Buenos Aires, 2001-Túnez 2011, el fin de una larga noche de 10 años
Miguel Mellino
1. A casi exactamente 10 años de la gran rebelión popular que pusiera fin a 25 años de saqueo neoliberal ininterrumpido, el 2001 argentino continúa recorriendo el mundo como un fantasma. Temido por las clases dominantes de todo el Imperio ante la posibilidad que se convirtiera en crisis mundial; invocado continuamente por las masas en rebelión como un necesario y deseado grado cero de la crisis - con el fin de alcanzar nuevas instancias constituyentes - tal evento aceleró y le dio fuerza a un proceso continental de insubordinación que terminó con la llegada al poder de diversos gobiernos de centro izquierda. Como sabemos, al levantamiento de Argentina, le siguieron los de Bolivia (2003) y Ecuador (2005), y sobre todo un proceso continental constituyente que - aunque no sin ambivalencias – alcanzó a Nicaragua y Honduras. La Honduras de Zelaya chocó con la primera contraofensiva imperial seria, cuando en 2009 un golpe civico-militar mediático, urdido por las elites del país, con la plena complicidad del gobierno de Obama, mandó al exilio al presidente democráticamente electo mientras se proponía a la derecha de todo el continente - fragmentada y confusa, ante la lenta, pero constante reversión de su hegemonía político-como modelo para recuperar el poder. Un mensaje que la oposición a Correa en Ecuador recibió de lleno intentando decir lo suyo durante el fallido golpe de estado del año pasado.
Sin entrar a discutir el mérito y en algunos casos las preocupantes contradicciones políticas y económicas que han atravesado a los gobiernos nacidos de este proceso, lo cierto es que 2001 puede ser considerado una especie de línea divisoria en la historia política de estos países: nada realmente será como antes. Al inevitable cambio del discurso hegemónico (ahora al sur del Río Grande, diferente al de la Europa de la crisis, todo aquel que quiera recuperar el lenguaje típico imperial / neo-liberal de los años ochenta como clave para el conflicto de lo real causará cuando menos risa) han seguido cambios significativos, tanto en el modelo de desarrollo social, cultural y económico (aunque no sin contradicciones y ambivalencias), y - más importante aún–, en la relación entre gobernantes y gobernados. Desde este punto de vista, y cómo enseña la teoría poscolonial, una vez más podemos ver, en algunas de las ex-colonias, laboratorios de procesos políticos más avanzados (sin dar a esta palabra un significado historicista) que en las ex metrópolis. Así como la globalización neoliberal comenzó a manifestarse con todas sus expresiones de violencia en los años setenta no en los Estados Unidos, Europa o Japón, sino en China, Chile y Argentina, así el pasaje del gobierno (neoliberal) al de la governance (post-neoliberal) ha tenido y está teniendo sus bancos de prueba más estratégicos en algunos de los países de América Latina: sea tras la forma de los nuevos dispositivos de captura, ya bajo dispositivos de apertura hacia un real y efectivo poder constituyente. Se trata de algo que nos obliga también a abrir los ojos cuando hablamos de los efectos globales de la actual crisis del capitalismo so pena de incurrir nuevamente en esquemas del pensamiento colonial e historicista que no han hecho más que proyectar cuanto acontece en los EEUU y Europa como la única tendencia o futuro global, ya se trate del gobierno de la crisis como de las luchas que lo enfrentan. ¿Cómo explicar, por ejemplo, los intentos de la mayoría de los gobiernos de América Latina que buscan responder a la crisis no con recortes y desinversiones, sino, por el contrario, mediante el aumento y la ampliación del gasto social?
2. Si hay un evento con el que tiene sentido comparar los disturbios en el Maghreb es definitivamente con los de la Argentina de 2001. Mientras los medios occidentales seguían proponiendo leer lo que sucede en el Maghreb tras una metáfora de disturbios medioevales por el pan o tras aquella otra, decididamente más posmoderna, aunque no menos colonial-imperial, como la de la revolución de los jazmines o la del colapso del Muro de Berlín, eran los mismos tunecinos quienes elegían a la Argentina del 2001 como el punto de referencia de su insubordinación. Claramente, no se trata acá de buscar analogías fáciles y estériles entre realidades tan diversas y distantes como la meghrebiana de Túnez y la latinoamericana de Argentina. Y no es que, en sí mismo, sea un error leer el gran levantamiento y los disturbios en Túnez, así como en el resto del Maghreb, a tras las huellas de eventos tales como los antiguos motines medioevales por el pan o de la caída del Muro de Berlín. El problema es el tipo de imaginario colectivo que estas metáforas intentan movilizar y están movilizando, aún tras la decodificación de estos eventos. Por supuesto, mientras la onda insurreccional se amplía y crece en violencia e intensidad (ver el caso de Libia en estos días, aunque también es extensivo a los disturbios en Egipto y Túnez donde la situación aparece mucho más gobernable después de la caída de Ben Ali y de Mubarak) más aún los discursos de la mayoría de los políticos y de los medios de comunicación del establishment internacional sobre las revueltas contra las paredes y los dictadores, aparecen como lo que realmente son: discursos vacíos, sin contenidos; meros intentos por contener la crisis en la habitual prisión discursiva dominante, bien para neutralizarla, bien para intentar gobernarla a través del discurso. Y esta estrategia de contención aparece más obvia, a pesar de los embates de los medios de comunicación en estos días sobre Libia, tras el intento de encapsular de manera definitiva los disturbios en el Maghreb dentro de ese dispositivo discursivo desarrollado por la comunidad de "los medios de comunicación-política internacional", dirigido por Obama y Hillary Clinton. No es difícil entender por qué Gadafi no recibió el mismo tratamiento de los medios de comunicación que el de sus "colegas" de Túnez y de Egipto: está claro que la intensidad del fuego y la unilateralidad del ímpetu mediático sobre Libia no se sustenta tanto en lo que en realidad es Gaddafi - el que, aunque a diferencia de Ben Ali y Mubarak ya era un jugador importante en los años de gobierno imperial en el norte de África; uno de los ejecutores más leales de las políticas migratorias de la UE asesina – sino más bien por lo que fue capaz de representar en los días de la revolución anti-colonial en Libia, manifestando autonomía con relación a las sedes de Washington, de Bruselas y de Roma. Por todas estas razones, oponer la auto-representación de la revuelta de los subalternos en Túnez a las difundidas por los medios de comunicación occidental en todo el mundo puede ser muy útil en este caso: ya para mejorar el enfoque de estos movimientos de la subjetivación, ya para su real puesta en juego. Pero, por encima de todo, puede ser de ayuda para una recomposición política de la actual crisis en clave verdaderamente del área euro-mediterránea.
3. Si 2001 marcó la crisis radical de un largo y violento proceso de reestructuración social, mediada por la política económica lanzada con el golpe militar de 1976, la revuelta de Túnez pone fin a la "segunda larga noche " - para tomar prestada la idea de " El último libro de Achille Mbembe – en que se precipitara la lucha por la descolonización del país después de la llegada al poder del primer gobierno post-colonial de Habib Bourguiba en 1957. A pesar de la diversidad de los dos procesos, debido a las grandes diferencias existentes entre los dos países, "la larga noche de la restauración de la Argentina" y esta "segunda noche larga de Túnez", presentan un preocupante rasgo en común: la transformación neoliberal de las dos sociedades. Se trata de dos "largas noches" maduradas al interior de un proceso ciertamente similar, caracterizado por una lucha de las élites nacionales en el poder, durante los años de la Guerra Fría, bajo la presión de los intereses de EE.UU. y la respiración en la nuca de los Chicago boys, contra los deseos de autonomía política y económica experimentada por importantes sectores de las dos poblaciones en años anteriores (durante la lucha por la independencia contra Francia en Túnez, y en esos 10 años de insurrección permanente contra las dictaduras y los falsos gobiernos democráticos de la Argentina, que vivió entre 1966 y 1976) que terminaron en los dos países con la incondicional aceptación de la agenda económica promovida por el "Consenso de Washington".
Tanto en la Argentina como en Túnez, y eso vale para Egipto y Libia, el proceso de readecuación a las exigencias del naciente capitalismo neo-liberal post-colonial se llevó a cabo desde el interior de los mismos movimientos: en el caso de Argentina, desde el peronismo, a caballo de la alianza entre la derecha peronista y la derecha sindical en contra del ala izquierda de dicho movimiento; en el caso de Tunez desde el Partido Destour (inspirado por nacionalistas seculares y socialistas en primer lugar, a continuación, pro-estadounidense) de Bourguiba. De hecho, tanto el gobierno de Isabel Perón en 1976 como el de Burguiba en 1983 fueron depuestos por dos golpes militares que nacieron (aunque no sólo) como reacción a los levantamientos populares contra las reformas neoliberales introducidas por primera vez en ambos países. Tanto los militares argentinos como el General Ben Ali sólo acentuaron en los años siguientes el curso neoliberal experimentado por sus predecesores a través de un modelo más sistemático y racional.
Por lo tanto, hay que señalar que tanto Ben Ali de Túnez como Menem en la Argentina, ya ganada la democracia, dieron inicio en los años noventa a las reformas conocidas ahora como de ajuste estructural –desregulación de los mercados, apertura a los capitales financieros internacionales, especulación y desregulación financiera, privatización de los servicios públicos y bienes comunes, desinversión del gasto social, saqueo de los recursos naturales a expensas de las necesidades de las poblaciones locales, primarización de las economías, flexibilización y precarización de la fuerza de trabajo - promovidas no solo por el FMI, el Banco Mundial y todos los organismos internacionales de carácter financiero, hoy bajo acusación (y defendidas por Obama), sino también por los gobiernos de los Estados Unidos y la nomenclatura de la UE en las últimas décadas. La aplicación fue tan rigurosa y exitosa que los dos países adquirieron el título de "estudiantes modelos" de la "comunidad internacional". En este sentido, tal vez vale la pena recordar que hace sólo unos meses, Ben Ali fue aclamado por los políticos y los medios de comunicación occidentales por sus "logros" de crecimiento social y económico del PIB, consenso social y político, naturaleza moderada y modernización de su discurso.
Al igual que en Argentina, también en Túnez, la resistencia más radical al modelo comenzó en las regiones más afectadas por el "ajuste estructural", es decir, aquellas que sufrieron más la violencia de la disgregación territorial interna, de la esclavización (social, económico, turístico) y de la jerarquización del espacio y de la ciudadanía, generada por el proceso de neoliberalización de la sociedad para poder irrumpir en aquellas areas estratégicas del país y asestar el golpe de gracia al régimen (discurso que se aplica también a Egipto, donde los disturbios que expulsaron a Mubarak no se produjeron desde la nada, sino que fueron el producto de la lucha social y de la cadena de huelgas iniciadas en 2006 en el interior del país) Al igual que en Argentina, también en Túnez (y Egipto), la revuelta no fue expresión de un movimiento político, ni tuvo una figura social como referencia principal; fue el exacto anverso de la heterogeneidad y la fragmentación social producida por el desarrollo del capitalismo neoliberal en el últimas dos décadas, en el sentido que tuvo como protagonistas a asalariados, obreros, campesinos, maestros, estudiantes y jóvenes precarizados de mil formas que se rebelaron no sólo contra el robo de su trabajo (ya que en muchos casos éstos ya no existían), sino también contra el robo de sus propias vidas, contra la depreciación al mínimo de sus deseos de emancipación individual y colectiva. Al igual que en Argentina, finalmente, la rebelión de Túnez ha podido poner en marcha un nuevo rumbo político en la región y más allá de ella.
4. Si se acepta esta comparación con la Argentina del 2001, puede resultar más fácil entender lo engañoso que significa tratar de encorsetar el levantamiento tunecino tras aquellos significantes discursivos como las revueltas por el pan, la revolución de los jazmines o la caída del Muro de Berlín. No obstante que estos acontecimientos nos reenvían a contextos históricos, geográficos y políticos bastante diversos tras la misma semiotización de estos días, los tres se movilizan – readquiriendo nuevos significados – al interior de una única cadena significante: como un proceso de significación que nos invita a leer las revueltas contra las dictaduras en el Maghreb como procesos típicos de otros mundos; mundos cerrados, separados y totalmente independientes de aquel democrático-liberal característico de las democracias occidentales. Desde este punto de vista, no es casualidad que, tan pronto como Ben Ali y Mubarak se convirtieran en políticamente insostenibles para el establishment político occidental (una vez que Obama y Hillary Clinton no consideraran conveniente su defensa pública) los medios de comunicación los transformaron de mediadores moderados o estadistas previsores en inescrupulosos Rais. Resulta claro que este deslizamiento discursivo, desde privilegiados interlocutores de la comunidad internacional hacia despiadados Rais, no hace más que marcar el retorno a las tinieblas de la barbarie árabe-musulmán y su extinción como guías iluminados (servidores de las fuerzas imperiales) de la sociedad y de los individuos, considerados estos últimos como totalmente incapaces de lograr cualquier forma aceptable de autonomía (de la conciencia?) En su uso mediático cotidiano el significante Rais (y esto independientemente de cualquier evaluación política objetiva de la sociedad a que se refiere) se propone como sustituto postmoderno del déspota oriental del pasado; se constituye como una especie de equivalente oriental del caudillo en América Latina, o sea de otro significante, siempre a la mano en el vocabulario imperial, para indigenizarse para alterizarse para conducir en un mundo de instintos bárbaros, primitivos y personalistas todos aquellos movimientos de subjetivación que del otro lado del mundo no se encuadren en la definición liberal y/o neoliberal (y de hecho todavía colonial) de la democracia. Y esto, vale la pena repetirlo, prescindiendo, poco importa, de lo que estos movimientos realmente puedan representar desde el punto de vista político. Debe quedar claro aquí que no deseamos legitimar ningún relativismo cultural ingenuo. Basándonos en los excelentes análisis de los estudios subalternos indios sobre las revueltas rurales anticoloniales en la India (Ranajit Guha, Gayatri Spivak, Partha Chatterjee y Prakash Gyan), considerados en el pasado como pre-políticos no sólo de la historiografía colonial británica, sino también de una parte del marxismo europeo más autorizado, queremos poner en evidencia de qué modo significados como los de Rais y Caudillo, incluso el mismo de populismo (que contrariamente a lo que Ernesto Laclau considera no es un significante vacío y fluctuante, es decir, sin historia) se encuentran infisionados con una pesada herencia colonial; cuando se movilizan en contextos culturales específicos y en determinadas situaciones forman parte, en múltiples ocasiones, del lenguaje colonial y racista del Patrón. Y esto sin querer legitimar cualquier figura política dudosa, pasada o presente.
En la cadena de significantes movilizada por los medios de comunicación, la insurrección del Maghreb viene (de) codificada como el producto inevitable de la dictadura del Rais (semióticamente connotada como una típica institución política de la cultura árabe, de por sí, bárbara y atrasada), que sólo sirve para ejercer un poder corrupto y despótico sobre sus propias poblaciones, que niega no sólo la libertad y la ciudadanía y el propio progreso en términos del modelo burgués occidental, sino hasta el propio pan (un significante que nos da una idea del primitivismo del sistema así como del tipo de rebelión que estamos asistiendo). Al interior de este proceso discursivo es muy difícil que alguien recuerde que el fuerte aumento de los precios de los alimentos registrado en cualquier lugar del mundo en los últimos años – motivo igualmente de disturbios en el pasado en países tan distantes como México, Tailandia, India o Egipto - sea el efecto de la financiarización progresiva del sistema económico internacional en las últimas dos décadas, o de la enorme especulación financiera y la violencia que diariamente desata el sector de la agroindustria internacional (principalmente a través de la Bolsa de Valores de Chicago) en los mercados mundiales de granos. Resulta igualmente difícil recordar que la caída de estos sistemas se deba también a las políticas migratorias occidentales y a la "externalización” permanente de las fronteras de Europa en el norte de África (véase los acuerdos entre la UE-Italia-Libia para la conformación de campos de detención para los inmigrantes, y también aquellos entre Mubarak, los EE.UU e Israel para la reclusión de las comunidades palestinas dentro de límites espaciales precisos).
Es claro que hacer alguna mención de estos hechos podría ser fatal para la construcción de una política orientalista de los disturbios de los últimos días: que daría como resultado el colapso de la cadena de significantes que pretende ser abordada como fondo de la revuelta, esto es, la imagen de países no-occidentales con economías cerradas, gobernados por autócratas que matan de hambre a sus pueblos mientras ellos viven en el despilfarro y la corrupción a la par que crean sistemas que no tienen nada que ver con la llamada "comunidad internacional". Es ésta una operación discursiva de política cultural internacional que no sólo prepara el terreno para la futura participación normalizadora de la ONU y la OTAN sobre las zonas en crisis (ya se habla de una intervención humanitaria y de zona de exclusión aérea en Libia), dispuestas a descargar sus poderosos arsenales a través de los cascos azules de las UN , de las organizaciones no gubernamentales, de las cooperativas de ayuda humanitaria y políticas de desarrollo, sino que propone, de manera perversa, aquel estereotipo bastante recurrente en el mundo occidental post-colonial: el de un continente africano contemporáneo cerrado a la globalización (léase al extranjero, al neo-liberalismo) y cuyo principal mal ( más genético-cultural que político) es el estar plagado de déspotas y de líderes tribales corruptos, antidemocráticos y violentos que son exclusivamente el resultado de disputas indígenas exclusivamente autóctonas y / o alimentadas simplemente desde el exterior sólo por algunos gobiernos occidentales (como se suele sostener algunas veces por aquel racismo auto-exculpatorio de buena voluntad próximo a la izquierda occidental institucional). Es este el imaginario movilizado constantemente por el proceso de significación que constituye las revueltas del Maghreb, como mero epifenómeno de las revueltas del pan, de la revolución de los jazmines o de la caída del Muro de Berlín. Imaginario que viene a constituirse como uno de los más dignos herederos de la brutal filosofía colonial de la historia del siglo XIX, al continuar de-sincronizando al otro, proyectándolo hacia un pasado de barbarie tras una hobessiana antesala de la historia y la civilización. Y (esta representación de) la historia, se sabe, abre la puerta hacia un solo lado: hacia aquel que Occidente ya tiene, o sea, hacia el capitalismo y la ciudadanía liberal-democrática.
5. La verdad, sin embargo, parece estar yendo en dirección opuesta. Así como los insurgentes argentinos del 2001 se movilizaron no sólo para decirle NO a los regímenes corruptos o a figuras como Videla, Menem y De la Rúa, sino también para resistir y oponerse a la larga noche neoliberal que sumiera al país desde 1976, los tunecinos, egipcios y libios no se movilizan solamente contra personajes grotescos como Ben Ali, Gaddafi y Mubarak, sino también contra el sistema de gobernanza internacional que los ha sometido en las últimas décadas. Tunecinos y egipcios, por lo tanto, no han impulsado las insurrecciones contra los dictadores corruptos, sino también contra el capitalismo neoliberal y la financiarización de la propia vida; para decirle basta a los talleres clandestinos y a las maquiladoras estilo Marchionne; a convertirse en destinos turísticos al estilo Disneyworld; a la mono producción petrolera y la jerárquica gestión de sus rentas, al endeudamiento y la inseguridad continua como una forma de vida; al bloqueo de la movilidad social como bloqueo a la libre circulación de personas; a la falta de futuro; a la sujeción de su ecosistema alimentario a los caprichos de la producción del Agrobusiness. Básicamente, como los argentinos en 2001, se han levantado contra la comunidad internacional y sus recetas económicas y políticas. No piden convertirse en ciudadanos democráticos, sino que quieren ser, finalmente, los verdaderos arquitectos de su propio destino: quieren gestionar los recursos (materiales e intelectuales) como un bien común. No quieren nada más y nada menos que lo que quieren los estudiantes de Roma y los que tomaron las calles de Londres recientemente: la apropiación social del común. En estos días la noticia sobre la hipótesis de una intervención directa de la "comunidad internacional" está provocando una fuerte oposición tanto entre los tunecinos como entre los insurgentes de Libia. Sobre esto hay señales bastantes claras: no a otra intervención como las de Afganistán o de Irak. Seguramente después de Túnez en el Maghreb nada será como antes.
Traducción: César Altamira
Publicado en UniNomade 2.0: http://uninomade.org/buenos-aires-2001-tunisi-2011-la-fine-di-una-lunga-notte-in-10-anni/
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