Un
desafío a la civilización que debemos rechazar
La
intervención francesa en Malí refleja una crisis política que
tiende a generalizarse en el África sahariana y subsahariana luego
de la “Primavera Árabe” del Magreb. “Se ha puesto de
manifiesto el lado peligroso de la Primavera Árabe”, titula
el New
York Times, y
agrega: “tenía razón el coronel Gadafi cuando preveía que si él
caía la gente de Bin Laden llegaría por tierra y por mar a ocupar
las orillas del Mediterráneo.
Pero, ¿es
realmente esto lo que impulsa a rebelarse a los nuevos guerrilleros
en los desiertos del Norte de África o es más bien una pobreza
cada vez más feroz y la siempre destructiva lógica de los
gobiernos de la ex Francáfrica? Las zonas rurales de los países
del Sahel han permanecido a su pesar en los últimos años en una
profunda situación de miseria, lo que nutre el éxodo poblacional y
la desestabilización de las grandes ciudades. Frente a esto las
estadísticas macroeconómicas, muestran la existencia de un “falso”
desarrollo vinculado a la actual carrera por el extractivismo minero
hacia aquellos territorios ricos en tales recursos: Malí, por
ejemplo, es el tercer productor mundial de oro, rico en uranio y se
prevé que muy rico en hidrocarburos. El yihadismo entra en esos
territorios no en razón de su fanatismo y nos los somete sobre la
base de la “barbarie terrorista” (como cuentan a la opinión
pública occidental) sino porque en esos países continúan
disolviéndose las instituciones, debido a su fragilidad económica
y civil. Por tal motivo el éxito de los “invasores” que no son
tales está casi asegurado.
Malí no es más
que otro país del Sahel –los demás también se hallan en
parecidas situaciones críticas-, la duda sobre la profundización
de la crisis en cada uno de ellos solo depende de algunos elementos
casuales que aún contiene el “dominó” recientemente iniciado.
En Malí, en una época “escaparate de la democracia”, el
gobierno se hallaba desde hacía tiempo en crisis, asfixiado por la
corrupción, los repetidos golpes de Estado y la rebelión popular
tuareg en el norte. Los tuaregs quieren la independencia de Azawad
(vasta región desértica del norte de Malí). Esta revuelta ha
encontrado la oportunidad de triunfar porque con la caída del
régimen del coronel Gadafi, muchos mercenarios tuaregs han
regresado a su país con armas (en grande y sofisticada cantidad) y
equipajes (logísticas regionales y alianzas con parte del ejército
maliense) tomados. Hay que tener presente que la intervención
francesa (y de la OTAN) en Libia produjo en aquel país la implosión
de un millar de fracciones locales, ideológicas, étnicas y que
después de Gadafi no ha habido ninguna autoridad capaz de ostentar
legítima fuerza.
La
rebelión armada tuareg ha encontrado además un fuerte y
probablemente decisivo apoyo en grupos salafistas y yihadistas que
ya en 2002, al terminar la guerra civil argelina, habían instalado
las bases de Al Qaida en el Magreb. Desde hace alrededor de diez
años estos grupos han venido construyendo (aprovechando la
“industria de los secuestros” y del apoyo a los “traficantes”
ilegales de ese amplio territorio) bases y redes de apoyo a la
guerrilla. El peligro era evidente. Desde hace unos tres o cuatro
años está en marcha una cooperación bilateral Francia-EE.UU. para
combatir lo que algunos llamaban el “eje Kandahar-Dakar”.
Recientemente el New
York Times ha
revelado que el Departamento de Estado había invertido cerca de 500
millones de dólares en esa región en esa estrategia
antiterrorista. Ya a comienzos de 2012, el comando estadounidense
AFRICOM debió comprobar que una buena parte de las adiestradas
tropas malienses se habían unido a la revolución en el norte del
país.
Ahora hemos
asistido a la intervención francesa en respuesta al urgente pedido
del gobierno de Bamako (mejor dicho de lo que queda) formalmente
apoyado por una extensa coalición de países africanos y de
gobiernos europeos. Pero la guerra francesa parece que ya puede
extenderse como una mancha de aceite a una gran cantidad de países
vecinos. Los sucesos argelinos de la última semana, en los que la
delicadeza de las intervenciones de aquel gobierno y de su ejército
han producido centenares de asesinatos, solo constituye el principio
de este amargo desarrollo.
Por ahora, se
consuelan la prensa y la opinión pública francesa, no se trata aún
de una guerra de usura (como la iraquí o la afgana) cuyos
protagonistas se mueven “en medio de las poblaciones“ sino más
bien de una guerra clásica en el puro desierto, de posiciones y de
movimientos. No tardarán mucho en cambiar las cosas. Podrá
resultar fácil a los franceses, junto a las tropas de otros países
africanos (que permanecerán bajo el comando francés mientras se
mantenga la reticencia estadounidense a tomar parte en el cambio),
lograr la victoria en el terreno. Pero luego, ¿cómo gobernar en el
desierto una paz que no será tal, frente a una “guerra nómada”
que está comenzando, a una histeria frente a eventuales ataques
terroristas en la Francia continental y sobre todo frente a la
memoria de la vergüenza colonial y del despotismo postcolonial
mantenido por la potencia francesa? Pero sobre todo, ¿cómo tener
en cuenta –en la situación actual y en la postbélica– aquellos
aspectos que nos permitimos llamar “aspectos buenos” de la
Primavera Árabe, o mejor dicho de aquella “Primavera Africana”
que parecía que comenzaba a apuntar también en el Sahel? Es inútil
–y lo decimos por segunda vez– culpar al extremismo de un
islamismo salafista radical cuando se está sofocando la única
alternativa verdadera que actualmente podría concretarse: la
maduración –ya iniciada en esos territorios– de élites
jóvenes, democráticas, anticapitalistas. Es necesario atacar las
causas socioeconómicas de esta crisis.
Si se escucha a
los expertos, estos dicen que para desarrollar un programa de
reconstrucción y de desarrollo sería necesario intervenir en estos
territorios en los sectores agrícolas, de reforestación, de cría
de animales, en el mejoramiento de las rutas y del transporte, el
acceso al agua, la promoción de la energía solar y eólica, etc. Y
luego habría que relanzar los programas de producción de algodón
y de cereales en esas regiones… En síntesis todo, en verdad todo.
Finalmente y especialmente “las poblaciones deberían beneficiarse
de los ingresos de los réditos procedentes de la minería como son
los del oro, primer producto de exportación”.
¿No les parece
cómica esta conclusión? Y en la risa no es evidente el cinismo,
mínimamente hipócrita, que se desprende de la insistencia en la
misma execrable sed de dinero que conduce a nuestros gobiernos
liberales a combatir a los terroristas en las despiadadas tierras
desérticas del Sahara y del Sahel como bienes a distribuir entre
los enemigos (porque resulta bien difícil diferenciarlos de los
pobres campesinos o de los proletarios metropolitanos ahora
sublevados). Y todavía más, ¿no les parecen lágrimas de
cocodrilo -y en Italia todos las confunden- las que lloran nuestros
demócratas? ¡Es el pesado fardo de nuestra civilización el que
nos empuja a intervenir! ¡Es sacra obligación de la soberanía,
ejercida ahora en nombre de Europa! ¡Manténgase atentos a estas
estupideces, hasta los EE.UU. han dejado de repetirlas luego de las
terribles derrotas en Medio Oriente! Reconozcamos más bien que solo
modificando radicalmente nuestra conciencia política, rompiendo
radicalmente con formas de gobierno funcionales al capital, podremos
volver a orientarnos correctamente. En el marco de la globalización
no se puede razonar como lo hacen los Parlamentos de los países de
Europa y el Parlamento Europeo, votando hombres y medios a favor de
la intervención francesa (y particularmente odiosa ha sido en
Estrasburgo la actitud belicosa de los Verdes europeos).
Gilles Keeper -tal
vez el mayor experto en temas árabes conocido en Occidente- destaca
que “lo que está en juego en Malí es un desafío a la
civilización en la época de la globalización. El Sahel es al
mismo tiempo la víctima por excelencia y el lugar de la
incandescencia”. Añadimos: la resistencia y la guerrilla
antiimperialista en aquel desesperado lugar desposeído y devastado
constituyen luchas anticapitalistas y no quisiéramos vernos
obligados a reconocer que los islámicos tienen razón.
Traducción de Susana Merino.
Publicado originalmente en
http://www.uninomade.org/mali-una-sfida-di-civilta-da-rifiutare/
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