los miembros del CELAC, no intervendrá
directamente Estados Unidos (con sus presiones y imposiciones), aunque como es
lógico, debido a la diversidad ideológica del grupo, los países más allegados a
Washington -Chile, Perú, Colombia y México con Tratados de Libre Comercio, así
como las islas caribeñas de fuerte dependencia histórica- intentarán encaminar
algunas de sus pretensiones. Pero la correlación de fuerzas progresistas en el
continente no les favorece. A diferencia de la OEA, donde históricamente han estado representados
los sectores oligárquicos de América
Latina asociados a sus gobiernos, la CELAC propone reafirmar la identidad latinoamericana
y caribeña, incluyendo “la existencia,
preservación y convivencia de todas las culturas, razas y etnias que en ella
habitan”, con un llamado a la “unidad en la diversidad”. Sin embargo, debemos
reconocer que el motor de la CELAC lo constituyeron los países del ALBA
(Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Antigua y Barbuda, Dominica, San
Vicente y Granadina) y que su corazón está en Venezuela. Precisamente de estos
países y de la participación del Brasil y Argentina así como de México, dependerá
su futuro. Pero no todo es rosas en el continente latinoamericano. Estudios de
organismos internacionales indican que de los 580 millones de habitantes de la
región, más de 180 millones, casi un tercio, son pobres; e indigentes casi 100
millones, uno de cada seis. A su vez, ese mal social y económico afecta a 81
millones de niños, mientras 13 millones de menores no pueden acceder a las
mínimas necesidades alimentarias. Lo que en otras épocas, según la teoría de la
dependencia, se designaba como el desarrollo
del subdesarrollo. En la superación de esta desmesura se condensa el mayor
desafío del nuevo organismo, según sus propios adherentes.
La teoría de la dependencia en tiempos del Imperio.
Desde su creación en 1948 la CEPAL
colocó en el Estado y las burguesías nacionales los elementos propulsores del
cambio. Para la CEPAL
el desarrollo latinoamericano exigía superar el obstáculo estructural que
significaba el Deterioro de los Términos
de Intercambio Comercial. El descenso relativo de los precios de las materias
primas con relación al precio de los productos manufacturados importados de los
centros capitalistas limitaba su
integración al mercado mundial, arrojándolos a un perpetuo atraso,
mientras distanciaba los países capitalistas avanzados de los países
capitalistas atrasados. El DTIC consolidaba una estructura mundial capitalista
asentada en dos polos, centro y periferia, tendencialmente cada vez más
alejados. Frente a estos obstáculos estructurales, la CEPAL promovió el fomento de
la industrialización tras el proceso de sustitución de importaciones, tarea
cuya responsabilidad le correspondería al estado y a las burguesías latinoamericanas.
La crisis económica de mediados de los 50´s significó la crisis de las ideas
cepalinas, quedando como residuo teórico de la Alianza para el Progreso
impulsada por Kennedy. Mientras el capitalismo latinoamericano adquiría, para
esa época, un particular dinamismo: endeudamiento externo, penetración masiva
del capital extranjero, una especialización en el mercado mundial que ligaba a los países
latinoamericanos más dinámicos de una manera más estrecha al ciclo de
acumulación mundial. En ese contexto surge la Teoría de la Dependencia.
Los principales planteos del
dependentismo pueden resumirse en: A) el capitalismo mundial es un sistema
bipolar conformado en torno a la explotación de la periferia por el centro a
través de la expropiación de sus excedentes vía comercio, la inversión de
capitales y la dependencia tecnológica. La reproducción del sistema implica la
diferenciación creciente entre países y una creciente polarización. B) el mundo
dependiente carece de dinámica propia y su existencia interna es el reflejo de
sus relaciones con el mercado mundial. Su atraso no es consecuencia de
condiciones internas sino fundamentalmente producto de las condiciones de
dependencia externa, la que bloquea toda posibilidad de progreso social.
Recuperar dinámica social para los países dependientes exigía la ruptura o
drástica reducción de sus relaciones económicas con el mercado mundial. C) según
la teoría de la dependencia la historia del capitalismo mundial es la historia
de los cambios en las modalidades de explotación de la periferia por el centro,
y de las relaciones de hegemonía y dependencia al interior del sistema
internacional: períodos de explotación de libre cambio -imperialismo
británico-; períodos de explotación en base a las inversiones externas,
imperialismo norteamericano. D) la única posibilidad de desarrollo interno para
los países de la periferia reside en la ruptura de la dependencia. Como se
trata de una dependencia económica su objetivo solo se alcanzará mediante la
eliminación o la drástica reducción de toda inversión extranjera y la
limitación del comercio con los países centrales, identificando simultáneamente
la independencia política con el aislamiento del mercado mundial. E) El
desarrollo nacional dependerá de la superación de la dependencia, por lo que el
conjunto de las aspiraciones nacionales deberá subordinarse a este objetivo. En
ese contexto, el papel de las clases y sectores populares será el de resistir
la penetración imperialista y defender sus tradiciones nacionales y populares,
sin cuestionar los aspectos retardatarios de la explotación o de la opresión
patriarcal burocrática o capitalista.
La teoría dependentista construyó una visión exogenista, errónea y en muchos casos
retrógrada, que llevó a extremos equivocados. Este dominio abrumador del
dependentismo se derrumbaría de manera vertiginosa en la segunda mitad de los
setenta, como resultado de la nueva dinámica mundial: pérdida de hegemonía de
los EEUU en manos de Europa y Japón; pérdida de importancia de las EMN en AL;
surgimiento de la OPEP; sobreabundancia del capital de préstamo e inicio del
endeudamiento externo; crecimiento de la economía de AL de la mano del “milagro
brasileño”; mientras las dictaduras de AL confrontaban con el imperialismo el
gobierno de Carter se declaraba partidario de las democracias y de los derechos
humanos.
En los años 80´s y 90´s, el dependentismo
clásico será reemplazado por un dependentismo residual que recupera los
postulados básicos, aunque basado ahora en la crisis de la deuda. Este nuevo
dependentismo, que se prolonga hasta nuestros días, ve en el endeudamiento
externo la causa fundamental de la crisis del capitalismo latinoamericano,
soslayando toda influencia interna en su base (antagonismos propios del
desarrollo capitalista, luchas, resistencias etc.), promoviendo el no pago de
la deuda como salida a la crisis para
volcar los recursos liberados al desarrollo interno. Los cambios operados en
los capitalismos nacionales durante los 90´s fueron, a ojos del nuevo
dependentismo, el resultado de la sumisión de los gobiernos y de las burguesías
latinoamericanas a los dictados del proyecto neoliberal imperialista del
Consenso de Washington. Este razonamiento supone superar la
desindustrialización y el desempleo mediante un desarrollo en clave
evolucionista, asentado en un fuerte determinismo tecnológico, que conduciría a las sociedades latinoamericanas
a formas de industrialización creciente, premisa para una mayor democratización
y ampliación de la justicia social. Toda correlación que pueda ligar desarrollo
industrial a desigualdad será remitida al carácter incompleto del estado
nación, así como a la incidencia de factores exógenos, sean estos el
imperialismo directamente, ya la estructura del mercado mundial DTIC, ya la
deuda externa. En ese contexto el fortalecimiento del estado resulta
imprescindible para alcanzar el desarrollo: no hay desarrollo posible sin el
estado como elemento articulador y directriz afirman.
La figura del desarrollismo surge de esta
manera como concepto socioeconómico incuestionable promotor de la superación
del atraso social, cultural, de la pobreza propio de las sociedades
latinoamericanas. Este renacer desarrollista es encarnado por una intelligentia
autotitulada progresista que intenta presenta al desarrollo como alternativa
real de crecimiento e integración social, asociado a un revival desnaturalizado
del compromiso keynesiano ensayado durante los 70’s y 80’s en diversos países
latinoamericanos y a un nacionalismo
asentado en las soberanías estatales. Hoy resultan evidentes las limitaciones de esta política:
son tiempos en los que el trabajo asalariado industrial encuentra dificultades para constituirse en la vía
privilegiada de acceso a la ciudadanía política y social; donde el estado
nacional tropieza con escollos
estructurales para cumplir las funciones de estado benefactor y donde
las fronteras nacionales se ven perforadas por la globalización y la
agudización de la crisis. Asistimos a una explosión geográfica y espacial de
los espacios de valorización. Los procesos productivos están dominados por la movilidad de los
factores productivos y por fuerzas de producción que exigen libertad
comunicacional. Somos testigos de la preeminencia de los procesos financieros
ante las inversiones directas; de la movilidad de las corporaciones multinacionales productoras de mercancías y
servicios antes que su localización permanente. E igualmente de la superación
de las soberanías nacionales en favor de la soberanía imperial.
Simultáneamente nos enfrentamos a espacios del progresismo
académico y social que, siguiendo una línea argumental próxima, entienden la
explotación de los recursos naturales,- la minería, la sojización, las
depredaciones naturales en general, bajo el nombre común de modelo extractivista,- como formas de dependencia imperialista
modernas asociadas al revival de los commodities.
Los tiempos modernos, para algunos de ellos, mostrarían el renacer de épocas
pretéritas de acumulación originaria de las potencias imperiales,
cuando las casas reales europeas saqueaban los recursos naturales de las
colonias americanas. Hoy son las empresas transnacionales la cara visible de
este despojo, enjuagando inmensas ganancias bajo la forma de rentas a partir de
la explotación de los bienes naturales
comunes. Lo que el geógrafo americano David Harvey ha llamado acumulación por desposesión. Cierto es que
la naturaleza pre capitalista de los
bienes comunes naturales nos reenvía a un concepto de propiedad colectiva común
opuesta a la propiedad privada y asimilada a la propiedad pública. Que este
proceso de desposesión ha mercantilizado
al extremo los bienes comunes como el agua, bosques, territorios,
afectando la vida de pueblos y comunidades enteras que habitan esas geografías.
Pero no menos cierto es que no puede asimilarse la desposesión a viejas formas de depredación imperialista sino mas
bien a la moderna expropiación del común,
en este caso común natural por un
capital que muchas veces asume la forma financiera (recuérdese en este caso el
papel jugado por los pools de siembra en Argentina con relación a la soja).
Nuestros modernos dependentistas, Harvey incluido, levantan sus voces por la
entrega de propiedad pública a propiedad privada ignorando las nuevas formas de
explotación y producción. El común se corresponde con un eco sistema en tanto comunidad de
individuos y grupos sociales que no solo se inscriben en un modelo de
participación y colaboración sino que se
enmarca en una relación con la naturaleza potenciada por la depredación sin
límites. De cualquier manera la exportación de commodities no puede dejar de
lado el capital humano incorporado en estas explotaciones: el know how, la
asociación con nuevas tecnologías, automación y
cognitivizacion utilizada en la siembre directa, explotaciones mineras
etc. Y paradójicamente son los llamados gobiernos progresistas de América
Latina, como Ecuador, Argentina y Bolivia los principales interesados en esta
acumulación por desposesión dada la contrapartida que significan. En el caso
argentino la aplicación de impuestos a la exportación le han significado al
gobierno cerca de 12000 millones de U$S este año.
Esta idea desarrollista y
estatalista es compartida por el núcleo duro de los países latinoamericanos que
impulsan el CELAC(Venezuela, Cuba, Nicaragua), así como por la dirigencia
política de numerosos países como Argentina y Bolivia, aunque en este último
caso atenuada y atravesada por el proceso constituyente en curso. El conjunto
de países latinoamericanos adhiere a un abordaje de la economía mundial en
términos de imperialismo, negando toda modificación y cambio alcanzado en el
contexto de la globalización. Los gobiernos progresistas latinoamericanos se
muestran tributarios de la CEPAL y del dependentismo en tiempos donde el estado
nación se evidencia incapaz de poder hacer frente a la nueva modalidad de
explotación cuando los dispositivos de la
explotación social han trascendido las fronteras nacionales globalizando la
insubordinación. En este sentido bien podemos afirmar que el estado nación el
moderno estado capitalista constituye la forma política específica de la
explotación capitalista en el espacio geográfico nacional. Y el Imperio se
constituye en la forma política adecuada de enfrentamiento político ante la
insubordinación de la multitud
En
los tiempos que corren el diferencial de tasas de crecimiento entre los países
latinoamericanos y los países de la UE y EEUU, debe ser analizado a la luz de
la forma global que ha adoptado el capitalismo de nuestros días, teniendo en
cuenta el rol estratégico asumido por las empresas transnacionales que,
reterritorializadas en los países emergentes, han contribuido a su crecimiento
y se han beneficiado directamente de estas altas tasas de crecimiento de los
países emergentes, repatriando el plusvalor producido en dichos países, para
invertirlo luego en los mercados financieros. Explotación, forma de la
plusvalía, que adopta la forma de la expropiación del común en tiempos de
multitudes.
La mundialización del capital ha incorporado a
los países emergentes en el Imperio, al interior de cuyas fronteras rige la
misma lógica de explotación extendida globalmente -aunque conjugada de manera
distinta-, y de apropiación de la riqueza por el gran capital nacional y
transnacional. La relación Norte-Sur, Centro-periferia,
desarrollo-subdesarrollo, tan cara a la teoría de la dependencia
latinoamericana, carece hoy de validez teórica y práctica, en la medida que
frente a un proceso de producción y acumulación absolutamente
internacionalizado, ya no es posible reconocer un afuera, un exterior y un
adentro, un interior; una periferia y un centro, como en épocas pasadas. En
tiempos de Imperio todo afuera está
hoy adentro, aunque ello no significa
abandonar las contradicciones internas propias del capitalismo mundial. Las
rivalidades y contradicciones entre Alemania, Francia e Inglaterra que se
expresan en la crisis del euro en estos días, así lo demuestran.
En
época de Imperio los bienes comunes están constituidos por la materia prima humana, fuerza de trabajo
vivo subjetivada que produce la riqueza social asentada en la cooperación
social, mientras que la trampa de la deuda se traslada a nuevas geografías
protagonizada por nuevos actores como es el caso de las subprime. La cara
oculta de la financiarización se revela en la silenciosa expropiación del común, de los nuevos bienes comunes,
esto es el conjunto de saberes conocimiento, información, afectos y relaciones
sociales puestas en juego ahora para la producción de mercancías. Si los
comparamos con los limitados bienes naturales, los nuevos bienes cognitivos e
inmateriales de los que se apropia el capital son ilimitados; por ello es que
el capital, mediante las patentes, los copyright e incluso mediante la
privatización de los mismos servicios públicos, provoca su escasez artificial
al someterlos al régimen de la propiedad privada. En esa perspectiva podemos
afirmar que la actual crisis capitalista incluye la redefinición del comando
capitalista sobre los bienes comunes, provocando la desestructuración de la
cooperación social, base de la producción de la riqueza, sin su consiguiente
reestructuración, promoviendo la pobreza del común. En el capitalismo cognitivo la crisis generará exclusión de
los bienes comunes y un acceso restringido a los mismos. Simultáneamente la
deuda se transformará ahora en el comando sobre la propia vida, en austeridad,
pobreza y precariedad. Aquí se expresa en toda su dimensión la restricción
salarial de la misma manera como lo hicieron los enclosures en el siglo XVIII
con la privatización de la tierra y la expropiación de los campesinos. El
control de la crisis se ha instalado de manera definitiva en el terreno
biopolítico. A tal punto que la crisis hoy se identifica y define sobre el
terreno biopolítico.
La lectura de CELAC tributaria de la CEPAL y del
dependentismo latinoamericano estatalista y soberanista restringirá la
productividad política de la CELAC impidiéndole alcanzar toda su potencialidad
política y social. Sólo los movimientos en su interactuación política con los
gobiernos son capaces de presionar e impulsar una política de otro tipo que
reconozca que la relación entre la moneda y la composición de clase ya no es
más mediada por el salario sino por la propia movilidad del trabajo en cuanto
terreno de producción de subjetividad y de valor. Un corolario del pensamiento
cepalino y dependentista, considera que la falta de democracia y justicia social
en los países del 3º Mundo se asienta en el bloqueo al estado nación. Por
ello seguramente la CELAC privilegiará
el fortalecimiento de los estados nacionales en detrimento de todo estado
supranacional único organismo capaz de recuperar la dinámica de productividad
política.
César Altamira
Publicado en http://uninomade.org/america-latina-potencia-autonomia-y-desarrollismo-anacronico/
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