Del fin de las izquierdas nacionales a los
movimientos subversivos en Europa
I- Cuando se
habla de mundialización de los mercados, se habla también de la limitación
impuesta a la soberanía de los Estados-Nación. En Europa occidental, el error
fundamental de las izquierdas nacionales
ha sido no entender que la mundialización era un fenómeno irreversible.
Hasta la caída
de la Unión Soviética, el liderazgo estadounidense había consistido – con
prudencia, pero también con una constancia evidente – en combinar las
especificidades nacionales de los países pertenecientes a las alianzas
occidentales (especialmente de la OTAN) y la continuidad del imperialismo
clásico, reuniéndolos alrededor de un antagonismo respecto al "socialismo
real". A partir de 1989, una vez que el bloque soviético se derrumba, el
hard power americano fue reemplazado poco a poco por el soft power de los
mercados: la libertad de comercio y la moneda han condicionado los viejos
instrumentos de poder – el poder militar y el de la policía internacional-; y
el poder financiero y la gestión autoritaria de la opinión pública han
determinado, por otra parte, el campo donde se iba a ejercer de ahora en más la nueva acción liberal de sostenimiento a la política de los
mercados. El neoliberalismo se ha organizado muy fuertemente a nivel mundial:
gestiona hoy la crisis económica y social en beneficio propio y tiene muy
probablemente ante sí, un brillante futuro… A menos que – en la medida que una
transformación democrática y pacífica de los actuales fundamentos políticos del
neoliberalismo no resulta imaginable a un nivel mundial – no se den rupturas
revolucionarias.
Paralelamente
a esto, desde 1989, precisamente cuando el sistema capitalista en su forma
neoliberal se reforzaba, la desbandada
de las fuerzas políticas de izquierda se profundizaba. No solamente las fuerzas
dogmáticas, en nombre de una supuesta fidelidad a formas ideológicas arcaicas,
han renunciado a toda comprensión de la lucha de clases en un mundo
profundamente transformado por la mundialización y la mutación de los modos de
producción, sino que una nueva corriente de pensamiento y de acciones de tipo
socialista, tras la idea de tener en cuenta la novedad de la situación, se
arriesgaba a evidentes alianzas con el neoliberalismo. Los procesos de
unificación del continente europeo y las instituciones donde se desarrolla el
debate sobre la constitución europea han constituido un lugar ejemplar del
vacío y de la impotencia política de la izquierda – tanto en su variante
"tercera vía a la Tony Blair" (cuyas orientaciones fueron rápidamente
identificadas con la voluntad explícita de estructurar políticamente la Europa
de manera neoliberal), como bajo formas contrarias: impotencia de los grupos
que han ocultado, detrás de sus negativas a la unidad y al desarrollo de las
instituciones europeas, su incapacidad para construir una línea que sea
alternativa a la del neoliberalismo. Esto habría querido decir poner en
discusión el Estado-nación, el derecho internacional público y el sistema
administrativo de la modernidad capitalista. El fracaso de esas fuerzas,
tomadas en su conjunto, ha sido enorme.
Si queremos
reanudar el debate, es preciso entonces preguntarse cuáles son las condiciones
teóricas y políticas que permiten reabrir una perspectiva de lucha sobre el
terreno realista de la construcción subversiva de una Europa unida. Es una
cuestión planteada hoy por los movimientos que aprenden a luchar contra la
crisis a nivel europeo.
II. ¿En qué
consiste el capitalismo financiero y/o biopolítico? Consiste en la subsunción
de la sociedad – más exactamente aún, de la vida misma – bajo la dominación del
capital. ¿Cómo se ejerce el mando de los mercados sobre la estructura de la
sociedad? No puedo naturalmente detenerme en este punto; me limitaré a decir
que este poder funciona a través de un uso cada vez más importante del control
monetario, control monetario cuya finalidad es la acumulación de la renta
financiera. Ésta reorganiza las relaciones productivas y reproductivas según
las pautas de profundización e intensificación de los dispositivos de
explotación, hasta tomar algunas veces la forma de una verdadera nueva
acumulación primitiva, retomando los términos de Marx. Los mercados
financieros, que buscan la máxima valorización, prefieren, por una parte, las industrias
de la "producción del hombre por el hombre”, es decir el Welfare, los
servicios productivos metropolitanos incluidos los servicios informáticos; y
por otra parte, la minería, la energía, las industrias del agrobussiness y
todas las que generalmente se aplican en la naturaleza…
Con
frecuencia, se trata, ya he dicho, de una nueva figura de la acumulación
originaria, donde la apropiación capitalista incorpora la puesta en trabajo, y
por tanto la explotación del bios (es decir de la vida humana, a la que se debe
añadir el medio ambiente natural donde la vida se desarrolla y con el que
interactúa); alcanza también la captación del valor expresado por la sociedad
en general, que se halla de repente desposeída. Una primera definición de este
"común” que los movimientos buscan en la actualidad, podría pues,
paradójicamente, consistir en lo siguiente: la inversión comunista de la
apropiación capitalista en toda su extensión.
Lo que me
parece interesante hacer es estudiar las contradicciones que han surgido en
este terreno, a menudo un poco caótico por el ataque neoliberal y que han sido
puestas en evidencia por los movimientos. Se trata de contradicciones
difícilmente superables, que el poder tiende a administrar a través de una
governance fuera de toda normativa, por un gobierno establecido de excepción de
larga duración y destinado a volver a refundar la sociedad en su conjunto. Las
contradicciones en cuestión pueden ser identificadas como sigue:
A. Una primera
contradicción se refiere a la producción. Si por un lado el capitalismo
financiero representa la forma más abstracta y más delegativa del poder, por
otra parte, paradójicamente, el capitalismo financiero es el capitalismo que
más inviste materialmente a la vida en su conjunto. La “reificación” de la vida
y la “alienación” de los sujetos son impuestas a la fuerza de trabajo cognitiva
por un mando productivo que parece haberse convertido, en tanto que poder
financiero, en algo absolutamente trascendente. La fuerza de trabajo cognitiva,
que está obligada a producir plusvalor
precisamente, en la medida en que ella es cognitiva, inmaterial, creativa, no
inmediatamente consumible, es en realidad productiva en sí misma, de manera
autónoma. Trascendencia financiera contra autonomía productiva, he aquí la primera
contradicción.
En la medida que la producción se basa
principalmente en la "cooperación social” (independientemente de cuáles
sean los ámbitos, desde los servicios hasta la informática o las actividades de
cuidado, etc. ), la valorización del capital no tropieza simplemente con el
"capital variable” masificado, sino con la resistencia y la autonomía de
un proletariado que representa en sí mismo hoy en día una parte del “capital
fijo”. En efecto, la nueva calidad social de la producción y las características
cognitivas de ésta han transformado a los trabajadores en "sujetos
maquínicos" que poseen una capacidad "relativa", pero
permanente, para organizar de manera autónoma sus propias redes sociales de
trabajo. No se puede dejar de incorporar la evidencia de esta contradicción.
B. La segunda
paradoja está referida a la propiedad. La propiedad privada (aquella que
definimos como tal desde el punto de vista jurídico) tiende a estar sujeta cada
vez más a la forma de la renta. Hoy, la renta nace principalmente de los
procesos de circulación monetaria que tienen lugar en los servicios del capital
financiero y/o en aquellos del capital inmobiliario, o en los procesos de
valorización que tienen lugar en los servicios industriales.
Pero cuando
los bienes (privados) se presentan como servicios, cuando la producción
capitalista se valoriza principalmente a través de los servicios, la propiedad
privada tiende a matizar los rasgos que la caracterizaban tradicionalmente en
tanto que “actos de posesión” y a presentarse, más bien, como el producto de
esta cooperación social que constituyen los servicios; y los vuelve
productivos. Para los patrones el problema deviene en devolver a la propiedad
privada esta función fundamental (en la organización social) de la que el capitalismo
tiene necesidad. Si la propiedad se socializa progresivamente, ¿cómo hacer para
darle esta calidad al comando privado?
A esta
cuestión, los capitalistas responden con la hipocresía que los caracteriza: son
los poderes públicos quienes deben hacerlo. Pero en las sociedades
post-industriales, la mediación pública de los relaciones de clase se vuelve
cada vez más difícil – es en realidad lo que nos muestra muy bien la crisis: la
soberanía ciertamente ha sido privatizada (patrimonializada, podría decirse, por el capitalismo
financiero) pero la paradoja es que, de manera absolutamente simultánea, la
propiedad privada se disuelve presentándose cada vez más como el uso de un
servicio, y no más como posesión de un bien. El “soberano público" no debe
afrontar más ahora a las corporaciones, a los sindicatos, a los órganos
colectivos de trabajo (que, dicho sea de paso, se presentan ellos mismos como
sujetos privados), sino a la cooperación y a la circulación social de
subjetividades que se componen y se recomponen permanentemente, tanto en la
producción material como en la producción cognitiva. En suma, se enfrenta a lo
que llamamos el “común”.
Por “común”,
por tanto, debemos aquí reconocer que hoy, la producción se realiza de manera
cada vez más cooperativa. Si bien esta cooperación es naturalmente comandada
por el capital financiero, es también accionada inmediatamente por las nuevas
figuras de la fuerza de trabajo cognitiva, es decir por las mismas potencias
sociales que en otras épocas se conocía como la “clase obrera”. Y quiero
subrayar aquí una vez más ésto: cuando se habla de fuerza de trabajo cognitiva,
se habla en realidad de una nueva calidad de la producción, de un nuevo rostro
de los procesos de valorización, de una nueva organización del trabajo, que surgiera
después de 1968; pero se habla también de algunos aspectos, cada vez más
centrales, de la propia producción material donde, pese a las apariencias, el
trabajo cooperativo, o bien la introducción de elementos inmateriales,
informáticos o lingüísticas, está hoy cada vez más generalizada.
Hay pues una
progresiva "patrimonialización privada" de los bienes públicos que,
simultáneamente, destruye la institución de la propiedad pública y hace valer
la ideología de la propiedad privada; es a partir de esta combinación que se
crea la deriva ahora permanente de la gestión de lo público del lado de los
procedimientos de excepción, el deslizamiento de esta excepcionalidad en la
corrupción, y la destrucción del común por los poderes de excepción.
El
"soberano público" no existe ahora más que de una manera paradójica,
y tiende a borrarse ante un "común" que surge, por el contrario, del
interior de los procesos de producción social y de esta cooperación que
representa el corazón de la valorización. Este común es precisamente lo que es
directamente captado por los poderes financieros, por el mercado mundial: Hic
Rodhus, Hic salta.
C. La tercera
paradoja corresponde al bio-capital, desde el momento que entra en relación con
el cuerpo de los trabajadores. Aquí, el enfrentamiento, la contradicción, el
antagonismo aparecen de manera absolutamente clara, en la medida en que el
capital (en la fase post-industrial, en la época en que la producción cognitiva
se ha convertido en hegemónica) debe poner directamente en producción a los
cuerpos humanos, que no son sólo mercancía trabajo, sino que se transforman en
portadores de saberes productivos y operadores-maquínicos. Significa que en los
nuevos procesos de producción, precisamente porque los cuerpos están cada vez
más y más eficazmente especializados, han adquirido una autonomía relativa. Al
mismo tiempo, la resistencia y las luchas de la fuerza de trabajo maquínica
responden paradójicamente a la exigencia capitalista de una explotación de la
producción del hombre por el hombre, es decir para la máquina-viviente
“hombre”. Es precisamente sobre esta mutación que se aplica la explotación del
capital financiero y a la que busca gobernar.
En efecto, en
el momento en que el trabajador se apropia de una parte del “capital fijo” y se
presenta
1) de manera
variable, a menudo caótica, como actor cooperante al interior de los procesos
de valorización, como “sujeto precario”; pero también por otra parte,
2) como un
“sujeto autónomo” en el proceso de valorización del capital, en ese momento,
por lo tanto, se produce una total inversión en la función del trabajo con
relación al capital. El trabajador ya no es más sólo el instrumento que el
capital utiliza para conquistar la naturaleza – lo que quiere decir banalmente
producir mercancías; sino que en el trabajo cognitivo y cooperativo, el
trabajador, - habiendo incorporado en sí mismo el instrumento de producción
(del capital) y habiéndose metamorfoseado, desde el punto de vista
antropológico-, reconquista el "valor de uso”, -actuando de manera “maquínica”, de manera autónoma y en oposición con
relación al capital-, alcanzando una autonomía y una oposición que tienden a
devenir completas. Entre esta tendencia objetiva y los dispositivos prácticos
de constitución de este trabajador maquínico toma lugar una nueva forma de lucha de
clases que ahora podemos calificar de
biopolítica.
III. Si, en el
proyecto neoliberal de estabilización y en la crisis de éste, ésa es la
constitución política del presente, es evidente que los movimientos de
resistencia no pueden dejar de expresar su indignación, su rechazo, su
rebelión. Es así que emerge el deseo de construir nuevas instituciones que
puedan corresponderse con la potencia social de la cooperación productiva.
Retomemos entonces los terrenos sobre los que las contradicciones, que he
tratado de formular hace un momento, se presentan.
1-a. Si uno se
enfrenta a la “paradoja de la producción”, se trata de retomar el viejo tema
del programa comunista – aquel de la "auto-valorización” obrera y
proletaria-, sobre la reapropiación
progresiva, de manera cada vez más cierta, del capital fijo empleado en
el proceso productivo social – precisamente contra la multiplicación de las
operaciones de valorización-captura-privatización que el capital financiero
pone en práctica. Reapropiarse del capital fijo, significa construir el
"común" – un conjunto organizado contra la apropiación capitalista de
la vida, un común entendido como desarrollo de los "usos” cívicos y
políticos y como capacidad de gestión democrática y autónoma, desde abajo. La
reconquista del saber y del ingreso son objetivos que califican de manera
primaria al trabajador cognitivo; se trata, en primer lugar, de objetivos
políticos, exactamente de la misma manera en que la lucha contra la reducción
del salario relativo – nos recuerda Rosa Luxemburgo – cito – la "Lucha
contra el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, contra la producción
capitalista adoptada en su conjunto” – constituían la política del trabajador
industrial. Cito nuevamente a Rosa Luxemburgo: "La lucha contra la caída
del salario relativo no es más una batalla sobre el terreno de la economía
mercantil, sino un ataque revolucionario al fundamento mismo de la economía; es
el movimiento socialista del proletariado" – fin de la cita. Por
consiguiente, es sobre este punto, que deben ser retomadas, estudiadas e incorporadas
las experiencias realizadas por ejemplo en Italia, en la agitación militante
que rodeó a los recientes referendos, en particular sobre la cuestión de la
gestión del agua, a fin de permitir la recuperación de esta nueva figura
jurídica que son los "bienes comunes".
1-b. Volvamos
a la “paradoja de la propiedad”. Si se desea ir en contra o, más allá de la
propiedad privada, los movimientos necesitan desesperadamente sumergirse en
este contexto contradictorio, hecho en gran parte a base de servicios y redes
sociales, que estructura hoy la cooperación productiva. Se trata al mismo
tiempo de situarse a la vez "en y contra" de las instituciones del
poder público. Dos líneas principales se entrecruzan entonces: la primera debe
oponerse a la función represiva – inerte y por tanto feroz – de los poderes
públicos frente a las luchas de reapropiación; la segunda se opone al rol y al
poder de la moneda. En el primer caso, la capacidad de romper con la governance
neoliberal – por ejemplo, en la variante que presentan los supuestos “gobiernos
técnicos" – es absolutamente fundamental. Ya he dicho en qué medida se
trataba de una farsa. Pero también hemos debatido en muchas ocasiones para
saber si era posible imaginar, a partir de los enfrentamientos que los movimientos
ponen en práctica alrededor de la cuestión de la governance pública, el
surgimiento de una especie de “dualismo del poder”; y el problema permanece hoy
en día enteramente – dudo, sin embargo, que se pueda resolver de manera
puramente abstracta, fuera de la dimensión de las luchas. Es sobre este punto,
precisamente en relación con la intensidad de las luchas que se desarrollan en
torno del tema de los usos del común, que debemos lanzar una propuesta: aquella
de los nuevos principios
constitucionales, de nuevos derechos y de una nueva legalidad – el común, un
ingreso universal, la negativa de la deuda y de la insolvencia, la libertad de
movimiento de los hombres y mujeres, el ejercicio cooperativo del saber, el
Commonfare, la reapropiación de la moneda. Me referiré nuevamente a todos estos
puntos en mi conclusión.
Vayamos
entonces al segundo tema – afrontar, a través de los movimientos, la cuestión
de la moneda. Es evidente que si la moneda es un medio de cuenta y de
intercambio difícilmente eliminable, es por la posibilidad que tiene de ser un
instrumento de estructuración de la división social del trabajo y de la
acumulación de poder patronal, contra el interés de los productores reales;
aunque es precisamente por ello que se le debe arrebatar. Es preciso impugnar
la independencia del Banco Central Europeo: el BCE debe estar sujeto a la
necesidad de la "producción del hombre por y para el hombre” y
sometido a un proyecto estratégico de
redefinición de los equilibrios sociales biopoliticos. El problema no es tanto distinguir los
“bancos de depósito” de los “bancos de inversión” sino el de canalizar el
ahorro y la inversión hacia los equilibrios que garanticen la producción del
hombre por el hombre. Esta es la batalla que los movimientos políticos más
maduros han entablado. Ésta consiste – sin arrepentidos ideológicos ni
vacilaciones – en impugnar y sabotear la governance monetaria del biopoder, es
decir en introducir, cada vez que sea posible, reivindicaciones y rupturas
expresadas de manera radicalmente democrática, por abajo. Es necesario comenzar
a preguntarse lo que podría ser una "moneda del común" y desarrollar
la hipótesis de que esta moneda debería garantizar la reproducción social, la
cantidad de ingresos necesarios a cada ciudadano y el sostenimiento de las
formas de cooperación que forman la estructura de la división del trabajo de la
multitud productiva.
1.c Volvamos
finalmente a la última de las "paradojas", a la que anuda de conjunto el bio-capital y el
cuerpo de los trabajadores. Aquí, esta contradicción no podrá ser disuelta a no
ser que se elimine al capitalista. Esta contradicción dolorosa nace en efecto
del hecho de que el capitalista no puede dejar de explotar al trabajador si
quiere obtener el beneficio y que, sin trabajo vivo, no hay producción ni
riqueza que dispongan.
Pero éste es
el terreno mismo de la política. Del lado del poder del capital, nos situamos
en el lado de la decisión sobre los indecidibles, con la incertidumbre propia
de encontrarse en el medio del torrente suspendido entre fascismo y democracia.
Pero, por otro
lado, es también el terreno constituyente del conjunto de los cuerpos-máquina,
singulares y poderosos, en el ejercicio de la lucha de clases. Para todos esos
cuerpos, hacer política, significa constituir “institucionalmente” la multitud,
es decir extraer las singularidades de su soledad para vincularse y
establecerse en la multitud; brevemente,
transformar la experiencia social de la multitud en institución
política.
Es por ello
que los movimientos actuales piden, de manera cada vez más impetuosa, superar
el modelo constitucional de la modernidad – el de los siglos XVIII, XIX y XX-,
es decir ese modelo constitucional que borraba toda traza de poder
constituyente luego que la fase revolucionaria se hubiera terminado. De manera
más realista, es preciso afirmar, por el contrario, que hoy el poder
constituyente no puede ser circunscripto a la reconstrucción del Uno del poder.
Ya no se rebela para tomar el poder, sino para mantener la apertura del proceso
de contra-poderes, y para desafiar los dispositivos de captura que la máquina
capitalista no deja de inventar. La experiencia de las luchas nos ha enseñado
que la representación política siempre termina por entrar en crisis porque
(atraída por el mecanismo de la soberanía, destilada en la alquimia electoral,
a la vez mágica y putrefacta, que conocemos bien), no logra estar a la altura de la verdad y de la riqueza
permanentemente renovadas en la composición social de la clase de trabajadora.
Desde la primavera de 2011, todos los movimientos han expresado su deseo de una
“contra-democracia” conflictiva, alimentada por reivindicaciones y protestas,
resistencias e indignaciones, y un "basta" al constitucionalismo
"normativo”. Estos movimientos
formulan la exigencia de constituciones democráticas biopoliticas que no se transformen inmediatamente, tras el
filtro de la legalidad y de la
formalidad jurídica, en mecanismos de opresión; sino que sepan, por el
contrario, intervenir, a través de la inversión del "dinero común”, a fin
de reequilibrar constantemente las relaciones sociales colocando a los pobres en el lugar de los
ricos. En suma, creando una vida del hombre al servicio del hombre.
Habría que
afirmar aquí, muy claramente, aquello que dicen todos los premios Nobel de
economía del mundo: que una productividad creciente sólo puede lograrse, en y
por una sociedad igual y libre, a través de una sociedad de la “denegación del
trabajo" – si por "trabajo" se entiende lo que hasta ahora se
concibe: servidumbre laboral y trabajo asalariado. Debemos liberar el trabajo
de las Formas históricas en las que ha sido confinado.
IV. Mientras
más avanza la crisis y maduran los movimientos, más se siente que algo decisivo
está por producirse en la conciencia de los trabajadores. Resulta banal decir
que el siglo XX ha terminado, sobre todo cuando esta frase sirve para borrar el
recuerdo de las formidables experiencias de lucha obrera y de los intentos de
construcción de una nueva sociedad que las atravesaron. El hecho de que estos
intentos hayan fracasado – no en un día sino, precisamente, en un siglo – no
quiere decir que el potencial se haya agotado. Por el contrario, el "viejo
topo” ha seguido excavando su propia esperanza. ¿Es que resulta necesario
recuperar la experiencia socialista? Sí, a condición, sin embargo, de
insertarla en una nueva teoría, en una nueva estrategia… es lo que hacen los
nuevos movimientos hoy.
Dirijamos
ahora nuestra atención hacia lo que hacen estos movimientos que luchan en la
crisis, y contra la crisis. Trabajando así es como podremos estudiar los
procesos de subjetivación que surgen en este contexto, y buscar comprender
cuáles son las condiciones favorables, o, por el contrario, las condiciones que
constituyen un obstáculo, que permiten o bloquean una política del común. Primera medida. Las
referencias sistemáticas a las reformas constitucionales propuestas a nivel
europeo desempeñan, sin duda aquí, un obstáculo. Lo que interesa, por el
contrario, a los movimientos es preguntarse cuáles son las acciones políticas
que pueden ser aplicadas para promover los procesos de subjetivación adaptados
a un nuevo proyecto subversivo y comunista. Y, siempre que se examinan los
movimientos, se puede determinar un primer grupo de acciones que se podría
reunir bajo una misma etiqueta: la insolvencia. Estas luchas, contra la deuda y
en favor de un ingreso de ciudadanía, reanudan las viejas luchas por el salario
relativo pasando a ser luchas revolucionarias en la medida en que ponen en
cuestión la medida del trabajo. En este mismo terreno, se encuentran toda una
serie de experimentos y de intentos de construcción de una teoría y práctica de
la “huelga precaria”; se trata de comprender cuáles son las luchas que pueden
"hacer mal" al patrón bajo las nuevas condiciones de explotación
social a partir de esta condición de precariedad impuesta a los trabajadores.
Las luchas que están incorporando los espacios, las plazas, los teatros, los
centros sociales, los squats que los transforman en lugares de
organización se ubican en este lugar, así como las luchas que bloquean la
logística del comercio de mercancías, que nunca ha sido tan central como hoy en
el proceso de acumulación social; o aquellas que impiden las “grandes obras de
interés público”, que no tienen de público más que la enorme fuerza destructiva
de los equilibrios civiles y ecológicos que utilizan, y donde no se trata en
realidad de otra cosa más que de facilitar la corrupción y el enriquecimiento
privado…
Pero entran
también, sobre todo, aquellas iniciativas que consiguen retomar y/o a
mutualizar de manera alternativa la gestión de los nodos fundamentales del
Welfare, de la educación, de las políticas de vivienda, etc. En este caso se
lucha alrededor del salario directo y/o indirecto de los trabajadores,
integrando no sólo la cantidad monetaria sino también la calidad social.
Destitución.
Es éste el segundo terreno sobre el que se mueven hoy las luchas. Lo primero
que podemos decir es que se refiere a los intentos de destituir a los sectores del comando
capitalista. En el neoliberalismo, el caos social y jurídico se considera
normal. Asumirlo transformando la governance, de momento de litigiosidad en
momento de contra-poder, es lo que
cualquier fuerza de oposición al neoliberalismo debe tratar de hacer. Hemos
visto, en América Latina, ejemplos de movimientos revolucionarios (trabajadores
y/o indígenas, y, en la actualidad, estudiantes) que durante mucho tiempo
construyeron y finalmente impusieron su agenda a los gobiernos. En Europa, no
será fácil repetir esa experiencia; pero se trata, al menos de probar, sin
creer siempre que esta capacidad de ruptura pueda consolidarse bajo formas de
mecanismos de contra-poder estable. Aquí, el efecto destituyente es aún
prominente con relación a la dimensión constituyente.
Algunos
objetarán entonces: "¿estos movimientos no son inútiles, y a veces incluso
peligrosos, porque las revueltas y los disturbios no crean
instituciones?". Estos discursos no son honestos, cuando menos, son
abiertamente provocadores; se basan implícitamente en que las revueltas(riots)
y los disturbios no pueden crear instituciones. Una vez más, rebatimos. Por el
momento no lo hacen simplemente porque el efecto destituyente es aún
propedéutico y dominante. Esto no significa que no puedan hacerlo. Siempre
sobre este terreno de actividad destituyente, existe otro ámbito de lucha que
los movimientos recorren y que consisten en las acciones contra la estructura
constitucional del biopoder capitalista. El tema, en este caso, es el del
desarrollo de un poder constituyente democrático, de masas, multitudinario.
Estos terrenos
de investigación y de lucha han sido identificados a nivel urbano, en las
grandes ciudades. Donde, en el pasado, correspondía a la fábrica centralizar la
organización del trabajo, hoy, es la metrópoli quien ejerce esta tarea: es la
metrópoli quien centraliza las redes de cooperación del trabajo, sea cognitivo
o no, y que, a través de dichos contactos aumenta los niveles de tensión y de
fusión de la producción y de la lucha. Sobre el terreno metropolitano, se
encuentran pues, cada vez más, lugares de reunión, de la militancia, de
organización del trabajo, material e inmaterial, del trabajo y del no trabajo,
de la cultura y de culturas (en particular debido a los inmigrantes) que se
organizan. En síntesis, lugares de organización de las luchas y de recuperación
de lo producido por el general intelect. ¿Es posible comenzar a construir
instituciones de autogobierno que pongan en práctica formas de una "nueva
mutualidad”, de una nueva tutela social contra los efectos más violentos de la
crisis? En muchos casos, esto es lo que ocurrió. Y también, junto con esos
elementos de apertura que podemos definir como “intensivos" (es decir
orientados hacia el interior del tejido social), también hay que poner a prueba
un dispositivo “expansivo” de apertura extensiva: sólo la concatenación, la
articulación de las movilizaciones de los diversos países de Europa podrá
determinar un efecto real y continuo sobre las políticas de crisis que hoy
estamos experimentando.
Comunización,
para terminar. Es aquí donde comienzan a jugar las iniciativas constituyentes.
En Italia, por ejemplo, los movimientos han intentado avanzar en este sentido.
De lo público a lo común: la vía es aquella que afirma el derecho de acceso al
común, que busca realizar el deseo del común que anida en el corazón de los
trabajadores. Comunalizar significa, en fin, construir nuevas instituciones del
común, y, en particular, la “moneda
común" que permitirá a los ciudadanos producir con toda libertad y bajo el
respeto de la solidaridad.
Después de
todo ello, la alternativa resulta evidente. Por un lado, existe el biovalor
captado, mejor dicho extraido a la sociedad en su totalidad por el capital; y
su forma monetaria, su estructuración, pensada totalmente en función de la
explotación de la sociedad. Por otra parte está la pregunta: ¿Qué sentido puede
tener, en este nivel, la construcción de una alternativa revolucionaria? Su
sentido es el siguiente: liberar la potencia de la fuerza de trabajo de la
dominación capitalista, imponer la igualdad como condición de la libertad. Y
planteando todos estos elementos, en particular los que se refieren a la
moneda, estamos regresando al punto de partida: ¿qué hacer en relación a
Europa? Mejor dicho, ¿cómo se comportan los movimientos con relación a Europa?
Me parece absolutamente claro que la Unión Europea es necesaria e irreversible.
Una trayectoria política carente de dimensiones continentales es hoy algo
imposible en el seno de la mundialización. A veces, los movimientos, ellos
mismos, parecen no tener una clara conciencia de esta lectura. Resulta
necesario construir nuevos modelos de solidaridad, nuevos proyectos de ligazón,
que sepan agenciarse entre sí y negociar las diferencias geográficas
fragmentadas. No pienso aquí solamente en los antiguos Estados-nación, sino en
las historias muy diferentes de los movimientos actuales. La urgencia de las
luchas lo exige, sobre todo cuando el tema constituyente pasa a ser central.
Para cumplir este programa, es preciso por lo tanto desarrollar una búsqueda
continua, evitando el calendario institucional europeo y las campañas
electorales que nos son continuamente propuestas. El corazón de la discusión
consiste hoy, sin duda, en pensar en una acción contra el Banco Central
Europeo, en la medida que es el BCE el que encarna, a su manera, el Palacio de
invierno hoy en Europa.
Texto
presentado en la Universidad de París 8-Saint Denis, el 18 de enero de 2013.
Traducción: César Altamira.
·
Del sitio
italiano Uninomade 2.0
http://www.uninomade.org/dalla-fine-delle-sinistre-nazionali-ai-movimenti-sovversivi/
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