«Capitalismo violento» *
Christian Marazzi
Desde la quiebra de Lehman Brothers en el otoño de 2008 a la Cumbre del G-20 en Toronto en junio de 2010, la crisis del capitalismo financiero se ha profundizado convirtiéndose en otra aún más complicada. En dos años hemos pasado de los rescates estatales de los bancos, compañías de seguros, instituciones financieras y sectores industriales enteros a la llamada "crisis de la deuda soberana." Esta última es el resultado de la responsabilidad asumida por los estados para salvar a los bancos, de la masiva defiscalización del capital y de los altos ingresos producida en los últimos 15 años, de la reducción de los ingresos fiscales, típico de las recesiones, así como del aumento de los costes vinculados al bienestar social y de los intereses de la deuda pagados a los tenedores de bonos del Tesoro.
En el mismo período, hemos asistido a un proceso de concentración económica y política, al fortalecimiento de los bancos rescatados por el Estado que aprovecharon las bajas tasas de interés para aumentar sus ganancias casi exclusivamente gracias a la inversión en el mercado de acciones y en bonos del Estado. Esto ha permitido a los bancos devolver las ayudas recibidas al calor de la crisis, liberándolos de toda injerencia política para volver a ponerlos en una posición de dictar las condiciones para la recuperación. Tres años después de la caída de las hipotecas basuras subprime, el poder político de las instituciones bancarias ha crecido a tal punto que permite mitigar y desacelerar la aplicación de las reformas legislativas más urgentes en el sector, en particular, la separación de los bancos comerciales y de inversión (siguiendo los pasos de la Ley Glass-Steagall de 1933) que se encuentran en la "Dodd-Frank EE.UU Financial Regulation, votada en junio de 2010, con el resultado de que el sistema financiero-bancario seguirá "demasiado interconectado para dejarlo caer" por un largo tiempo.
Los bancos, tanto públicos como privados, –teniendo aún bonos tóxicos heredados de la ola especulativa de las hipotecas subprime- que se encuentran muy expuestos a la deuda en países como Grecia, Portugal, España, Irlanda e Italia, son los causantes de la ayuda financiera de la UE y el FMI a dichos países y de las medidas de austeridad impuestas a sus gobiernos. Las ayudas proporcionadas a los Estados endeudados son en realidad medidas para rescatar a importantes bancos europeos, en particular, los alemanes y franceses. Se trata de una "recapitalización" enmascarada en una fase en la que, al igual que durante la crisis de las subprime estadounidenses, los bancos no confían entre sí debido a la opacidad de sus cuentas, el mercado interbancario está prácticamente bloqueado y la amenaza de la venta de títulos públicos-sostenido por la devaluación del euro-está provocando la caída de esos mismos bonos y el aumento de las tasas de interés. Esto, a su vez, acentúa más el costo de la deuda y el déficit de los países más endeudados. El resultado de las pruebas hechas públicas el 23 de julio de 2010, según el cual sólo siete bancos europeos de los 91 bancos en prueba no serían capaces de hacer frente a una hipotética crisis financiera, no cambia sustancialmente el panorama, dejando a los bancos expuestos a las pruebas de tensión del mercado por ahora. El resultado directo de este "keynesianismo financiero" en el que los bancos centrales monetizan la creciente demanda del sector financiero-bancario, a expensas de la ayuda a las inversiones, al crecimiento y al empleo, significa la continuación de la crisis.
En los EE.UU., desde que la Reserva Federal concluyó su programa de adquisición de los bonos atados al crédito inmobiliario en marzo de 2010, hemos presenciado el cierre del mercado de valores, limitando así la posibilidad que los bancos empaqueten el crédito pagado en bonos para venderlo en el mercado. Esto, a su vez, ha empujado a los bancos estadounidenses a volver más estrictas las condiciones para la concesión de crédito. En Europa, el hecho de que el Banco Central se haya convertido en la principal fuente de financiación para el sistema bancario, obliga a los bancos a restringir sus políticas de crédito. De ello se deduce que, aún cuando las tasas de interés definidas por los bancos centrales estén cerca de cero y la política monetaria sea expansiva, el crédito en la economía permanezca aún racionado. Somos prisioneros de una "trampa de liquidez", donde el bajo costo del dinero no alcanza para desencadenar el inicio del consumo ni las inversiones, más aún cuando todo el mundo queda a la espera de un improbable regreso de la inflación y el aumento relativo en las tasas de interés, situación que Japón ya experimentara en la década de 1990. En consecuencia, las medidas de restricción del crédito y de austeridad son las determinantes de una espiral deflacionaria que, como Paul Krugman sostiene, puede llevar a una depresión similar a la que siguiera al Pánico de 1873 y a la crisis de 1929-1931.
Este panorama resulta aún más complicado si lo analizamos geopolíticamente. El enfrentamiento entre los EE.UU., Europa y los países emergentes, se hizo evidente en la Cumbre del G-20 en Toronto. El gobierno de Obama pidió a los países con grandes avances comerciales (Alemania, China y Japón) adoptar medidas expansivas para sostener la reactivación económica y sustituir los esfuerzos de EEUU, pero Europa decidió mantener sus políticas fiscales restrictivas para hacer frente a la crisis de confianza sobre la sostenibilidad de la deuda pública de sus Estados miembros. Los resultados fueron, de hecho, nulos.
Los EE.UU. ha agotado los márgenes de las maniobras financieras “keynesianas”. Su déficit es cada vez más y más alto y la Fed se ve obligada a mantener la emisión de dinero para evitar una segunda recesión. Esto está provocando un peligroso carry trade, con inversores que se endeudan en dólares a un bajo costo e invierten en bonos con rendimientos más altos. El único apoyo para la recuperación de América y Europa luego de la recesión de 2008-2009 consistió en la expansión de las políticas monetaria y fiscal estadounidenses, aunque éstas incluso no han demostrado ser eficaces en el corto y mediano plazo, ante la persistencia del alto desempleo y el resurgimiento de la crisis del mercado inmobiliario, después que la ayuda del estado detuviera ambos.
En Europa, la depreciación del euro no ha sido capaz de contrarrestar los efectos depresivos de las medidas de austeridad adoptadas por mayoría de los países de la UE, lo que favorece sólo a los países económicamente fuertes como Alemania, cuyas exportaciones se dirigen sobre todo fuera de la zona euro. Las políticas de los gobiernos europeos convergen en la adopción de la "desinflación competitiva" con reducciones draconianas en el empleo público, los costos de bienestar social y los salarios, pero divergen desde un punto de vista estratégico. Las divergencias políticas entre Alemania y Francia son reales y se refieren a la definición del tamaño del bloque europeo, las políticas de armonización fiscal, la relación con el Banco Central Europeo y las medidas adoptadas respecto a los países que no respetan la disciplina presupuestaria. Se trata de una lucha de poder entre una Francia que ha perdido su posición en el mercado internacional y una Alemania que quiere dominar Europa tras la política económica austera.
La crisis de la deuda soberana ha puesto de manifiesto lo que la creación de la zona del euro fue capaz de ocultar en los últimos años: la fractura entre los países industrialmente fuertes como Alemania y su zona de influencia, orientadas a la exportación, y los países vecinos de la zona euro, Rumania, Polonia, los países bálticos y Hungría, cuyo crecimiento económico depende de la reinversión de los excedentes comerciales de los países centrales en los sectores público y privado.
Este circuito europeo es similar al establecido entre los EE.UU. y China en estos últimos años, donde los países con superávit comercial invierten sus ahorros en bonos del Tesoro emitidos para cubrir la deuda de los países deficitarios, en lugar de invertirlos en su propio país y traducirlos en aumentos salariales y bienestar social. Como se ha señalado, la crisis de las subprime estadounidense maduró dentro de este ciclo económico y financiero particular, gracias a la titularización de las hipotecas de bienes raíces, facilitadas por los bajos tipos de interés en bonos del Tesoro estadounidense como resultado de la afluencia de capital chino. El circuito europeo ha trabajado más o menos de la misma manera, excepto que en Europa hay sólo una moneda, mientras que en el circuito de Estados Unidos y China hay dos. Esto no es una pequeña diferencia, porque los desequilibrios estructurales internos de la zona euro no dejan espacio para formar governances diferenciadas, como la opción para estimular la demanda interna con inversiones en infraestructura (como sucedió en China tras la crisis de 2008) o con las medidas adoptadas en la tasa de cambio (depreciación del dólar o una mayor flexibilidad de los tipos de cambio del yuan).
Los países con superávit en la zona del euro no pueden permitir un euro excesivamente depreciado debido a que el circuito se basa en la adquisición de bonos de la deuda soberana de los países vecinos por los mismos bancos de los países centrales, quienes, con un euro débil, correrían el riesgo de insolvencia. Por otra parte, como hemos visto después de la crisis de las subprime, el circuito sólo es capaz de reproducirse a sí mismo, al menos en el mediano plazo, si el país con déficit comercial, aunque esté muy desequilibrado en el sector financiero, acciona un política de aumento del déficit público, y no disminuyéndolo ciertamente como lo está haciendo Europa. A pesar de que se ha estimado que una depreciación del euro aportaría activos por $ 300 mil millones a la balanza comercial en poco tiempo, no está claro quién podría absorber un activo de este tamaño. Desde luego, no los EE.UU., donde los consumidores todavía están luchando para desahogar sus familias de la deuda, y tampoco podría hacerlo China, ya que no puede transformarse rápidamente de un país exportador a un país importador.
Probablemente estemos asistiendo a un proceso histórico de des-europeización de Europa que puede terminar en la explosión del euro. Según algunos analistas, no debe excluirse que, incluso a finales de 2010, Alemania decida abandonar el euro para continuar con su política económica orientada a la exportación, reinvirtiendo esta vez su superávit más en Asia o Brasil que en los países europeos vecinos. Se trata de un escenario más probable que el de una Europa de dos velocidades con una moneda única diferenciada entre un euro 1 (fuerte) y otra de un euro 2 (débil). Está en juego la supervivencia del sistema bancario europeo y las relaciones de poder internas a Europa y entre Europa y los EE.UU.. La relación entre los EE.UU. y China, al menos bajo el perfil de cambio de divisas, ya es bastante precaria, porque hay también una debilidad del euro en medio de ella, lo que obliga a China a devaluar el yuan con el dólar a fin de no perder su posición en el mercado de exportación.
Originalmente, el euro fue concebido y creado para proteger a Europa del dólar y de la política monetaria estadounidense. La unificación económica y social europea no ha sido posible porque la Constitución se centró fuertemente en torno a la unificación de los mercados de capitales. No adoptó medidas fiscales y sobre los salarios entre los Estados miembros que hubieran permitido consolidar las políticas de bienestar adecuadas a los nuevos procesos de producción y redistribución de la riqueza. Dicha coordinación pudo haber sido posible con la introducción de una "serpiente monetaria europea" dentro de la cual cada Estado miembro pudiera haber logrado su propia moneda de acuerdo a sus propias posibilidades y necesidades. El euro, una moneda de facto nacional, ha trabajado por el contrario como un vehículo para la financiarización de la economía y el gasto público. No redujo los desequilibrios comerciales en la zona del euro; más bien, las empeoró.
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Silvio Andriani ha sintetizado lúcidamente: "¿Qué tipo de desarrollo puede ayudar a superar la crisis? Ante la hipótesis de que no es posible un incremento de las inversiones traccionado por la reactivación de un consumo privado financiado con las deudas familiares (ya que nadie está proponiendo una ola de aumentos basados en la redistribución) y que este aumento en el consumo pudiera ser arrastrado por los EEUU, sería necesario reimplantar el viejo modelo de desarrollo; pero fue precisamente su falta de sostenibilidad lo que llevó a esta crisis. Aún suponiendo que este escenario fuera posible, sería sentar las bases para la próxima crisis, la que sería peor que la actual. Lo más probable sería que ante tal hipótesis poco realista y el riesgo de una "tercera depresión", el refuerzo de las reacciones proteccionistas sería muy real.
Es un verdadero enigma, y no sería suficiente incluso para dar una respuesta, la invocación a un aumento cuantitativo de la demanda pública financiada mediante deuda para contrarrestar la caída de la demanda privada provocada por la primera crisis. En este caso, es muy probable que los desequilibrios estructurales entre los países con superávit y los países con déficit acumulado a escala mundial en los últimos años sólo empeorarían más aún. Esto plantea, una vez más, la serie de preguntas desarrolladas en este libro.
La primera cuestión se refiere a la interpretación del proceso de financiarización, su desarrollo progresivo a partir de finales de los años 70 y su relación con la economía real. La tesis que hemos planteado es que la financiarización es la otra cara de la moneda del capitalismo post-fordista; su forma "adecuada y perversa". Sin embargo, esto no hace al capitalismo financiero menos detestable. Sostener que la financiarización es consustancial a los nuevos procesos de acumulación de capital significa ir más allá de la idea del siglo XIX sobre la existencia de una economía real buena y otra economía financiera mala: dos mundos en conflicto donde las finanzas trabajan “contra” la economía real, impidiendo que el capital se vuelque a su uso productivo, la creación de empleo y los salarios. Sin duda que la forma como trabaja la lógica de las finanzas y la sucesión de burbujas especulativas que han aumentado la deuda privada y pública, afectan a la economía real, provocando recesiones cada vez más frecuentes. El problema es que, con un capitalismo financiero a escala mundial, es muy difícil superar la crisis a través de la desfinanciarización de la economía, es decir, mediante el restablecimiento de una relación más equilibrada entre la economía real y la economía financiera, aumentando por ejemplo las inversiones en el sector industrial o, como en la década de 1930 en los EE.UU., mediante la inversión en la construcción del Estado social.
Por ahora, las finanzas impregnan de principio a fin la circulación del capital. Todo acto de producción y de consumo están directa o indirectamente vinculados a la financiación. La relación deuda-crédito define la producción y el intercambio de mercancías de acuerdo a una lógica especulativa, transformando el valor de uso de los bienes (en teoría todos los fabricados o a ser producidos) en verdaderos activos financieros potenciales que generan plusvalía. La demanda y el endeudamiento que implican un valor de uso financiarizado, como ocurrió con la vivienda durante la burbuja subprime, inducen a nuevos aumentos de la demanda, precisamente, en virtud del aumento del precio de ese bien. Esto contradice totalmente la ley de la oferta y la demanda típica de la teoría neoclásica, donde el aumento de precios reducía la demanda. Después de la fase ascendente del ciclo económico, cuando los precios inflados de los bienes financiarizados comienzan a disminuir por falta de nuevos compradores, la contradicción entre los niveles de deuda (fijo en términos nominales) y los precios de los activos financieros (el cual puede aumentar o disminuir) explota de manera violenta. Esto desencadena una ola de ventas de activos financieros con el fin de poder cubrir la deuda contraída, ola de ventas que a su vez causa una reducción de los precios potenciando aún más a las ventas (esta espiral se llama una trampa de deflación de la deuda).
La crisis de la deuda que ha caracterizado a las empresas, consumidores y estados por casi 30 años se basa en el carry trade, es decir, conseguir préstamos a bajo costo e invertir en bonos de rendimiento más alto. Como tal, la crisis de la deuda es, como teorizó hace años el economista estadounidense Hyman Minsky, cíclica e inherente al capitalismo financiero. En la fase ascendente del ciclo, en tiempos de prosperidad, las empresas, los consumidores y los estados se animan a asumir mayores riesgos, es decir, se endeudan. Inicialmente, tal especulación es rentable y alienta la incorporación de nuevos sujetos a endeudarse en virtud del aumento en el precio de los activos financieros. Este proceso inclusivo funciona siempre y cuando la capacidad de pagar la deuda esté garantizada por las nuevas entradas, pero termina moviéndose hacia su contrario, una nueva crisis, cuando la dificultad para pagar la deuda comienza a despuntar, lo que provoca una ola de ventas de activos y el posterior aumento las tasas de interés.
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La superación de la crisis de las subprime provocó el cambio de la deuda del sector privado al sector público, pero la deuda pública, aumentando vertiginosamente, es el resultado de la socialización del capital financiero hecho con el dinero de los contribuyentes y la creación de liquidez por las autoridades monetarias. Una especie de comunismo del capital donde el estado, es decir, la colectivización, abastece las necesidades de los "soviets financieros", es decir, bancos, compañías de seguros, fondos de inversión y fondos de cobertura, imponiendo la dictadura del mercado sobre la sociedad. El "comunismo del capital" es el resultado de un proceso histórico que comenzara a partir del retiro de los fondos de jubilación para financiar la deuda pública de la ciudad de Nueva York a mediados de los años setenta y de la transformación de nuevos procesos productivos que han cambiado la base de la creación de riqueza y la naturaleza misma del trabajo.
* Postfacio del libro de próxima aparición La violencia del capitalismo financiero, publicado por Semiotext (e), 2011. Traducido del italiano por Jason Francis Mc Gimsey. Texto presentado al Seminario “Du public u common” en la sesión del 9 de marzo de 2011.
Traducción del inglés: César Altamira
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