Notas para una revisión crítica a COMMONWEALTH (3 de 3)
Propiedad fija vs. propiedad común.
En época de producción biopolítica, H & N recuperan la idea de confrontación creciente entre propiedad material y propiedad inmaterial. Puesto en términos del antagonismo histórico de Marx, se trata de la disputa entre aquella propiedad móvil (representada por las mercancías materiales) y aquella propiedad fija o inmóvil (ligada a la tierra) En términos de las ganancias, se trata de la disputa entre beneficio y renta. Históricamente el tránsito de la acumulación originaria a la producción capitalista propiamente dicha se corresponde con el tránsito de la renta a la ganancia, de una forma de propiedad centralmente escasa, irreproducible y fija, la propiedad de la tierra; a otra alejada de toda escasez y fácilmente reproducible, cuya cualidad es precisamente la circulación, la movilidad, es decir las propias mercancías. En la economía capitalista de nuestros tiempos la propiedad reproducible e inmaterial es fácilmente identificable con las patentes, el copyright, los conocimientos indígenas (biopiratería), los códigos genéticos, la información existente en el plasma de las semillas. No es posible asociar la lógica de la escasez a este campo. Y de la misma manera como el movimiento triunfó históricamente sobre la inmovilidad, es posible pensar hoy tendencialmente en el triunfo de lo inmaterial sobre lo material, de lo reproducible sobre lo irreproducible, de lo compartido sobre lo exclusivo.
La dominación emergente de esta forma de propiedad es significativa porque demuestra y ubica el centro del conflicto entre la propiedad capitalista y el común. Cierto es que las ideas, códigos, lenguajes e incluso los afectos pueden ser privatizados y controlados en cuanto propiedad. El problema es cómo gestionar y controlar esas propiedades que son fácilmente reproducibles y compartibles Existe una presión constante sobre tales bienes para sortear las fronteras de la propiedad y volverse comunes. Si la producción inmaterial se ha convertido hoy en la nueva fuente de riqueza para el capital, el común se vuelve central y contradictorio. Mientras existe la necesidad de poner en el terreno del común las ideas, afectos y saberes para que estos resulten verdaderamente productivos, a su vez dicha necesidad choca con la necesidad de mantener privados estos bienes comunes. La propiedad deviene pues en una traba para el desarrollo del capitalismo. La contradicción capitalista en tiempos de producción biopolítica implica aceptar que mientras más se encuentre incorporado el común como propiedad, menor será la productividad capitalista. La expresión del común socava y debilita definitivamente las relaciones de propiedad de una manera general y fundamental. La clásica contradicción capitalista, producción social vs apropiación privada de la acumulación, toma la forma de contradicción entre las necesidades del común y su productividad vs las necesidades de lo privado en interés de la acumulación capitalista. Que la producción se ha vuelto común no significa plantear la desaparición de las fábricas así como el trabajo taylorista o fordizado. Significa reconocer que el centro de gravedad de la producción se ha desplazado, crear valor hoy es conectar en red las subjetividades y apropiación significa captar o desviar lo que dichas subjetividades producen en ese común. Que el capital sea hoy dependiente de la subjetividad significa reconocer que no hay posibilidades de existencia del capitalismo biopolítico sin la existencia del común, lugar donde precisamente se produce. Es a partir de esta producción del común que las posibilidades de conflicto, resistencia y reapropiación han aumentado. La negación, el no reconocimiento el rechazo a la nueva producción capitalista provoca y conlleva hacia una nueva mistificación del poder.
En la perspectiva que nos ocupa, el neoliberalismo estimuló no sólo la privatización de los bienes públicos, sino también la disputa por los bienes comunes, por el común. Impulsó la privatización de los servicios públicos, la de los bienes comunes naturales: el petróleo en Uganda, las minas de diamantes en Sierra Leona, los yacimientos de litio en Bolivia; la información genética de la población en Islandia. No son pocas las luchas de resistencia a estas políticas como las luchas bolivianas durante el 2000 por la privatización del agua en Cochabamaba y la del gas en El Alto en 2003.
Resulta necesario explicitar la diferencia entre los bienes comunes naturales y los bienes comunes artificiales. Los primeros se referencian en lo que se conoce como los bienes naturales: agua, biosfera. El neoliberalismo acentúo las políticas de la “acumulación por desposesión”, moderna modalidad de la acumulación primitiva[1]. No menos cierto es que avanzó en el proceso de privatización de los bienes comunes artificiales, aunque de una manera contradictoria y compleja. Las patentes, el copyright, la biopiratería (proceso bajo el que las transnacionales expropian el común de los conocimientos de los indígenas, o la información genética de plantas animales y humanos, bajo la forma de patentes) ejemplifican esta ofensiva capitalista. Dicho de otra manera, el capital alcanza la expropiación del común no a través de la privatización, sino a través de la forma de la renta. Las patentes y copyright generan rentas en la medida que ellas garantizan un ingreso basado en el título de propiedad sobre la propiedad material o inmaterial. Si bien el tránsito del capitalismo agrario al capitalismo industrial trajo aparejado la transformación de la renta agraria en beneficio o ganancia industrial, el fenómeno que observamos en el presente no significa un retorno al pasado ya que el ingreso generado por las patentes es muy diferente al ingreso generado por la renta. En efecto, comparado con el proceso industrial capitalista, el capital en éoca de producción biopolítica permanece fuera del circuito capitalista de producción del común. En el capitalismo industrial el capital se implica al interior del proceso de producción jugando un rol importante en la determinación de los medios de cooperación mientras impone modos de disciplina. En la producción biopolítica, el conflicto entre capital y común se resuelve a través de la renta[2]. En la producción del común existe siempre una autonomía limitada que garantiza el proceso de producción del común con relación a los recursos compartidos y la determinación de los modos de cooperación; en ese contexto el capital ejerce aún el control y puede expropiar el valor bajo la forma de la renta. La explotación toma la forma de la expropiación del común. La producción y la productividad escapan en forma autónoma al capital que se esfuerza de mil formas para explotar y mantener el control mediante mecanismos relativamente externos al proceso de producción propiamente dicho.
Comunismo en la era del común.
En el mundo que vivimos dicen H & N ya no hay lugar para un “exterior” no solo desde el punto de vista de las luchas sino también desde la propia sustancia de los sujetos en lucha. En ese sentido la lucha es totalmente interior. Por su parte, al interior del mundo de los trabajadores, de los ciudadanos y de los sujetos encontramos elementos de resistencia singular así como momentos de construcción de formas diferentes de vivir en común.
Las singularidades que forman la multitud se nuclean en nudos de resistencia frente a la relación de sometimiento que impone el capital. En algunos casos se trata del ejercicio de una resistencia carente de alternativas permaneciendo dentro de la relación de poder. En los hechos, la ruptura con la relación de poder es siempre una posibilidad; igualmente lo es el mantenimiento de la relación de comando del capital. Negri rescatará aquel momento de la lucha de clases de construcción del tejido conflictivo, tiempo en el que las subjetividades se muestran y crecen atravesando la propia conflictividad; proceso donde la explotación y la biopolítica ocupan el centro del conflicto. Estamos frente a una explotación que atraviesa los cuerpos y que comprende las maneras de pensar, la imaginación, los deseos y las pasiones. La resistencia que se nutre de esa singularidad plena y de esa intensidad corporal muestra al mismo tiempo la integridad de los elementos corporales e intelectuales en el proceso de edificación material de la organización de la resistencia, al tiempo que niega simultáneamente toda construcción de espacios donde pueda consolidarse o reformularse la dominación capitalista. Sin embargo, no se trata de pensar en resistencias asociadas a micro unidades conflictivas. Por el contrario, H & N adhieren a una concepción de la historia con saltos, discontinuidades y rupturas aunque sin dejar de lado formas de acumulación suaves y la posibilidad de la construcción de espacios a partir de los que se puede crear. ¿Acaso no estamos en presencia por doquier de una generación que ya no tiene nuestra misma historia y que redescubre la política bajo la forma de nuevos caminos políticos alejados de toda institucionalidad frente a un biopoder que busca controlar la reproducción de la vida social, política, cultural y establecer la normalización de las formas vida, explotación de la productividad mediante la sujeción y sometimiento de las subjetividades?
En el marco de esta fenomenología del común es posible entender la importancia que adquiere la indignación contra el poder. En efecto, la indignación, contra las órdenes y abusos así como el rechazo al trabajo asalariado vuelve manifiesta la virtualidad presente de un orden diferente. Este fenómeno empuja hacia la posibilidad de ruptura que puede volverse real, o más bien necesaria.
Para Negri la potencia del ser no está asentada en ninguna concepción metafísica (reelaboración de alguna filosofía clásica al estilo G. Agamben) sino en una concepción ontológica fundada en la propia transformación del trabajo, en la actividad humana diaria. Por ello es que H & N se acercan a una lectura de la resistencia asentada en el afianzamiento del espacio político de la afirmación, alejada de toda lectura dialéctica de construcción de contrapoder como respuesta al poder del capital. Se trata de la construcción de un espacio afirmativo basado en la producción excedente del sujeto[3] cualitativamente diferente y asimétrico con relación al comando del capital. Estamos en presencia de una disimetría entre la biopolítica del capital y el biopoder de la vida; no se trata de una diferencia cualitativa sino de diferencia de naturaleza que vuelve ambas realidades inconmensurables entre sí.
La liberación del trabajo exige reapropiarse del común que se opone y enfrenta a nosotros en cuanto poder luego que ha sido producido con el esfuerzo y la sangre de la multitud.
En contraposición a la concepción del socialismo del Siglo XXI asentado en las viejas concepciones estatistas de superación del capitalismo, H & N construyen una concepción del comunismo en base al concepto del común y adaptada a los tiempos biopolíticos. En esa dirección ambos trabajarán e impulsarán tanto el rechazo de la propiedad privada propia del capitalismo, cuanto la propiedad pública propia del socialismo. A pesar de la degradación, deformación y devaluación política que ha sufrido la categoría comunismo, H & N sostienen el concepto de comunismo en su registro. Se trata en este caso para ambos de honrar la larga historia de lucha, sueños y aspiraciones ligadas a estos conceptos. Pero, ¿cuáles son las nuevas características del capitalismo que inducen a pensar en la formulación de nuevas hipótesis para una nueva lectura del comunismo? Dos elementos centrales podemos incorporar en este sentido: 1) las alteraciones alcanzadas en la composición de clase. Se trata de modificaciones originadas en el qué, cómo y dónde se produce ahora. 2) las nuevas relaciones de propiedad que estas modificaciones en la composición de clase han producido.
La producción biopolítica reconoce cambios en la composición técnica y en la composición política de la fuerza de trabajo viva que producto de la lucha misma, provocan una metamorfosis del capital. Y la consistencia ontológica de los ciclos de lucha y sus cambios se corresponde con esta nueva base antropológica. No hay naturaleza, raza, género, o identidad que pueda resistirse a este movimiento de transformación y metamorfosis histórica de la relación entre trabajo y capital. Transformación que se extiende igualmente a la definición del tiempo en la lucha de clases, en tanto el tiempo de vida tiende a coincidir con el tiempo de trabajo.
En la era de la producción biopolítica, comentan H & N, el proyecto comunista se opone no sólo a la propiedad privada y los modos de organización social que proyectan la propiedad privada y los propietarios de los medios de producción; no sólo exige expresarse contra la explotación privada de la fuerza de trabajo y el control privado de la circulación del capital, sino también enfrentarse con lo público, es decir con el estado y su configuración nacional que contribuye a la alienación del poder y de la potencia del trabajo. Este abordaje significa reconocer que lo público es una forma de alienación y explotación del trabajo, el trabajo común. Según Rousseau, recuerdan los autores, lo público es aquello que es enemigo de la propiedad privada, aquello que no pertenece a nadie. De manera que queda implícita la pertenencia al estado de todo aquello que nos pertenece a todos. Sin embargo, a pesar que nos pertenece todo aquello que producimos en común, delegamos su gestión y representación, promoviendo así la implacable beldad del pragmatismo público.
En el nuevo contexto biopolítico, comentan los autores, el comunismo se presenta contrapuesto y alejado del socialismo en la medida que el socialismo ha sido considerado como la clásica forma de organización social asentada en el monopolio del estado y su gestión del espacio público, modalidad de alienación de la potencia del trabajo que reclama igualmente una organización distorsionada de la producción de su subjetividad. Es la perversión del socialismo real la que ha neutralizado un siglo de luchas obreras y desviado toda ilusión de la filosofía de la historia. Esta estructura institucional del socialismo y su polarización política fue producida por una ideología que arbitrariamente opuso lo privado a lo público, mientras ambos, al decir de Rousseau, se solapan el uno con el otro.
Si bien el capital es una relación social y la producción del capital es igualmente producción y reproducción de las relaciones sociales capitalistas, en la producción biopolítica este fenómeno no queda circunscripto a la producción de las relaciones sociales capitalistas exclusivamente, sino que se presenta como un proceso potencialmente autónomo capaz de destruir al capital y crear algo absolutamente nuevo. Si bien la producción biopolítica implica nuevos mecanismos de explotación y control capitalista, las fronteras capitalistas se ocupan permanentemente del común, concediendo en ese momento una autonomía creciente al trabajo proveyendo igualmente las armas posibles de esgrimir para encara un proyecto de liberación. Por ello es que la producción biopolítica abre las puertas para un comunismo de nuevo tipo. Perfila en el horizonte un nuevo tipo de comunismo en la medida que asistimos a una creciente centralidad del común en la producción capitalista en tanto producción de ideas, afectos, relaciones sociales, formas de vida que dan sustento y construyen armas para un proyecto comunista.
Por ello es que el comunismo no puede ser solo definido por la abolición de la propiedad privada sino también por la afirmación del COMUN. Afirmación de una producción biopolítica autónoma, creación continua del autogobierno de la nueva humanidad. En otras palabras, lo que la propiedad privada es al capitalismo y la propiedad pública es al socialismo el común lo es al comunismo.
Resistencia biopolítica: altermodernidad
El capital para Negri debe ser entendido como una relación de fuerzas. No puede ser identificado con el patrón ni tampoco con el Leviathan. El capital, el estado, en tanto estructuras de poder, está invariablemente asentado en relaciones de poder que siempre son posible resistir. Por lo que es posible reconocer una dualidad de su interior. En todo momento el capital se construye dentro de la propia resistencia, en la medida que hay un sujeto que se produce permanentemente en la resistencia. En el marco de esta confrontación y antagonismo permanente el capital busca disponer las diversas formas de explotación de la fuerza de trabajo, ya a nivel micro, ya a nivel macro, contra la resistencia de la propia fuerza de trabajo. Aunque en este caso no es posible hablar de resistencia revolucionaria, sino de oposición y lucha contra todo aquello que de una u otra forma influye sobre la forma de vida. La resistencia biopolítica, es decir la resistencia en el terreno de la vida, comienza en el momento que reconocemos la realidad común de nuestras vidas, ya sea en el terreno de la producción como en el de nuestras propias relaciones. En el contexto biopolítico actual es posible hablar de producción antropogenética, producción del hombre por el hombre[4], fenómeno de nuevo tipo que significa la desmaterialización del capital fijo cuyas funciones se transfieren al propio cuerpo humano y donde, en ese mismo acto, el capital constante tiende a coincidir con el capital variable. Estamos en presencia de una práctica social donde la producción social exige la mediación de las propias pasiones y estados de ánimo humanos, tránsito que reconoce así una utilización del común. Sin embargo, nos alertan H &N, la construcción de este común exige dejar de lado todas aquellas identidades que bloquean al propio común. Identidades que como la familia, el estado y la sociedad civil, en tanto instituciones burguesas herederas de la tradición hegeliana, han sido asumidas como tal por el propio poder. ¿Cómo hacer para destruir el mecanismo de identidad que nos propone la familia? ¿Cómo resistir frente al estado en cuanto estado soberano? Asumir el terreno de lo común, nos dicen H & N, es asumir el de la singularidad, exige una destrucción (pars destruens) previa seguida de una construcción, (pars construens), ahora el ejercicio del poder constituyente de una nueva sociedad. Esta es la nueva vía que imagina Negri en la discontinuidad de la historia presente, a partir de que el mundo ideológico, cimiento de la constitución de referencias en nuestra vida social y política, ha desaparecido.
H & N retomarán en Commonwealth la discusión acerca de las identidades políticas, raza, género, clase y su relación con las políticas revolucionarias y sus consecuencias. No restringen su análisis al marco exclusivo de la perpetuación del capitalismo. Exploran también las formas de colonialidad y racismo que continúan funcionando bajo diferentes modalidades como mecanismos de dominación. No basta analizar las luchas indígenas latinoamericanas en cuanto a su relación con la permanencia del capitalismo. La dominación capitalista juega un rol en la creación y mantenimiento de relaciones de dominación pero no puede dar cuenta de todas ellas. Se trata de abordar todas las formas de dominación, el capital es solo una de ellas. El problema no reside en asignarles un orden de importancia, sino en entender cómo es que el capitalismo puede funcionar conjuntamente con las jerarquías del colonialismo, del racismo, del género y de todo otro mecanismo de dominación y explotación. La perspectiva de la multitud evita elegir algún ejes de dominación como el central. Commonwealth plantea el encuentro entre clases, razas, géneros y otras luchas en un proceso de liberación. Si de lo que se trata en la era biopolítica es de la producción de subjetividad la perspectiva es entonces la de la liberación, en la medida que se impulsa la libertad de auto transformación y autodeterminación; es decir la libertad para determinar o elegir lo que uno quiere ser. Lo que resulta diferente de la perspectiva de la emancipación que persigue la libertad de las identidades, es decir la libertad de lo que se es en realidad. Las políticas asentadas en la identidad inmovilizan la producción de subjetividad; la liberación, por el contrario requiere el compromiso y el tomar control de la producción de subjetividad.
En la perspectiva de H & N la altermodernidad no está definida por su desafío a la dominación capitalista. La altermodernidad, como alternativa a las luchas antimodernas encerradas en un espacio dialéctico, debe ser vista como la búsqueda de nuevos valores, prácticas y conocimientos; es decir como un dispositivo para la producción de subjetividad. Si bien la anti modernidad puede resultar ser un buen punto de partida para teorizar sobre el común porque se trata de una resistencia interna a la modernidad, su marco es el de la lucha por la libertad dentro de las relaciones de poder de la modernidad. Ambas coexisten globalmente, y aún la anti modernidad es previa a la modernidad. Por ello H & N proponen el desplazamiento hacia la alter modernidad, en la medida que no solo se oponen los movimientos a las jerarquías modernas sino que orientan sus fuerzas hacia un terreno autónomo. Moverse hacia la alter modernidad exige reconocimiento del movimiento, mixtura y transformación para renovar constantemente las identidades nativas como es el caso de los zapatistas que buscan permanentemente transformarse en “lo que quieren” en su disputa permanente con el estado mexicano. Esta perspectiva rompe la dialéctica modernidad-antimodernidad, creando el espacio de constitución de alternativas, preparando el camino para el comunismo del común, distinguiendo entre los proyectos socialistas y comunistas.
Si la tradición marxista buceaba el proyecto revolucionario a partir de cambios y rupturas en el terreno económico, hoy en día la perspectiva de la acción revolucionaria debe ser concebida al interior de un horizonte biopolítico. La producción económica se ha extendido al conjunto de la sociedad y la producción de valor económico se vuelve crecientemente indistinguible de la producción de relaciones sociales y formas de vida. Pero si en época biopolítica, cuando se vuelve imposible trasladar la lucha contra la explotación por la supervivencia y el bienestar en aspectos monetarios y de salario, ¿cómo es posible alcanzar un horizonte biopolítico de acción insurreccional? H & N vuelven su análisis hacia una antropología política de la resistencia (240) Si la forma capitalista del biopoder constituye la base fundamental de toda condición antropológica en la sociedad contemporánea, no resulta difícil deducir que las formas de desobediencia, revuelta e insurrección adoptan también la forma biopolítica, es decir como expresiones singulares inmersas en la realidad del COMUN. La indignación, nos dicen H Y N siguiendo a Spinoza, es el odio hacia aquel que nos ha injuriado. Esta es la forma en cómo la revuelta hinca en el común. Pero si bien la indignación, desobediencia y rebelión constituyen figuras de ruptura en la fábrica antropológica de la sociedad, debemos reconocer que también implican continuidad. Reaparecen permanentemente en los motines y plantean las condiciones duraderas de organizaciones sociales.
Si en el capitalismo industrial la lucha de los obreros era en la fábrica y contra el capital, en el actual contexto biopolítico, cuando la fábrica es la sociedad, la lucha es contra la totalidad social. Fenómeno que marca otra condición antropológica de la revuelta y de la política. El rechazo a la explotación y alienación esta hoy dirigida claramente contra la sociedad del capital en su integridad, lo que designa un proceso de éxodo, una suerte de separación antropológica de la dominación del capital.
Aunque debemos reconocer que la antropología política de la resistencia está hoy caracterizada por nuevas temporalidades que reorganizan la relación del pasado, del presente y del futuro. En efecto, el tiempo de vida y el tiempo de trabajo son hoy en día coincidentes con un capital que permanece tras la tradicional definición de trabajo socialmente necesario y tiempo de no trabajo Ya no puede entenderse la temporalidad capitalista de la valorización y expropiación en términos de sucesión de unidades de tiempo, sino como una temporalidad simultánea que aparece como excepción de la temporalidad lineal. Con relación a los pobres debemos reconocer igualmente una temporalidad diferente; un carácter diferente de esta nueva temporalidad. La productividad biopolítica de la pobreza excede siempre toda medida impuesta en ella sobrepasando los mecanismos de la explotación capitalista. Hoy en día la revolución ya no es imaginable como evento separado de nosotros en el futuro sino que debe vivir en el presente, un presente de excesos y que en algún sentido de contiene dentro de sí al futuro. El proceso revolucionario, el movimiento revolucionario reside en el mismo horizonte de temporalidad con el control capitalista. Este fenómeno se manifestó en 1968 y a partir de ese momento cuando las condiciones dialécticas del trabajo fueron dejadas de lado (entre la relación de explotación y las condiciones contractuales) en ese momento fueron removidos los mecanismos institucionales de mediación en que descansaba el capital. Es el momento de entrada de la governance para traer orden en una difícil tarea. La estructura de la norma ya no se mostrará por encima del campo social para dictar el proceso de explotación sino que estará dentro del mismo proceso. Por ello es que el orden global de la governance está necesariamente caracterizado por la inestabilidad y la inseguridad. Pero la transformación biopolítica del trabajo arrastra consigo igualmente modificaciones
La metrópoli se convierte en el lugar de la fábrica moderna. En respuesta a la desterritorialización y al nomadismo de la fuerza de trabajo impuesta por la flexibilización y las necesarias migraciones, del capital es puesto a crear nuevas fronteras y jerarquías en un esfuerzo para comandar y explotar. La precariedad que caracteriza a la producción biopolítica resulta en la exclusión social de los trabajadores mientras permanecen más aún en las estructuras y proceso de producción social. El habitante del conurbano de los barrios pobres, el de los suburbios parisinos, el de las favelas cariocas y el de las ciudades ocultas chilenas constituyen figuras emblemáticas de este precario que habita en las periferias pobres de las grandes metrópolis. Esta precariedad con la ruptura constante de las fronteras niega la posibilidad de la construcción de una vanguardia política revolucionaria de masas al estilo fordista. El problema sustantivo es aquel que partiendo de de esa descentralización y dispersión política pueda moverse desde la revuelta y el motín hacia la organización. Los motines en la medida que son localizados reformulan el espacio social reapropiándose de las dimensiones espaciales y temporales de la multitud pero no definen una estructura organizativa.
[3] En la producción biopolítica la valorización se desplaza hacia la producción inmaterial, cognitiva, relacional, afectiva que de conjunto conlleva hacia una producción de excesos.
[4] Capital and language, C. Marazzi, Semiotexte, 2008 y La croissance, debut du siecle. De l’octet au gene. R. Boyer, pág. 192 Albin Michel 2002.
César Altamira
Córdoba, 23-04-2010
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